EL CÁRTEL DEL SALNÉS
VILAGARCÍA DE AROUSA, PONTEVEDRA
La Harley Davidson giró a la izquierda, abandonando la carretera de Vilagarcía-Cambados y atravesando la arboleda, flanqueada por dos pequeñas murallas, que desembocaba en una gran explanada donde se alzaba el magnífico edificio.
Black Angel aparcó la Dama Oscura en la entrada del lujoso hotel que Bill el Largo le había alquilado en Vilagarcía de Arousa. Allí pasaría los próximos días preparando la descarga con los gallegos.
Mientras se quitaba el casco y sacaba de las alforjas su parco equipaje, admiró por un momento el majestuoso palacio. Bill siempre había tenido buen gusto. Se trataba de un pazo del siglo XVII, acondicionado como hotel a principios de los ochenta, con sesenta habitaciones disponibles. La antigua casa señorial estaba flanqueada por dos torreones, lo que la convertía en una construcción única en su género: los pazos gallegos de la época, según la normativa del reino, solo podían construir una almena, pero el constructor se valió de la estratégica situación de aquel marquesado, justo en la frontera entre dos municipios, para erigir las dos torres en un lado y otro de la frontera municipal, lo que posibilitó su edificación. «Es todo un símbolo de nuestro negocio —le había dicho el Largo cuando le entregó la reserva y la dirección del hotel—, porque nosotros vivimos de las fronteras. Te gustará, ya lo verás, yo me alojaba allí siempre que tenía que tratar con los gallegos…».
Sendos escudos heráldicos en los torreones reflejaban el abolengo de la construcción. El tercero, en la fachada principal, recogía las armas del marquesado y la imagen de una sirena que, según la leyenda, había dado inicio a la saga familiar propietaria del pazo. Sin duda, pensó el motorista, no era casualidad que aquel antiguo pazo hubiese merecido la clasificación de Bien de Interés Cultural en la categoría de hotel-monumento histórico artístico. Definitivamente, Bill tenía buen gusto.
Antes de entrar, Ángel echó un vistazo a los alrededores para familiarizarse con el lugar. Recorrió todo el perímetro de la finca estudiando sus entradas y salidas, por si fuese necesario salir de allí a la carrera… A la derecha del edificio, una amplia piscina y la zona de ocio. A la izquierda una vieja capilla unida a la torre por unas escaleras; delante de la torre y ya en la zona ajardinada, un enorme hórreo delataba el poderío económico del marquesado. Y entre este y el edificio principal, un hermoso cruceiro, que incluía en su fuste imágenes del pecado original y una escenificación de la Piedad. El motorista sonrió al contemplar los grabados de los ángeles en la base del Cristo Crucificado. Le gustaban los ángeles, el alias que había escogido tras su bautismo biker no era una casualidad.
Definitivamente, concluyó Black Angel, su ubicación —a solo 800 metros de la costa y a apenas dos kilómetros del centro de Vilagarcía de Arousa— era inmejorable.
El interior del edificio era aún mejor. Tan señorial, robusto y medieval como una fortaleza de Castilla. Ángel se registró en la recepción, y en cuanto llegó a la habitación acomodó el equipaje y se dio una ducha para desentumecerse. Más de 600 kilómetros en moto terminan por mermar los músculos. Ahora solo tenía que esperar a que los gallegos hiciesen contacto.
Antes de que llegasen, aprovechó para familiarizarse con el interior del edificio: visitó los salones, la cafetería, la capilla, el salón chimenea… Y por fin se acomodó en el restaurante y se dispuso a comprobar si la fama de la cocina gallega era merecida. El hotel ofrecía una carta generosa: escogió unas almejas de Carril acompañadas de una ensalada de zamburiñas y langostinos, y de segundo, un rodaballo asado sobre fideos marineros. De postre, filloas rellenas…
Disfrutaba de su tercer tradicional café de puchero, mientras ojeaba la prensa local, cuando un grupo de hombres hizo su entrada en el restaurante. Dos se quedaron en la puerta, y dos se acercaron a su mesa.
—Buenas tardes. ¿Eres Ángel?
—Sí.
—Bienvenido a Vilagarcía. Don Jesús se reunirá contigo en el salón Marqués de Mariño.
—Okey.
Ángel pidió al camarero que anotase la cuenta a su habitación y siguió a sus interlocutores hasta el salón más amplio y lujoso del hotel. Era evidente que al tal don Jesús le gustaba escoger siempre lo mejor.
La estancia, de casi 270 metros cuadrados, estaba desierta. En el centro, sentado en una mesa, se encontraba un tipo de aspecto bonachón. Rechoncho, sonrosado y con una prominente alopecia, nadie imaginaría que se trataba de uno de los capos del narco gallego. Black Angel tomó la iniciativa.
—Don Jesús, Bill le manda sus respetos.
—Siéntate, siéntate. Estarás cansado. Me han dicho que has venido en moto desde Barcelona.
—He hecho una escala en Madrid.
—Ay…, cómo sois los jóvenes. Lo que yo daría por volver a tener tu edad. Menudas locuras hacíamos.
—Por esa razón, no todos sobrevivieron a su juventud.
El narco guardó silencio un momento, y su mirada se perdió a través de la cristalera del salón Marqués de Mariño, en dirección a la ría de Arousa. Como si tratase de alcanzar con la memoria un puñado de recuerdos que el paso del tiempo había comenzado a desdibujar.
—Tienes razón, carallo —dijo sin apartar la mirada del ventanal, como si se estuviese dirigiendo a sus viejos fantasmas—. Cuántos se quedaron en el camino… Este es un negocio peligroso. Hay que tener la cabeza bien amueblada o la perderás, pero con veinte años y la cartera llena, te crees el rey del mundo. —Entonces dirigió la mirada hacia el motorista y sonrió—. Me gustas, tienes cabeza. Me recuerdas a mí mismo a tu edad.
—Se lo agradezco. Viniendo de un histórico como usted, es todo un cumplido.
—Xan, tráenos un par de cañas de herbas, que tenemos que brindar por el futuro —dijo don Jesús al hombre que permanecía de pie a su lado, para después volver a dirigirse al motorista—. El pasado ya no existe.
—Y el presente dura un suspiro —añadió Ángel sonriendo—. Así que hablemos del futuro inmediato. ¿Está todo listo?
—Por supuesto. Este es nuestro oficio. No debes preocuparte por nada. El barco llegará en una semana. Hasta entonces relájate y disfruta de nuestra hospitalidad.
—Con todo respeto, don Jesús, no me pagan para que me relaje. Quiero estar al corriente de todo. Si algo sale mal, seré yo quien tenga que dar cuentas ante Bill y ante los mexicanos. Y créame que no le gustaría ver a los mexicanos enfadados.
El narco sonrió con condescendencia. Como el abuelo que escucha divertido los inexpertos argumentos de su joven nieto.
—No te apures, rapás. Nosotros llevamos toda la vida en el negocio, y antes de que los mexicanos supiesen qué es una papelina, nosotros ya tratábamos con los colombianos. A nosotros no nos impresionan.
—A nosotros sí. Yo he estado en México y sé de lo que son capaces. Y le aseguro que los colombianos son unos angelitos comparados con ellos, así que explíqueme con todo detalle cómo han planificado la descarga.
Don Jesús aprovechó que llegaban las copas para valorar un instante lo que podía o no podía contarle a su socio. Tomó la copa, la alzó y se la bebió de un trago.
—Salud.
Black Angel hizo lo mismo. Nunca había probado la caña de herbas, y no esperaba el fuerte contenido de alcohol del orujo. En cuanto lo tragó empezó a toser, lo que arrancó una carcajada al narco y a su ayudante. Toda su fachada de tipo duro acababa de irse por el retrete.
—Está bien —dijo por fin don Jesús—. El barco fondeará a unos kilómetros de la ría, y ahí descargaremos el 90% de la mercancía. Utilizaremos planeadoras, a la manera tradicional. Si algo ha funcionado bien treinta años, ¿para qué lo vamos a cambiar? Después seguirá su ruta hasta el puerto de Ferrol y allí dejaremos que la Guardia Civil capture el 10%. El General estará contento, los políticos tendrán sus titulares en la prensa y nosotros ganaremos un buen dinerito.
—Bien. ¿Y una vez descargada la mercancía en la playa?
—Tenemos preparada una nave del Ayuntamiento para hacer el reparto y comprobar la mercancía. Nuestro químico se ocupará de eso. Allí mismo meteremos lo vuestro en un camión de una de nuestras empresas de transporte, y os lo ponemos en Madrid o en Barcelona, como vosotros prefiráis. Y si todo sale bien, podéis decirle a los mexicanos que en quince días podemos empezar a recibir los envíos con regularidad.
—¿Ha dicho una nave del Ayuntamiento? ¿No habrá puesto a nadie de la alcaldía al corriente de esta operación?
—Claro que no. Pero tenemos a varios concejales en nómina. Desde lo de la Nécora hay que andar con mucho cuidado, y los almacenes municipales son mucho más seguros que los nuestros porque nadie va a buscar allí, así que siempre tenemos a alguien a mano para cuando necesitamos mantener algo lejos de miradas indiscretas. Ellos no saben ni qué es, ni cuándo llega.
—Estupendo. Creo que por ahora es todo lo que necesitamos saber.
—Bien. En ese caso, descansa, relájate y disfruta de nuestra hospitalidad —repitió—. Xan y Luis se quedarán contigo para lo que necesites. Y también para protegerte: en el Salnés hay mucha competencia, y las nuevas generaciones no respetan tanto las tradiciones como nosotros… ¿Quieres un arma?
—No, gracias. Ya tengo.
—Coño, qué profesional —rio el narco—. Dentro de unos días doy una fiesta, espero que asistas. Conocerás a mucha gente interesante…
—Allí estaré.
Y don Jesús abandonó el salón del pazo mientras dos de sus hombres se registraban como inquilinos del hotel. Serían la sombra del ángel negro durante la siguiente semana.