MAGIA

BURDEL EROTIC, LUGO

Cuando la agente Luca llegó al club para iniciar su nueva jornada como camarera, se encontró un espectáculo dantesco. Inesperado. Inclasificable.

Una insólita comitiva presidida por una gruesa mujer, de unos cincuenta años, completamente vestida de blanco y acompañada de un joven mulato, un tal Adriano, recorría lentamente todas las estancias del club bendiciendo cada rincón del edificio con unas velas blancas, y unos cuencos que contenían extraños objetos, mientras recitaba incomprensibles letanías…

—Pedimos a Oxalá que irradie con su luz nuestro conga. A Oya, Yemanyá y Oxun, nos den la fuerza del viento, río y mar. Al Pai Ogum, que corte las demandas con su espada de luz…

Luca se acercó a una de las bailarinas rumanas de inmensos ojos azules para preguntarle quién era aquella mujer y qué demonios estaban haciendo.

—Es doña Dora, la macumbera.

—¿La qué? —insistió Luca desconcertada.

—Es la Mãe de santo —respondió Jurgita—. Una sacerdotisa de Umbanda. Una especie de bruja. Las chicas brasileñas la respetan mucho. Y Antonio y el señor Granda también creen mucho en estas cosas. Doña Dora es una mujer muy importante aquí.

Nacida en Anápolis-Goias, Brasil, en octubre de 1952, doña Dora había llegado a Europa en marzo de 2004. Primero vivió unos meses en Portugal con sus hijas, y a principios de 2005 viajó a Suiza, donde permaneció algún tiempo haciendo «trabajos espirituales». Después de regresar a Brasil, terminaría estableciéndose definitivamente en Lugo en 2007, tras contraer matrimonio con un tal Pedro. A efectos legales, doña Dora era peluquera, y de hecho era frecuente encontrarla en la peluquería de Jacky, a pocos metros de la histórica muralla romana que rodea la ciudad vieja lucense. La peluquería de Jacky era el punto de encuentro habitual de la mayoría de las prostitutas —especialmente las brasileñas— que no vivían dentro de los burdeles de la provincia, pero el trabajo de doña Dora en la peluquería no tenía nada que ver con los tintes, cortes o cardados. Por el contrario, «la macumbera» se dedicaba a echar las cartas, preparar baños espirituales, limpias y filtros amorosos para las prostitutas que frecuentaban el famoso local. De hecho, el anuncio que solía insertar en diarios como El Progreso o La Voz de Galicia, y que todavía es posible rastrear en cualquier hemeroteca, resultaba inequívoco:

Mae Dora

Jogos de cartas, buzios, trabalhos espirituais

Banhos espirituais e garrafadas

Atende-se diariamente pelos teléfonos: 669 98… e 677 38…

Doña Dora, como pretendía su anuncio, era la «madre espiritual» de docenas de mujeres prostituidas en Lugo, pero también de algunos de los prostituidores, incluyendo los propietarios de algunos de los burdeles más importantes de la ciudad, especialmente supersticiosos. De hecho, su relación con los propietarios y encargados de algunos de esos prostíbulos de lujo, como el Erotic, iba más allá de la mera asesoría esotérica, o eso rumoreaban algunas chicas en voz baja. Aseguraban que doña Dora también se dedicaba a traer chicas desde Brasil, para lupanares españoles o suizos, utilizando sus contactos familiares en Portugal.

—No entiendo nada —insistió Luca—. ¿Y qué hace aquí?

—Había un cuenco con sal, unas letras que formaban la palabra espíritu, unas velas y no sé qué más. Antonio lo encontró en un armario, arriba, y se asustó. Llamó a doña Dora y ella le explicó que eso era algún tipo de hechizo que habría hecho alguna de las chicas brasileñas o africanas. Una brujería para cerrar el club.

La obesa mujer continuaba recitando sus letanías, mientras pretendía purificar de toda presencia espiritual negativa el burdel de Granda.

—… pretos velhos lancen su irradiación para dar en este tempo su fuerza y liberación. Junto a caboclos africanos y Xangó…

La guardia civil estaba absolutamente alucinada. La tal doña Dora se movía con toda naturalidad por el local, con una familiaridad que denotaba su conocimiento del club. Estaba claro que no era la primera vez que hacía aquel tipo de rituales mágicos en el Erotic. A la agente Luca le costaba creer que los proxenetas de verdad creyesen en aquellas patrañas, pero las expresiones de Antonio y Granda, tan sumisos a las indicaciones de doña Dora y su asistente, hablaban por sí mismas.

—… que van trayendo de Aruanda sua ventura y protección… —continuaba la macumbera mientras agitaba el incienso y las velas blancas ungidas con aceite de romero.

Aquel día, el burdel abriría sus puertas un poco más tarde. Los restos del supuesto hechizo que había descubierto el encargado los habían puesto muy nerviosos, y no estaban dispuestos a abrir hasta que la macumbera les garantizase que estaban a salvo de todo maleficio.

La siniestra comitiva caminaba por todos los cuartos y pasillos de las dos plantas del club, como una procesión supersticiosa, y Luca se dio cuenta de que aquella era su oportunidad. Doña Dora, sin saberlo, acababa de darle la ocasión de conseguir pruebas contra Marco Granda. Ahora o nunca. Sabía que era una temeridad, que desde el punto de vista legal no podría utilizar nada de lo que encontrase…, pero era la única forma de avanzar en la investigación.

«Estás loca, esto es una estupidez; si te pillan, se acabó», se repetía mientras caminaba rápidamente hacia la entrada principal del club. El corazón empezaba a galopar en su pecho, las manos le sudaban, pero aun así se dejó llevar por el instinto. «No volveré a tener una oportunidad como esta…».

La recepción era el centro neurálgico del club, y normalmente o bien Antonio o bien Karen estaban allí controlándolo todo. Allí se encontraba la caja fuerte, los archivos, los libros de cuentas y los ordenadores que registraban las grabaciones de las cámaras de videovigilancia. Y allí era donde se almacenaba el dinero recaudado cada día, con la humillación de las «vacas» y los «bichos».

El cuarto estaba vacío. No había nadie en el pasillo, ni en el salón, ni en la entrada: todos estaban en la planta de arriba siguiendo las letanías de la macumbera. Luca inspiró hondo, trató de controlar los nervios y se puso manos a la obra con cuidado para no dejar rastro… No tenía mucho tiempo.

Echó un vistazo a los archivadores, pero inmediatamente desechó la idea de examinarlos: el volumen de papeles era demasiado grande como para intentar analizarlo todo. Curioseó en los cajones. Algunas fotocopias de pasaportes de las chicas, facturas, mazos de tiques para copas y servicios sexuales, más facturas, CD, tarjetas… y de pronto, ¡bingo! En uno de los cajones, el pasaporte caducado de Granda. El documento estaba inutilizado mediante un corte —la rutina al retirar el antiguo y hacerse uno nuevo—, pero lo importante para Luca es que conservaba los sellos de entradas y salidas del empresario en sus viajes internacionales. Aquellos cuños y visados le permitirían reconstruir sus visitas a Argentina, Venezuela, Colombia, etcétera, durante los últimos años. Así que, confiando en que no lo echasen en falta, se lo guardó en un bolsillo.

Al revisar el resto de los documentos que se encontraban en el mismo cajón, nueva sorpresa: una pistola Browning modelo 35, del calibre 6.35, sin número de serie. «Vaya —pensó Luca—, si estos tipos van armados, tal vez no haya sido mala idea traerme la pistola del abuelo». Tomó una foto del arma con su teléfono móvil, y cuando terminó el vistazo rápido a los cajones se puso con los ordenadores.

Hubo suerte: el ordenador del jefe estaba encendido, y siguiendo la imprudente costumbre de la mayoría de los usuarios, no había cerrado las sesiones del Messenger, de su perfil en Facebook, ni de su correo electrónico al marcharse con la macumbera. Luca empezó a anotar nombres, direcciones de email, todo lo que pudiese serle útil. Allí aparecían proveedores de chicas, referencias a nuevos burdeles que el patrón pensaba abrir y a otros que acababa de vender, su correspondencia con la Federación Española de Locales de Alterne, fotos, vídeos, documentos… Rápidamente sacó un pendrive de su bolso y empezó a volcar datos lo más deprisa que pudo. Aquello era una auténtica mina de información. Ya tendría tiempo de analizarla más adelante; ahora debía llevarse en la memoria todo lo que pudiese entrar antes de que la macumbera terminase su ritual.

Sin embargo, no tuvo tiempo de concluir el robo de información. De pronto alguien golpeó en el marco de la puerta. Toc, toc.

—¿Mery? ¿Qué hacer tú aquí?

La guardia dio un brinco al creerse descubierta, e instintivamente llevó la mano al muslo, donde ocultaba, bajo la falda, la pequeña pistola Star del 9 corto de su abuelo… Pero no fue necesario que la desenfundase. Quien acababa de pillarla en flagrante delito era Blanca, la rumana.

—Joder, Blanca, me has asustado. Yo… estaba controlando las cámaras. Todo el mundo se ha ido con la macumbera y he pensado que alguien debía echar un ojo, por si entraba algún cliente despistado…

Blanca no respondió. Se dio cuenta de que mentía, pero no le importó: sabía que la camarera nueva tenía buena relación con su amiga Álex, y eso era lo único que le importaba. Luca tomó la iniciativa, extrajo con disimulo el pendrive del ordenador de Granda y se lo guardó en el bolso mientras se acercaba a la rumana para abrazarla.

—Enhorabuena, me ha dicho Álex que estás esperando un bebé.

—Sí, voy a ser mamá —respondió la valkiria iluminando su rostro con una gran sonrisa mientras se tocaba el vientre.

—Felicidades —añadió la falsa camarera tomando a Blanca de la mano y llevándosela con delicadeza fuera de la recepción. Sabía que no era oportuno que las encontrasen allí dentro—. ¿Y por qué no estás con las demás? ¿Tú no crees en la magia de la macumbera?

Blanca respondió persignándose.

—No, no, no. Yo cristiana. Eso que hacen no bueno. Vrăjitorie… ¿Cómo decir tú en español…? Brujería… satánico.

Luca no pudo evitar sonreír con cierta condescendencia. En el fondo, la rumana era tan supersticiosa como las demás; solo cambiaba su interpretación.

—Oye, Blanca, hace días que quería preguntarte algo. Álex me dijo que te había traído un tal Vlad Cucoara.

La expresión de la rumana cambió de pronto. Solo la pronunciación de aquel nombre le infligía un profundo temor. La agente Luca se dio cuenta en seguida de que tenía que ser más sutil, si no quería paralizar a su fuente con un ataque de pánico.

—No, tranquila, no te asustes, yo no lo conozco —mintió Luca—. Es que una amiga de otro club en Madrid, el Sombras, tuvo problemas con él. Por lo visto, es un hombre muy peligroso.

—Mucho malo. Tú no acercar a él. Vlad mucho malo.

—Exacto, por eso te pregunto. Quiero saber cómo es por si me lo encuentro algún día para no acercarme a él.

—Tú acompaña a mi habitación. Yo tengo una foto con él.

Fantástico. Blanca conservaba una pequeña fotografía tamaño carnet en la que aparecía, sonriente, al lado de un joven apuesto pero de mirada siniestra. La foto había sido tomada en un fotomatón de Bucarest tiempo atrás, cuando Blanca, seducida por el atractivo rumano, todavía ignoraba el destino que él tenía preparado para ella.

Luca tuvo una sensación extraña al ver aquella imagen. Esa cara le resultaba vagamente familiar. Juraría que ya la había visto antes, pero ¿dónde? Sin embargo, eso no era lo importante. Lo trascendente de verdad es que había conseguido lo que sus compañeros de la Policía Judicial no habían logrado durante meses de investigación: poner cara al escurridizo Vlad Cucoara. Ahora solo faltaba detenerlo.

El rumor de un grupo de voces acercándose por el pasillo indicaba que el ritual de la macumbera había terminado y que la actividad regresaba al club Erotic. Las chicas volvían a sus cuartos, y los jefes a la recepción. En unos minutos el club abriría sus puertas y todo volvería a la normalidad. Los espíritus malignos no habían dado señales de vida.