REENCUENTRO

BIKER BAR THE OTHER PLACE, BARCELONA

Ángel aparcó la Dama Oscura frente a la entrada del Biker Bar de los Hell’s Angels en la esquina de Carrer Bilbao con Pujades. El Ayuntamiento de Barcelona, amablemente, también ubicó un pequeño espacio habilitado para aparcar las motocicletas justo en la puerta del local público de los 81. Si bien el Angel’s Place era un lugar restringido solamente a los Hell’s Angels, sus supports y allegados, el The Other Place estaba abierto a todo el mundo.

Echó un vistazo a la cámara de videovigilancia situada sobre la puerta, a la izquierda, y no se quitó el casco hasta franquearla.

En cuanto entró en el salón, vio a Bill el Largo acodado al final de la barra, charlando animadamente con Ramón, el dueño del local: un 81 de la old school. Al acercarse a ellos, Ramón lo saludó levantando su jarra de cerveza, mientras Bill se encendía un cigarrillo. En The Other Place todavía se puede fumar: tras la prohibición del tabaco en los locales públicos, los Hell’s Angels añadieron un «Smoking Club» al letrero luminoso blanco y rojo que decora la entrada y asunto arreglado.

Ángel se detuvo junto al Largo, pero Bill no interrumpió la conversación que estaba manteniendo con el dueño del local. Quería marcar su territorio y dejarle claro que solo era un empleado y tenía que esperar su turno.

—… pero te ha quedado incluso mejor que antes, casi no se notan los destrozos de los antifas.

—Sí —respondió Ramón acariciándose la barba ya totalmente canosa—. Supongo que la cagué al alquilarles el local a los de Democracia Nacional, y encima anunciarles el concierto. No volverá a ocurrir.

—Luego os quejáis porque la prensa relaciona a los Hell’s Angels con los nazis. Os está bien empleado.

—Y lo peor es que al final, además de los destrozos, encima me expedientaron el local por organizar un concierto neonazi. Hay que joderse…

Bill rompió en una carcajada.

—La culpa es mía —concluyó Ramón—. Desde la última redada los Mossos no solían venir a tocar los cojones. Solo que aquella vez venían con orden de registro. Además del Club House y la casa de Alex81, el presidente, entraron aquí con todo el arsenal para llevarse todo lo que les pudiese parecer una prueba de algún delito. Curiosamente, ya tenían a los periodistas avisados para que pudiesen grabar las detenciones. Menudos hijos de puta.

Por fin Bill decidió que era el turno de conceder audiencia al recién llegado, e hizo una seña con la cabeza al dueño de The Other Place autorizándole a servirlo.

—¿Qué te pongo, Ángel? —preguntó Ramón desde la barra.

—Lo de siempre.

—Me alegra ver que vuelves entero —dijo Bill con evidente ironía sin poder contener la sonrisa—, ¿no te has dejado ningún pedazo en México?

—Serás cabrón. A mí no me hace ni puta gracia. Tú sabías adónde me enviabas y no me advertiste. Esos hijos de puta están locos.

—Venga, no seas llorica. Te dije que ibas a jugar en primera división. Y en primera se gana más, pero también hay más riesgo de salir lesionado. Aunque por tu aspecto… Joder, nen, tienes mala cara. Parece que te hubiesen dado una paliza.

—No consigo dormir —se limitó a responder Ángel— después de todo lo que he visto en México.

Bill sonrió y comenzó a caminar hacia el fondo del local. Ángel recogió la cerveza que le tendía Ramón desde el otro lado de la barra y siguió los pasos del Largo hasta la mesa de billar que ocupa lo que antes era la pista de baile. El rincón más discreto de The Other Place.

—Ya me contó Ana vuestra aventura en Chiapas… —dijo el Largo—. Casi no la contáis, ¿eh?

—¿Cómo está? Nos despedimos en el aeropuerto de D. F. y no quiso dejarme ningún número de contacto. ¿Está bien?

—No te preocupes. Sabe cuidarse. Volveréis a veros pronto, cuando regrese de Panamá. Antes de volver a España tenía que cerrar unos asuntos.

—Eso me dijo ella al despedirnos, que es lo mismo que no decir nada. ¿Qué cojones hace en Panamá?

—Prepararte el terreno con los gallegos.

—Maldita sea, Bill, deja de jugar conmigo. Estoy harto de que me habléis en clave. Quiero currar contigo, quiero ganar pasta, quiero hacer algo grande, pero deja de tratarme como si fuese un puto madero. Cada vez que hablo contigo o con Ana me siento como si fuese un novato. No entiendo de qué coño habláis cuando os ponéis tan misteriosos.

—Ojalá fueses un madero… A esos los tengo controlados —respondió Bill mirando fijamente a los ojos al motorista. Y Ángel supo que aquella mirada escondía un secreto…, pero no llegó descifrarlo, y el Largo volvió a recuperar su tono irónico—. Y no te cabrees, hombre. Panamá es una pieza clave en este negocio. Nosotros no somos moros trapicheando con costo culero: hablamos de envíos de grandes cantidades, y para eso utilizamos barcos mercantes. Se acabó aquello de mandar la coca en cajas y descargarla en las playas de Mallorca o Menorca. Y los gallegos trabajan igual. Ahora contamos con grandes navieras. Los envíos se hacen camuflando la mercancía en grandes contenedores, y casi todos los que nos interesan salen de la costa oeste de Sudamérica y tienen que pasar por el canal de Panamá, así que hay que tener en nómina a algunos operarios del Canal para evitar los registros. Es tan simple como eso. Allí tenemos buenos contactos y Ana está cerrando los contratos.

—Nunca dejarás de sorprenderme. Y Ana tampoco. ¿De dónde la sacaste?

—Del Rivera.

—¿Qué? ¿Era puta?

—¡Qué va! Ya me gustaría. Vendía maquillajes, bisutería y porquerías de esas para las putas. Me la presentó Piccolo.

—Creía que pertenecía a Brujas MC.

—Sí, pero llegó al final, poco antes de la disolución y de los problemas con el Comité. Es una tía legal. Tiene más cojones que ningún miembro de ningún MC que yo haya conocido. Incluyéndote a ti.

—No te preocupes, no voy a ofenderme. Ya he tenido la oportunidad de ver cómo trabaja y te doy la razón: los tiene bien puestos. ¿Hace mucho que estáis liados?

Bill rompió de nuevo en una sonora carcajada mientras se terminaba la copa y hacía una seña a Ramón para que le trajese otro bourbon.

—No, no está conmigo, solo trabaja para mí. Pero no te hagas ilusiones, no le gustan los tíos. Supongo que eso va en el paquete. Tiene tantos cojones que solo le gustan las tías… ¿No lo pillas? Tiene cojones y le gustan las tías…

El Largo volvió a reírse de su propio chiste, pero Ángel cuestionó el buen gusto del juego de palabras. Esperó a que Ramón dejase la copa sobre la mesa de billar y regresase a la barra para continuar hablando.

—¿Y ahora qué? ¿Qué esperas que haga?

—Es evidente: ahora tienes que seguir el trabajo. Los mexicanos te han dado el okey. En cuanto todo esté listo en Panamá y el barco zarpe, empezará la cuenta atrás. Ana nos avisará cuando el barco haya cruzado el Canal y esté camino de las costas gallegas. Es el primer envío a Europa que hacemos con Rómulo, así que no podemos joderla. Todo tiene que salir perfecto. El barco tardará menos de dos semanas en cruzar el Atlántico, así que tendremos tiempo para que todo esté preparado.

—Pero ¿hay más? Ya hemos cerrado el trato con los mexicanos, y tú con los gallegos. ¿Qué queda?

—Cuánto te queda por aprender de este oficio, Ángel… —respondió el Largo echando su brazo sobre los hombros del motorista—. Queda todo. Los gallegos se ocupan de la descarga y de contratar los camiones, los conductores y la mano de obra. Nosotros tenemos que invertir en la seguridad. Nuestros amigos de Aduanas y de la policía tienen que cobrar su parte por adelantado. Bendita crisis. Con tantos recortes tenemos todos los funcionarios de nuestras gloriosas fuerzas y cuerpos de seguridad que podamos necesitar a precios de saldo. Pero lo malo de las fidelidades compradas en efectivo es que cualquier otro puede aumentar la puja.

—¿Cualquier otro? No creo que el Ministerio del Interior pueda pagarles más que tú.

—No me preocupa el Estado, sino la competencia. El mercado mexicano es muy goloso. Solo era cuestión de tiempo que llegasen a Europa y hay muchas bocas intentando comerse esa golosina.

—¿Te refieres a los italianos? ¿A la mafia?

—También, pero no hace falta ir tan lejos. Aquí, en Cataluña, en Barcelona, se distribuye más coca que en cualquier parte de España y cualquiera de las familias estaría dispuesta a matar por hacerse con este cargamento y con mis contactos en México, así que tenemos que ser cuidadosos.

—Okey, me ocuparé de vigilar la llegada del paquete, pero ahí termina nuestro trabajo…

—No. No me fío de los gallegos. Quiero que tú supervises todo el proceso. Desde que la coca llega a suelo español hasta que empezamos a distribuirla. Tú escoltarás los camiones desde Galicia hasta aquí. Después cobrarás por los servicios prestados. Y no te preocupes, seré generoso.

Bill levantó su bourbon y Ángel chocó su botella de cerveza contra el vaso de tubo. Aquello era lo más parecido a la firma de un contrato comercial a lo que podía aspirar. Un contrato que tenía un precio…

—Ahora descansa. Relájate. Hablaré con Piccolo para mandarte unas putas y que te des un homenaje a cuenta de la casa, te lo has ganado. Te quiero relajado y concentrado cuando el barco atraviese el Canal. Si esta operación sale bien, vamos a comernos el mundo.