La doctora Kate McTiernan dormía. Se despertaba. Dormía un poco más. Había optado por tomarlo a broma. Se llamaba a sí misma «marmota». Desde que ingresó en la Facultad de Medicina no había logrado dormir de un tirón.
Ahora tenía la cabeza más clara, pero había perdido la noción del tiempo. No sabía si era de día o de noche.
Su raptor, quienquiera que fuese el muy cabrón, había estado allí mientras ella dormía. La sola idea la ponía enferma. Había una nota en la mesilla de noche, colocada de modo que la pudiese ver.
Estaba escrita a mano. Se echó a temblar al leer su nombre en el encabezamiento:
Querida doctora Kate:
Deseo que leas esto para que me entiendas mejor y, también, para ponerte al corriente de cuáles son las normas de la casa. Ésta es probablemente la carta más importante que vayas a recibir nunca. De modo que léela con atención. Y, por favor, tómatela muy en serio.
No. No estoy loco. Muy al contrario. Aplica tu gran inteligencia a analizar la situación partiendo de la base de que estoy cuerdo. Sé exactamente lo que quiero. La mayoría de las personas no saben lo que quieren.
¿Lo sabes tú, Kate? Ya hablaremos de ello más tarde. Es un tema interesante que merece tratarse a fondo. ¿Sabes tú lo que quieres? ¿Lo estás consiguiendo? ¿Por qué no? ¿Por el bien de la sociedad? ¿Qué sociedad? ¿De quién es la vida que vivimos?
No pretendo que te sientas feliz aquí, de modo que no te dedicaré falsas palabras de bienvenida. Nada de cestita con fruta fresca y botella de champán. Sin embargo, como pronto verás, o acaso ya hayas visto, he intentado hacerte la estancia lo más cómoda posible, lo que nos conduce a un punto importante, acaso el más importante de este primer intento de comunicación entre nosotros.
Tu estancia aquí será temporal. Saldrás… si… (un SI con mayúsculas), si prestas atención a lo que te digo. Pon atención, Kate.
¿Me escuchas? Por favor, escúchame, Kate. Desecha de ti la justificada ira. No estoy loco ni he perdido el control.
Ahí está precisamente el quid: ¡controlo perfectamente la situación! ¿Ves la diferencia? Por supuesto que la ves. Sé que eres muy inteligente. Premio Nacional al Mérito Escolar y todo eso…
Es importante que sepas que eres alguien muy especial para mí. Por eso no corres aquí ningún peligro. Y ésa es la razón de que, en su momento, salgas de aquí.
Te he elegido entre miles de mujeres para mí, por así decirlo. Imagino que debes de estar diciéndote «¡Qué afortunada soy!». Sé lo sarcástica que puedes ser. También sé que tus humoradas te han creado muchos problemas. Empiezo a conocerte mejor de lo que nadie te haya conocido nunca. Casi tan bien como puedas conocerte tú.
Ahora vayamos a lo negativo. Y ten en cuenta, Kate, que los siguientes puntos son tan importantes como cualquiera de los aspectos positivos que te expongo más arriba.
Éstas son las reglas de la casa que deben ser estrictamente observadas:
Ya sé que quieres saber más, que desearías saberlo todo en seguida. Pero no funciona así. No te molestes en intentar adivinar dónde estás. No lo adivinarías y no conseguirías más que calentarte la cabeza.
Eso es todo, de momento, más que suficiente para darte en qué pensar. Aquí estás totalmente segura. Te amo más de lo que puedas imaginar. Estoy muy impaciente porque quiero hablar contigo, hablar de verdad.
Casanova
«¡Tú estás loco de remate!», pensó Kate McTiernan mientras paseaba de un lado a otro de la estancia, de 3,5 x 4,5 m. Sentía claustrofobia en tan reducido espacio. Era su infierno en la tierra.
Tenía la sensación de flotar, como si un fluido viscoso y caliente fluyese por su interior. Incluso se preguntaba si habría sufrido alguna lesión cerebral durante su forcejeo con el agresor.
Sólo pensaba en una cosa: en fugarse.
Empezó a estudiar la situación desde todos los ángulos imaginables. Le dio la vuelta a los convencionalismos, y los analizó en sus menores detalles.
Había sólo una gruesa puerta de madera de doble cerradura.
Sólo se podía salir de allí a través de aquella puerta.
¡No! Ésa era la deducción convencional. Tenía que haber otro medio.
Recordó un problema-acertijo que plantearon en un curso de lógica elemental que había seguido. Se disponían diez cerillas como números romanos en forma de ecuación matemática.
XI + I = X
El problema estribaba en cómo corregir la ecuación sin tocar ninguna de las cerillas. Sin añadir ni quitar ninguna de las cerillas.
No parecía nada fácil.
No tenía solución aparente.
Muchos estudiantes no supieron solucionar el problema, pero ella lo resolvió con relativa rapidez. La respuesta la tenía delante de los ojos. Solucionó el problema invirtiendo lo convencional. Le dio la vuelta a la hoja, poniéndola cabeza abajo.
X = I + IX
Pero no podía poner aquella prisión cabeza abajo. ¿O sí? Kate McTiernan examinó las tablas del suelo y los paneles de la pared. La madera olía a nueva. Acaso fuese un constructor, un contratista o un arquitecto.
No había salida.
No había solución aparente.
Pero no podía ni quería aceptar esa respuesta.
Pensó en la posibilidad de seducirlo… si lograba armarse de valor para ello. No. Aquel individuo era demasiado listo. Lo notaría. Peor aún, ella lo notaría.
Tenía que haber algún medio. Lo encontraría.
Kate miró la nota que le había dejado en la mesita de noche.
Nunca debes tratar de escapar… o serás ejecutada a las pocas horas.