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La tarde siguiente fui a los jardines Sarah Duke, donde seis días antes secuestraron a Naomi.

Necesitaba ir allí, ver el lugar, pensar en mi sobrina, desahogar mi aflicción a solas.

Los jardines, adyacentes al Centro Médico de la Universidad Duke, ocupaban más de veinticinco hectáreas y estaban primorosamente cuidados. Setos, arriates y frondas formaban preciosas retículas rebosantes de flores y de verdor. Había literalmente kilómetros de paseos.

Casanova no podía haber elegido mejor lugar para el secuestro. Lo había hecho todo muy a conciencia. Todo perfecto, hasta el momento. ¿Cómo era posible?

Hablé con varios empleados de la administración y con algunos estudiantes que estaban allí el día que desapareció Naomi.

Los pintorescos jardines estaban abiertos desde primera hora de la mañana hasta que oscurecía. A Naomi la vieron por última vez hacia las cuatro de la tarde. Casanova la secuestró a plena luz del día. No acertaba a imaginar cómo podía haberlo hecho. Tampoco parecían saberlo la policía de Durham ni el FBI.

Merodeé por los jardines durante casi dos horas. Me sublevaba pensar que hubiesen secuestrado a Chispa allí mismo.

El lugar llamado «The Terraces» era uno de los rincones más bonitos. Los visitantes podían acceder a él a través de una pérgola cubierta de wistaria. Unos bonitos escalones de madera conducían hacia un estanque de forma irregular, rodeado de parterres de piedra, que rebosaban de tulipanes, azaleas, camelias, lirios y peonías.

Intuí que aquel lugar debía de encantarle a Chispa.

Me arrodillé junto a unos tulipanes rojos y amarillos. Yo llevaba un traje gris y camisa blanca, con el cuello desabrochado. La tierra estaba húmeda y esponjosa y me manché los bajos de los pantalones. No pude contener el llanto al pensar en Chispa.