NÓMADAS
CLUB REINAS, LUGO
—Paula, recoge tus cosas, te largas con Manuel al Calima. Álex, tú y Blanca os bajáis al Erotic con Granda. Haced la maleta. En quince minutos os quiero abajo.
El Patrón estaba despeinado, sucio, con unas marcadas ojeras y las pupilas aún dilatadas. Era evidente que no se había acostado. Otra noche en que la coca mantenía todavía la adrenalina circulando por su tejido cerebral. Nadie en su sano juicio se habría atrevido a contradecirle.
Alexandra se incorporó en la cama, confusa. Casi no había podido conciliar el sueño entre pesadilla y pesadilla, hasta que ya había amanecido. Hacía un par de días que había recibido el mensaje sms de Kiko —Estoy trabajando en lo tuyo. Si todo sale bien hoy, muy pronto saldrás de ahí, libre y sin deuda. Besos :-*— y después, el silencio. No había vuelto a dar señales de vida, ni había respondido a sus mensajes. Su teléfono siempre aparecía apagado o fuera de cobertura, y comenzó a temer que el guardia hubiera encontrado la forma de rentabilizar en su beneficio aquella información, y que después hubiese desaparecido dejándola tirada. De repente, sus ojitos verdes y su seductor hoyuelo en la barbilla ya no le parecían tan atractivos. En sus pesadillas aparecía rodeado de dinero y riéndose a carcajadas de su ingenuidad, por haberle entregado aquellas pruebas. Por eso se despertaba una y otra vez en plena noche, con la sensación de haber sido burlada y abandonada a su suerte por aquel maldito policía putero.
—Tranquilas, no os asustéis —les dijo Luciana, que se había despertado también con los gritos del Enano—. Solamente os mandan a hacer plaza a otro club. Es lo normal. Ya me extrañaba a mí que llevaseis aquí paradas dos meses sin que os moviesen un poco.
Luciana les explicó cómo funcionaban las «plazas» y cómo las chicas rotaban de club en club, normalmente en turnos de veintiún días, aprovechando los periodos de menstruación para viajar a otro burdel, piso o agencia. Y las características de cada tipo de «plaza».
Las colombianas recogieron sus cosas, aún confusas, y contemplaron preocupadas la cama de Dolores, sin deshacer. Todavía no había regresado.
Empaquetaron lo que cabía en una maleta. En el caso de Alexandra, entraba todo. En el de Paula no: su vestuario se había multiplicado en las últimas semanas, y una buena parte de su ropa se quedaría en el armario del Reinas hasta nuevo aviso.
—No te preocupes, Paula —le dijo Luciana—. Yo te la cuido hasta que vuelvas.
Las primas salieron del dormitorio y se encaminaron a la planta baja del edificio. Luciana las acompañó. Blanca, la rumana, ya las esperaba sentada sobre un peldaño, al pie de las escaleras.
En el comedor las aguardaba el Patrón. Estaba sentado en una de las mesas, desayunando con dos hombres y varias mujeres. Uno era Manuel, el encargado del club Calima, también propiedad de don José. El hombre que había pagado su viaje a España y con quien habían asumido la deuda que las asfixiaba. El cruceño, de veintinueve años, era más alto, más atlético y más guapo que el Patrón, y llevaba el pelo muy corto, casi al uno. Vestía de sport y estaba rodeado por dos hermosas jóvenes, absolutamente idénticas. Luciana leyó la perplejidad en el rostro de Alexandra: las gemelas siempre causaban ese efecto la primera vez.
—Son Lorena y Francis —le susurró discretamente—, pero no me preguntes cuál es cuál, yo todavía no las distingo. Lorena es su novia. Ni te imaginas todo lo que le ha tenido que soportar: Manuel es un cabrón. Tened cuidado con él, se folla todo lo que se mueve.
—¿Y quién es el otro?
—¿El fuertote con pinta de gañán? Marco Granda, el dueño del Erotic. Es el club con más clase y glamur de Lugo. Tiene placa de garantía de calidad, ¿sabes? De vez en cuando don José y él se intercambian chicas para que los clientes vean movimiento, y os ha tocado a vosotras. No os quejéis, el club es mucho más bonito que este.
Alexandra sabía que era inútil intentar convencer al Patrón, pero Paula Andrea sí se quejaba: no quería separarse de su prima, ni dejar a Dolores sola y desvalida en aquel lugar. La pequeña medellinense cada vez estaba más distinta y más distante. Apenas se veían, y ambas primas sabían que aquellos cambios tan radicales en su forma de comportarse no auguraban nada bueno. Dolores necesitaba ayuda, pero todavía no lo sabía.
Paula Andrea se armó de valor, desatendiendo los consejos de Alexandra, y tomó la iniciativa. Dejó la maleta en el suelo y se acercó a la mesa donde los tres hombres y las chicas estaban desayunando.
—Perdone, don José, no queríamos molestar. Solo hablar un momentito con usted. Por lo de separarnos. Nosotras no queremos separarnos…
Fue inútil. Solo consiguió enfadar aún más al Patrón, que amenazó con echarla a patadas del club si continuaba cuestionando su forma de llevar sus negocios. Todavía se notaban en su actitud los efectos de la cocaína: estaba espídico, frenético y violento.
—¿Y Dolores? —preguntó Paula Andrea en un último arrebato de valor.
—Dolores se queda. Está trabajando muy bien, y parece que los clientes no se han aburrido todavía de ella. Además, para ella tengo otros planes. Va a hacer un viajecito fuera, un tiempo. No es problema vuestro.
Los otros dos hombres contemplaban la discusión guardando un respetuoso silencio, pero con una sonrisa irónica colgada en los labios. «Se te van a subir a la chepa, Pepe», susurró uno de ellos, echando más leña al fuego. Todo intento por convencer al Patrón resultó inútil.
Apenas una hora más tarde, Alexandra Cardona ya se había despedido de sus compañeras en el Reinas. Al menos de aquellas con las que tenían más relación. Luciana, Cristiane, Liliane y tantas otras… Todas ellas princesas tristes. Cada una con una historia personal dramática. De la que no pudo despedirse fue de la pequeña Dolores. Todavía no había regresado de la salida y su teléfono, previsiblemente, estaba apagado.
Después se fundió en un abrazo empapado en lágrimas con su prima Paula Andrea antes de entrar junto a Blanca en el Mercedes E-270 del propietario del burdel Erotic. Paula se marchó con Manuel y con las gemelas en su flamante BMW X5 3.0 TDI negro.
El trayecto fue muy corto. Apenas quince minutos. El nuevo hogar de Álex y Blanca se encontraba a no mucha distancia. El Erotic resultó ser un gran chalet azul, situado en el tramo de la carretera nacional VI que rodeaba la ciudad de Lugo. Al norte. Ya a las afueras, pero mucho más cerca del núcleo urbano que el Reinas.
El edificio, de tres plantas, tenía a la izquierda un amplio aparcamiento con un acceso directo al local, justo bajo un cartel blanco con letras en rojo y azul, que anunciaba «Show Club Erotic». Sin embargo, la entrada principal se encontraba del lado de la carretera. Un discreto vallado protegía a los clientes de las miradas indiscretas, para facilitar su acceso de forma clandestina al burdel. A la izquierda de la puerta principal, una extraña placa de metacrilato transparente, atornillada a la pared, anunciaba que aquel club pertenecía a una supuesta élite de burdeles, asociados en una agrupación nacional de locales de alterne. El texto de la placa acreditaba aquel local como «Asociado» y garantizaba que «Este local cumple con las normas de calidad», incluyendo el nombre del garito —«Show Club Erotic»— y el anagrama y logotipo de la asociación: una letra A en color azul. Al otro lado de la puerta, arriba, a la derecha, una de las cámaras de videovigilancia registraba a todo aquel que entraba o salía.
Blanca y Álex se sentían atemorizadas. Aquel lugar parecía muy diferente al Reinas. Solo lo parecía.
En cuanto llegaron, Granda le dijo a la nueva mami, de nombre Karen, que acomodase a las nuevas.
—¿Cuántos bichos tenemos hoy? —Marco solía referirse a las prostitutas que hacían plaza en sus locales como bichos o vacas.
—Veintidós, con la bailarina veintitrés. Esta dice que solo baila y no hace sala.
—De acuerdo. Mete a estas en la habitación 19.
—En la 19 está la negrita —respondió la nueva mami mientras consultaba una agenda sobre el mostrador—. Llamó esta mañana para decir que venía hoy.
—Pues pasa a la negrita a la 14 con Cris, y pon a estas dos en la 19.
—Vale.
Álex y Blanca siguieron obedientemente a Karen a su nueva habitación. Aún no sabían que Karen era en realidad la esposa del jefe.
—Así que tú eres colombiana, como yo —dijo la mujer dirigiéndose a Álex. Los cinco años que llevaba en España, tres de ellos junto a Granda, habían limado su acento y normalizado el tuteo en el trato con las chicas del Erotic—. ¿De dónde?
—De Bogotá.
—Qué lindo Bogotá. Cómo lo echo de menos. Yo del norte, de Cesar. De Valledupar, ¿conoces?
—No, señora, nunca he estado. Pero una hermana de mi mamá vive en Santa Marta, cerca del parque natural Tayrona.
—Ay, qué bello. Pues deberías ir a visitarla cuando puedas. La costa es muy hermosa… Ya hemos llegado. Esta va a ser vuestra habitación. Podéis ir poniendo vuestras cosas.
En cuanto se quedaron solas, Álex envió un sms a su prima, para interesarse por su situación: Ya estms en club. Nsotras bien. Tdo Ok? Sbe alg d Dlores? Álex permaneció unos minutos pendiente del móvil, esperando la contestación de Paula Andrea, pero esta no llegó. Quizá aún seguía en el coche, camino de su nuevo club, y no había escuchado el teléfono. Álex ignoraba que el club Calima estaba en esa misma carretera, N-VI, apenas unos quince kilómetros más al norte.
En seguida regresó la mami para enseñarles su nuevo lugar de trabajo.
—Venid conmigo, y os explico un poco cómo funciona el club. Me alegra tener acá a una paisa.
A pesar de todo su glamur, y según las informó Karen, la rutina en el Erotic era exactamente la misma que en el Reinas. Durante las mañanas, las chicas dormían. A las 15.00 comida, y a las 17.00 se abrían las puertas del club y todas debían estar en el salón para esa hora, si no querían recibir multa. Salvo las externas, que llegaban un poco más tarde. A eso de las 20.00 las chicas contaban con media hora para cenar algo, y después de vuelta al salón hasta las 5 de la madrugada, una hora más los fines de semana. «Aquí respetamos el horario —aseguró la mami—, no como en el Reinas, que cierra cuando a Pepe le da la gana…».
Aquella placa en la fachada y en la recepción del club, con el anagrama de asociación de locales de alterne, pretendía conferir a aquel burdel un estatus de distinción y respetabilidad del que no disponían otros locales, pero en el fondo todo era igual, salvo el paisaje.
Al entrar en el club, el visitante se encontraba primero con una recepción provista de un pequeño mostrador. Y tras él, presidiendo la pared de la entrada, un gran espejo con la imagen de Cupido y la leyenda «Eros: Dios del amor». A su izquierda, otra placa de menor tamaño que acreditaba que la calidad de los servicios sexuales en el burdel estaba garantizada por la asociación de empresarios del alterne.
Recorriendo el pequeño pasillo, de color mostaza y negro, se desembocaba en el salón principal, que las recién llegadas inmediatamente identificaron como su nuevo lugar de trabajo. Tanto por el mostrador para las bebidas como por la barra de la bailarina de striptease, que debía alimentar el morbo de los clientes indecisos cada noche. El salón era mucho más amplio que el del Reinas. E incluso estaba provisto de un pequeño escenario para las actuaciones eróticas.
La decoración, sin embargo, aspiraba a tener mucha más clase y glamur. En las paredes se había respetado el estilo rústico, manteniendo la piedra de la edificación original, pero combinándola con madera. El sofisticado mostrador, de color bermellón, iba a juego con los taburetes, las estanterías y la decoración de techos y paredes.
En la segunda planta existía un segundo salón, un poco más pequeño, provisto también de un largo mostrador, y en lugar de escenario, una barra para los números de striptease en medio de la pista. Además, había algunos reservados realmente claustrofóbicos, con una pequeña pista de pole dance y un par de sofás para los pases privados. Las suites, mucho más lujosas que en el Reinas, disponían de cama redonda, jacuzzi en el dormitorio y espejo en el techo. «Para los que gustan de mirar», les dijo la mami.
Cuando terminó el recorrido, Karen les informó de que a partir de ese momento tenían tiempo libre hasta la apertura, podían hacer lo que quisieran.
—Disculpe, ¿puedo llevarme ese diario? —se atrevió a pedirle Alexandra señalando el periódico que había sobre la mesita de la recepción.
—Lo siento, cielo, es de hace unos días. El de hoy se lo ha llevado Marco.
—Da igual, es por tener algo que leer.
—Claro, si no te importa que sea atrasado, llévatelo.
Blanca y Álex regresaron a la habitación. Blanca se echó a dormir. Álex, sin embargo, estaba demasiado inquieta.
En cuanto deshizo su maleta y acomodó su parco equipaje en el armario de la habitación, Alexandra Cardona cogió su teléfono móvil y marcó el número de Kiko. Tenía un mal presagio y temía que sus pesadillas se hubiesen hecho realidad y hubiese sacado una fortuna chantajeando a aquellos políticos y empresarios corruptos, y abandonándola a su suerte. Pero necesitaba seguir intentándolo… El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento, por favor, inténtelo de nuevo más tarde. Otra vez el maldito mensaje enlatado de la compañía telefónica.
Se sentó en la cama y comenzó a leer el periódico. Solo quería concentrarse en la lectura para evadirse un momento de la angustia, pero ni siquiera iba a tener esa opción. En cuanto llegó a las páginas locales, el mundo entero pareció desmoronarse sobre ella. Se sintió morir al leer aquel titular: «Joven agente de la Guardia Civil fallece en accidente de tráfico». La foto que ilustraba la noticia era irrefutable: el atractivo policía de los ojos verdes y el hoyuelo en la barbilla aparecía vestido de uniforme, sonriente. No se llamaba Kiko, sino Francisco. Según el redactor, su coche se había salido de la carretera por causas aún no aclaradas por la aseguradora, despeñándose por un barranco en la costa. Murió en el acto.
Álex sintió que se ahogaba, que le faltaba el aire. Ahora ya sabía por qué Kiko no respondía a sus llamadas. De repente, solo con girar la página del periódico, todas sus esperanzas de escapar de aquel lugar se habían desvanecido. Volvía a estar completamente sola.
Intentó contener las lágrimas para no despertar a Blanca y se asomó a la ventana del cuarto que les había tocado en suerte. Necesitaba aire. El paisaje era tan triste y deprimente como su ánimo. La fachada daba a la Nacional VI. Esta vez no había árboles, ni pájaros, ni flores. Solo asfalto. Al otro lado de la carretera, una nave industrial tan vacía como sus esperanzas, que en otro tiempo había pertenecido a un concesionario de coches. Y a su izquierda, unas casas bajas, verdes, que se anunciaban como Centro de Jardinería Jardín Lugo.
Si Álex se hubiese fijado en el coche que estaba aparcado entre ambos edificios, guarecido por las sombras, se habría percatado de que en ese momento, en su interior, una mujer armada con una cámara fotográfica provista de teleobjetivo estaba enfocándola directamente. Llevaba un par de días controlando sus movimientos a distancia.