VISADOS

CLUB REINAS, LUGO

Su carácter había cambiado mucho en las últimas semanas, y Blanca era la que más lo sufría. Alexandra Cardona se había vuelto más irascible, siempre estaba de mal humor, perdía los nervios con cualquier cosa, y su amargura y desesperación crecían a la misma velocidad que los pechos y las náuseas de la rumana. Aquella mañana no lo soportó más.

En cuanto se levantó, avisó a Karen de que iba a salir. No esperó su autorización. Llamó un taxi y le dio la dirección: Camiño de Rozanova.

Cuando Álex llegó al club Reinas, las chicas todavía no se habían levantado. Solo Luis, el encargado del mantenimiento, llevaba un par de horas haciendo la colada en la parte de atrás. En cuanto vio el taxi entrando en el aparcamiento del club se acercó a curiosear.

—¿Álex? ¿Qué haces aquí?

—Necesito ver al Patrón —le respondió la colombiana mientras abonaba el taxi y le pedía que la esperase.

—Tienes suerte. Acabo de verlo en su despacho: está reunido con Manuel y con un amigo.

Álex no le respondió. Antes de que terminase la frase, la colombiana ya corría hacia las escaleras que subían al segundo piso. Cruzó el pasillo que había recorrido tantas veces y se dirigió directamente a su antigua habitación, la que había compartido durante sus primeros meses en España con Paula Andrea, Dolores y Luciana.

Al abrir la puerta descubrió que la decoración había cambiado un poco: ahora solo había una litera y una cama, y en ellas dormitaban tres jóvenes de aspecto latino, que se despertaron en cuanto Alexandra encendió la luz. Eran nuevas. No conocía a ninguna de ellas.

—¿Qué pasó? ¿Quién es usted? —preguntó una de ellas frotándose los ojos.

—Me llamo Álex. Estoy buscando a mi prima, Paula Andrea. Dormía aquí.

—No la conozco. Apague la luz, es temprano.

—Por favor, ayúdenme. Necesito encontrarla. No sé nada de ella desde hace semanas.

—Le dije que acá no hay ninguna Paula Andrea.

—Usaba el nombre de Linda en el salón —añadió Álex dirigiéndose a las otras inquilinas de la habitación—. Como yo de alta, morena, con el pelo por acá.

—No, no me suena. Lo siento. Nosotras llevamos solo unos días en España y nos dieron esta habitación, pero no había nadie cuando llegamos.

—¿Y Luciana? Una brasileña. Dormía en esa cama.

—Ya le dijimos que no sabemos. Acá no se encuentra. Y ahora, por favor, apague la luz. Nos acostamos tarde…

Álex sentía cómo su rabia y su desesperación aumentaban a cada minuto. Mantenía la esperanza de que Paula Andrea hubiese perdido su teléfono y eso explicase su silencio, pero quizá todavía estaba en el Reinas. No iba a tirar la toalla tan pronto.

Recorrió una a una todas las habitaciones del club. Abría la puerta y encendía la luz, provocando sobresaltos, enojo y más de un insulto en las chicas, aunque ni rastro de Paula Andrea, ni tampoco de Luciana. Y cuando cerró la puerta del último dormitorio, la preocupación empezó a transformarse en miedo.

—¿Buscas a tu prima? —dijo una voz femenina a sus espaldas.

Álex se giró y se encontró con Joana, una de las brasileñas que llevaban más tiempo en el club. Había reconocido a la Hechicera en cuanto la vio recorriendo el pasillo como una posesa.

—Hola, Joana. Sí, estoy muy preocupada, no me coge el celular, ni responde a mis mensajes. ¿Sabe algo de ella? ¿Sabe dónde está Luciana? Tampoco la encuentro.

—Me alegro de verte. Esto está muy aburrido desde que te fuiste, echamos de menos tus milagritos.

—Gracias, pero respóndame. ¿Sabe algo de Paula Andrea?

La brasileña dudó unos instantes antes de contestar. Como si tuviese que valorar cada palabra.

—Luci ya no trabaja aquí. Se marchó a hacer plaza a un piso de Lugo. Y tu amiga Dolores está en Italia, en un club de mucho prestigio. Seguro que le va bien.

—¿Qué vaina ocurre acá, Joana? ¿Por qué no me responde? ¿Sabe algo de Paula Andrea o no?

—Solo sé que volvió un par de días después de que vosotras os marchaseis. Se puso muy brava con el Patrón esa noche por que os hubiesen separado, discutieron y a la mañana siguiente llegó don Manuel y mandó empaquetar sus cosas. Dijo que se había ido a hacer plaza a otro club y que iba a mandarle la maleta por correo, pero…

—Pero ¿qué? Por lo que más quiera, dígame qué carajo ha pasado…

—No lo sé. Solo sé que esa noche el Patrón había consumido mucha coca y se puso muy fiero con ella. Dicen que se atrevió a amenazarlo con su hija Aitana si no le decían dónde estabas y que el Patrón se volvió loco. Cuentan que la golpeó y que se cayó por las escaleras… Algunas dicen que la echaron al pozo para que nadie encontrase el cuerpo. Pero solo son cuentos que se oyen acá…

—Cuentos de putas —interrumpió la Mami, que había subido al escuchar el revuelo en las habitaciones de la planta superior, mirando con dureza a la brasileña—. Y todas sabemos que cuando se tiene tanto tiempo libre, la imaginación gana alas, ¿verdad, Joana? Me alegro de verte, Álex.

Álex se encaró con la Mami, sosteniéndole la mirada. Era bastante más alta que la colombiana, y más aún sobre aquellos zapatos de tacón, pero Alexandra Cardona se crecía con la rabia.

—Dígame de una puta vez dónde está mi prima, o le juro por Dios que ahora mismo me voy a la comisaría y les denuncio a la policía.

La Mami apretó los puños y se mordisqueó el labio inferior sopesando sus palabras. Aquella maldita colombiana había sido un incordio desde el día en que llegó. Le habría encantado cruzarle su cara de mosquita muerta con el bofetón que debería haberle dado su madre, de niña, para enseñarle a respetar a sus superiores, pero se contuvo.

—Cielo —dijo apelando a la misma táctica hipócrita de costumbre—, no tienes que preocuparte. Seguro que tu prima está bien, y si no te ha llamado, eso solo puede significar que está trabajando mucho y quiere aprovechar la plaza. Hace casi un mes que se fue, pero nos prometió que en cuanto terminase la plaza volvería aquí para liquidar la deuda, así que no tienes que ponerte así. Estoy segura de que en unos días tendrás noticias suyas.

—¿Y esa vaina de que el Patrón golpeó a una chica?

—Tonterías. Ya sabes que cuando se aburren, a estas les encanta imaginar historias. El Patrón tiene un carácter fuerte, tú lo sabes, y alguna vez pierde un poco las formas, pero nada grave.

—Sí, lo sé. Y sé que cuando don José se pone hasta arriba de coca puede hacer eso y más… ¿En qué club está mi prima? Quiero el teléfono.

—Vaya…, pues no recuerdo. Creo que era un local de Valencia… o de Cádiz… O quizá se fue a Italia, con Lolita. Sí, creo que fue eso… No sé, por aquí pasan cientos de chicas. Tendría que buscártelo. No te preocupes, cariño, intentaré localizarla y le daré tu mensaje.

—Una semana, señora, si en una semana no sé nada de mi prima, acudiré a la policía.

—Claro, cielo, lo que tú digas. Aunque no hace falta que te molestes en bajar a Lugo. Si esperas a que abramos, tendrás aquí a toda la Brigada de Extranjería. Puedes poner la denuncia aquí mismo, si lo prefieres. Aunque si yo fuese tú, ahora tendría cuidado con la policía. Creo que tu visado ya venció, así que ahora eres una ilegal y en cuanto te vean tienen la obligación de mandarte de vuelta a tu país. Y no creo que hayas ahorrado mucho, ¿verdad, cariño?

Álex dejó a la Mami con la palabra en la boca y bajó las escaleras hacia la planta inferior. Atravesó el salón de trabajo, la recepción y el pasillo, rumbo al despacho de don José. Desde allí llegaban las voces de tres hombres discutiendo. Al parecer, había desacuerdo en algo relacionado con los porcentajes de beneficios que debía dejarles cierta «merca» que estaba a punto de llegar a Galicia. Alexandra no sabía si se referían a mujeres, cocaína o algún otro tipo de negocio.

La colombiana se detuvo un par de metros antes de llegar a la oficina de don José. Reconoció una de las voces como la de Manuel, el encargado del Calima y el propietario de la deuda que venía mutilando su economía durante los últimos meses. Respiró hondo, se armó de valor y se arriesgó a interrumpir su conversación. Sabía que no era prudente, conociendo al Patrón, pero se tragó el miedo que le imponía aquel hombre y golpeó con los nudillos la puerta del despacho. Toc, toc.

Abrió la puerta don Manuel, y su expresión reflejó sorpresa al descubrir quién era la temeraria que se había atrevido a interrumpirles. Al fondo había un tercer hombre. Joven, moreno, atractivo. Lo reconoció en seguida: era un cliente habitual del Reinas, un tipo simpático. Le gustaba bailar con las chicas, y cuando estaba borracho o puesto o subido de testosterona, llegaba a hacer stripteases para ellas. Era corredor de motocicletas, subvencionado por el Patrón. Sobre su imponente Kawasaki ZX10R verde, de 1000 centímetros cúbicos, lucía propaganda de los clubs Reinas y Calima durante las competiciones. Y también era guardia civil, destinado en Tráfico.

—¿Y tú qué cojones haces aquí? Mira, Pepe, es Salomé.

—Buenos días. Disculpen la intromisión.

—Espero que vengas a zanjar tu deuda —dijo don Manuel—. A ti aún te faltan casi mil euros por pagar.

—¿Cómo que mil euros? —respondió Álex alertada por aquella cifra—. Creo que se confunde. Me restan solo 350.

—No, no, no —insistió el del Calima—. Tú eres la que se confunde. Tengo que mirar tu ficha, pero es mucho más. Seguro.

Manuel sabía bien que en este caso lo importante era mostrar certeza. Probablemente ella tuviese razón y solo faltasen unos 350 euros por abonar, aunque sabía por experiencia que siempre era sencillo sacarles más dinero argumentando el coste de la vida, los impuestos europeos, la devaluación del dólar o cualquier otro disparate que aquellas ignorantes no pudiesen comprender. Jamás una mujer traficada por la organización había pagado solo el importe pactado como deuda…

—¿Le has sumado el IVA y el IRPF?

—¿Cómo? No entiendo. ¿Qué IVA…?

La voz de don José, desde la mesa de su escritorio, zanjó la discusión económica.

—Me voy a cagar en vuestra puta madre. ¿Vais a poneros a discutir cuánto te queda de deuda en mi despacho? ¿Para eso has venido a molestarnos?

—No, Patrón, no es eso. Yo venía… —improvisó Álex— para comprar un visado.

—Eso está mejor. Manolo, deja pasar a la chavala. Si trae billetes, es bienvenida.

Álex entró en el despacho y aunque Manuel le indicó dónde podía sentarse, prefirió permanecer de pie. No muy lejos de la puerta.

—Tú dirás. ¿En qué puedo ayudarte?

—Ya me caducó el visado. Necesito renovar la residencia y usted me dijo que el policía de Barajas podía conseguirme tres meses más.

—Así es, Paco es de toda confianza.

El Patrón no mentía: el policía que les había abierto las puertas de España a las tres colombianas en la ventanilla 16 de Barajas estaba casado con una hija de Filo, cocinera del Reinas y a su vez casada con Rafa, el camarero. Era casi de la familia.

—Sí, sé quién es.

—Estupendo. Entonces ya sabes cómo funciona. Yo le hago llegar vuestros pasaportes y él os cuña una salida y una entrada. Como si os hubieseis marchado a vuestro país y hubieseis vuelto a España después. Así tenéis otros tres meses como turista. Pero no es barato. ¿Has traído el dinero?

Manuel carraspeó, incómodo por el negocio: el importe de aquellas falsas renovaciones de visado dejaba mucho dinero para el policía y para don José, pero él no recibía nada, y si aquella fulana se gastaba su dinero en los sellos del pasaporte, tardaría más en pagarle a él lo que restaba de la deuda.

—¿Y a ti qué te pasa? —respondió don José ante la evidente incomodidad de su socio—. Seguro que esta preciosidad puede ganar para pagar el visado y para darte a ti lo que te debe. ¿Verdad que sí, guapa? Solo habrá que mamar unas pollas más…

Álex se mordió la lengua y se limitó a asentir con la cabeza.

—Vale, pues déjame aquí tu pasaporte y una señal. Con 400 euros valdrá.

La colombiana dudó. No quería entregarle su pasaporte al Patrón. Había conseguido mantenerlo en su poder desde que llegó a España, pero no tenía alternativa. Sin aquellos sellos, era una inmigrante ilegal, y por lo tanto totalmente vulnerable. Y su pasaporte no valía nada. Si un policía la identificaba por la calle o en el club, podría ser inmediatamente repatriada a Colombia, y todo el esfuerzo, el sufrimiento y la agonía de aquellos meses —prostituyéndose solo para comer, pagar la deuda y enviar alguna pequeña cantidad a su madre en Bogotá— no habrían servido de nada. Y lo que era aún peor, tendría que regresar a casa sola, y sin poder explicar qué había ocurrido con Dolores o con su prima Paula Andrea. No tenía escapatoria. Necesitaba comprar tiempo.

Sacó de su bolso el pasaporte y lo dejó sobre la mesa, junto con los ocho billetes de cincuenta euros. Casi todo lo que había ahorrado desde el último envío de dinero a Bogotá.

—Muy bien, ahora lárgate. Ya te avisaré cuando esté listo. La semana que viene bajo a Madrid y le llevaré a Paco los pasaportes.

Sin embargo, Álex no se movió. Permaneció en el mismo lugar mientras don José se guardaba el dinero en la riñonera y colocaba el pasaporte, junto con otros, en un cajón de su escritorio.

—¿Qué pasa? ¿Quieres algo más?

—En realidad, sí —añadió la colombiana armándose de valor—. Estoy pensando que a mi prima Paula Andrea también le habrá vencido el visado, y me gustaría poder pagarle la renovación, pero no consigo hablar con ella. Si usted me dijese dónde está…

Durante una fracción de segundo, el Patrón y don Manuel cruzaron sus miradas sin decir nada. Serios. Como si acabasen de encajar la pregunta más incómoda e inoportuna. Y don José, como siempre, escapó hacia delante.

—¿Cómo quieres que yo sepa eso? La muy puta se largó. De pronto. No dijo adónde iba. Recogió sus cosas y desapareció. Díselo tú, Manolo, explícale que la zorra de su prima se largó para no pagarte la deuda.

—Así es —ratificó el encargado del Calima—. Y más vale que la encontremos, o vas a ser tú la que pague su deuda. Ya sabes cómo funciona esto.

A pesar de su insistencia, Álex no consiguió sacarles nada más, y no tuvo valor para repetir ante el Patrón la amenaza que había hecho a la Mami. Sin embargo, estaba dispuesta a acudir a la policía y contar todo lo que sabía, si su prima no daba señales de vida en unos días.

Salió del Reinas cabizbaja, hundida, mucho peor que como había llegado. Sin dinero, sin pasaporte y sin una sola pista sobre el paradero de Paula Andrea. Cuando se montó en el taxi y le pidió al conductor que volviese a llevarla al Erotic, no pudo contener las lágrimas que se deslizaban silenciosas por sus mejillas. Ni siquiera se fijó en el joven que acababa de estacionar su imponente Harley Davidson negra en el aparcamiento del Club Reinas.