VOYEUR

HOTEL LOS OLMOS, LUGO

La agente Luca tardó días en poder analizar toda la información que había extraído del ordenador del club Erotic: contratos empresariales, cuentas bancarias, correspondencia personal, fotos, vídeos, allí estaba todo. Sabía que había obtenido aquellas pruebas de forma ilegal, y que no podría utilizarlas ante un tribunal, pero a estas alturas estaba dispuesta a hacer lo que fuese necesario, legal o no, para llegar hasta el final.

Durante los últimos días, Alexandra Cardona se había vuelto insoportable: cada vez que se encontraban, una a cada lado de la barra, insistía en que Luca tenía que cumplir su palabra y encontrar a su prima Paula Andrea, que seguía sin dar señales de vida. Igual que la pequeña Dolores.

Acababan de cumplirse los tres meses de estancia en España y las colombianas ya se habían convertido en inmigrantes ilegales, y aquello había acentuado exponencialmente su angustia y desesperación. Para colmo, según decía la colombiana, su tía había comenzado a telefonearle preguntando por el paradero de su hija Paula Andrea, y Álex no tenía más que excusas incongruentes, como que el restaurante en el que trabajaban había quebrado por la crisis y que Paula se había ido a trabajar de mesera a una cafetería en otra ciudad. Luca trataba de tranquilizarla, y le aseguraba que continuaría buscando, que solo necesitaba unos días más para analizar toda la información que había reunido, pero la colombiana se impacientaba. Y su impaciencia podía poner en peligro toda la investigación.

La agente Luca había colocado la mesa de la habitación justo debajo de la ventana, y mientras seguía la pista en su ordenador portátil a las cuentas de correo, los perfiles sociales y los mensajes de Granda que había podido llevarse del PC de los proxenetas, podía vigilar la entrada al burdel y fotografiar los coches que entraban o salían fuera del horario de atención a los clientes.

A estas alturas no necesitaba el teleobjetivo de su cámara para identificar el coche del jefe, de su esposa o de Antonio, el encargado, cuando entraban o salían del club por la mañana. También podía reconocer ya los coches del resto de los empleados del burdel, aunque estos no solían llegar hasta pocos minutos antes de abrir. En cuanto a los otros vehículos que había fotografiado accediendo al Erotic fuera del horario de apertura, sus matrículas solían estar a nombre de proveedores de bebidas, cigarrillos, tarjetas telefónicas, etcétera, aunque ya había descubierto que algunos de aquellos coches estaban a nombre de importantes empresas gallegas, de la Administración o incluso de algún cuerpo policial.

Rastreando aquellas empresas y a sus administradores, y cruzando esa información con los emails de Granda y con los expedientes policiales que le había facilitado el capitán Gonzalo, descubrió que algunos nombres se repetían una y otra vez. Importantes empresarios, influyentes políticos, sindicalistas e incluso funcionarios de Justicia, que tenían más intereses en común que su afición por las prostitutas. Solo había un par de matrículas, a nombre de particulares, sobre las que aún no había conseguido ninguna información relevante en la base de datos de la Jefatura de Tráfico.

En cuanto a la información extraída del ordenador, aquello era una mina de oro. Marco Granda tenía abiertas cuentas en diferentes páginas como Orkut, Facebook, Cupido Red o extranjerossinpapeles.com, y Luca no pudo evitar sospechar que quizá esas redes sociales eran una de las vías de captación de chicas para sus clubs.

Como miembro de la federación de burdeles y locales de alterne, Granda tenía acceso a las reuniones de los empresarios del sexo, y una reveladora correspondencia. De hecho, en algunos emails con un tal José Felipe, Granda discutía la posibilidad de que la federación de prostíbulos rebajase la clasificación del Erotic, de burdel Tipo A a Tipo B, para abaratar un poco la cuota que debía pagar a la asociación. Se quejaba de que la crisis también había llegado a los puteros gallegos.

Un tal Oliveira, también vinculado a la asociación, llevaba en su agenda un nutrido grupo de famosos, que le habían convertido en el principal proveedor de strippers y bailarinas para el club Erotic, algunas de ellas famosas pornostars españolas. Rastreando la información, Luca averiguó que se trataba de un brasileño fuerte, mulato, de cabello largo y trenzado, que había conseguido hacerse un nombre en la noche barcelonesa: en su web oficial —oliveirashow.com, operativa entre 2006 y 2009— el brasileño ofrecía los servicios de algunos nombres realmente conocidos entre la farándula española. Oliveira compartía con Granda los álbumes de fotos de las candidatas en Windows Live, y hasta una profana en el tema, como la agente Luca, reconoció como familiares algunos de aquellos rostros que había visto más de una vez en programas de la televisión nacional.

Según se deducía de aquellos archivos, Granda se planteaba participar con el tal Oliveira en la organización del primer festival erótico celebrado en Galicia. El festival EXPO-VENUS debería haberse celebrado entre el 9 y el 20 de junio de 2009, en el Pazo de Feiras e Congresos de Lugo. Aquel evento, intuía Marco, debería atraer mucha clientela al club y muchos miles de euros, pero finalmente fue A Coruña la que se quedó con el proyecto.

Granda preparaba también, en compañía de una tal Gloria, una serie de cursos de baile erótico en el club siguiendo el modelo de las escuelas de striptease que tan bien estaban funcionando en Madrid o Barcelona. Su intención era crear la primera escuela de pole dance en Galicia. Según uno de los mensajes que Gloria intercambiaba con él, «le van a ir mujeres para aprender y hombres para babear». Había que reconocer, pensaba Luca, que el dueño del Erotic era un emprendedor… De hecho, según aquellos documentos estaba preparando la compra de la discoteca Brothers en A Coruña, y de otros locales, para ampliar su pequeño imperio.

En octubre de 2007 había registrado el dominio de internet con el nombre del club, y en esos momentos intercambiaba emails con la empresa Comunica-Web, que estaba diseñando la que sería página web oficial del burdel. Atento a las nuevas tecnologías, el dueño del Erotic sabía que un prostíbulo de lujo, como todos los Tipo A de la asociación de locales de alterne, debía tener presencia en la red.

Entre los documentos que había «confiscado» en el ordenador del club, aparecían varias fotografías de combates de boxeo patrocinados por el Erotic. Granda tenía claro que la publicidad era tan importante para el burdel como la «calidad del producto que ofertaban», y además del patrocinio en los combates de boxeo en el polideportivo O Palomar, también había invertido en las carreras de coches. Entre las fotos que guardaba en una de las carpetas de su ordenador, aparecían varias imágenes de un coche de rallies, color amarillo chillón, que lucía una gran banda sobre el parabrisas delantero con el nombre y logotipo del club. Era una buena estrategia, pensó la guardia: el reclamo del burdel no solo se pasearía por todo el circuito que recorriese el automóvil, sino que quedaría reflejado en las revistas deportivas, prensa local o cadenas de televisión que cubriesen la competición. Todos sabrían de la existencia del prostíbulo más glamuroso de la ciudad…

Luca estaba anotando la matrícula del coche que lucía la publicidad del club para rastrear esa pista en las bases de datos de Tráfico, 2551…, pero de pronto algo llamó su atención. Un movimiento en el burdel, que controlaba perfectamente desde la ventana del hotel.

Un hombre corpulento y que le resultaba familiar salía del Erotic y se encaminaba hacia el Mercedes E-270 aparcado en la explanada del club. Reconoció inmediatamente a Granda, y un impulso irrefrenable la hizo salir disparada. Era una oportunidad perfecta para seguir a su jefe y conocer un poco más sus rutinas diarias; no la podía dejar escapar.

Bajó las escaleras de tres en tres, tiró la llave de la habitación sobre el mostrador de recepción y se excusó con un «vuelvo en seguida, que no me arreglen la habitación», mientras salía del hotel como un relámpago. Entró en el coche de alquiler y abandonó el aparcamiento quemando rueda. Afortunadamente, nadie circulaba en ese momento por el pequeño tramo del Camiño de Liñares: apenas 100 metros, que separaban el hotel Los Olmos de la Nacional VI, prácticamente a la altura del Erotic.

En cuanto se incorporó a la carretera pudo ver el Mercedes de Marco Granda saliendo del aparcamiento del club y entrando en la carretera de A Coruña. Luca no era una agente táctica. Tenía tanta formación en técnicas de seguimiento de objetivos como en infiltración sobre el terreno…, ninguna, pero daba igual. A estas alturas estaba dispuesta a todo. Y entonces sonó de nuevo el teléfono. Bip, bip, bip…

Luca reconoció una vez más el número de su madre en la pantalla del móvil. Llevaba días llamando insistentemente, y sabía que si no contestaba la llamada, sería capaz de movilizar en su búsqueda a todas las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, así que activó el manos libres y trató de parecer calmada mientras continuaba la persecución.

—Hola, mamá.

—¿Se puede saber dónde estás metida? Me tenías preocupada. Y a tu padre más.

—Mamá, no es un buen momento. Estoy en el trabajo.

—María del Pilar, a mí no me mientas. Sé que no estás en el trabajo… —dijo su madre consiguiendo ponerla más nerviosa—. Tu padre se pasó por la Jefatura, y tus compañeros le dijeron que estabas enferma y que hacía días que no te pasabas por la UCO…

El Mercedes de Granda circulaba por la rúa Os Chaos, donde cruzó el puente incorporándose al tráfico del interior de la ciudad de Lugo. Allí el seguimiento iba a ser más complicado. Probablemente solo quien haya intentado seguir un coche en pleno casco urbano y sin apoyo de ningún equipo operativo es consciente de la dificultad de llevar a cabo esa tarea sin ser descubierto por el objetivo. Luca lo sabía, y en su empeño por no acercarse demasiado como para ser descubierta, estuvo a punto de perderlo en un par de ocasiones. Y para colmo la inoportuna llamada de su madre lo complicaba todo.

—No es nada, mamá, un poco de gripe, nada más. No te preocupes. Y de verdad que no puedo hablar ahora.

—Pero ¿dónde estás? Hemos ido a tu apartamento y allí no estabas. Y tu padre se ha preocupado mucho con todas las cosas que tienes colgadas de las paredes. Y esos libros… Por favor, nena, dime qué está pasando.

Luca tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la concentración en el Mercedes.

—¡¿Habéis entrado en mi apartamento?! Pero ¿quién os ha dado permiso?

—Estábamos preocupados. No nos coges el teléfono, no vas al trabajo. ¿Qué esperabas que hiciésemos? Nos dejaste una copia de la llave por si había alguna emergencia, ¿no? Pues esto lo es…

Marco Granda se había detenido frente a una boutique de moda: dejó el coche en doble fila y entró. Luca se detuvo unos metros más atrás y vigiló la puerta desde allí. Al jefe le gustaba vestir bien.

—Mamá, estoy en un operativo. No puedo hablar ahora. Estoy bien, no os preocupéis, volveré pronto.

—¿Cómo que volverás? ¿No estás en Madrid?

—Lo siento, pero tengo que colgar. Ya hablaremos en otro momento.

Luca colgó el teléfono, consciente de que su madre volvería a intentarlo más tarde, pero su objetivo ya estaba saliendo de la tienda con varias bolsas en la mano. Y retomó la persecución.

Después hizo una parada en La Perla, el pub de copas que acababan de abrir en la travesía de Fray Plácido Rei Lemos, ambientado como una taberna de los Piratas del Caribe. Parecía que al patrón del Erotic le gustaba diversificar sus inversiones, y el negocio del sexo daba para eso y más.

A última hora de la mañana, Luca siguió a Marco hasta el casco antiguo de Lugo. «Mierda», pensó: dentro de la muralla la persecución se hacía mucho más complicada. Y para colmo, de pronto el Mercedes E-270 entró en un parking subterráneo. «¿Y ahora qué?». Luca miró a su alrededor. No conocía suficientemente la ciudad. En aquella calle no podía aparcar en doble fila para apearse y confiar en acertar al escoger por cuál de las salidas del parking podía asomar su objetivo. «Rápido, Luca, piensa…».

Decidió arriesgarse. Esperó unos segundos y enfiló su coche hacia la entrada del parking, rezando por que don Marco no hubiese estacionado demasiado cerca de la entrada y pudiese reconocer a su camarera. De ser así, improvisaría alguna excusa, argumentando un encuentro casual…

No fue necesario: en cuanto Luca llegó a la barrera y pulsó el botón para solicitar el tique de aparcamiento, pudo ver los pilotos rojos del Mercedes a suficiente distancia. El dueño del Erotic había tirado hacia el fondo del parking. Bien. El resto del seguimiento sería a pie. Luca sacó una gorra de la guantera, se recogió el pelo bajo ella y se puso unas gafas de sol anchas y una gruesa bufanda para ocultar el rostro.

Salieron a una de las calles peatonales del casco antiguo, y la guardia intentó mantener la distancia para no perder de vista a su jefe. Granda caminaba con paso firme, sabía adónde iba, pero se detuvo un par de veces en los escaparates de alguna de las zapaterías, boutiques y tiendas de complementos que salpican aquellas pequeñas calles. Por fin, en la calle Progreso entró en una agencia de viajes.

Luca se acercó tímidamente al escaparate y pudo ver cómo Granda saludaba con dos besos cariñosos a una de las empleadas: era evidente que se trataba de un cliente habitual de la sucursal. Anotó el nombre de la agencia en su cuaderno, aquello olía a pista. Viajes Lamar. Aquel nombre aparecía en varias de las facturas que había encontrado durante el registro a la recepción del Erotic.

Si de algo le había servido su formación teórica era para saber que las agencias de viajes también se lucran generosamente con la prostitución. Granda y su esposa no solo contrataban a la agencia los billetes de avión para sus frecuentes visitas a Colombia, donde además de familia tenían negocios; el verdadero chollo para la agencia es que también les contrataban los viajes de todas las chicas que el Erotic importaba desde Venezuela, Colombia, Brasil, etcétera. Y según la información que le había compilado el capitán Gonzalo, antes que Granda era su socio Charly, quien adquiría en la misma agencia los vuelos para las chicas que venían con deuda al club. En aquella agencia habían adquirido docenas y docenas, quizá cientos de vuelos desde todos los rincones de América Latina. Imposible que los responsables no lo supiesen. Si el propietario de un burdel adquiere docenas de vuelos desde América Latina a España, siempre a nombre de señoritas jóvenes, no hace falta ser demasiado inteligente para sospechar la causa. Sin embargo, los beneficios resultaban demasiado golosos para la agencia. «Al fin y al cabo —se dicen los directores de esas sucursales—, si no los compran conmigo, los van a comprar con otro…». Todos los burdeles de Europa tienen al menos una agencia de viajes de confianza que, como los taxistas, recepcionistas de hotel o distribuidores de bebida, son beneficiarios subsidiarios del dinero sucio que genera la prostitución. Pero todos ellos prefieren mirar hacia otro lado.

Decidió no tentar más a la suerte y regresó al aparcamiento. Esperaría en el coche a que su jefe regresase al Mercedes.

Las esperas son lo peor. Siempre asaltan las dudas. ¿Y si ha decidido tomar un taxi? ¿Y si no regresa? ¿Y si entra por otra puerta y me sorprende vigilando su coche? Pero cuarenta y cinco minutos más tarde el dueño del Erotic volvía al parking y Luca retomó el seguimiento.

Ya pasaban de las dos de la tarde cuando perseguido y perseguidora llegaron al barrio de Arieiras, donde el Mercedes se detuvo frente a una taberna. Allí el jefe se reunió con varios hombres a los que saludó como se saluda a amigos cercanos. El tipo de la barra también lo saludó cariñosamente, e incluso salió para sentarse con el grupo de Granda. Luca sacó los prismáticos y se detuvo, uno a uno, en los rostros de aquellos hombres. Los reconoció en seguida. Sí, no había duda, era un grupo de clientes habituales del Erotic. Anxo, Juan, Toni y Pichi, un antiguo empleado del diario El Progreso, que ahora hacía trabajos como taxista para Granda. Las chicas los llamaban «el grupo de la bachata», porque les gustaba bailar con las prostitutas. Se movían por el club como si fuese su propia casa. Luca ya había investigado las matrículas de sus coches, y por eso tenía algunas nociones sobre quién era qué.

Sacó de la pequeña mochila el micrófono direccional que el capitán Gonzalo había tomado prestado en la Jefatura de la Guardia Civil, junto con otros elementos técnicos que iban a serle útiles en la investigación. Aquellos viejos cañones microfónicos no suelen utilizarse a menudo, y nadie iba a echarlo en falta, pensó.

Los micrófonos direccionales de aquel tipo permiten escuchar conversaciones a cierta distancia, pero había aparcado demasiado lejos, y era imposible escuchar con total claridad la conversación que mantenían. Aun así, eso era mejor que nada.

—… sí, Omar, el moro… —decía Anxo, un funcionario sindical íntimo amigo de Marco Granda—, trabaja conmigo en Comisiones, pero en Santiago. En la oficina de información a extranjeros… El otro día me lo encontré en tu club. Ya salió en prensa. Ese cabrón se ofrece a las chicas para arreglarles los papeles, y además trae gente de Marruecos como mano de obra barata para empresarios de Compostela, y todo con la tapadera del sindicato. Menudo listo. Ha montado un negocio de tráfico de personas desde nuestras propias oficinas.

—¿Y por qué no lo denuncias? —le preguntó Juan, también funcionario de la Xunta de Galicia—. Si se entera alguien, la mierda va a salpicar a todo el sindicato.

—Tú no lo conoces. Está muy bien relacionado. Su hija ha protagonizado una película sobre la inmigración marroquí, y vino a presentarla la vicepresidenta del Gobierno desde Madrid. Cuando me enseñó las fotos con ella, no me lo podía creer. Además, en el sindicato todos dicen que está metido en cosas raras. Que es espía…

«Joder con los contactos de los chulos…», pensó Luca, que no podía dar crédito a la conversación que estaba escuchando a través del micro direccional. Acababa de pillar algo importante. ¿Quién era ese sindicalista que supuestamente traficaba con seres humanos y que se relacionaba con la vicepresidenta del Gobierno…?

Por más que aguardó a que regresasen a aquella conversación, el debate se concentró en el vino, y en el pulpo con cachelos en cuanto el camarero les sirvió la comanda. Y en la próxima fiesta con las chicas del Erotic, que estaban preparando en el chalet de Juan, el guaperas del grupo: habría música latina, churrasco y sexo.

Los hombres reían, bromeaban, bebían, y tras degustar lo que parecían unas exquisitas raciones de pulpo, zorza, raxo y otros platos típicos de la gastronomía gallega, sacaron unas fichas de dominó y empezaron a jugar totalmente despreocupados. No volvieron a mencionar al supuesto espía marroquí que traficaba con personas desde la sede del sindicato en Compostela.

Luca decidió que no iba a sacar nada más que le resultase útil aquella tarde, y aquel fastuoso espectáculo gastronómico, que contemplaba desde el coche a través de los prismáticos, le estaba dando envidia. No había comido nada en todo el día y en poco más de media hora debía fichar en la barra del Erotic, así que arrancó el coche para regresar al hotel. Tal vez tuviese tiempo de darse una ducha rápida y comer algo antes de comenzar su jornada laboral en el burdel.