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Seguimos al Range Rover a prudente distancia, de vuelta a la cabaña.

Cuando ellos se detuvieron, seguimos por la carretera y aparqué a unos quinientos metros. Me latía el corazón con fuerza. Era la hora de la verdad.

Kate y yo retrocedimos a pie por el bosque y nos apostamos tras unos árboles. Estábamos a menos de cincuenta metros del escondrijo del doctor Rudolph. Empezaba a espesarse la bruma. Yo tenía los pies helados.

El Caballero estaba en la cabaña que tenía a tiro de piedra. ¿Qué haría?

Se me hizo un nudo en la garganta. Sentí el impulso de ir a por él de mala manera. No quería ni pensar cuántas veces podía haber hecho lo mismo el doctor Rudolph: atraer a una joven hacia un determinado lugar, mutilarla y llevarse a casa los pies, los ojos o el corazón. «Souvenirs» de su montería.

Miré el reloj. Rudolph llevaba en la cabaña sólo unos minutos con la rubia del Nepenthe. Vi movimiento al otro lado de la casa. Los federales estaban allí.

—¿Y si la mata, Alex? —preguntó Kate, arrimada a mí.

Notaba el calor de su cuerpo. Ella sabía muy bien cómo se sentía una mujer prisionera en la casa de los horrores. Comprendía mejor que nadie el peligro que corría aquella joven.

—No apresa a sus víctimas y las mata inmediatamente. El Caballero tiene un característico modus operandi —le expliqué a Kate—. Ha mantenido a todas sus víctimas con vida durante un día. Le gusta jugar. No creo que empiece ahora a cambiar de modo de actuar.

Se lo dije así porque así lo creía, aunque no estaba seguro. Acaso el doctor Rudolph supiera que lo vigilábamos… Acaso quisiera que lo detuviésemos. Todo se reducía a eso: quizá, acaso, pudiera ser que…

Recordé la operación de vigilancia que montamos en el caso Gary Soneji/Murphy. Era difícil dominarse para no irrumpir por las bravas en la cabaña. Jugárnosla en aquel momento. Dentro podíamos encontrar pruebas de otros asesinatos. A lo mejor, las partes del cuerpo que faltaban en los cadáveres hallados estaban allí. Quizá fuese aquella cabaña de Big Sur el lugar en el que mataba a sus víctimas. O posiblemente nos reservara una sorpresa. El drama se desarrollaba a menos de cincuenta metros de donde nosotros estábamos.

—Voy a intentar acercarme un poco más. He de ver qué ocurre.

—Uff… creí que no iba a decidirse —exclamó Kate aliviada.

Antes de que me diese tiempo a dar un paso, oímos gritos sobrecogedores procedentes de la cabaña.

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude!

Era una voz de mujer. Sin duda era la rubia.

Eché a correr hacia la puerta más cercana. Y lo mismo hicieron Asaro, Cosgrove y otros tres agentes desde el otro lado de la cabaña. FBI. Las impermeables letras amarillas destacaban sobre el azul marino de la tela.

La refriega sería inevitable. Estábamos a punto de enfrentarnos al Caballero.