EL POLO ANTÁRTICO
La audacia, la perseverancia, la inteligencia del jefe de la expedición habían logrado triunfar. La, al parecer, insensata tentativa de llegar al extremo límite del mundo austral, atravesando en velocípedos aquel continente, se había visto coronada por el éxito, mientras que fracasaron las que en épocas anteriores intentaron realizar Weddel, Foster, Biscoé, Dumont d’Urville, Wilkes, Ballenry y Ross, empleando buques en la marcha hacia el Polo.
Ya no era el Polo Sur un punto misterioso, impenetrable, para la expedición americana. Aquella región, tan ávidamente buscada y soñada por sabios y navegantes se ofrecía con toda su imponente majestad ante los ojos de los tres velocipedistas.
Pasado el primer momento de entusiasmo se dirigieron a la margen del gran campo de hielo y miraron curiosamente aquella región desconocida, a la cual no habían de volver a ver, como si quisieran grabarla en su mente con todos sus detalles para que no se les borrara jamás.
Aquel mar, que estaba perfectamente libre, parecía tener una gran extensión, pues sus orillas, formadas por grandes bancos de hielo, se perdían hacia el Este y Oeste y no se lograba distinguir las opuestas. En medio, una alta montaña, que debía de ser inaccesible, pues casi estaban sus vertientes cortadas a pico, elevaba su cima a cuatro mil pies. Los hielos y las nieves la revestían; pero acá y allá mostraba espacios descubiertos, formados de rocas rojizas que parecían de naturaleza volcánica.
Sobre aquel mar, un número infinito de pingüinos, de diomedas fuliginosas, de micrapterus cinerus, de megalestris anctárticas volaban y se deslizaban por las aguas, mientras en los bancos de la orilla centenares de focas se calentaban a los tibios rayos del sol, y a lo lejos retozaban algunos osos semejantes al que acometió a Peruschi. Ninguna de aquellas aves pareció asustarse de la presencia de los exploradores. Los pingüinos llegaban hasta ellos jugueteando y los miraban con curiosidad, y los volátiles revoloteaban en grandes bandadas sobre sus cabezas, saludándoles con alegres gritos, y aun se paraban junto a los tres amigos sin manifestar el menor temor. Hasta las focas los miraban plácidamente y seguían dormitando con descuido.
—¡Qué tranquilidad demuestran estos animales! —exclamó Blunt—. Sin duda, no han visto jamás al hombre ni oído disparos de armas de fuego.
—Somos los primeros en llegar aquí —dijo Wilkye—, en pisar este suelo. ¡Ah, amigos míos! ¡Qué alegre estoy por este descubrimiento que los historiadores y geógrafos trasmitirán a las generaciones venideras! ¡El Polo Austral no es ya una incógnita!
—Pero este mar, ¿no habrá permitido a Linderman llegar hasta aquí?
—No —dijo Wilkye—. Este es un mar interior, encerrado en el corazón del continente; estoy seguro de ello. Ningún buque, a menos que estuviera provisto de alas o de ruedas, llegará jamás aquí.
—¡Qué golpe para el inglés, cuando sepa que nosotros hemos llegado!
—Si es que lo volvemos a ver; temo por ellos.
—¿El qué?
—No lo sé; pero tengo siniestros presentimientos y será prudente apresurar nuestro regreso, amigos míos.
—¿No nos detendremos aquí, entre tanta abundancia?
—Un retardo de pocos días puede sernos fatal, Peruschi. El verano está muy avanzado; el invierno llegará muy pronto, y el camino para llegar a la costa es largo. Es necesario apresurar nuestra partida, porque estoy impaciente por encontrar a Bisby y a los marineros. Para llegar aquí hemos empleado un tiempo superior al cálculo que hice para las provisiones, y lo emplearemos aún mayor en la vuelta, ahora que no tenemos la máquina de petróleo. Yo, amigos míos, quisiera también permanecer aquí algunas semanas para hacer múltiples observaciones y tomar los datos polares que la ciencia espera de los exploradores; pero una detención prolongada implicaría, de seguro, nuestra pérdida.
—Permítanos que antes de marcharnos celebremos un banquete en el Polo Austral. Hay aquí tanta caza que sería una lástima desaprovecharla.
—Os concedo veinticuatro horas de descanso. Entretanto que yo hago un croquis de esta región, id vosotros a cazar.
—No emplearemos mucho tiemplo: aquí basta abrir la mano para retorcer el pescuezo a los volátiles. ¡Vamos, Blunt!
Mientras Wilkye hacía un diseño de aquella costa, del mar y de la alta montaña, los dos velocipedistas se lanzaron a través del banco y la emprendieron a tiros con las focas y las aves.
Media hora después volvían llevando consigo tres hígados de foca y media docena de ocas, cuya carne, aunque negra, es muy estimada. La pequeña lámpara fue encendida al punto y los hígados puestos a asar. Añadieron una sustanciosa sopa de oca, empleando en ella las últimas galletas que les quedaban, y vaciaron una botella de whisky que el americano había conservado religiosamente para bebería en el Polo.
Aquella comida improvisada en el extremo límite del hemisferio austral, en las orillas de aquel mar perdido en desiertas regiones, fue, sin embargo, alegre. Los tres exploradores brindaron muchas veces por la lejana patria, por los amigos a quienes habían dejado en los bancos de hielo y por el Polo.
—¡Cuántos hombres de ciencia y cuántos exploradores nos envidiarían por esta comida hecha aquí! —dijo Peruschi.
—Y hasta infinidad de turistas —añadió Wilkye—. Nosotros, amigos míos, nos encontramos en una posición tan magnífica que constituiría el orgullo de cualquier persona. Además os he de advertir que, aunque hemos comido los tres en compañía, nos separa una gran distancia, equivalente a muchas horas de marcha.
—¿Cómo puede ser eso? —preguntó Peruschi.
—Porque cada uno de nosotros está sentado sobre diferente meridiano. Los mejores relojes serían aquí inútiles, porque cada uno marcaría hora distinta, puesto que todos los meridianos se unen en el Polo. Mientras mi cronómetro señala las dos de la tarde, el tuyo debe marcar las tres, Blunt, y las cuatro el de Peruschi.
—¡Tiene razón! —dijo Blunt.
—Otra particularidad: hemos comido en un punto del globo que no tiene Norte, ni Este, ni Oeste sino solamente Sur. ¿Sabríais indicarme desde aquí los puntos cardinales?
—No, señor —dijo Peruschi—. Aquí no hay más que Sur. La cosa es curiosa, pero verdadera.
—¿Han sido muchos los exploradores que han intentado descubrir el Polo Austral? —preguntó Blunt.
—Muchos; pero ninguno pasó del 78° 9’ 9” de latitud. El holandés Gheritk, en 1600, llegó empujado hacia el Sur por las tempestades y las corrientes, y descubrió la tierra de Nueva Shetland, anunciando al mundo la existencia de tierras más allá del 64° de latitud.
»En 1772, el teniente Kerguelen, de la Marina francesa, partió para las regiones australes y descubrió la isla que lleva su nombre. Creyendo haber descubierto el continente polar, renovó la tentativa en 1773, pero los hielos le obligaron a volverse.
»El 7 de enero de 1773, el famoso navegante Cook, siguiendo el 38° meridiano, llegó al 67° 30’ de latitud, y al año siguiente, al 71° 15’; pero el escorbuto que se presentó en su tripulación, y además la barrera de hielo, le obligaron a interrumpir la tentativa. En aquel mismo año, Kesnerat desembarcaba en Kerguelen y tomaba posesión de aquella tierra en nombre del rey de Francia.
»La afirmación de Cook de que en aquellas regiones se extendía un gran continente dio nuevo impulso a las exploraciones antárticas.
»Abraham Bristol, en 1806, descubrió las islas Aukland, vasto archipiélago con muy buenos puertos, pero árido y muy frío. En 1807, Federico Marlebourg, siguiendo las huellas de Bristol, descubrió la isla Campbell, situada al Sur de la Aukland.
»En 1819, el ruso Billinghausen llegó hasta el 70° de latitud y descubrió dos islas, a las cuales llamó Alejandro I y Pedro I. En 1820, el inglés Brunsfield fue arrojado por los hielos al 65° de latitud.
»En 1820, el americano Mowel llegó al 70° 14’ de latitud y aseguró haber descubierto el mar libre; pero pocos le dieron crédito, y con razón, toda vez que el Polo está rodeado por un continente en el cual no pueden penetrar los buques.
»En 1822, Palmer, cazador de focas, descubrió la costa que lleva su nombre, y en 1825, Powel descubrió las Orcadas Australes; pero los hielos le detuvieron en el 62° de latitud. En el mismo año otro pescador de focas, el inglés Weddell, visitó las Orcadas, la Nueva Shetland, la Tierra de Sandvik, descubierta ya por Cook, y avanzó por los hielos hasta el 74° 15’ de latitud y el 34° 71’ de longitud. El invierno le obligó a retroceder, después de haber descubierto otras dos islas, las de Denin y Marsereen; pero estas no las ha visto nadie después, por lo cual se supone que tomó dos enormes montañas de hielo por dos islas.
»El inglés Póster, en 1829, después de haber descubierto la isla Deception, tomó posesión de las tierras australes a 63° 21’ de latitud y 66° 27’ de longitud.
»Biscoe, en el bric Tuba, descubrió en enero de 1831 la tierra de Enderley, entre el 60° y el 70° de latitud; visitó la isla Adelaida, y en 1833 llegó a una costa, a la cual llamó Tierra de Graham.
»El inglés Balleny zarpó para las regiones australes en 1839; descubrió las cinco islas que llevan su nombre, siguió la tierra Sabrina y, avanzando más aún, se encontró cerrado el camino por unos montes que él creyó de hielo y que más tarde Dumont d’Urville reconoció que eran montañas del continente polar, situadas en la costa Ciarle.
»En época más reciente, el inglés Wilkes y el francés Dumont d’Urville intentaron llegar al continente austral.
»Este último, que partió en 1838 con las corbetas Zeleé y Astrolabe para buscar el mar libre descubierto por Weddell, se halló detenido ante un enorme bastión de hielo; costeándolo, llegó a las Orcadas, rodeadas entonces de inmensas montañas de hielo, y luego se dirigió al Sur, corriendo el peligro, durante tres largos días, de estrellar sus buques contra los icebergs, hasta que al fin descubrió una costa, a la cual llamó Tierra de Luis Felipe y Joinville y muchas islas.
»Por haber enfermado gran parte de su tripulación retrocedió al Norte; pero al año siguiente renovó su tentativa en un punto diametralmente opuesto; descubrió una costa, y sus oficiales, en una chalupa, traspasaron la barrera de hielo que la rodeaba y desembarcados, desplegaron en aquella tierra su bandera nacional. A la región descubierta le dieron el nombre de Tierra Adelia.
»Obligado a navegar hacia el Norte en el 130° meridiano vio otra costa, a la cual llamó Tierra Clara; pero no pudo llegar a ella, y los oficiales que lo intentaron en una chalupa retrocedieron, suponiéndola un banco de hielo.
»Entretanto Wilkes, que partió de Australia, llegó al 68° de latitud después de un rápido viaje, luego al 64°, y desembarcó en la Tierra Clara, cuya existencia confirmó entonces.
»Habiendo sufrido averías uno de sus buques, lo mandó a Australia, y con el Porpoise y el Vincennes continuó las exploraciones. Al 147° de longitud encontró un mar libre de hielos; avanzó hasta el 67°, entre dos tierras que parecían formar un profundo golfo, y llegó a la Tierra Adelia.
»Asaltado por tremendas borrascas de nieve, se refugió en un canal, después descubrió el cabo Caer de la Tierra Clara y marchó luego en busca de la Tierra d’Enderley; pero la estación estaba muy avanzada y se vio obligado a retroceder.
»Llegamos a Clarke Ross, que fue el último de los exploradores del Polo Austral y el más afortunado de todos, pues se acercó al Polo más que ninguno de ellos.
—Sin descubrirlo, por supuesto —objetó Peruschi, que le escuchaba atentamente.
—Sin descubrirlo —repuso Wilkye—. Sólo llegó a seiscientas millas de él, lo cual, como veis, es muy corta distancia.
»Este audaz navegante, que después había de distinguirse en el Polo Norte, partió de la tierra de Wan Diemen con los buques Erebus y Terror, después de haber obtenido una carta geográfica de la región austral, hecha por Wilkes. El 11 de febrero de 1841 descubría una costa montuosa que llamó Tierra Victoria, desembarcando en un islote, al cual puso el nombre de Posesión.
»No hallando vestigios de vegetación bajó al Sur, y a 78° 7’ de latitud y 168° 12’ de longitud descubría la isla Franklin, y luego el volcán Erebo, de 4000 metros de altitud y en plena actividad. Después vio el volcán Terror, ya extinguido, y, por último, se vio detenido ante una inmensa barrera de hielo, cuando esperaba llegar al 80° de latitud.
»Buscó un lugar adecuado para invernar, a 78° 4’ de latitud, a fin de poder llegar al Polo magnético, del que sólo le separaban 90 kilómetros; pero se vio obligado a retroceder al Norte. Buscó entonces una tierra que Wilkes decía haber visto, pero no la encontró, y después de cinco meses de ausencia volvió a Wan Diemen.
»Vuelto a partir en enero de 1842, estuvo bloqueado durante tres semanas por los hielos errantes, y luego, libertado por una terrible tempestad, pudo llegar al 78° 9’ 30” de latitud, o sea al punto más cercano al Polo tocado hasta entonces. El 5 de abril regresaba al Norte e invernaba en Falkland. Más tarde, siguiendo el 55° de longitud, descubría la Tierra de Joinville por el lado Norte, y luego una montaña, a la cual llamó Etna por su parecido con el volcán siciliano, y comprobó que la pretendida Tierra de Joinville no era más que una isla.
»Luego descubrió la isla del Peligro y la de Cookburn, hasta que, en el 71° 30’ de latitud, asaltado por los hielos, se vio obligado a huir, y el 4 de septiembre anclaba en la bahía de Folkestone. Ahora, amigos míos, bebed el último vaso y procuremos descansar, pues mañana partiremos para la costa.