BUENA ESPERANZA
BURDEL EROTIC, LUGO
—¡Álex, Álex! —Blanca, la valkiria rumana, entró en la habitación visiblemente excitada—. ¡Positivo, es positivo a mí!
Alexandra Cardona dejó la partida a medias. Desde que se había descargado un programa de ajedrez en su iPhone, mataba los ratos muertos jugando contra el programa y perfeccionando su técnica. Desde niña se había sentido fascinada con aquel juego que le había enseñado su padre cuando apenas había cumplido siete años, pero en España todavía no había encontrado a nadie que compartiese su pasión por el ajedrez.
—Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué es positivo?
—El test, hice el test a mí y da que sí —respondió Blanca a punto de explotar por la excitación, mientras agitaba un pequeño objeto alargado en su mano—. ¡Voy a ser mamá!
—¿Cómo?
—Sí, mira tú. Es positivo. Soy embarazada.
Álex comprobó la coloración del test de embarazo, y el resultado era irrefutable. Positivo.
—Pero ¿cómo? ¿Cuándo? ¿Sabe quién es el padre?
—Es Suso, el calvito, el que viene casi todas las noches… ¿No saber?
—No sé… ¿Uno bajito que habla mucho con usted en la barra? ¿El que dice que tiene barcos?
—Sí, ese, ese. Yo conocí a él en Reinas y él vino a buscarme a mí aquí. Dice que yo gusto mucho, que estar enamorado.
—Ay, mi niña. Pero si dicen que ese anda metido en temas de coca. Que trae droga de Colombia…
—Sí, yo sé, él contó a mí. No pasa nada. Él tiene mucho dinero. Se llama Jesús, como Jesucristo. Nadie con nombre de Jesús puede ser malo.
—No, por favor, Blanca, pero cómo ha hecho usted eso… ¿Es que no usa protección?
—Con él no. Él dice que no gusta con condón. Que no importa si yo embarazo, que él quiere igual a mí. Él prometió a mí que pagará deuda y sacará de aquí. Tiene mucho dinero.
Álex sintió una profunda compasión por su amiga. Durante aquellas semanas había aprendido a no creer en las promesas de los clientes, pero no se veía con fuerzas para desengañar a su compañera. Se la veía tan ilusionada…
—Voy a ser mamá, Álex. Yo mamá, y tú tía, ¿se dice así?
—Sí, Blanca, se dice así.
—Por favor, tú venir conmigo a Lugo, a iglesia, yo quiero dar gracias a Dios. Por favor, por favor, tú acompañas a mí, ¿okey?
—Okey.
Las dos amigas se vistieron y pidieron un taxi. Era la primera vez que Álex salía del nuevo club. Había abandonado totalmente las rutinas físicas del Reinas: no tenía ánimo ni energía para correr, y durante su día libre solía quedarse en cama, durmiendo y jugando al ajedrez. Descargarse la aplicación había sido su mejor válvula de escape. Y de no ser por el ruego de su amiga, continuaría escondiéndose en la ficticia seguridad que le ofrecía el club.
En el taxi, Blanca dio una dirección al conductor. Era la iglesia en la que se había casado Juliana, una de las compañeras del Reinas, y Blanca, al parecer, ya había visitado la capilla en un par de ocasiones. Álex desconocía aquella devoción religiosa de la rumana.
Tardaron poco en llegar a la calle peatonal donde se erigía el templo. En cuanto entraron en la iglesia, Álex se quedó rezagada, acomodándose en uno de los asientos de la última fila. Blanca, radiante como una novia, cruzó el transepto y encendió un par de velas. Después se arrodilló ante el altar mayor.
Durante unos segundos, la colombiana permaneció en silencio, contemplando a su amiga desde la distancia. Instintivamente metió la mano en el bolso y tocó la vieja estampa de la Virgen de Chiquinquirá, cada vez más desgastada, y sintió una profunda tristeza. «¿Qué estará haciendo mamá ahora? ¿Dónde estará John Jairo? ¿Por qué Paula Andrea y Dolores no me dan señales de vida?», pensó con nostalgia. A su izquierda, en uno de los confesionarios de la parroquia, una mujer mayor acababa de levantarse y tras persignarse se encaminaba hacia la salida. Y Álex se sintió irremediablemente atraída hacia aquel confesionario. Hacía mucho tiempo que no iba a misa, ni recibía la comunión. Quizá confesar sus miserias la ayudaría a sentirse mejor.
Casi sin proponérselo se vio a sí misma arrodillada junto al ventanuco del confesionario. Una voz masculina, acostumbrada a repetir monótonamente el mismo ritual, le dio la bienvenida.
—Ave María Purísima.
—Sin pecado concebida —respondió Álex.
—El Señor esté en tu corazón, para que puedas arrepentirte humildemente de tus pecados…
Fue liberador. Como desprenderse de una pesada mochila cargada a la espalda durante una larga caminata por una cuesta empinada. Álex se sintió aliviada al poder compartir sus miserias. El sacerdote escuchó atento, sin hacer comentarios, y al terminar impuso su pena a la penitente: cinco padrenuestros, cinco avemarías y un credo. No era un castigo demasiado severo por tantos pecados, pensó Álex.
Cuando se levantó para acomodarse de nuevo en un banco de la última fila dispuesta a cumplir la penitencia impuesta, su amiga continuaba orando frente al altar, así que tomó asiento y empezó a rezar también. Al tercer avemaría vio de reojo cómo la puerta del confesionario se abría y el sacerdote salía de su interior. Era un hombre de cierta edad, alto, con gafas. La miró fijamente y le dedicó una sonrisa. Ella se la devolvió y continuó rezando. Tenía mucho por lo que rogar. Por su mamá, sola y desamparada en Bogotá. Por su prima y su amiga Dolores, de las que no sabía nada desde hacía mucho tiempo. Por su compañera Blanca, que quizá había cometido el error más grave de su vida…
Fue la rumana quien la rescató de sus meditaciones acariciándole el cabello mientras le susurraba «¿Nos vamos? Yo ya terminé…».
Salieron a la plaza, muy concurrida a pesar del frío, y por un momento se permitieron pensar que eran dos jóvenes normales, sin más mentiras y secretos que el resto de las chicas que, en aquel instante, cruzaban la céntrica avenida. Como si fuesen dos estudiantes, o dos profesionales, o dos turistas disfrutando de los atractivos de la histórica villa romana. Como si un par de horas más tarde no tuviesen que estar semidesnudas, ofreciendo sus cuerpos a desconocidos en el burdel de las afueras. Probablemente a algunos de los hombres que ahora se encontraban en aquella misma plaza… Aquel pensamiento le produjo un escalofrío a Alexandra, y al segundo lo expulsó de su mente.
—Álex, ven, acompaña a mí a ver ropa de bebé. Necesitar pronto muchas cosas para mi niño.
Blanca sonreía embargada por la ilusión. Le partía el corazón pensar en las historias que había escuchado en el Reinas sobre muchas chicas como Nahir, alias Ingrid, o Angy a las que habían obligado a abortar, aun en contra de su voluntad. «Si os quedáis preñadas —le había dicho la Mami al poco de su llegada al Reinas—, no vais a poder trabajar, y aquí no se cobra la baja ni hay derecho a paro. Si no trabajas, no cobras». Y Álex sabía que Blanca necesitaba trabajar. Tenía una deuda que pagar al tal Vlad Cucoara, y no parecía un tipo dispuesto a negociar.
Antes de regresar al Erotic, Blanca y Álex visitaron un par de tiendas de productos prenatales. A la rumana se le iluminaba la cara al ver la ropita de bebé, las cunas, los biberones… Álex nunca la había visto tan radiante. «Debe de ser cierto —pensó— que a las embarazadas se les sube la belleza».
Pero cuando regresaron al club, la realidad las golpeó una vez más, inmisericorde. Antonio, el encargado, las regañó severamente por haberse marchado sin avisar —«Que sea la última vez»—. Por fortuna, no las multó: habían regresado a tiempo para cambiarse y estar en el salón, puntuales, antes de que abriesen las puertas.
A medianoche, como de costumbre, llegó el novio de Blanca. El tal don Jesús —Suso, como le llamaba Blanca— no era un tipo joven, ni apuesto, ni siquiera simpático, pero trataba bien a la rumana. Le hacía regalos, invitaba a copas, hacía pases de una hora y no solía pedir cosas raras. Un trío de vez en cuando y poco más. A Blanca no le importaba. Se había acostumbrado pronto a decir que sí a todo lo que pedían los clientes. Especialmente ese.
Álex los observó desde el otro extremo del salón cuando Blanca y él se retiraron para hablar: la rumana iba a darle la buena noticia. Álex no podía escucharlos, pero el abrazo y los dos besos que le estampó el gallego resultaron bastante elocuentes. Aunque tuviese que ponerse de puntillas para llegar a las mejillas de la rumana, que le sacaba más de una cabeza. La colombiana se sorprendió a sí misma al asombrarse de sus pensamientos. El putero había reaccionado bien a la noticia del embarazo. Tal vez, después de todo, no todos los hombres eran tan cerdos egoístas como creía…
Blanca y el gallego volvieron a cruzar el salón para acercarse a ella. La rumana sonreía, y eso era lo único que importaba.
—Esta es Álex, es mi amiga mejor, ¿tú acuerdas de ella?
—Sí, la he visto por aquí alguna vez, pero creo que no he subido nunca con ella. Hola, Álex, encantado.
—Lo mismo digo —respondió recelosa la colombiana. Aún no sabía cómo tomarse que su amiga le hubiese dado a un cliente del Erotic su nombre auténtico.
—Ahora tienes que cuidarme bien a mi niña, ¿eh? Me ha dicho que venís juntas del Reinas y que compartís habitación aquí, así que supongo que eres como mi cuñada. —Y el gallego rompió a reír su cuestionable ocurrencia mientras Álex se limitaba a retorcer los labios en una mueca que intentaba parecer una sonrisa—. En un par de fines de semana me voy a llevar a Blanca a la costa, para que vea mis barcos y mi negocio. ¿Por qué no te vienes con nosotros? Seguro que ella se sentirá más cómoda si nos acompañas.
—Yo no puedo faltar al trabajo, señor. Estoy aquí para ganar plata y no creo que nos dejen marcharnos un día entero.
—Tú no te preocupes. Soy muy amigo de Granda y también de don José, el del Reinas. Si no fuera por mí, aquí no andaría circulando fariña de tan buena calidad. Hazme caso. Yo me ocupo de todo. Tú solo cuídame a esta preciosidad, y también habrá algo para ti.
Álex se limitó a asentir con la cabeza, aunque no tenía intención de ir a ningún lado sin el permiso expreso del Patrón. Ya tenía suficientes problemas como para buscarse más.
—Toma, un adelanto —insistió el gallego tendiéndole con discreción unos sobrecitos blancos—. Blanca me ha dicho que te gusta la farlopa… Seguro que no has probado ninguna mejor.
Alexandra reconoció inmediatamente las papelinas de cocaína. Había pasado unos días muy malos, y en varias ocasiones había comentado a algunas chicas del club su interés por comprar coca. En realidad, solo quería llamar la atención, expresar su amargura y su tristeza, buscar un poco de cariño, pero, por lo visto, alguna se lo había tomado al pie de la letra.
—No, señor, gracias, pero no puedo pagarla.
—Ya me has pagado cuidando tan bien de Blanquiña. Toma, no seas tonta. Nos acaba de llegar de Colombia, de tu tierra. Seguro que te hace recordar a tu gente. Es como si yo emigro a Argentina, y alguien me regala percebes de la ría de Arousa…
Álex no quería discutir. Recogió las papelinas y se las guardó en el bolso con un seco «gracias».
—Eso es. No todos los días te van a regalar un par de gramos por tu cara bonita. Ya me dijo Blanca que eras muy inteligente. Buena chica… Oye, por cierto, ¿es verdad que estudiaste química?
—Sí, señor. Eso estudiaba en Bogotá, antes de venir aquí.
—¡Carallo! Las putas sois siempre una cajita de sorpresas… Es bueno saberlo, quién sabe, igual algún día tengo algún trabajo para ti…
Pero Álex ya no le prestaba atención. Acababa de ver al otro lado de la barra a Mery, la camarera, y en ese instante lo único que le importaba era saber qué había averiguado sobre el paradero de Paula Andrea y de Dolores.
—Con su permiso —dijo zafándose del gallego y de la rumana—. Tengo sed, voy a pedir un vaso de agua.
Álex se acercó con disimulo a un extremo de la barra, haciendo una seña a la camarera. La agente Luca captó la indirecta y se acercó a la esquina del mostrador.
—Tráigame un vaso de agua, para disimular —le pidió la colombiana.
Luca obedeció. Le sirvió un vaso de agua y Álex comenzó a beber, sin prisa.
—¿Ha averiguado algo de mi prima y de Dolores?
—Sí, pero no son buenas noticias. En el Calima me dijeron que tu prima regresó al Reinas hace días y que Dolores está en Italia. La han mandado a una especie de club de lujo en la frontera con Suiza. Pero también he ido al Reinas y allí nadie sabe nada de Paula. Me dicen que tal vez se ha ido con Dolores, aunque por ahora no he podido averiguar nada más. Dame un par de días y te prometo que las localizaré.
Álex no tuvo tiempo de responder. En ese instante sintió que alguien la agarraba por la cintura y le estampaba un beso en el cuello.
—Pero mira quién está aquí. Si es la colombiana más linda de Lugo.
Al girarse, Álex reconoció al amigo del Patrón.
—Buenas noches, don Lorenzo —dijo Alexandra tratando de soltarse de su abrazo y dejando el vaso de agua sobre la barra. Desde la redada en el Reinas no había vuelto a verlo.
Luca se dio cuenta inmediatamente de la incomodidad que sentía la colombiana por el abrazo de aquel hombre que casi podía ser su abuelo y trató de echarle un cable.
—Salomé, ¿no vas a presentarme a tu amigo?
Álex agradeció el capote y aprovechó la oportunidad para separarse del policía.
—Claro. Este es don Lorenzo, el jefe de Extranjería de Lugo. Es un hombre muy importante aquí. Don Lorenzo, esta es Mery.
La agente Luca encajó la información intentando mantener la compostura. ¿Realmente ese tipo era el jefe de la Brigada de Extranjería? Aquel era un dato importante. Tendió su mano hacia el policía, por encima de la barra, con la intención de estrecharla, pero don Lorenzo no estaba dispuesto a contentarse con tan poco.
Rodeó la barra y entró dentro con la familiaridad de quien conoce el terreno que pisa. Como si estuviese en su propia casa, se acercó a la agente y le estampó dos sonoros besos en las mejillas. Muac, muac.
—Tú eres nueva. No te había visto nunca por aquí, y solo hace dos semanas que no me paso.
—Sí, apenas llevo diez días en la barra.
—¿Y solo haces barra o también haces pases?
—No. Solo barra —respondió Luca conteniéndose las ganas de partirle la nariz al supuesto jefe de Extranjería de un puñetazo.
—Una pena. ¿Eres española?
—Sí.
—Una pena.
Fueron palabras mágicas. En cuanto Luca se identificó como española, el policía pareció perder todo interés por ella. Volvió a salir de la barra para reunirse de nuevo con la colombiana.
—Me ha dicho Pepe que estás a punto de cumplir los tres meses. Ya sabes que si necesitas arreglar tus papeles cuando se te termine el visado, puedes contar conmigo.
—No se preocupe por mí, ya me las arreglaré sola.
El policía soltó una carcajada. A la colombianita le había salido el orgullo. «No importa —pensó—, ya se le bajarán los humos cuando se convierta en una puta ilegal». Sin dejar de sonreír se giró hacia la camarera.
—¿Dónde está Marco? Había quedado en reunirme con él aquí.
—Está en su despacho. Al fondo a la…
—Ya, ya, ya sé dónde está su despacho. Acércame allí una cerveza —ordenó con seguridad, y seguidamente se encaminó hacia el fondo del salón.
Mientras se alejaba y preparaba la consumición del policía, Luca se giró hacia Álex.
—¿Estás bien?
—Sí, gracias. Y gracias por ayudarme.
—¿De qué conoces a este tipo?
—Del Reinas. Es muy amigo del Patrón. Las chicas dicen que es el policía que más manda en Lugo, y el que avisa a don José cuando va a haber una redada. Supongo que hará lo mismo con el señor Granda.
Luca sentía cómo comenzaba a hervirle la sangre en las venas. Probablemente había tenido delante de sus narices a uno de los policías corruptos de los que le había hablado Fran. Debía averiguar quién era de verdad aquel hombre, y qué relación podía tener con la trama que estaba investigando.
Colocó la consumición sobre una bandeja y se acercó discretamente hasta la puerta del despacho, pero no llegó a entrar. Se detuvo justo en el quicio de la puerta, invisible desde el interior, aunque lo bastante cerca como para poder escuchar la conversación entre Marco Granda y el policía, que paseaba nervioso por el despacho.
—… lo tuyo, seis mil euros —decía Granda mientras entregaba a don Lorenzo un abultado sobre—. Cuéntalo si quieres, pero ya sabes que nunca falta un euro.
—Hay confianza, carallo —respondía el otro mientras se guardaba el sobre en el bolsillo—. Aunque este mes quiero algo más. Necesito que me hagas una copia del vídeo. Sé que el alcalde estuvo aquí el otro día con uno de sus concejales, y que subieron con dos rumanas…
—¿Qué alcalde? ¿El de Vicedo?
—¡No, coño! Suso es amigo mío de confianza. Del PP. Siempre vamos de caza juntos. Digo el de Sarria, el socialista. Ese cabrón apoya a ese par de hijos de puta, así que no está con nosotros. Quiero el vídeo de tus cámaras.
—No creo que sea buena idea, Lorenzo, no quiero que me metas en tus guerras.
—Me da igual lo que tú quieras —decía el policía alzando el tono cada vez más visiblemente enfadado—, a esos dos cabrones hay que cerrarles los clubs como sea. A mí no me torea ni mi madre.
—¿Y qué quieres que haga yo?
—Quiero el vídeo del alcalde, y que alguna de tus putas declare contra el Alemán y contra Antonio. Sobre todo el de Ferrol me está inflando las pelotas. Necesito que alguna cuente que la trajeron engañada y con deuda. Me basta con una o dos para poder detenerlos y cerrarles los clubs.
—¿Y qué ganamos nosotros? Los del Reinas quieren hacerse con la concesión de los aparcamientos en Lugo y con el control de la ORA. Hay mucho dinero ahí. Tienen a la mitad de los concejales comiendo de su mano. Pero ¿qué nos llevamos nosotros?
—Por de pronto, a todas las chicas de los clubs del Alemán y de Antonio. ¿Te parece poco? No vas a tener que ir a buscarlas a Venezuela; te las voy a traer yo envueltas en papel de regalo. Igual que las rumanas de Cucoara. Te van a sobrar vacas en el establo…
—No sé… No quiero otra guerra entre clubs, Lorenzo. Acuérdate del 2004: lo de violar a dos de sus fulanas fue una cagada. ¿A quién coño se le ocurrió aquella burrada? No quiero que vuelvan a presentarse aquí tipos armados acojonándome a las chicas y golpeando a mis empleados.
—Tú no te preocupes por eso. Dile a Charly que hable con su suegro: ese puede convencer al teniente coronel para movilizar a toda la comandancia de Lugo si quiere. A mí no me hacen caso. Y si los presionamos con redadas y controles en las carreteras de los clubs, de entrada ya les jodemos la clientela.
—Hablaré con Charly, pero no te garantizo que su suegro convenza al teniente coronel… Es un tipo muy recto.
—Sí, pero le gustan dos tetas como al que más. Y tú habla con tu primo: en la comandancia hay rumores de que los del SAI están haciendo algo en Lugo, así que nada de teléfono. Hay que tener mucho cuidado…
—No te preocupes, ya escarmenté la última vez. Charly, Zully y yo nos libramos de milagro de lo de las venezolanas…
—Uf, qué buenas estaban. —El policía cambió de tono—. Ay, Marquiño, si no fuera por las putas…
Luca no pudo escuchar más. En cuanto oyó pasos a su espalda y vio aparecer a Karen, la esposa de Granda, por el pasillo, supo que tenía que entregar inmediatamente la consumición para no despertar sospechas.
La falsa camarera entró en el despacho y al instante los dos hombres dejaron de hablar, pero ya era tarde. Luca había escuchado suficiente. Más de lo que podía digerir. Ahora tendría que averiguar quién era el tal Charly y por qué su suegro tenía acceso directo al jefe de la Guardia Civil en Lugo; a qué chicas habían violado en esa guerra entre burdeles y quiénes eran «los del Reinas» que aspiraban a controlar los aparcamientos de la ciudad. Ya no tenía duda de que aquellos concejales de los que hablaban estaban relacionados con la investigación de Fran. El círculo empezaba a cerrarse.
Lo demás fue sencillo. Luca dejó la consumición sobre una mesa con una sonrisa de docilidad y volvió a la barra. Después solo tuvo que esperar a que el tal don Lorenzo saliese del despacho y seguirlo hasta el aparcamiento con la excusa de salir a fumarse un cigarrillo. En cuanto anotó la matrícula del coche en que se montaba, sonrió y susurró para sus adentros: «Ya te tengo…».