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Casanova había vuelto a la carga: otra estudiante, una inteligente y preciosa joven llamada Anna Miller, había sido secuestrada en el apartamento de una urbanización que compartía con su novio, un joven abogado, cerca de la Universidad estatal de Carolina del Norte, en Raleigh.

El novio había sido asesinado en la cama. Aquello era una novedad en el modus operandi de Casanova, que no dejó ninguna nota ni el menor rastro en el lugar del crimen. Después del error cometido con Kate McTiernan, quiso demostrar a la opinión pública que seguía en forma, que era capaz de actuar con su acostumbrada perfección.

Pasé varias horas con Kate McTiernan en el hospital. Sintonizábamos, y tenía la sensación de que empezábamos a intimar. Además, era obvio que quería ayudarme a trazar el perfil psicológico de Casanova. Me contaba todo lo que sabía de él y de su harén.

Según Kate, Casanova tenía secuestradas a por lo menos cinco mujeres. Casanova estaba muy bien organizado. Lo planeaba todo con muchas semanas de antelación. Estudiaba a sus presas con una excepcional capacidad para el detalle.

Daba la impresión de haber construido su casa de los horrores con sus propias manos. Había instalado sistemas de insonorización y de acondicionamiento de aire, aparentemente para mayor comodidad de sus cautivas.

Pero como Kate sólo había visto la casa bajo los efectos de la droga, no podía hacer una descripción precisa y fiable.

Según ella, Casanova era sexualmente activo y capaz de tener varias erecciones en una noche. Estaba obsesionado con el sexo y con el apremiante apetito sexual del varón.

A su manera, podía considerarse una persona reflexiva. Y también podía ser «romántico», según sus propias palabras. Le gustaba acariciar y besar a sus víctimas, y hablar con ellas durante horas. Las amaba, según él.

A mediados de semana, el FBI y la policía local de Durham acordaron habilitar un espacio en el hospital, rodeado de especiales medidas de seguridad, para que Kate McTiernan pudiese hablar con los representantes de los medios informativos.

El lugar elegido fue el amplio vestíbulo de su planta, completamente pintado de blanco y atestado de periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión.

Varios agentes armados formaron un cinturón de seguridad en derredor, por si acaso.

Los detectives de la brigada de homicidios, Nick Ruskin y Davey Sikes, no se separaron de Kate durante la filmación de la entrevista para la televisión.

Los estadounidenses tendrían ahora ocasión de conocer a la mujer que había escapado de la casa de los horrores. No me cabía duda de que también Casanova vería la entrevista, aunque confiaba en que no estuviese allí mismo en el hospital.

Un fornido enfermero condujo a Kate hacia el atestado y ruidoso vestíbulo, porque la dirección del hospital quiso que Kate compareciese ante los medios informativos en silla de ruedas.

Llevaba unos holgados pantalones de deporte de la Universidad de Carolina del Norte y una sencilla camiseta blanca de algodón. Su larga melena castaña resplandecía. Los hematomas del rostro se habían reducido de forma considerable.

—Casi parezco yo —me dijo—. Sin embargo, por dentro, me siento como si fuese otra persona, Alex.

Mientras el enfermero empujaba la engorrosa silla hacia el estrado, Kate sorprendió a todo el mundo: se levantó de la silla y continuó por su propio pie hasta el estrado.

—Bueno, como ya habrán adivinado, soy Kate McTiernan. Haré sólo una breve declaración y luego me pondré a salvo de ustedes —dijo con voz vibrante y fuerte.

Daba la impresión de estar muy serena.

Su leve pincelada humorística fue bien acogida y arrancó espontáneas risas. Un par de reporteros se adelantaron con sendas preguntas, pero el ruido había aumentado y era difícil oírlos. Cámaras y fotógrafos empezaron a filmar y a disparar sus flashes.

En cuanto Kate dejó de hablar, todo quedó casi en silencio. Al principio, pensaron que la conferencia de prensa era demasiado para lo que ella estaba en condiciones de afrontar en aquellos momentos. No obstante, al ver que un médico se le acercaba, ella lo alejó con elocuentes ademanes.

—Estoy bien. Me encuentro perfectamente, de verdad. Gracias. Si me mareo, me sentaré en la silla como una paciente modelo. Se lo prometo. No teman que vaya a hacerme la valiente.

Estaba muy serena. Miró de manera escrutadora en derredor del vestíbulo, como si estuviese un poco desconcertada.

—Trataba de organizar mis ideas. Les diré lo que pueda… Pero no me pidan más por hoy. No contestaré a ninguna pregunta. Me gustaría que respetasen mi decisión. ¿Les parece bien?

Daba la impresión de tener un gran aplomo frente a las cámaras. Kate McTiernan parecía sorprendentemente relajada y serena, dadas las circunstancias.

—En primer lugar, querría decir algo a los familiares y amigos de otras mujeres desaparecidas. Por favor: no desesperen. Pueden salvar la vida. Si no lo desobedecen, pueden salvar la vida. Yo lo desobedecí, y me dio una paliza. Sin embargo, logré escapar. Hay otras mujeres secuestradas en el mismo lugar en el que yo he estado. Mi pensamiento está con ellas, y no saben hasta qué punto. Tengo el convencimiento de que siguen sanas y salvas.

Los periodistas se acercaban cada vez más a Kate McTiernan que, pese a su estado, irradiaba magnetismo y una gran energía interior. Daba bien en televisión. Estaba convencido de que caería bien.

Durante los momentos que siguieron, Kate hizo todo lo posible por disipar los temores de los familiares de las mujeres desaparecidas. Volvió a subrayar que Casanova le había pegado sólo porque había quebrantado el reglamento impuesto por él. Pensé que acaso esto fuese también una forma de enviarle un mensaje a él.

Cébate en mí, no en las demás.

Mientras observaba a Kate hablar, me hice varias preguntas: ¿Secuestra sólo a mujeres extraordinarias? ¿No sólo bellezas, sino mujeres excepcionales en todo? ¿Qué significado tenía esa actitud? ¿Qué se proponía realmente Casanova? ¿A qué jugaba?

Sospeché que el asesino estaba obsesionado con la belleza física, pero que no podía soportar tener a su lado mujeres menos inteligentes que él. E intuí que ansiaba también la intimidad.

Cuando Kate hubo terminado tenía los ojos llorosos. Sus lágrimas parecían perfectas cuentas de vidrio.

—Ya he terminado —dijo con voz queda—. Gracias por llevarles mi mensaje a las familias de las mujeres desaparecidas. Confío en que sirva de algo. Por favor, tal como les he pedido, no me hagan preguntas de momento. Sigo sin poder recordar con precisión lo que me ha sucedido.

Los periodistas guardaron silencio. No le hicieron una sola pregunta. Kate lo había dejado perfectamente claro. Luego, los periodistas y el personal médico aplaudieron. Al igual que Casanova, sabían que Kate McTiernan era una persona extraordinaria.

Me asaltó un temor: ¿estaría Casanova aplaudiendo allí también?