Kate seguía sin poder recordar gran cosa de los detalles de su fuga del infierno. Pero accedió a que la hipnotizase o, por lo menos, a dejarme intentarlo, aunque temía que sus defensas naturales fuesen demasiado potentes.
Decidimos intentarlo a última hora de la noche en el hospital, cuando ya estuviese cansada y fuese más influenciable.
La hipnosis puede ser un proceso relativamente sencillo. En primer lugar, le pedí a Kate que cerrase los ojos. Luego, que respirase lentamente y de manera regular. Pudiera ser que, al fin, lograse contactar con Casanova aquella noche. Quizá a través de los ojos de Kate pudiese ver cómo operaba.
—Inspire el aire positivo y exhale el negativo —dijo Kate con su acostumbrado sentido del humor—. O algo así, ¿verdad, doctor Cross?
—Trate de poner la mente en blanco, Kate.
—No estoy muy convencida de que funcione —comentó Kate sonriente—. Tengo la cabeza como un bombo, como una buhardilla atestada de armarios con los cajones cerrados —añadió en tono ya algo adormilado. Era una buena señal.
—Ahora, empiece a contar desde cien hacia atrás.
Se adormeció con facilidad. Quizá se debiera a que confiaba un poco en mí. Y esa confianza me responsabilizaba más.
Kate era ahora una persona vulnerable. No quise herirla en aquellas circunstancias. Durante los primeros minutos, hablamos como de costumbre, como cuando estaba despierta. Desde el primer momento nos había gustado charlar.
—¿Recuerda haber sido secuestrada por Casanova? —me decidí al fin a preguntarle.
—Sí, ahora recuerdo muchas cosas. Recuerdo la noche que entró en mi apartamento. Lo veo conducirme por un bosque hacia mi encierro. Me llevaba como si fuese una pluma.
—Hábleme del bosque.
Aquél era el primer momento delicado. Estaba de nuevo con Casanova, en su poder, secuestrada. Y de pronto me percaté del silencio que había en el hospital.
—Estaba demasiado oscuro. El bosque era muy espeso. Llevaba una linterna colgada del cuello. Es… extraordinariamente fuerte; hasta el punto de llegar a hacerme pensar que su fuerza era más propia de un animal. Se comparaba al Headcliff de Cumbres borrascosas. Tiene una visión muy romántica de sí mismo y de lo que hace. Aquella noche me susurraba como si fuésemos amantes. Me dijo que me amaba. Y parecía… sincero.
—¿Qué más recuerda de él, Kate? Cualquier detalle puede ser muy útil. Tómese el tiempo que quiera.
Kate McTiernan ladeó la cabeza como si mirase a alguien que estuviese a mi derecha.
—Siempre llevaba una máscara distinta. En una de las ocasiones era una máscara de «reconstrucción». Es la que más me sobrecogió. Las llaman «máscaras de la muerte» porque, en los hospitales y en las funerarias, las utilizan a veces para ayudar a identificar a víctimas de accidentes que han quedado irreconocibles.
—Siga, por favor, Kate. Esto va a ayudarnos mucho.
—Sé que esas máscaras pueden hacerlas de una calavera humana, prácticamente de cualquier calavera. La fotografían… cubren la foto con un papel especial y graban las facciones. A partir del dibujo hacen la máscara. En una película… que se titula Gorky Park, aparece una de esas máscaras. No suelen hacerse para que se las ponga nadie. Me pregunto de dónde la habrá sacado.
«Muy bien, Kate —pensé—. Siga hablándome de Casa-nova».
—¿Qué ocurrió el día de su fuga?
Por primera vez pareció sentirse incómoda con una pregunta. Entreabrió un poco los ojos, como si tuviese el sueño ligero y yo la hubiese despertado. Luego, los volvió a cerrar. Movía el pie derecho convulsivamente.
—Apenas recuerdo nada de ese día, Alex. Creo que me administró tantas drogas que me dejó totalmente… «colocada».
—No importa. Cualquier detalle que recuerde me basta por el momento. Lo está haciendo muy bien. Antes me dijo que le dio una patada.
—Sí, le di una patada, gritó de dolor y se desplomó.
Kate empezó a llorar desconsoladamente. Tenía el rostro bañado en sudor. Pensé que había llegado el momento de sacarla del estado hipnótico. Me asusté un poco.
—¿Qué ocurre, Kate? —le pregunté en tono tranquilizador—. ¿Le sucede algo? ¿Está bien?
—Dejé a las demás allí. No pude localizarlas. Estaba tan aturdida que dejé a las demás allí.
Kate abrió entonces los ojos. Los tenía llenos de lágrimas. Era obvio que seguía muy asustada.
—¿Por qué estoy tan asustada? —me preguntó—. ¿Qué me ha pasado?
—No lo sé —le contesté.
Ya hablaríamos después de ello. En aquellos momentos no me pareció oportuno.
Noté que rehuía mi mirada. No era normal en ella.
—¿Podría quedarme un momento sola? —musitó—. ¿Podría dejarme ahora sola, por favor?
Salí de la habitación del hospital con la vaga sensación de haberla traicionado. Pero no hubiese sabido hacer las cosas de otra manera. Se trataba de una investigación acerca de una ola de asesinatos. Había que intentarlo todo. Aunque hasta el momento nada funcionase.
¿Cómo era posible?