Tictac. El falómetro. Tictac. Ya estaba de nuevo en marcha su polvera de relojería.
Un joven abogado llamado Chris Chapin había llevado a casa una botella de Chardonnay de Beaulieu, y él y su prometida, Anna Miller, bebían en la cama aquel buen vino californiano, de cepa de raigambre francesa.
Por fin había llegado el fin de semana y la vida les sonreía de nuevo.
—Gracias a Dios ha terminado esta espantosa semana de trabajo —dijo el rubio abogado de 24 años.
Trabajaba en un prestigioso bufete que, sin ser el más importante ni permitirle comprarse un descapotable alemán, era un buen principio para su carrera.
—Sí, pero por desgracia el lunes he de presentar un escrito sobre unos contratos —se lamentó, con una mueca de contrariedad, Anna, que cursaba tercero de Derecho—. Además, es para el sádico de Stacklum.
—Esta noche, no, Anna «Banana». Stacklum que se vaya a hacer puñetas. Nosotros haremos otra cosa más entretenida.
—Gracias por traer el vino —dijo Anna con una radiante sonrisa que dejó ver su bonita dentadura.
Chris y Anna se llevaban de maravilla, según sus amigos y compañeros. Se complementaban muy bien. Tenían una visión del mundo muy parecida y, sobre todo, eran lo bastante hábiles para no tratar de cambiar al otro. Chris era un obseso de su trabajo. Anna no podía pasar sin ir a ver tiendas de antigüedades, por lo menos dos veces al mes. Se gastaba el dinero como si no tuviese que pensar en el mañana. Pues… muy bien.
—Creo que este vino necesita respirar un poco más —dijo Anna con una maliciosa sonrisa—. Hummm… Mientras esperamos… —añadió bajándose los tirantes de su sujetador de blonda blanca, comprado en el Victoria's Secret del centro comercial.
—Sí… Gracias a Dios llegó el fin de semana —suspiró Chris Chapín.
Se fundieron en un abrazo todoterreno, jugando a desnudarse mutuamente; besándose y acariciándose. Mientras hacían el amor, Anna Miller tuvo la extraña sensación de que había alguien más en el dormitorio, y se apartó de Chris.
¡Había alguien a los pies de la cama!
Llevaba una siniestra máscara con dragones rojos y amarillos pintados; grotescas figuras de feroz mirada en actitud de combate.
—¿Quién es usted? —exclamó Chris aterrado, a la vez que inclinaba el cuerpo sobre el borde de la cama y sacaba el bate de béisbol que tenían debajo—. ¿Qué hace aquí?
El intruso rugió como un animal herido.
—Aquí está mi respuesta —dijo Casanova, que levantó el brazo derecho empuñando una Luger.
Hizo un disparo que alcanzó de pleno en la frente a Chris Chapín. El desnudo cuerpo del joven abogado se estampó en la cabecera. El bate de béisbol cayó al suelo.
Casanova se movió con rapidez. Sacó otra pistola y le disparó a Anna al pecho una descarga paralizante.
—Lo siento —musitó mientras la bajaba de la cama—. Lo siento. Pero te prometo que te compensaré.
Anna Miller sería el siguiente gran amor de Casanova.