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Llamé inmediatamente a la periodista que firmaba los artículos sobre el diario del asesino. Beth Lieberman estaba en aquellos momentos en la redacción y se puso al teléfono sin demora.

—Soy el inspector de policía Alex Cross. La llamo acerca de los asesinatos de Casanova en Carolina del Norte —le dije, bastante nervioso por tener que explicarle mi atípica situación oficial y personal respecto del caso.

—Sé muy bien quién es usted, doctor Cross —me atajó Beth Lieberman—. Escribe un libro acerca de esto. Yo también. Y, por razones obvias, no creo que tenga nada que decirle. Mi agente literaria negocia ya la publicación con editores de Nueva York.

—¿Que escribo un libro? ¿Quién le ha dicho eso? No escribo ningún libro —desmentí, sin lograr disimular del todo mi crispación—. Investigo la serie de secuestros y asesinatos que se están produciendo en Carolina del Norte.

—No es eso lo que me ha asegurado el jefe de la brigada de homicidios de Washington, doctor Cross. Lo llamé al leer que tenía usted relación con el caso.

«El jefe ataca de nuevo», pensé. Mi antiguo jefe de la brigada de homicidios de Washington era un verdadero imbécil que no figuraba entre los miembros de mi club de fans.

—Escribí un libro sobre Gary Soneji —le dije a la periodista—. Lo publiqué… después de resolver el caso. Créame, yo no…

—Lo siento, pero no estoy para historias —replicó Beth Lieberman, que me colgó el teléfono sin darme opción a decir nada más.

—¡Será zorra! —musité.

Volví a marcar el número de la periodista y se puso una secretaria.

—Beth Lieberman ha salido y ya no volverá en todo el día —me dijo en tono impertinente.

—Ha debido de salir en los diez segundos que he tardado en volver a marcar, después de que… se interrumpiese la comunicación —repliqué un poco sulfurado—. Por favor, dígale a Beth Lieberman que vuelva a ponerse al teléfono. Sé que está ahí.

Pero la secretaria también me colgó.

—¡Y tú también eres una zorra! —le espeté al teléfono—. ¡Que os zurzan!

En dos de las ciudades relacionadas con el caso se me negaba toda cooperación. Lo que más me sublevaba era el presentimiento de tener una pista. ¿Podía haber alguna extraña conexión entre Casanova y el asesino de California? ¿Cómo llegó a conocer a Naomi el Caballero? ¿Me conocería también a mí?

Era sólo una corazonada, pero demasiado fuerte para desecharla. Entonces llamé al jefe de redacción de Los Ángeles Times. Resultó ser una persona más accesible que su periodista. El subjefe de redacción tenía voz de persona diligente y agradable.

Le dije quién era, que participé en la investigación del caso Soneji y que tenía información importante sobre el caso del Caballero. O sea, casi toda la verdad.

—Se lo comunicaré al señor Hills —me dijo el subjefe de redacción, como si se alegrase de oírme.

Pensé que tener un ayudante como él debía de ser una delicia. El jefe de redacción no tardó en ponerse al teléfono.

—¡Hombre…! Alex Cross. Soy Dan Hills —me saludó—. Lo recuerdo muy bien por lo del caso Soneji. Me alegra que me haya llamado, sobre todo si he entendido bien que tiene usted algo acerca de ese tremendo caso.

Mientras hablaba con Dan Hills, lo imaginé como un hombre alto y fornido de 45 a 50 años. Un tipo bastante duro pero, al mismo tiempo, con el característico desenfado de los californianos, con una camisa remangada hasta los codos y corbata pintada a mano. Me dijo que lo llamase Dan y me dio la impresión de ser un buen tipo. Además, tenía la vaga idea de que había ganado algún premio Pulitzer.

Le hablé de Naomi y de mi relación con el caso de Carolina del Norte. También le comenté la referencia a Naomi en el «diario» del Caballero que publicaba el periódico californiano.

—Lamento la desaparición de su sobrina —me dijo Dan Hills—. Imagino lo que debe de estar pasando usted.

Por un momento, temí que Dan Hills se limitase a mostrarse correcto y diplomático conmigo.

—Beth Lieberman es una buena periodista —prosiguió—. Es dura, pero buena profesional. Este caso es, periodísticamente, muy importante para ella, y para nosotros también.

—Escuche —lo atajé—. Naomi me escribía una carta casi todas las semanas cuando estaba en la facultad. Las conservo todas. Ayudé a criarla. Tenemos una relación muy estrecha. Y significa mucho para mí.

—Lo entiendo. Y veré lo que puedo hacer, aunque no le prometo nada.

Fiel a su palabra, Dan Hills me llamó a la oficina del FBI al cabo de una hora.

—Bien… Hemos tenido una reunión —me anunció—. He hablado con Beth. Y como puede imaginar, esto nos pone a los dos en una situación delicada.

—Lo comprendo —dije, preparándome a encajar el golpe, aunque fuese con guante de terciopelo.

Pero no fueron por ahí los tiros.

—En las versiones literales del «diario» que el Caballero le envía a Beth se menciona a Casanova. Da la impresión de que ambos están en contacto, y de que incluso celebran sus mutuos éxitos. Como si fuesen amigos. Parece que, por alguna extraña razón, se comunican.

¡Bingo!

Los monstruos estaban en contacto.

Ahora comprendía tanto secretismo por parte del FBI. Temía que, si trascendía que dos asesinos en serie actuaban de costa a costa, cundiese el pánico en el país.