Kate y yo estábamos trabajando en su apartamento de Chapel Hill. Habíamos vuelto a hablar de la casa fantasma, tratando de encontrarle alguna lógica a algo que la mente se negaba a aceptar.
Poco después de las ocho llamaron a la puerta y Kate fue a ver quién era.
Vi que hablaba con alguien, aunque no pude precisar de quién se trataba. Instintivamente, llevé la mano a la culata de mi revólver. Sin embargo, al momento me di cuenta de que Kate le franqueaba la entrada al visitante.
Era Kyle Craig. Me sorprendió verlo tan serio y ceñudo. Algo debía de haber ocurrido.
—Dice Kyle que tiene algo que le interesará ver —me anunció Kate al llegar junto a mí con el agente del FBI.
—No me ha sido muy difícil localizarlo —dijo Kyle, que se sentó en el brazo del sofá, a mi lado.
—Le he dicho al recepcionista del hostal y a la telefonista dónde estaría hasta las nueve. No ha sido un descuido.
—Fíjese bien en la cara de Alex, Kate, y comprenderá por qué sigue siendo un detective. Es un apasionado de los grandes enigmas, y de los no tan grandes.
Sonreí y meneé la cabeza. En parte, Kyle tenía razón.
—Me encanta mi trabajo, básicamente porque me permite tratar a personas de mente ágil y cultivada, como la suya, Kyle. ¿Qué ha ocurrido? Dígamelo ya.
—El Caballero se ha cargado a Beth Lieberman. Le ha seccionado los dedos, Alex. Después de matarla, ha incendiado su apartamento de Los Ángeles. Su apartamento y medio edificio…
Beth Lieberman no había hecho oposiciones a caerme bien, pero su muerte me entristeció. Me dije que acaso no tenía que haber creído en la opinión de Kyle de que no merecía la pena que yo viajase a Los Ángeles, porque Beth Lieberman no tenía nada nuevo que mereciese la pena.
—Quizá el Caballero supiese que Beth tenía en su apartamento algo que le convenía quemar. Puede que tuviese algo importante.
Kyle miró a Kate con fijeza.
—¿Ve con qué perfección actúa? —le dijo—. Efectivamente, ella tenía algo para inculparlo —añadió dirigiéndose a los dos—. Sólo que… lo tenía en su ordenador de la redacción del periódico. Y ahora está en nuestro poder.
Kyle me pasó un largo fax. Me señaló unos párrafos casi al pie de la hoja. Era un fax de la oficina del FBI en Los Ángeles.
¡¡¡Posible Casanova!!! Un más que posible sospechoso.
El doctor William Rudolph, que es un auténtico cabrón.
Señas: Beverly Comstock.
Lugar de trabajo: Centro Médico Cedars-Sinaí. Los Ángeles.
—Al fin tenemos una verdadera pista —dijo Kyle—. El Caballero podría ser este médico. Este cabrón, como lo llama el comunicante.
Kate nos miró. Ya nos había dicho ella que Casanova podía ser un médico.
—¿No había nada más entre las notas de Beth Lieberman? —le pregunté a Kyle.
—No hemos encontrado nada más —contestó Kyle—. Por desgracia, no podemos preguntarle a Lieberman nada acerca del doctor William Rudolph, ni de por qué archivó el fax en el ordenador. Déjenme que les exponga dos nuevas hipótesis de nuestros analistas californianos —prosiguió—. ¿Está dispuesto a una pirueta mental un tanto extravagante, amigo mío?
—Por supuesto. Oigamos la más extraordinaria y reciente hipótesis de los federales californianos.
—La primera hipótesis es que el asesino se envía las entradas de su «diario» a sí mismo, que Casanova y el Caballero son la misma persona. Podría tratarse de un único asesino, Alex. «Ambos» son especialistas en crímenes «perfectos». Hay otras similitudes. Los federales californianos, como los llama usted, querrían que la doctora McTiernan volase a Los Ángeles inmediatamente. Quieren hablar con ella.
No me gustó nada aquella primera hipótesis, pero no podía descartarla.
—¿Y cuál es la segunda hipótesis? —le pregunté a Kyle.
—La otra es que, en efecto, se trata de dos asesinos —me contestó—. Pero que no se limitan a comunicarse sino que compiten entre sí. Y de ser así, sería para echarse a temblar, Alex. Podría ser una especie de juego de rol inventado por ellos. Para echarse a temblar.