48

En el hospital universitario de Carolina del Norte todos estaban perplejos, y especialmente yo. El problema médico que se planteaba era desconcertante.

Kate McTiernan empezó a hablar a primera hora de la mañana. Yo no estaba. Por lo visto, Kyle Craig llevaba en su habitación desde el amanecer. Por desgracia, las palabras de nuestra testigo no tenían el menor sentido. Había momentos en que se expresaba como una auténtica psicótica. Tenía temblores, convulsiones y síntomas de calambres abdominales.

La visité a última hora de la tarde. Aún no se descartaba que hubiese sufrido daños cerebrales. Casi todo el tiempo que estuve en su habitación permaneció pasiva, sin reaccionar a los estímulos externos. Intentó hablar, pero sólo le salió un grito.

La doctora que se ocupaba de ella llegó mientras yo estaba en la habitación. Ya había hablado con ella un par de veces a lo largo del día. La doctora Maria Ruocco no tenía el menor interés en ocultarme ninguna información acerca de su paciente. Era una persona amabilísima que me aseguró querer ayudar a descubrir a quienquiera que le hubiese hecho aquello a la joven médica.

Intuí que Kate McTiernan debía de creer que aún estaba cautiva. Me pareció evidente que libraba una terrible lucha interna.

Nadie me disputaba el deber de velarla. Pensé que acaso dijese algo. Una frase o quizá una sola palabra podían constituir una pista importante que ayudase a capturar a Casanova.

—Ahora está a salvo, Kate —le susurraba yo de vez en cuando.

Aunque ella no parecía oírme, yo insistía en decírselo.

Hacia las nueve y media de aquella noche, una idea empezó a martillear en mi cabeza con no menor insistencia. El equipo médico asignado a Kate McTiernan ya había terminado su turno. Sin embargo, yo necesitaba hablar de mi idea con alguien. Llamé al FBI y los convencí para que me dejasen telefonear a la doctora Maria Ruocco a su casa, que estaba cerca de Raleigh.

—¿Sigue usted ahí en el hospital, Alex? —me preguntó la doctora Ruocco.

Me pareció más sorprendida que irritada por recibir aquella llamada nocturna. Ya habíamos hablado largo y tendido durante el día. Ambos habíamos pasado por el John Hopkins, y charlamos acerca de nuestra respectiva experiencia profesional. Dijo estar muy interesada en el caso Soneji y haber leído mi libro.

—Estaba sentado aquí, sin parar de darle vueltas a la cabeza, tratando de entrever cómo puede tener sometidas a sus víctimas… —le expliqué a Maria Ruocco—. Y me he dicho que acaso las drogue. He pedido a su laboratorio el resultado del análisis de Kate McTiernan. Le han encontrado marinol en la orina.

—¿Marinol? —exclamó la doctora Ruocco—. Hummm. ¿De dónde iba a sacar el marinol? Es una droga muy fuerte, sometida a un rigurosísimo control a todos los niveles. Aunque es una gran idea. El marinol es una sustancia idónea, si lo que él quiere es anular su voluntad.

—¿Y no podría explicar eso los episodios psicóticos que ha tenido hoy la paciente? —le pregunté—. Los temblores, las alucinaciones…

—Puede que tenga razón, Alex. Marinol… Dios mío… Tras dejar de administrarle marinol a un paciente, los efectos que produce son similares a los ataques más graves de delirium tremens. Pero ¿cómo iba a saber él tanto acerca del marinol y cómo utilizarlo? Dudo de que un profano pueda tener los conocimientos suficientes.

Yo me hacía la misma pregunta.

—¿Y si hubiese estado sometido a quimioterapia? Podría tratarse de un enfermo de cáncer. Acaso el marinol le haya producido algún tipo de… deformación… y esto sea una especie de venganza.

—Podría ser… médico o farmacéutico —aventuró la doctora Ruocco.

Yo también pensaba en esas posibilidades. Incluso podía ser un médico del hospital universitario.

—Verá… Creo que nuestra paciente predilecta no tardará en poder decirnos algo que nos conduzca a su secuestrador. ¿Existe algún medio para hacer que supere más rápidamente el síndrome de… abstinencia, por así decirlo?

—Estaré ahí dentro de veinte minutos —dijo Maria Ruocco—. A ver qué podemos hacer para librar a la pobre chica de esa pesadilla… Creo que a ambos nos interesa hablar con Kate McTiernan.