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El harén avanzó con paso cansino y cauteloso hacia un amplio salón, situado al fondo de un sinuoso pasillo.

La misteriosa y horrible casa tenía dos plantas. En la inferior sólo había un dormitorio; en la superior había diez.

Naomi Cross iba en el grupo. Les habían ordenado dirigirse al salón. Desde que ella estaba allí, siempre había habido entre seis y ocho mujeres. A veces, una chica se marchaba, o desaparecía, pero siempre la reemplazaba otra.

Casanova las aguardaba en el salón, con un batín de seda, bordado en oro, sin nada debajo. Llevaba una de sus máscaras, pintada a mano, con rodales blancos y verde brillante. Era una máscara festiva.

El salón era espacioso y estaba amueblado con gusto. El suelo estaba cubierto con una alfombra oriental y las paredes recién encaladas.

—Adelante, adelante. No seáis tímidas. No seáis vergonzosas —les dijo desde el fondo del salón.

Casanova empuñaba su pistola paralizante y un revólver.

Naomi supuso que sonreía bajo la máscara. Habría dado cualquier cosa por verle la cara, aunque sólo fuese una vez, para luego borrarla para siempre, hacerla añicos, y convertir los añicos en polvo.

A Naomi se le encogió el corazón al entrar en el atractivo salón. Su violín estaba encima de la mesa, junto a Casanova, que se había ocupado de traérselo a aquel horrible lugar.

Casanova iba de un lado para otro, como si fuera el anfitrión de una sofisticada fiesta de disfraces. Sabía comportarse con elegancia.

Encendió un cigarrillo con un encendedor de oro y fue deteniéndose frente a cada una de sus «odaliscas». Les dirigía unas palabras; tocaba un hombro desnudo, una mejilla, acariciaba una larga y rubia melena.

Todas parecían perplejas. Llevaban su propia ropa y se habían maquillado y pintado primorosamente. La fragancia de sus perfumes llenaba la estancia. Si todas se abalanzasen sobre él a la vez… pensó Naomi. Algún medio tenía que haber para reducir a Casanova.

—Como algunas quizá habréis adivinado —dijo él alzando la voz—, tenemos una bonita sorpresa para la fiesta de esta noche. Una pequeña velada musical.

Casanova le indicó por señas a Naomi que se acercase. Siempre tenía mucho tacto cuando las reunía. No obstante, en ningún momento dejaba de empuñar su pistola paralizante.

—Tócanos algo, Naomi, por favor —volvió a decir él con sorna—. Lo que prefieras. Naomi toca muy bien el violín. Anda, no seas tímida, cariño.

Naomi no podía apartar la vista de Casanova. Como no se había ceñido el batín, podía ver sus atributos. A veces, hacía que tocasen algún instrumento, cantar, leer poesía o hablar de sus intimidades. Aquella noche le tocaba a Naomi, que era consciente de no tener elección. Estaba resuelta a no acobardarse, a conservar la calma.

La joven Cross cogió el violín. La asaltaron dolorosos recuerdos. «Échale valor… Muéstrate segura de ti misma…», se repitió.

Como joven negra, había aprendido el arte de aparentar calma.

—Intentaré tocar la sonata número uno de Bach —anunció con aplomo—. Éste es el adagio, el primer movimiento. Es muy bonito. Confío en hacerle justicia.

Naomi cerró los ojos al llevarse el violín al hombro. Luego, los abrió, apoyó el mentón en la madera, y empezó a afinar el instrumento lentamente.

«Valor… Confianza…», se repitió.

Empezó a tocar. No era un dechado de perfección, pero tocaba con el corazón. El estilo de Naomi siempre había sido muy personal. Se concentraba más en el aspecto creativo de la interpretación que en la técnica. Tenía ganas de llorar, pero se tragó las lágrimas. Sólo desahogaba sus sentimientos con la música, con la hermosa sonata de Bach.

—¡Fantástica! ¡Fantástica! —exclamó Casanova cuando Naomi hubo terminado.

Las demás aplaudieron (una expansión que Casanova no tenía prohibida). Naomi miró los hermosos rostros de sus compañeras. Percibía su dolor. Ansiaba hablar con ellas. Pero cuando Casanova las reunía, era sólo para mostrarles su poder, que las dominaba por completo.

Casanova tocó ligeramente el brazo de Naomi. Le ardía.

—Tú te quedarás conmigo esta noche —le susurró—. Ha sido precioso, Naomi. Tanto como tú, que eres la más hermosa. ¿Lo sabes, cariño? Por supuesto que lo sabes.

«Valor, fortaleza, confianza», se dijo Naomi. Era una Cross. No iba a darle la satisfacción de verla asustada. Encontraría el medio de vencerlo.