Ya estaba de nuevo en el sur, para reanudar la investigación sobre aquel repugnante caso de secuestros y horribles asesinatos.
Sampson tenía razón. Yo había hecho del caso algo personal. Además, era un caso «imposible», uno de aquellos casos que podían quedar sin resolver durante años.
Y no es que no se hiciese nada. Al contrario: once sospechosos se hallaban bajo vigilancia en Durham, Chapel Hill y Raleigh. Había entre ellos pervertidos de todas clases, pero también profesores, médicos e incluso un ex policía de Raleigh. Dada la «perfección» de los crímenes, los agentes de la policía local de los tres condados habían sido investigados por el FBI.
Me desentendí de ese grupo de sospechosos. Yo debía indagar donde nadie lo hacía. Ése era mi trato con Kyle Craig y los federales. Había leído centenares de detallados informes del FBI sobre los casos más graves y recientes: homosexuales asesinados en Austin, en el estado de Texas; ancianas en Michigan, y asesinos en serie en Chicago, North Palm Beach, Long Island, Oakland y Berkeley.
Se me irritaron los ojos de tanto leer informes. Y se me revolvió el estómago.
Había un horrible caso que acaparaba titulares de prensa a nivel nacional: el Caballero de la Muerte, en Los Ángeles. También me hice con sus «diarios». Los venía publicando Los Ángeles Times desde principios de año. Me quedé sin aliento al leer la penúltima «entrada» del diario. No podía dar crédito a lo que acababa de ver en la pantalla del ordenador.
Volví a pasar por la pantalla la historia y aquella penúltima entrada. La releí varias veces, palabra por palabra. Se refería a una joven secuestrada por el Caballero en California. La joven se llamaba Naomi C. Su ocupación: estudiante de segundo curso de Derecho. Descripción: negra, muy atractiva, 22 años.
Naomi tenía 22 años… y estudiaba segundo curso de Derecho…
¿Cómo podía aquel salvaje y pervertido asesino de Los Ángeles conocer a Naomi Cross?