A última hora de la tarde, se había congregado una treintena de personas en mi casa de la calle Cinco, entre amigos y parientes.
El tema de conversación era la investigación que se llevaba a cabo en Carolina del Norte. Era natural, aunque todos supiesen perfectamente que, de haber buenas noticias, yo se lo habría dicho de inmediato. Les insinué que, sin embargo, teníamos ciertas pistas esperanzadoras. Era mentira. Sin embargo, era lo único que podía hacer por ellos, de momento.
Al cabo de un rato, Sampson y yo hicimos un aparte en el porche, después de habernos atiborrado de filetes y de cerveza. Sampson necesitaba que le contase algo y yo hablar con mi colega y amigo. Lo puse al corriente de lo sucedido hasta entonces en Carolina del Norte. Sampson había trabajado conmigo en otros casos en los que no había apenas pistas, y sabía lo difícil que era.
—De entrada, se me cerraron en banda. Ni siquiera querían escucharme. Pero en los últimos días, las cosas han mejorado —le dije—. Los detectives Ruskin y Sikes me tienen informado, sobre todo Ruskin. A veces, incluso trata de colaborar. También trabaja en el caso Kyle Craig. Pero los del FBI siguen sin querer proporcionarme información.
—¿Cómo lo ves tú, Alex? —me preguntó Sampson.
—Quizá alguna de las secuestradas tenga relación con alguna personalidad. Quizá el número de víctimas sea muy superior al que reconocen oficialmente. Acaso el asesino esté relacionado con alguien influyente.
—No creo que debas volver al sur —me aconsejó Sampson después de oír los detalles—. Parece que ya tienen bastantes «profesionales» trabajando en el caso.
—Me parece que Casanova disfruta desconcertándonos con sus crímenes «perfectos». Creo que le encanta que yo me sienta desconcertado y frustrado. Y hay algo más, pero no acabo de ver de qué se trata. Parece ser que ahora está especialmente excitado.
—Hummm. A lo mejor tú también estás especialmente… excitado. No vuelvas a hacer de un caso algo personal; a convertirlo en una venganza, Alex. No juegues a Sherlock Holmes con ese loco.
No repliqué. Me limité a menear la cabeza.
—¿Y si no lo atrapas? —dijo Sampson—. ¿Y si no puedes resolver este caso? Piénsalo.
Pero… ésa era precisamente la única posibilidad que yo descartaba.