DONDE NUNCA PASA NADA
HOTEL LOS OLMOS, LUGO
Tras seguir el BMW de don José de nuevo hasta el Erotic, y una vez más hasta el piso de la agencia Princesa, el capitán Gonzalo permaneció vigilando el edificio hasta que comenzó a amanecer. Solo cuando se convenció de que la joven colombiana no volvería a salir, decidió regresar junto a la agente Luca. Sin duda estaría preocupada por el paradero de su amiga, pero había llegado el momento de terminar con aquella locura.
Golpeó con los nudillos la puerta de la habitación del hotel suavemente, para no llamar la atención del resto de los inquilinos. Cuando la joven guardia abrió, su rostro reflejaba de forma inequívoca el cansancio. Ella tampoco había pegado ojo en toda la noche.
—Capitán, estaba preocupada…
—Tranquila, sé dónde está tu fuente: es un piso del centro de la ciudad, supongo que una agencia de prostitución clandestina. No te angusties, está bien. El tipo del Reinas regresó al club para recoger sus cosas y ella continúa aún en el piso.
—Gracias a Dios, me temía lo peor. Por favor, pase. Y perdone el desorden.
La agente Luca había convertido aquella habitación de hotel en una base táctica de operaciones. La mesa, colocada junto a la ventana, aparecía repleta de papeles, planos y post-its con pistas y anotaciones. Sobre un trípode, una cámara enfocaba permanentemente al aparcamiento del club. Y sobre las puertas del armario, un par de grandes cartulinas pegadas con celo a la madera desplegaban sendos pósters con fotografías de todos los implicados, unidos entre ellos por trazos de colores. Allí estaban las conclusiones de su investigación, con las conexiones entre proxenetas, empresarios, políticos y policías, que habían convertido «la ciudad donde nunca pasa nada» en su propio feudo.
—Ingenioso sistema —dijo el Capitán con admiración señalando las cartulinas—. Si tienes que salir de la habitación, basta con que las enrolles y las guardes en el armario para que las limpiadoras no sepan lo que estabas haciendo aquí realmente.
—¿Estaba?
—Sí, estabas. Cuando ayer te dije que se acabó, no bromeaba. Recoge tus cosas, nos volvemos a Madrid.
Por un instante, la joven policía estuvo a punto de soltar un improperio poco elegante en labios de una agente a su oficial, pero estaba demasiado cansada para discutir. Aunque no lo suficientemente agotada como para rendirse.
—No, Capitán. No quiero pelearme con usted, pero yo no me voy a ningún lado. Lo que está ocurriendo aquí es demasiado grave, y estoy muy cerca del final. No voy a abandonar a esas chicas ahora. —No la mencionó por su nombre, pero su amiga Claudia seguía en el centro de aquella misión: no estaba dispuesta a rendirse.
El capitán Gonzalo la miró con profunda admiración. La obstinación y tenacidad de su agente eran increíbles. Sin apoyo, sin recursos, había conseguido encajar las piezas de un puzle extremadamente complejo y peligroso y aun ahora, agotada, continuaba negándose a dar su brazo a torcer.
—Ven, por favor, siéntate —dijo el Capitán tomando a la joven de la mano y conduciéndola hacia la cama. Él cogió la silla del escritorio y se sentó frente a ella—. Entiendo cómo te sientes. Desde el caso de la chica descuartizada en Boadilla estás empeñada en conseguir algo para lo que nosotros no estamos capacitados. Nosotros no hacemos las leyes, Luca, solo perseguimos a quienes se las saltan.
—Lo sé, pero…
—Déjame terminar. Sé que para ti es duro, pero chicas como tus amigas la rumana y la colombiana hay cientos de miles en España. No puedes cambiar nada.
—Pero Blanca…
—Blanca estará bien. Te lo prometo. Tengo un amigo de toda confianza en la comandancia de A Coruña, el teniente coronel más honrado del Cuerpo. Lleva Información, pero ya le he pedido que hable con los de su Emume y ellos se ocuparán de todo. Si ella quiere, trasladarán a Blanca a un centro de acogida hasta que dé a luz, y ya se está gestionando la posibilidad de una adopción legal del niño si finalmente no quiere quedárselo. Y no te preocupes si no denuncia a Cucoara. No importa. Esto lo estamos gestionando con una ONG gallega especializada en este tipo de chicas. No se trata de Protección de Testigos. Y los de la comandancia de Lugo no saben nada, tampoco debes preocuparte por eso. Hoy mismo la recogerán en el club y se la llevarán lejos de aquí.
De pronto, la agente Luca sintió cómo se le humedecían los ojos. Las lágrimas se agolpaban tras sus pupilas marrones pugnando unas con otras por salir al exterior, pero consideró que era poco apropiado en una cabo de la Guardia Civil ponerse a llorar de alegría delante de su superior, y las mantuvo a raya. Como contuvo su impulso de abalanzarse sobre el Capitán para comerlo a besos. No encontraba otra forma de expresar el alivio y la gratitud que sentía. Blanca estaría bien. Lo sabía. Confiaba en la palabra de su oficial.
—No sé qué decir, mi Capitán. Gracias. Significa mucho para mí. No se imagina lo solas que están. No existe nadie más solitario que una prostituta. No tienen a nadie, ni a ellas mismas. Todo su mundo es mentira. Incluso se mienten a sí mismas.
El capitán Gonzalo percibió en las palabras de Luca hasta qué punto se había implicado en aquella investigación. Y de nuevo sintió admiración. Todavía no se había convertido en una simple funcionaria, fría y distante.
—¿Y Álex? —insistió la agente.
—Me temo que eso es más complicado porque Álex no está embarazada. En este momento estarán yendo en su busca… Pero si no denuncia a sus proxenetas, no podemos hacer mucho por ella.
—No lo hará. Lo he intentado muchas veces, pero es muy obstinada. No confía en nosotros, y no puedo reprochárselo. La mitad de la comisaría y de la comandancia de Lugo son clientes habituales del Reinas y del Erotic, y probablemente todos habrán subido con ella alguna vez. No me puedo imaginar lo que debe de sentir pensando que quizá tuviese que prestar declaración delante de un policía que se la haya follado poco antes… No entiendo cómo no se vuelven locas.
—Me temo que muchas lo hacen… —respondió el oficial con amarga resignación—. La prostitución ha existido y existirá siempre. Ni tú ni yo podemos cambiar eso. Pero tu amiga es una chica muy inteligente. Seguro que estará bien.
—¿Y Fran? ¿Y Claudia? ¿Y todos esos políticos, empresarios y funcionarios corruptos? ¿Por qué todo desemboca aquí? ¿Vamos a irnos de esta ciudad como si nada hubiese pasado?
El capitán Gonzalo dudó un segundo antes de responder. Como si tuviese que valorar cada palabra. Como si necesitase acotar la elocuencia de su discurso a la información que Luca estuviese autorizada a conocer. Como si tuviese que buscar, en un archivo repleto de informes clasificados, aquellos que pudiese utilizar en su argumentación, sin revelar ningún secreto inconfesable.
—¿Sabías que aquí definen a Lugo como la ciudad donde nunca pasa nada? —dijo por fin.
—Algo había oído.
—Y sin embargo, es todo lo contrario. Lugo es un lugar muy especial. Y entre sus murallas romanas, bajo esa apariencia de tranquilidad y monótona rutina, siempre han ocurrido cosas que han podido cambiar la historia…
—No entiendo a qué se refiere, Capitán.
—¿Sabes quién fue Araceli González Carballo?
—No.
—Fue la esposa lucense y principal colaboradora de Juan Pujol, Garbo. Se conocieron en Burgos, y durante un tiempo se escondieron aquí, en una casa de la familia de ella, dentro de la muralla. Aquí fue donde Garbo y Araceli comenzaron a preparar la Operación Overlord, que posibilitó el desembarco en Normandía y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Y como Garbo, otros muchos personajes que han marcado nuestra historia son originarios o han terminado en esta ciudad. Desde Manfred Schoffer hasta el comisario Amedo, aunque su vinculación con Lugo sea muy poco conocida públicamente. Las antenas nazis de Arneiro, el aeródromo de Rozas, los submarinos «lobos grises»… No te imaginas cuánta historia secreta se ha gestado en Lugo. Acuérdate de la colaboración de ETA y la UPG…, se inició entre estas murallas.
—No lo sabía, pero ¿adónde quiere llegar?
—¿Sabes cuántos ministros de Franco eran de aquí, o se formaron políticamente en esta provincia, antes, durante y después de la Transición?
—No, solo conozco el caso de Manuel Fraga.
—Fraga, Carro, Alonso Vega… Hubo muchos. Era lógico que Franco confiase en otros militares y políticos gallegos como él para puestos de responsabilidad en su Gobierno. Sobre todo para el Ministerio de Gobernación, lo que hoy es Interior. Y lo que es más importante, para sus chóferes, asistentes y personal de confianza. Y durante años, esos personajes que consiguieron hacerse con información privilegiada en El Pardo recuperaron en Galicia la figura del cacique, haciendo inversiones ventajosas, traficando influencias, colocando a sus familiares en puestos relevantes, y conspirando en silencio por mantener esta ciudad como su feudo particular. No te imaginas las tramas, pactos y conspiraciones que se han generado entre estas murallas romanas. Porque aquí nunca pasa nada… Y cuando el Rey le concedió el ducado de Lugo a la Infanta, muchos de ellos intentaron estrechar lazos y negocios con la Casa Real…
—Pero yo le hablo de prostitución, de narcotráfico…, no de política. Y eso sí es nuestra responsabilidad como policías.
—No es nada nuevo. Tú eres demasiado joven para recordar los escándalos de Manuel Vázquez Torres, Niñé, o de Francisca Soto, Pandora. Aquellos fueron casos muy sonados relacionados con el narco, el tráfico de armas o la prostitución, con muchos detenidos y mucha atención mediática. Pero lo mejor de Lugo es que su memoria es débil y todo se olvida pronto. Quizá por eso estamos ahora aquí.
—Joder, Capitán, yo no hablo del pasado. Le hablo de lo que está ocurriendo ahora. No podemos mirar hacia otro lado. Mire.
Luca se levantó de la cama, cogió un bolígrafo de la mesa y se acercó al armario, donde tenía colgados los croquis que había confeccionado con todas las pistas que había reunido durante aquellas semanas.
—Todo parte de aquí, el club Reinas. Ahora sé que don José solo es el gestor de ese y otros burdeles, pero por encima de él está Moncho, un inspector de la Policía Local de Lugo metido en un montón de mierdas. Y por encima del policía tenemos a Javier y Manuel, un par de empresarios vinculados al Ayuntamiento de Lugo, a la Subdelegación de Gobierno y miembros de una especie de club privado, Élite y Clase, con los empresarios y políticos más importantes de la provincia. Un club que lidera este tipo: don Jorge. Estoy segura de que en una de esas reuniones es donde Alexandra grabó la conversación…
El capitán Gonzalo seguía con atención los razonamientos de la agente y sentía una profunda admiración por el entusiasmo que rodeaba su argumentación. No le estaba diciendo nada que él no supiese ya, pero resultaba admirable que hubiera podido encajar toda las piezas sin ayuda de nadie.
—Creo que ya sé quién es el ministro del que hablaban porque solo hay un ministro de Lugo en nuestro actual Gobierno.
—No confíes demasiado en la palabra de un delincuente. A todos les gusta presumir de sus supuestos contactos en altas esferas, y la mayoría de las veces ni siquiera son reales. O al menos no se pueden demostrar en un juicio.
—Es igual. Hay mucho más. Don Jorge está metido en el mundo de los rallies. Patrocina a varios pilotos, igual que Marco Granda, el dueño del club Erotic, miembro de la federación española de prostíbulos, y socio de Charly, que es yerno del chófer del teniente coronel de nuestra comandancia en Lugo. Además, don Jorge está relacionado con varios capos del narco en Vilagarcía de Arousa, y tiene inversiones en diferentes países. Apostaría a que sus cuentas en Andorra, Suiza y otro paraísos fiscales nos permitirían descubrir a otros implicados en la Xunta y la Generalitat como mínimo.
—Luca…
—Este, este, este, este otro —repetía la joven guardia civil señalando con la punta del bolígrafo varias fotografías pegadas sobre la cartulina—, todos son alcaldes socialistas, populares o de partidos nacionalistas en municipios gallegos, líderes sindicales y empresarios de prestigio, que están vinculados con este grupo y que yo misma, Capitán, yo misma he visto con mis ojos en el club Erotic. Este es jefe de campaña de la oposición, y se pasea por los clubs en el coche del partido repartiendo propaganda electoral con total desfachatez entre polvo y polvo. Igual que este, este, este y estos otros. Compañeros de la comandancia de Lugo, o de la Brigada de Extranjería de Policía Nacional, que vienen al club y beben o follan gratis a cambio de vaya usted a saber qué servicios para los proxenetas… Y me consta que en el Reinas ocurre lo mismo…
—Luca, por favor, ya está bien…
—No, no está bien. Nada está bien. Usted no sabe lo que tienen que soportar esas chicas cada noche. No se puede imaginar cómo día a día se va minando su autoestima, su dignidad… Solo he pasado unas semanas en el club, y he visto cómo poco a poco van cambiando, se van resignando a esa vida de una forma espantosa, hasta llegar a creerse que no valen para nada más. Aileen Wuornos al menos se tomaba la justicia por su mano…
—¡Basta ya! —gritó por fin el Capitán interrumpiendo el monólogo de la agente—. Todo eso ya lo sé.
—¿Cómo que ya lo sabe?
El capitán Gonzalo bajó la mirada. Lo había intentado, pero en su fuero interno sabía que no sería capaz de convencer a Luca para que abandonase la investigación.
—No me dejas otra opción —dijo en voz baja mientras se sacaba de la chaqueta el teléfono móvil y pulsaba el botón de rellamada—. Soy yo… Tenía razón… No he podido convencerla… Sí, sabía que era obstinada, pero usted la conoce mejor que yo… Sí… Sí. Lamento que tenga que perder su tapadera, pero me temo que no hay otro modo. La esperamos en su habitación…
Los dos policías permanecieron en silencio. El Capitán negaba con la cabeza. Luca fruncía el ceño, completamente desconcertada. ¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿A quién demonios había telefoneado su oficial a esas horas de la mañana?
No transcurrieron ni cinco minutos antes de que alguien golpease de nuevo la puerta de su habitación con los nudillos. Toc, toc.
—Abre —le dijo el Capitán—. Creo que te alegrarás de verla.
Luca avanzó hacia la entrada con pasos cortos, sin dejar de mirar al Capitán, con una expresión de absoluta perplejidad en el rostro. Pero aquella perplejidad, confusión y desconcierto se multiplicarían por mil al abrir la puerta y encontrarse al otro lado a la amiga y compañera que llevaba meses buscando desesperadamente.
Estaba distinta. Se había oscurecido el pelo, estaba mucho más musculada, y por debajo de la manga remangada de su camisa asomaba un laborioso tatuaje, pero era ella.
—Hola, nena —dijo Claudia dibujando una enorme sonrisa en su rostro—. Me alegro de verte.