PERSEGUIDO
CASA RURAL. ALREDEDORES DE LUGO
Vlad Cucoara tardó semanas en recuperarse de las heridas. Los cortes eran profundos. Blanca era una mujer corpulenta, y la rabia puede potenciar la fuerza de forma insospechada.
Dimitri, su socio, pagó generosamente los servicios del médico que le había conseguido don José, y que se limitó a sanar los tajos y los hematomas sin hacer preguntas, y a darle cobijo en aquella casa rural de las afueras de Lugo mientras recuperaba fuerzas. Pero ahora venía lo peor: tenía que salir del país evitando los controles policiales. Nada de tren ni avión. Utilizaría el mar. Dimitri tenía razón.
—No, Vlad, olvídate del aeropuerto. Don José tiene muchos amigos en la comandancia y en la comisaría que le deben muchos favores, y muchos polvos, y me han advertido de que tu foto ya está circulando. Te busca la mitad de la policía española.
—Cabrones.
—Cabrones los malos. Los buenos policías, nuestros amigos, son los que me han dado el aviso, así que no te quejes.
—¿Y qué hago ahora?
—No te preocupes. Lo tengo todo pensado. Del puerto de Vigo salen muchos barcos mercantes hacia el mar Negro, con escala en el puerto de Constanza. Ya te he conseguido sitio en el próximo, solo tenemos que llegar hasta la costa. Te he traído algo de ropa y una peluca, y la barba que te has dejado estas semanas ayudará a que no te reconozcan si nos encontramos algún control.
—No. No voy a marcharme de este país de mierda sin encontrar antes a Blanca. La voy a matar. ¿Has visto cómo me ha dejado?
—Tranquilo, ya me he ocupado de eso. He estado en Ferrol y he hablado con Antonio y con el Alemán, son enemigos desde hace años de Granda. Harán correr la voz en sus clubs de que hay una recompensa para quien nos entregue a Blanca. También he dado indicaciones a los de Extranjería amigos de José para que hagan circular su orden de expulsión inmediata. En cuanto la paren en cualquier estación de autobús o la localicen en cualquier burdel, será inmediatamente repatriada a Rumanía… Ellos nos la traerán a casa.
Vlad Cucoara sonrió por primera vez en mucho tiempo. Una guerra, aunque fuese entre clubs, siempre implica grandes posibilidades de negocio para los oportunistas, y él estaba dispuesto a sacar tajada de aquel enfrentamiento. En cuanto las prostitutas legales saliesen huyendo de los burdeles en conflicto, crecería la demanda de chicas para atender la lujuria de los clientes españoles. Y sus rumanas, polacas, búlgaras o ucranianas se convertirían en una mercancía aún mejor valorada. Pero sobre todo le gustaba la idea de que la policía española le sirviese en bandeja su venganza de la rumana.
Mientras recogía sus cosas y se preparaba para la travesía hacia Constanza, se regocijó imaginando todas las formas de causar dolor que podría experimentar con aquella maldita puta que le había desfigurado la cara…