FIESTEANDO

CHIAPAS, MÉXICO

Esa noche Ángel decidió ser obediente y se puso el traje de Armani, la camisa y la corbata de seda que una de las asistentes de don Rómulo había dejado sobre su cama. El Matagentes había sido muy clarito en sus indicaciones: «Esta noche tenemos cena de gala y no se puede asistir con aspecto de pinche pordiosero…».

Todavía no había conseguido reponerse de la impresión, por la prueba que había tenido que superar horas antes en el despacho del jefe. Tampoco de las atroces decapitaciones que había presenciado en el foso de los caimanes, y no estaba dispuesto a continuar tentando su suerte desobedeciendo al narco chiapateca. Pero había llegado el momento de tomar la iniciativa y pasar a la acción. Estaba en México por una sola razón, y no era convertirse en parte de un cártel de narcotráfico…

Black Angel vació el contenido de su inocente neceser sobre la cama y comenzó a manipular aquellos objetos, a primera vista inofensivos.

Colocó sobre la cama las gafas, los paquetes de chicles, el reloj, el bolígrafo, el encendedor, el juego de llaves y las tarjetas de memoria micro USB. Después comenzó a examinar con cuidado el traje de Armani buscando cualquier escondite posible. No tenía mucho tiempo. Reloj y encendedor… parecían la mejor opción.

Diez minutos después, una de las asistentas del Matagentes le interrumpía golpeando la puerta con los nudillos.

—Señor Ángel, la cena va a empezar. Favor de acompañarme.

Al salir de su habitación, no pudo evitar escuchar una fuerte discusión que provenía de una de las habitaciones del fondo. La voz de don Rómulo era fácilmente identificable. La otra, femenina, le resultaba desconocida.

—¡Cree que fue fácil para mí! Su pinche esposo era un sapo. Trabajaba para esos coño de madre. No podía hacer otra cosa.

—Pero, tío, ¿cómo ha podido? Era el padre de su sobrina nieta, ¿cómo ha podido permitirlo…?

—Mi amor, acá el respeto es lo primero. Si no mantengo el respeto de mi gente, no queda nada. Mañana se va a Europa con la nena, a pasar unas vacaciones, allá lo verá todo más claro.

—¡No quiero vacaciones! ¡Le odio…!

Ángel no necesitaba escuchar más. Las consecuencias familiares del ejemplarizante castigo eran inevitables. Dejó atrás la acalorada discusión y descendió las lujosas escaleras de la mansión siguiendo a la criada. Mientras lo hacía, pulsó el botón del falso cronómetro de su reloj. Desde lo alto de las escaleras tenía una vista panorámica de todos los asistentes.

Cuando bajó al salón ya habían llegado buena parte de los invitados, y también estaba allí Ana, la misteriosa motera. Aunque en aquel momento parecía más una sofisticada aristócrata europea que una intrépida hija del asfalto.

Ana lucía un bello vestido largo de fiesta en guipur, rojo Valentino, el cabello recogido en un tocado y dos pendientes largos, de pedrería, que se descolgaban desde sus orejas, recorriendo su estilizado cuello. El vestido, de cuello alto y manga larga, ocultaba discretamente los tatuajes de la motorista, que en ese momento podría pasar por cualquier adinerada heredera, o por la directiva de alguna importante multinacional.

Al final de sus esbeltas piernas, sendos zapatos de fiesta de Jimmy Choo, diseño Kenta en tono nude con brillantes, elevaban a la mujer otros doce centímetros sobre el mármol del salón. En su diestra, una copa de champán. En la siniestra, un pequeño clutch de Zuhair Murad, a juego con los pendientes y los zapatos. La Bruja estaba radiante.

Ángel se dirigió directamente hacia ella, que charlaba animadamente con dos hombres de rasgos latinos, pero permaneció a un par de metros de distancia. No se atrevía a interrumpirla. Por fortuna, en cuanto le vio le hizo una seña con la mano para que se acercase.

—¿Cómo estás? ¿Te has recuperado?

Ángel asintió con la cabeza intentando esbozar una sonrisa.

—Déjame que te presente a unos amigos —continuó Ana tomando el papel de anfitriona—. Este es el comisario Cárdenas: es el responsable de la Policía Federal en la región. Gracias a sus esfuerzos contra el crimen organizado todos vivimos más tranquilos —añadió con evidente ironía.

—Para eso nos pagan, nomás… Gusto de conocerlo.

Ángel estrechó la mano del oficial, correspondiendo a su sonrisa de cortesía. Ana continuó las presentaciones.

—Te presento a don Osvaldo. Es el alcalde del pueblo, uno de los hombres del PRI más influyentes aquí, y uno de los agradecidos beneficiarios del apoyo económico de don Rómulo. Nuestro anfitrión ha sido uno de los principales impulsores de su campaña electoral. Claro que también fue uno de los donantes más generosos a la campaña electoral de su adversario en el PAN…

—Así es —replicó el alcalde siguiendo con la ironía—. Aprendimos de los norteamericanos, que siempre les venden armas a los dos bandos en guerra. Y a don Rómulo también le gusta repartir su ayuda a todo el que la necesita. Al fin y al cabo, todos los políticos queremos lo mismo, ¿no?

Ángel asintió, aunque no llegó a imitar la sonrisa de don Osvaldo. En realidad, no le sorprendía oír que, como en muchos otros países del mundo, tanto el Partido Acción Nacional —de tendencia conservadora y democristiana, en el Gobierno desde 2000— como el Partido Revolucionario Institucional —segunda fuerza política en la República tras acaparar el poder más de setenta años, desde 1928— sabían valorar cuándo les convenía abrir la mano y cerrar los ojos.

—El bienestar del pueblo —interrumpió de pronto don Rómulo uniéndose a la conversación—. Afortunadamente, todos somos pueblo.

Todos rieron la ocurrencia del patrón, salvo el motero, que continuaba sintiéndose desubicado en aquel lugar.

—Disculpen a mi paisano —dijo Ana con una sonrisa excusando la inexpresividad de Ángel—. Es su primer viaje a México y ustedes me lo están albureando[1].

—Sí, ya sé. Hoy ha sido un día largo, y el güey ha tenido muchas emociones. ¿Verdad que sí, mijo?

—Sí, don Rómulo.

—No se me achicopale. Tómese otra copita y fiestee con nosotros. Ya verá como a medida que ande la noche, se nos anima. Después les tengo una sorpresa…

La cena transcurrió sin contratiempos. Afortunadamente, don Rómulo tuvo la amabilidad de sentar a Ángel entre Ana y un tipo al que le presentaron como delegado sindical de una cooperativa agrícola de nombre azteca impronunciable. En cuanto tomaron asiento, Black Angel sacó un paquete de cigarrillos y su encendedor, apretó el botón y los colocó estratégicamente frente a su plato.

El sindicalista se pasó toda la cena hablando sin parar sobre el daño que los conquistadores españoles habían hecho a las naciones indígenas precolombinas, y reivindicando el honor, el orgullo y el nacionalismo mexica. Recurrente retórica que terminó por levantar un insoportable dolor de cabeza al motorista.

Solo para cuando llegaron los cafés, Ángel encontró la manera de conversar un poco con la mujer misteriosa.

—Alcaldes, policías, delegados sindicales… Parece que don Rómulo tiene en nómina a todo personaje influyente de la región.

—Es lo normal. Es parte del negocio. Para mantenerse a flote en este oficio es necesaria una infraestructura muy compleja. Hacen falta aliados en las fronteras, en los puertos y en los aeropuertos, conductores, pilotos, muleros, cargadores, escoltas, sicarios… Y nada de eso funcionaría si no tienes de tu lado a políticos, policías, empresarios, incluso a la Iglesia. ¿Ves aquel hombre del final de la mesa?

—¿El del traje negro?

—Sí. Se ha quitado el alzacuello, pero es el responsable de la parroquia. Los curas siguen teniendo mucha influencia en las pequeñas comunidades rurales, y todos los narcos saben que son aliados muy útiles para el negocio. Tú les patrocinas el mantenimiento de la iglesia, la construcción de algún comedor y eres generoso con las limosnas, y ellos incluyen en sus homilías algún mensaje amable hacia los empresarios que solo intentan ayudar a la comunidad potenciando el único negocio que realmente da dinero: la adormidera y la coca. Aunque ahora don Rómulo también tiene en nómina al pastor evangélico. Cada vez más campesinos se convierten al protestantismo y a ellos también hay que tenerlos contentos. Todo es una gran mascarada. La plata tira más que la teta y la carreta. No lo olvides, el negocio del narco es una partida de ajedrez, pero las fichas son personas. Debes saber moverlas con precisión.

—¡Joder! ¿Y los demás? Aquí hay unas veinte personas, y menos tú y aquella mujer que está con el alcalde, todos son hombres.

—La mayoría son caras nuevas para mí, aquí la esperanza de vida de un político o un empresario no es muy alta, así que es normal que los vayan matando y reponiendo, pero a algunos los conozco de otros viajes. El de la esquina de tu derecha es el delegado de la Procuraduría, probablemente uno de los tipos más influyentes en esta cena. A su derecha está el gobernador y a su izquierda el comisario de la Policía Local. Los de esa zona son empresarios, y aquellos tres son miembros del cártel del Golfo y del Pacífico Sur. Te recomiendo que no te acerques mucho a ellos, son de gatillo fácil y tú todavía no sabes hablar su idioma.

—No te preocupes, lo tendré en cuenta.

—Pero el más peligroso es el de su izquierda, el que tiene cara de póquer.

—¿Otro narco?

—Peor. Es del Cisen.

—¿Los servicios de inteligencia?

—Exacto. Aléjate de él. Todavía no estás preparado para resistir sus interrogatorios: podría sacarte todo lo que quisiera sin que te dieses cuenta. Y el que está a su lado es el peor. Es el Ruta13, un interrogador. Se ocupa de conseguir la información… como sea. Colecciona tatuajes de sus víctimas: se los arranca, los procesa y los enmarca. No te acerques a ellos —repitió—, no estás listo. Si se dirigen a ti, avísame y yo me ocuparé.

Ángel se sintió herido en su amor propio, pero tuvo que reconocer que la veterana tenía razón. La miró fijamente un instante y luego lanzó su pregunta.

—¿Por qué haces esto?

—¿Trabajar en esto? Por dinero, claro, como todos.

—No, me refiero a mí. ¿Por qué me ayudas?

—No sé a qué te refieres.

—Sé sincera. Esta mañana, en el despacho, con la pistola… La sopesaste, ¿verdad? Sabías que estaba descargada…

—Igual que tú. No me tomes por estúpida. Bill me dijo que eras bueno con la pistola, y en cuanto la cogiste y comenzaste a moverla supe que sabías lo que te hacías. No necesitabas mi ayuda.

—Pero me hiciste una señal, ¿verdad?

—¿Quién, yo? —Ana respondía con ironía conteniendo una sonrisa—. No sé de qué me hablas.

—Vale. De todas formas, gracias. Si no fuese por tus consejos, estoy seguro de que ya habría metido la pata.

—Bill me encargó que te protegiese. Aún no sé si es que sois gais y estáis liados, o es que te ve como el hijo que nunca tuvo, pero la verdad es que te tiene aprecio. Yo me limito a hacer lo que me ha ordenado. Tiene planes para ti y yo soy quien debe enseñarte cómo funcionan las cosas en México. ¿Por qué crees que respondo a tus preguntas?

—Lo que no comprendo es qué estoy haciendo aquí todavía. Se supone que solo tenía que traer un envío de dinero de Bill, ¿no? ¿Por qué no me mandan de vuelta a España?

—No, esto no funciona así. Tú le dijiste a Bill que querías jugar en primera división, y esto es la Champions. Ahora estás en primera línea, pero estar aquí implica unas reglas y unos compromisos. El principal es que el contacto en México, o sea, don Rómulo, confíe en ti. Si te aceptan, tú serás quien ocupe mi lugar como enlace entre Bill y el Matagentes. Es un puesto de mucha responsabilidad, a mí me costó muchos años llegar aquí. Así que no desprecies esta oportunidad.

—¿Tu lugar? ¿Y tú?

—Bill quiere que yo abra el mercado en Afganistán. Allí tenemos ya a muchos hermanos que son militares en las tropas españolas de la coalición. Los contactos con los proveedores de opio están hechos, y nuestros socios en la Brilat de Figueirido, en Pontevedra, están listos para traer la mercancía a Galicia, pero Bill quiere que alguien se ocupe de organizar las rutas y me ha pedido que sea yo. Al final Al Qaida nos va a dar mucho dinero a todos: de no ser por Ben Laden, nunca habríamos conseguido establecernos en Afganistán y seguiríamos distribuyendo hachís culero marroquí.

Ángel no supo qué responder. La mujer misteriosa había vuelto a dejarlo boquiabierto. ¿De dónde demonios había salido aquella Brujas MC con más cojones que todos los hombres del comedor juntos?

¡Clin, clin, clin! El sonido de una cucharilla de plata golpeando contra el fino cristal de murano de una copa rescató al motorista de sus pensamientos. Don Rómulo, en pie, reclamaba la atención de todos los presentes desde la cabecera de la mesa.

—Amigos, quiero proponer un brindis. Por todos los compas, amigos y familia que se han quedado en el camino. Todos sabemos que los tiempos han cambiado. Narco viejo no mata hembra… ni niño. Antes respetábamos a las familias y a la autoridad, pero los jóvenes no conocen el respeto. Durante los últimos años hemos conseguido mantener nuestras plazas, acá abajo, mientras el norte de nuestro México lindo se empapaba en sangre. Y todos hemos perdido a alguien y ganado muchos pesos, ¿verdad?

Los comensales le rieron la gracia al anfitrión, mientras algunos cuchicheaban algo entre ellos. El Matagentes continuó su discurso.

—Pero el negocio se mueve con los tiempos. El mercado demanda nuevos productos, y los productos demandan nuevos mercados. Hace mucho que me late la idea, y con la ayuda de nuestros amigos españoles aquí presentes, comenzaremos nuevas inversiones en Europa. Sabemos que el Chapo ya mandó a su primo Manuel Jesús a Madrid para abrir una ruta, y nosotros no podemos quedarnos atrás. Por supuesto, continuaremos manteniendo nuestras plazas en la frontera, y todos seguiremos cobrando por nuestro trabajo. Sin embargo, llega una nueva era y Chiapas no va a perder el tren del progreso. Alzo mi copa por los compas que no nos acompañarán en este viaje. Todos honraremos su memoria…

Mientras los demás brindaban, Ángel se giró hacia la mujer misteriosa y se inclinó sobre ella para susurrarle algo discretamente.

—¿Tú has entendido a qué se refiere? ¿Qué es eso de «narco viejo no mata hembra»?

—En los años setenta y ochenta, bajo el mandato de Echeverría y López Portillo, no existían los cárteles, solo pequeños grupos locales que sembraban marihuana o amapola o que transportaban coca colombiana a los Estados Unidos y que en realidad no eran un problema. Las autoridades estaban más preocupadas por los grupos guerrilleros. En aquella época el Gobierno cobraba una especie de impuesto a los productores y exportadores de enervantes y supervisaba el negocio. Necesitaban fondos para luchar contra las guerrillas, aunque no existía tanta violencia. Los antiguos cárteles respetaban a las familias y tampoco se ejecutaba a funcionarios, políticos y policías como ahora. Pero durante el mandato de De la Madrid cambiaron las cosas. Los funcionarios comenzaron a exigir una parte del pastel, y el cártel de Tijuana de los Arellano Félix empezó a reclutarlos. Tijuana, Nuevo Laredo y Juárez empezaron a medrar en el negocio y a enfrentarse por el territorio. Y entonces ocurrió lo de Nicaragua.

—¿Qué es lo de Nicaragua?

—El escándalo Irán-Contra. Ahí es donde México entró en el infierno. El triunfo de los sandinistas en Nicaragua, tras la revolución contra Somoza, puso muy nervioso al Gobierno norteamericano. Especialmente a Ronald Reagan, que desde su llegada a la Casa Blanca en 1981 estaba obsesionado con la amenaza comunista en Centro y Sudamérica. Ya sabes cómo son los yanquis… Así que decidieron que había que apoyar a los enemigos de los sandinistas: la Contra.

—El enemigo de mi enemigo es mi amigo…

—Así es. Irak e Irán estaban en guerra desde un año antes, y la Administración Reagan decidió vender armas a Irán para, con esa financiación, apoyar a la Contra nicaragüense. A finales del 86 un periódico libanés destapó el escándalo, denunciando la venta de armas de Estados Unidos a Irán con tan mala suerte para Reagan que casi en las mismas fechas el ejército sandinista derribó un avión estadounidense que llevaba suministros para la Contra y cocaína, y se destapó todo el pastel. La Administración Reagan había estado apoyando económicamente a la Contra a través de tres canales, ninguno de ellos aprobado por el Senado norteamericano.

—¿Y qué coño tiene todo eso que ver con México?

—Joder, Ángel, deberías leer más historia. Los humanos siempre repetimos los mismos errores. Reagan apoyaba a la Contra a través de la CIA, del tráfico de armas a Irán y del narcotráfico. La CIA montó una infraestructura con el cártel de Medellín para facilitar el acceso de la coca colombiana a los Estados Unidos, consiguiendo así fondos para apoyar a la Contra, al margen del Senado norteamericano. Lo malo es que México entró en esa ecuación geopolítica. El odio de Reagan a la amenaza comunista que veía en los sandinistas le enturbió el juicio. Los grandes cárteles mexicanos crecieron gracias a las operaciones de la CIA para apoyar a la Contra. Todo valía para luchar contra la amenaza comunista en Nicaragua, y gracias al Irán-Contra, los cárteles mexicanos se convirtieron en gigantes a los que ya nadie podía controlar. Supongo que cuando mataron a Camarena, los yanquis se dieron cuenta de que el monstruo se les había ido de las manos.

—El Irangate —susurró Ángel recordando viejas lecturas.

—El Irangate —repitió la motera—. Fue el mayor escándalo de la década de los ochenta, y el origen de la situación que ahora vivimos. La verdad es que debemos agradecerle a Ronald Reagan que tú y yo estemos aquí ahora. —La Bruja echó un vistazo hacia la cabecera de la mesa: el Matagentes ya estaba en pie—. Bueno, ahora te quedas tú, creo que ha llegado la hora de que yo os deje solos.

Ángel sintió un vacío en la boca del estómago. No se había dado cuenta hasta ese instante de la seguridad que le ofrecía la presencia de la motera. Estaba claro que aquella mujer sabía moverse en aquel ambiente mucho mejor que él, y cuando se levantó de la mesa se sintió como un cachorrillo abandonado.

—Pero ¿adónde vas?

—Os traen el postre, y este te lo vas a tener que comer tú solito —respondió con una sonrisa irónica.

La mujer misteriosa se acercó a don Rómulo y le susurró algo al oído. El Matagentes sonreía satisfecho: parecía que la mujer sabía lo que tenía que hacer en cada momento. Un instante después, la motera se marchaba del gran salón, llevándose consigo a la acompañante del alcalde. En cuanto la veintena de hombres se quedaron solos, hicieron su aparición por otra puerta al menos tres docenas de espectaculares mujeres, escoltadas por varios de los guardaespaldas y gatilleros del Matagentes, que portaban, además, varias bolsas repletas de un polvo blanco. Tras ellos, un grupo de mariachis debidamente uniformados comenzaron a tocar narcocorridos, mientras los escoltas del Matagentes derramaban el polvo blanco sobre las mesitas del salón. Era evidente que había barra libre de coca y de mujeres para todos los presentes. La orgía acababa de comenzar. Era la manera de fiestear por los nuevos negocios, al estilo narco.

Ángel se quitó el reloj y se guardó el encendedor en el bolsillo. No los iba a necesitar.