TOY RUN/81

CLUB HOUSE DE LOS HELL’S ANGELS MC. BARCELONA

Esta vez Bill el Largo no había querido utilizar el teléfono para contactar con Black Angel, y eso significaba que la reunión era importante. A veces la forma más discreta de enviar un mensaje es hacerlo a la vista de todos, de ahí que en esta ocasión el Largo hubiera preferido dejar un aviso en su perfil de Facebook: «Toy Run/81. HAMC Barna. No faltes». Como siempre, Ángel borró el comentario del muro en cuanto recibió el mensaje.

«Toy Run/81. HAMC Barna». Una frase en un muro de Facebook a la vista de todos, pero que solo alguien muy familiarizado con el mundo biker podría descifrar. Las Toy Run son la actividad de invierno más importante de la mayoría de los Motorcycle Clubs de todo el planeta. Especialmente de los 81, número que simboliza las letras octava y primera del alfabeto: H y A. Acrónimo de Hell’s Angels. Y ese HAMC Barna indicaba que, de todos los Hell’s Angels Motorcycle Clubs existentes en España —casi una decena tras la reciente disolución de los HAMC de Mallorca y Murcia—, la cita se establecía en el capítulo de Barcelona.

Tras leer el mensaje de Bill, Ángel buscó en su armario y sacó una sudadera roja y blanca con la leyenda Red & White: Support 81. Encima se puso el chaleco y la cazadora de cuero negro. Después de comprobar que el cargador de su inseparable HK estaba lleno, se cruzó la bandolera táctica y la sujetó a su pierna. Recogió el casco y los guantes y salió del piso.

Mientras bajaba al aparcamiento y desencadenaba a la Dama Oscura, sonreía en silencio al pensar en lo paradójico de aquel espectáculo. No existe una imagen más contradictoria y aparentemente antinatural como la de cientos de tipos duros, tatuados y vestidos de cuero negro, a lomos de sus ruidosas Harley Davidson, escoltando miles de juguetes infantiles con destino a algún hospital, orfanato o centro de acogida. Una estruendosa comitiva formada por tres Reyes Magos, con aspecto de peligrosos delincuentes —más de uno lo había sido—, seguidos de una interminable caravana compuesta por cientos de ángeles del infierno y sus incondicionales.

Por supuesto, no solo los Ángeles del Infierno celebran las Toy Run. Esta tradición del mundo de los Motorcycle Clubs fue exportada de Estados Unidos a finales del siglo XX y los Hell’s Angels de Barcelona fueron uno de los primeros motoclubs españoles en ponerla en práctica. Desde entonces y durante los últimos días de diciembre o los primeros de enero, los moteros más temidos del mundo biker internacional invitan a todos sus simpatizantes a buscar juguetes infantiles no bélicos y a entregarlos en su Club House de la calle Fluvià. Unos días más tarde, los Hell’s Angels convocan una atronadora manifestación que escoltará los juguetes reunidos hasta su destino. La Casa Hospicio de las Hermanas de San Juan de la Montaña, la Ludoteca María Gràcia Pont, el hospital Can Ruti o el de Vall d’Hebrón son algunos de los beneficiarios de las Toy Run de los 81 de Barcelona durante la última década. Los HAMC Valencia, Madrid, Costa del Sol, etcétera, organizan también sus propias celebraciones navideñas, al igual que casi todos los MC del país, pero la Toy Run de los HAMC Barcelona era histórica.

Black Angel la conocía bien. No era la primera vez que asistía a ese ritual. Esos días era fácil encontrarse en el Club House a famosos simpatizantes del MC, como el rockero Loquillo, el cantante Carlos Segarra, la stripper Chiqui Martí y demás, también fieles a la Toy Run. Pero ¿por qué había escogido Bill el Largo ese lugar y esa fecha para convocarle? Olía mal. Olía a problemas.

La Harley de Black Angel dejó atrás la interminable Avenguda Diagonal y giró a la derecha en la calle de Espronceda. Justo antes de alcanzar los Jardines de Gandhi, giró por Llull a mano izquierda para desembocar en Fluvià. Como en cada Toy Run, estaba totalmente colapsada por docenas y docenas de motocicletas, aparcadas a ambos lados de la calzada.

Se vio obligado a seguir unos metros más, hasta Carrer dels Pellaides, y montar la acera para aparcar justo en la puerta del estudio del famoso diseñador Javier Mariscal, situado a apenas dos docenas de metros del Angel’s Place.

En Fluvià, cientos de bikers simpatizantes del HAMC esperaban pacientemente a que los prospect de los 81 terminasen de cargar los juguetes almacenados en las furgonetas que los transportarían a sus pequeños destinatarios. «Pero esta vez —pensó Ángel—, no hay cámaras ni fotógrafos». La prensa no acudió a la cita.

Durante la penúltima macrooperación policial contra los Ángeles del Infierno, reporteros de diferentes medios habían sido advertidos con anterioridad de que se iban a producir las detenciones en los locales de los Hell’s Angels. Y las imágenes de los peligrosos motociclistas, saliendo esposados y rodeados de agentes, dieron la vuelta al globo. En este mundo en blanco y negro donde priman las etiquetas sociales, se reafirmó Ángel mientras encadenaba la Harley, los moteros casi siempre han sido etiquetados como delincuentes, así que cubrir los actos solidarios protagonizados todos los años por grupos de motociclistas implicaba un esfuerzo añadido a la hora de justificar un titular paradójico y aparentemente contradictorio. Sobre todo si se trataba de los malditos Ángeles del Infierno…

Encadenó la moto y sacó de una de las alforjas la muñeca infantil que acababa de comprar en una céntrica juguetería en el cruce de Balmes con Bergara: no era elegante presentarse en una Toy Run sin algún juguete. Después se abrió paso entre la multitud para acceder al Club House. El Ayuntamiento de Barcelona continuaba manteniendo una extensa zona de aparcamiento de motocicletas, justo en la puerta del Club House de los 81. «Deben de tener un contacto muy influyente en la Generalitat —pensó la primera vez que aparcó su Harley ante el Angel’s Place—, para lograr que precisamente en la calle Fluvià, y justo frente al número 21, el Ayuntamiento barcelonés hubiese decidido habilitar tantos metros de aparcamiento para motos…». Black Angel no creía en las casualidades.

El local, protegido con varias cámaras de videovigilancia y sensores de movimiento, era en realidad una antigua fábrica de dos plantas en Poblenou, pintada de rojo y blanco, los colores de los Ángeles del Infierno, y su plaza fuerte desde 1996. Una auténtica fortaleza en la que ningún temerario se atrevería a adentrarse de no contar con el beneplácito de los 81.

Por fuera, la puerta principal que da a la calle Fluvià facilita el acceso al Club House bajo un letrero rectangular, azul y negro, con la leyenda «Hell’s Angels MC Barcelona». Por dentro, un neón luminoso rojo y blanco anuncia: «Angel’s Place», sobre una placa cromada con la legendaria calavera alada, el temido símbolo universal de los 81. Frente a ella, colgada del techo, una histórica placa de metacrilato romboidal conserva «plastificado» uno de los primeros chalecos con los colores de Centuriones MC, el motoclub original que terminó convirtiéndose en el primer capítulo de Hell’s Angels Spain.

La puerta de acceso en realidad es un portalón metálico, por fuera recubierto de tiras de madera, y por dentro lleno de fetiches y recuerdos de la hermandad motera.

El Angel’s Place estaba a reventar. A diestra y siniestra brindaban miembros de las más prestigiosas hermandades custom, luciendo sus parches y colores: Black Falcons, Mescaleros, Blood Rockers, Imperiales, Acadios, Diablos, Rebels, Pawnees… Black Angel se detuvo un instante en la entrada y contempló con admiración aquella fortaleza de los 81: un auténtico museo consagrado a la historia del motoclub más temido y legendario del planeta.

Entrando, a la izquierda del local, un expositor con sus productos de merchandising —camisetas, sudaderas, pegatinas— y la barra. Tras ella, las paredes repletas de cuadros, metopas, grabados y afiches, en recuerdo de la trayectoria histórica del HAMC de Barcelona, incluyendo parches y anagramas de todos los capítulos del mundo.

A la derecha, pasado el pequeño cuarto, la placa de madera grabada a cuchillo que recuerda la memoria de Alfonsso81, el ángel del infierno muerto en 2001. Black Angel se quitó el gorro en señal de respeto al ángel caído.

Más allá, los taburetes y las pequeñas mesas altas circulares habían sido retirados para amontonar cientos de cajas con los juguetes y ropa recogidos en la Toy Run, que apenas dejaban ver esa pared del local, también atestada de pedazos de historia del club, como una gigantesca calavera alada de metal y un enorme escudo con los colores de los 81.

No importaba en cuántas ocasiones visitase el Angel’s Place. En cuanto las hebillas metálicas de las botas de Black Angel tintinearon como espuelas al pisar aquel local, no pudo evitar la sensación de que estaba entrando en un viejo saloon del Oeste americano. Tras dejar sus monturas de acero en el exterior, aquellos modernos cowboys de asfalto se acercaban a la barra del garito para pedir una cerveza fría o un bourbon, como manda la tradición. Y como si fuese el protagonista de un antiguo western, Ángel se llevó instintivamente la mano a la bandolera, para comprobar que el arma estaba en su sitio, lista para desenfundar en caso de conflicto con algún forastero recién llegado a la ciudad. Sonrió ante el delirio de sus propios pensamientos.

—¿Qué tal, Ángel? —Una voz familiar a su espalda y un golpe cariñoso en el hombro le hicieron regresar a la realidad—. ¿No te has querido perder la Toy Run?

Era Marcos, uno de los miembros más veteranos. Sus brazos desnudos, completamente repletos de tatuajes que le llegaban hasta el cuello, no dejaban lugar a dudas sobre su implicación en el MC. En aquellos tatuajes estaba impresa con tinta sobre piel toda su historia personal. Venía acompañado de Fabián, propietario de un conocido local de tatoos en la Gran Vía de les Corts Catalanes y otro de los 81 del capítulo Nomads, que había alcanzado cierta popularidad al participar en el videoclip Loca, de Shakira, con Andrés y otros Nomads 81: él era el ángel del infierno que llevaba a la cantante colombiana en la grupa de una espectacular Harley cuando fue multada por circular en moto sin casco por Barcelona. Los 81 no pudieron evitar la tentación de utilizar el videoclip, que más de 40 millones de personas han descargado en Youtube, para enviar un descarado mensaje subliminal del que ni un solo periodista se había percatado. Solo los iniciados en el submundo biker se dieron cuenta de que en la moto que lleva a Shakira, la mítica calavera alada de los Hell’s Angels aparece discretamente oculta bajo unas pegatinas blancas y rojas. Una de ellas esgrime la provocadora consigna ACAB que utilizan cientos de grupos ultras, y que fue lanzada al mundo desde aquel vídeo musical impunemente: All Cops Are Bastards. No es casualidad que la versión en inglés del videoclip «Loca» se titule «Hell’s Angel»…

—Hola, Marcos —respondió Ángel estrechando con fuerza su mano—. Ya sabes que intento no perdérmela nunca. ¿Dónde está Pilar, y Odín?

—Por ahí andan, con la niña. Pasa y tómate algo. ¿Esa muñeca es para los niños? —dijo Marcos señalando el juguete que Black Angel portaba bajo el brazo.

—Sí, toma, mi pequeña contribución a la Toy Run de este año. Hoy no me quedaré mucho. ¿Has visto al Largo? He quedado aquí con él.

—Sí, lo vi hace un rato —respondió Marcos mientras le canjeaba aquel juguete por un tique rojo, con la imagen de un motero, y que podía cambiarse en la barra por una cerveza o un refresco—. Estaba al fondo, junto a las escaleras.

—Okey. Feliz año, hermano. Dale un beso a Pilar y a los niños.

Black Angel se abrió paso entre la multitud que colapsaba el local, saludando a viejos compañeros de ruta. Algunos de los ángeles del infierno más temidos y respetados en la historia de los motoclubs españoles estaban allí. Como Banans, el sargento de armas; o Ramón, el tesorero y responsable de The Other Place; y otros más jóvenes, como Micky81, conflictivo y polémico. Allí andaban también Brinco, Soto, Nando, Manolo, Chavi o Frank, el secretario, uno de los más jóvenes de la cúpula de mando. Todos ellos ángeles del infierno de diferentes capítulos, que se habían ganado a pulso los colores rojo y blanco, con mucho esfuerzo, tesón y respeto. Como Chus81, veterano miembro de Nomads, brillante empresario y personaje mediático desde que inició su relación sentimental con la stripper Chiqui Martí, y responsable de la seguridad durante la grabación del videoclip de Shakira, en el que también aparece. O el chileno Eric, alias Crazy Indian, batería del grupo de rock Rockzilla. O Jaro, un miembro de Boixos Nois condenado en 1991 a veintisiete años por asesinar a machetazos a un hincha del Español, de los que cumplió quince. De la Fuente, el vicepresidente del capítulo, todavía se encontraba en prisión.

Y por supuesto, allí estaba el omnipresente Alex81, presidente plenipotenciario de todos los Hell’s Angels españoles, tan respetado como temido por la mayoría de los MC del país. El exboxeador fumaba uno de sus característicos puros. Al fondo, Ángel reconoció también a Sara, su todavía esposa, y a su hija Ana, a las que tampoco era extraño ver por el club, y que sufrieron en sus carnes el asalto policial a la casa del líder de HAMC durante la última macrooperación contra los 81.

Las escaleras que conducen al segundo piso, normalmente ocultas tras una cortina granate, marcan la frontera natural para los invitados. Si bien solo excepcionalmente alguien que no pertenece al MC puede entrar en aquel local, su acceso se limita a la barra del bar en la planta baja. La cocina, territorio prospect, presenta la misma decoración barroca, saturada de símbolos y anagramas de los Hell’s Angels, hasta el extremo de «autentificar» la mayoría de los azulejos y mobiliario con pegatinas del club.

Las habitaciones de la planta superior solo están permitidas a los miembros de pleno derecho del 81, los full color, y a hermanos de otros capítulos que, de paso por Barcelona, necesitan un lugar donde dormir. Allí se celebran las reuniones del capítulo o «misas», presididas por Alex81 y a las que se entra sin teléfonos móviles. Nada de fotos ni grabaciones. Lo que allí se dice allí se queda. Omertà. Espíritu custom. Pura democracia: un hombre, un voto, sobre un ataúd utilizado como mesa de juntas. Los sofás rojos, los tapetes red & white, la calavera alada por todos lados. Hasta la mayoría de los interruptores eléctricos lucen los colores blanco y rojo. Cientos de fotografías de miembros de otros capítulos cubren también las paredes de la segunda planta. Y más tallas, relieves y grabados. Algunas réplicas de motos de juguete, piezas de una armadura, pósters… La decoración es tan sobrecargada como en la planta inferior, pero igualmente desbordada de historia del club de moteros más legendario del planeta.

Las escaleras que dan acceso a la planta superior están flanqueadas por docenas de fotografías de miembros históricos de los Hell’s Angels. Las que aparecen en un marco negro son de hermanos ya fallecidos, como Alfonsso81, Aldo, Micha o Ron81, un británico que presidió el capítulo de Valencia hasta que en abril de 2008 un cáncer de páncreas se lo llevó de este mundo. Desde entonces a los 81 valencianos los lidera Pedro81, otro histórico miembro de Centuriones y tatuador de prestigio nacional. Pedro81 es uno de los escasos Hell’s Angel que lucen en su chaleco el parche de Dequiallo: ese parche, bordado en blanco y negro, acredita la resistencia violenta a una detención policial. Alex81, el presidente de los Hell’s de Barcelona, también ostenta con orgullo un Dequiallo en su chaleco…

Encontró a Bill el Largo, con un vaso de Jacks Daniel’s en la mano, contemplando una de aquellas fotos: la de un gigantón rubio de brazos hercúleos y tatuados que parecía mirar a la cámara desde el más allá, con audaz provocación.

—Hola, Bill.

—Hola, Black. —El Largo respondió al saludo de Ángel sin apartar su mirada de la fotografía—. ¿Lo conociste?

—No. ¿Quién es?

—Helmut. Un gran tipo —respondió mientras alzaba su copa ante la imagen y daba un trago, brindando por la memoria del tal Helmut—. Aunque en el club todos lo conocían por Miko. Era el presidente del capítulo de los 81 en Karlsruhe, en el suroeste de Alemania. Dos tíos le volaron la tapa de los sesos en pleno centro de la ciudad. Una putada. Íbamos a hacer negocios juntos, ¿sabes? Tema de putas. Miko tenía unos garitos en Alemania donde sabrían apreciar a las latinas y yo iba a enviarle algunas fulanas sudacas. Brasileñas, colombianas, dominicanas, ya sabes. Pero aquellos dos hijos de puta que se lo cargaron me jodieron el negocio antes de empezarlo.

—¿También estás metido en temas de putas? —preguntó Ángel sorprendido.

—Muchos lo estamos. ¿Te acuerdas de Stone Gate King?

—Claro que me acuerdo. —Hablaba de Frank Hanebuth, alias Stone Gate King o The Long, y Ángel supuso que Hanebuth y Bill compartían algo más aparte de sobrenombre.

—Somos viejos amigos —continuó este con la mirada perdida entre el gentío que atestaba el local.

—Yo lo vi en una ocasión en una fiesta de los 81. Era el presidente del capítulo de Hanover cuando estalló la guerra con los Bandidos MC, ¿no? Creo que venía bastante a España.

—Sí. De hecho, él llevó las negociaciones por parte de los 81. En Alemania está muy metido en el negocio del sexo: puticlubs, porno, sex shops. Controlaba el barrio rojo de Hanover, aunque los putos maderos le complicaron la vida. Cumplió unos años en prisión, y ahora está en Mallorca, montando el nuevo capítulo de los 81 con Kleine, los Youssafi y otros. Pero desde la sombra. Han puesto a un presidente de paja para que la poli alemana no les toque los cojones, y ya han abierto varios puticlubs, table dances y demás en las islas. Si te pasas por Baleares y quieres follar gratis, avísame. El Globo Rojo, el Club 97, el Palacio Rojo, el Platinum tienen controlados la mitad de los puticlubs de la isla.

—¿En serio merece la pena mezclar el club con negocios de putas?

—Naturalmente. No te imaginas la pasta que dan los clubs. Y lo mejor es que es un negocio respetable, que no da tantos problemas como la coca o las armas.

—¿También andan metidos en eso?

Bill el Largo apartó su siniestro ojo de cristal del salón y clavó la mirada en la de Black Angel, sonriendo con sorna. No respondió. Se limitó a pasar su brazo sobre el hombro de Ángel y a conducirlo de nuevo hacia la barra del local.

—El entierro de Helmut fue una pasada. Se juntaron más de mil hell’s angels llegados de todo el mundo. Menuda fiesta. Seguro que Miko se estaba descojonando desde el infierno… Eran buenos tiempos. Tiempos de plomo y hierros.

Los dos moteros se acercaron a la barra, donde un prospect que lucía solo el parche inferior en su chaleco hacía las labores de camarero y pinche de cocina. Parte de su iniciación en el club.

—Ponle una cerveza a mi amigo. Y para mí, otro Jack Daniel’s. Paga él.

—Sin alcohol —se apresuró a añadir Ángel mientras entregaba el tique y sacaba la cartera para pagar la copa de su amigo—. ¿Vas a decirme de una vez por qué me has hecho venir aquí? ¿Y por qué hoy?

Bill el Largo guardó silencio unos segundos, mientras clavaba su mirada en los ojos de Ángel, como si estuviese sopesando sus próximas palabras, como si todavía necesitase valorar hasta qué punto podía confiar en aquel compañero de ruta. El ángel negro parecía un tipo legal, sin embargo, era muy discreto con su pasado, y también con su presente. Todos suponían que había cumplido una larga condena en alguna prisión por algo relacionado con las armas. Tenía fama de ser buen tirador: eso fortalecía su imagen de tipo duro y justificaba su reserva. Esa discreción era un punto a su favor, a ojos de Bill, aunque para otros resultase sospechosa.

El Largo era un auténtico ejemplar de puro 1% de la vieja escuela, un motero de los que decidieron vivir al margen de la Ley, y en su oficio la confianza es un riesgo añadido. Pero era inevitable tener que delegar ciertas actividades de sus negocios a tipos como Black Angel. Su mejor mula.

Se conocían desde hacía más de dos años, cuando coincidieron en una fiesta de aniversario de los prospect de Jaguars, y desde el primer momento se habían caído bien. Además, Black Angel había demostrado en suficientes ocasiones que tenía las agallas necesarias para responder en cualquier situación. Una pelea, espalda contra espalda tras una reunión del Comité, había terminado por sellar su relación. Ángel había sabido aprovechar aquella oportunidad para ganarse la confianza del Largo.

—Mira a tu alrededor, Ángel. ¿Qué ves?

—No me jodas, Bill, ¿ahora vamos a jugar al veo veo?

—Tú dime qué ves.

—No sé. Un local lleno de moteros.

—No seas tan superficial. Ve más allá.

Ángel recorrió el local con la mirada, intentando descifrar qué era aquello sobre lo que el Largo intentaba llamar su atención, pero con varios whiskies de ventaja, sabía que no iba a poder alcanzar sus razonamientos.

—No tengo ni idea de qué quieres que vea.

—¿Es que no lo notas? El poder, la seguridad, el miedo… Lo que hay aquí es pura política.

—Creo que para ser tan temprano ya te has tomado demasiadas copas, amigo.

—No, en serio, escúchame. Fíjate en esos pringados, los prospect que están cargando las cajas y poniendo las copas. ¿Por qué crees que están aquí?

—Está claro. Quieren ganarse el parche de tres piezas y ser así ángeles del infierno de pleno derecho.

—Correcto. Ahora solo tienen uno o dos. Pero ¿por qué crees que están dispuestos a dejarse humillar, a hacer todo el trabajo sucio, solo por conseguir coserse en la espalda los parches de los 81?

—Eso deberíamos preguntárselo a ellos.

—No me hace falta. He conocido a cientos en los últimos veinte años y todos quieren lo mismo. Respeto. Infundir miedo. Saben que nadie en su sano juicio se atrevería a meterse con un miembro full colors de los Hell’s Angels, porque eso sería como enfrentarse a todos. Son un clan. Una manada. Un ejército. Igual que los Pawnees, los Mescaleros, los Krakens o cualquier otro MC. Tú, sin embargo, no llevas parches de ninguna hermandad. Un tipo con el chaleco desnudo, sin colores, en las fiestas de los clubs…, es como si fueses en pelotas. ¿Por qué?

—Yo soy un free biker, Bill, ya lo sabes. Voy por libre.

—Lo sé. Y eso es lo que me gusta de ti. No necesitas un pedazo de tela cosido en la chupa para hacerte respetar. Por eso quiero contar contigo para un trabajo muy especial. Pero debes tener claro que, si lo aceptas, entrarás en una nueva familia. Y nosotros no llevamos nuestros colores a la vista de todos. Somos más discretos.

—¿De qué me estás hablando?

—¿Tienes tu pasaporte en regla?

—¿Pasaporte? No lo necesito para moverme por Europa, así que me estás hablando de algo más complicado, ¿no?

—Sí. ¿Recuerdas lo que te comenté hace un tiempo sobre el material afgano?

—Espera, espera —le interrumpió violentamente Ángel—. ¿Estás loco? ¿Me estas proponiendo un trabajo en el Club House de los Hell’s Angels? ¿Sabe Álex algo de esto?

—No, esto no tiene nada que ver con los 81… Esperaba esa reacción. Vámonos fuera. Hablaremos mejor en la parte de atrás.

Los dos moteros se abrieron camino hasta el exterior. Las aceras de la calle Fluvià estaban llenas de gente y de motos, que aguardaba el inicio de la cabalgata de la Toy Run de los Ángeles del Infierno, así que giraron a la izquierda en el cruce de Fluvià con Ramón Turró y se metieron en el pequeño aparcamiento privado que da a la espalda del Club House, un recinto cerrado y amurallado, de unos 600 o 700 metros cuadrados, al que se accede a través de un portalón metálico verde que Bill cerró en cuanto entraron. Era un lugar más discreto para hablar. Y parecía que el Largo tenía ganas de conversación.

Sin dejar de vigilar con el rabillo del ojo el portalón metálico que daba acceso a la explanada del parking, comenzó a dar rodeos, no iba al grano.

—Las cosas han cambiado mucho, hermano. Se están perdiendo los valores de la vieja escuela. Antes si una tía entraba en el club, era para lo que era. Ahora ves entrando y saliendo a esposas, madres, hijas. Joder, esto ya parece un camping de domingueros. Y encima se ha perdido todo el espíritu racial. Ahora le dan los parches a cualquier sudaca y mestizo. Un día de estos tendremos un ángel del infierno negro. O moro.

—No me jodas, Bill. Ahora va a resultar que tú también eres nazi. Cierto que aquí hay muchos 81 latinos, como Fabián o Crazy Indian, pero han demostrado su valía.

—¿Qué diferencia hay? Michael Jackson se blanqueó hasta parecer un puto mono albino, como Copito de Nieve. Pero la raza se lleva por dentro. En el alma. Y los negros, los sudacas y los moros no son de fiar. Te lo digo yo. Stone Gate King se ha empeñado en meter a unos hermanos turcos en el nuevo capítulo de Mallorca, y al final se arrepentirá, ya lo verás.

—No digas eso. Mohamed fue presidente de Jaguars MC mucho tiempo y es un tío legal. También lo digo yo.

—¡Bah! Un presidente de un MC marroquí. ¿Dónde coño se ha visto eso? En la vieja escuela eso era impensable. Y si no sigue en el club, será por algo.

—No te preocupes, Bill. No creo que tengas nada que temer. Por suerte o por desgracia, muchos skins y neonazis, adictos a vivir en manada, terminan desembocando en motoclubs cuando cumplen los treinta, y los Hell’s Angels sigue siendo el más atractivo. Pero ¿quieres decirme de una vez para qué me has traído aquí?

Bill hizo caso omiso a la pregunta, y sin dejar de vigilar el portalón metálico, continuó su discurso. Black Angel tuvo la impresión de que estaba esperando a alguien, y solo ganaba tiempo.

—¿Skins? Menuda panda de payasos. ¿Lo dices por los tatoos, las esvásticas y las cruces gamadas? Desde el principio de la historia de los MC, incluyendo a los Hell’s, se ha jugado con la simbología nazi, pero no por la ideología que implica, sino porque los primeros moteros eran veteranos de la Segunda Guerra Mundial, que volvieron a Estados Unidos a finales de los años cuarenta y se traían insignias, condecoraciones, cascos o hebillas que habían pillado como trofeos durante los combates con los nazis. Hacía falta ser muy imbécil para acusar a aquellos veteranos, los que de verdad lucharon cara a cara contra los alemanes, de ser nazis. Si colgaban aquellos símbolos en sus motos o en sus chalecos era porque los consideraban trofeos de guerra. Cuando vieron que los pijos de la American Motorcycles Association se escandalizaban al ver aquellas esvásticas y cruces gamadas, se partían de risa. Por eso siguieron utilizándolas. Para provocar, nada más. Y cuando los de la AMA echaron a los Hell’s Angels de su asociación, por las broncas que montaban, fue cuando dijeron aquello de que el 99% de los motociclistas americanos eran ciudadanos responsables y que no se podía satanizar a los motoristas por un 1%. Ese es el verdadero origen de ese parche que llevas cosido en tu chaleco.

—Lo sé, Bill, no me sermonees. Me conozco la historia. No solo los 81 utilizan el parche del 1%, pero reconocerás que algunos antiguos skins, al cumplir años, terminan desembocando en el mundo de los MC. Al fin y al cabo, aquí también se sienten como en una familia. Mira a Jaro —dijo Ángel señalando a uno de los hell’s angels presentes en el local—, o a Pakillo, o a Fabi o a todos los miembros de Hammerskin que ahora están en Pawnees…

Sin poder contenerse, sin intentarlo siguiera, Bill el Largo rompió en una sonora carcajada.

—Esos son los mejores, los Hammerskin de Pawnees. Me pregunto qué cara ponen cuando acuden al capítulo de Málaga y tienen que ponerse a las órdenes de un negro… Lo sabías, ¿no? Que el presidente del capítulo de los Pawnees de Málaga es negro… Hay que reconocer que el destino tiene sentido del humor. ¿Te imaginas qué dirían los amiguitos nazis de los Hammer al ver a algunos de sus miembros más relevantes obedeciendo dócilmente a un negro?

—No creo que les haga ni puta gracia. Además, Fabi fue uno de los Hammerskin condenados en el juicio del año 2010. Ya pagó su deuda con la sociedad. Si ahora se siente cómodo como miembro de los 17, a mí me parece cojonudo.

—¡Venga ya! Los Pawnees han perdido el norte. Negros, moros, tienen hasta chinos…

—Si lo dices por Choi, no es chino, sino coreano. Y por lo menos han evolucionado y se han dado cuenta de que no importa que el presidente de un capítulo sea negro, moro o asiático. Los colores del chaleco están por encima de los de la piel. Deberías aprender de ellos, Bill. Y seguro que en este Club House hay mucha gente que piensa como yo. Pero ¿qué demonios estamos haciendo? ¿Me has hecho venir hasta aquí para filosofar sobre el movimiento biker?

Black Angel había empezado a perder la paciencia. Y su instinto de supervivencia hacía rato que pegaba alaridos de alarma. Algo en aquella situación estaba fuera de guion. No era normal. Definitivamente, Bill el Largo estaba ganando tiempo, pero ¿para qué?

De pronto, al otro lado de la valla del aparcamiento empezó a sonar un rugido atronador de motores, señal inequívoca de que los prospect habían terminado de cargar los juguetes en las furgonetas, y la Toy Run estaba a punto de comenzar su ruidosa manifestación de Harleys hacia sus pequeños destinatarios. Cientos de motocicletas de alta cilindrada bramando con furia, un estruendo ensordecedor que solo saben apreciar los amantes de las dos ruedas. Ángel no lo sabía, pero esa era la señal.

—Tranquilo. ¿Este Club House dices? Es una mierda —dijo cambiando intencionadamente de tema, mientras contemplaba la parte trasera del edificio desde la explanada—. Es discreto, sí, pero demasiado céntrico. El primer Angel’s Place era una vieja herrería en la que teníamos una «galería de tiro» donde poder practicar. Yo saqué buen dinero consiguiéndoles armas y munición a algunos miembros de la vieja escuela. Allí podíamos disparar sin que nadie viniese a tocarnos los huevos. —Y señalando al extremo del aparcamiento, de donde llegaba el atronador sonido de cientos de motocicletas encendiéndose, añadió—: Aquí, para poder pegar un tiro, tienes que esperar un estruendo como este…

De pronto Bill el Largo desenfundó una Glock del calibre 9 mm y tiró de la corredera para montar el arma, como si fuese lo más natural del mundo.

No, aquello no pintaba bien. Justo en ese instante un tipo alto y fuerte entró en el aparcamiento privado por el portalón, lo cerró tras de sí, y Ángel supo que aquello apestaba a peligro. Pero era demasiado tarde para echarse atrás.

—¿Qué coño estás haciendo?

—Este es Robert. Uno de mis chicos. ¿No lo conoces?

—No —respondió Ángel muy serio, sin perder de vista la Glock montada con una bala en la recámara, lista para disparar—. No lo he visto en mi vida.

—Pues él a ti sí te conoce. Además de miembro full color, es funcionario de prisiones…

El tal Robert, que se acercaba por detrás, no se molestó en saludar ni en tender la mano. Sin mediar palabra, soltó un puñetazo directo al hígado de Black Angel, que cayó de rodillas doblado por el dolor. No se esperaba aquel golpe y no pudo reaccionar. Intentó llevarse la mano a la bandolera para desenfundar su HK, pero el otro fue más rápido y le sujetó el brazo por detrás de la espalda, llevándole la muñeca hasta el omoplato. El dolor, al luxarle el hombro, era insoportable. Bill el Largo se arrodilló a su lado y le colocó el cañón de la Glock entre ceja y ceja.

—¿Quién eres, Ángel? ¿Quién eres realmente? —dijo mientras le sacaba la HK de la riñonera y balanceaba su Glock a escasos milímetros de la cabeza del ángel negro—. En realidad, no sé nada de ti. Antes me gustaba que fueses tan discreto, pero ahora ya no me gusta tanto.

—No sé de qué cojones me hablas. Sabes de sobra quién soy. Cumplí condena por tráfico de armas, y no me gusta presumir de ello. ¡Me cago en la puta! ¿Alguna vez te he dado alguna razón para que dudases de mí?

—Nunca. Hasta ahora. Y me estoy jugando demasiado como para correr riesgos. Anthony Tait, Jay Dobyns, Alex Caine, William Queen… A los Hell’s Angels ya se les han colado demasiados infiltrados, y yo no estoy dispuesto a que a mí me ocurra lo mismo. No serás un poli, ¿verdad?

—¡Claro que no! Pero ¿de qué coño estás hablando? —balbuceó Black Angel mientras apretaba los dientes a causa del dolor—. Y dile a tu gorila que tenga cuidado, o te juro por Dios que como me rompa el brazo, le voy a arrancar la cabeza y me voy a mear en su boca…

Bill el Largo sonrió, pero no apartó el cañón del arma de la cabeza del motero. Ángel no podía apartar su mirada de aquel orificio redondo y negro que se abría ante sus ojos como un pozo oscuro y siniestro. Un agujero temible que se proyectaba por aquel cilindro de metal en el centro de la corredera, al final de la cual solo podía ver el temible ojo de cristal del Largo, que le miraba sin vida.

—Me cuenta el amigo Robert que el otro día te vio en la Modelo visitando al bueno de Johnny. Espero que tengas una razón convincente para hablar con mi gestor a mis espaldas, Ángel, o esta vez sí voy a tener que cortarte las alas.

Black Angel apartó la mirada del cañón de la Glock y la clavó en el ojo sano del Largo. Necesitaba improvisar algo convincente. Su ojo vivo tampoco pestañeaba y le decía de forma indubitable que no tendría el menor reparo en apretar el gatillo y dejar su cuerpo abandonado en el parking trasero de los Hell’s Angels. El cabrón lo tenía todo pensado. El brutal estruendo de la Toy Run ahogaría el disparo. Nadie podría escucharlo con aquel ensordecedor rugido de cientos de motores. Encontrarían su cadáver uno, o quizá dos días después, en el patio trasero de los Hell’s Angels. No era un mal plan. Así serían los Ángeles del Infierno los que se comerían el marrón de su ejecución. Un ajuste de cuentas entre moteros. La mala fama de los 81 haría el resto.

—No es asunto tuyo —dijo Ángel intentando ganar un segundo para encontrar alguna explicación convincente. O al menos tan absurda que, por su incoherencia, resultase creíble.

—¿Que no es asunto mío? Me estás empezando a cabrear, Negro. Tienes tres segundos para decirme por qué te has reunido con mi antiguo asesor fiscal y de qué habéis estado hablando o te juro que no vas a salir de este aparcamiento…

Como si hubiese recibido una señal, el funcionario de prisiones tiró de la muñeca hacia arriba, luxando aún más el brazo del motorista y acentuando el dolor en los ligamentos del hombro. Un dolor tan agudo e intenso que había dejado de sentir el que le producía el hígado machacado por aquel primer puñetazo.

—Está bien, esta bien —dijo Ángel confiando su suerte a una mentira tan increíble que pudiese parecer real—, tú ganas. Me estoy follando a su mujer.

En medio del clamor de los motores que inundaba el aparcamiento, se hizo un silencio denso. Durante unos segundos ninguno de los tres hombres dijo nada más. De pronto, Bill el Largo rompió en una carcajada, y como si hubiese esperado su autorización para reír, el funcionario de prisiones hizo lo mismo. Había colado.

—¿En serio te estás follando a la mujer de Johnny? Esto es buenísimo… Sabía que de vez en cuando te pasabas por su casa, pero no podía imaginar… Ja, ja, ja. ¡Pero tú eres un hijo de puta!

—Joder, Bill, no tiene gracia. Cuando condenaron a Johnny empecé a visitar a su familia por si necesitaban algo. Siempre me llevé bien con su mujer y con los niños. Y con el tiempo…, bueno, ya sabes cómo son esas cosas. Pero me sentía culpable y quería contárselo. Pedirle perdón… ¡Y dile a este puto gorila que me suelte de una vez, joder, me está destrozando el hombro!

—Suéltalo, Robert —dijo Bill mientras apartaba la Glock de su cara sin dejar de reír—. Pero no le des la espalda a este picha brava, o igual no podrás sentarte en una temporada. Vaya, vaya, Ángel. Esto lo explica todo. Me recuerdas a mí mismo a tu edad. No te importa lo que haya que hacer para subir, ¿eh? Estás dispuesto a hacer lo que sea…

—Así es. Lo que sea —respondió Ángel sin devolver la sonrisa.

El Largo volvió a meter su arma en la bandolera de Black Angel, le dio un cachete en la cara y enfundó la Glock. Después le tendió la mano.

—Venga, hombre, chócala. No me lo tengas en cuenta. Comprende que en este oficio hay que ser un poco desconfiado. Nos jugamos mucha pasta. Y cuando me enteré de tu visita a la Modelo… Por un momento pensé que eras un poli.

Black Angel no respondió al saludo. Se limitó a masajearse la muñeca y el hombro, que todavía le dolían, apretando los dientes y clavando su mirada en el ojo sano del Largo.

—Está bien —continuó Bill mientras se sacaba un sobre del bolsillo interior de la cazadora y se lo tendía a Ángel—. A partir de ahora vas a jugar en primera división, si todavía te interesa el trabajo.

—Claro que me interesa. Pero sigo sin saber de qué coño me estás hablando.

—Quiero contar contigo para un business importante. Los afganos quieren mandar su mierda a Estados Unidos, a través de México. Y los mexicanos quieren abrir su propio mercado en Europa. Y yo estoy en el medio de todos. Yo siempre estoy en el medio de todo…

Ángel no respondió. Miró con ira al tal Robert de abajo arriba calculando su peso. El funcionario de prisiones era grande. Sin duda pasaba de los cien kilos. Robert le devolvió la mirada con una sonrisilla provocadora en los labios. Con el despecho del grandullón que se sabe superior físicamente. A Ángel no le gustaría volver a sentir su puño incrustado en el hígado.

—Y no vuelvas a hablar con nadie sin mi permiso —continuó el Largo—. Ahora sé qué sabes. Johnny intentó traicionarme y por eso está en ese agujero. Tú no intentes hacer lo mismo, o terminarás en otro agujero similar… o peor.

Al abrir el sobre que Bill le tendía, Ángel descubrió una generosa suma de dinero y un billete de avión a México D. F.

—Sales dentro de setenta y dos horas —añadió el Largo—. Arréglate un poco. Córtate esos pelos. Aféitate. Cómprate ropa de turista y cuídate el hombro. Ahora lárgate. Nos veremos antes de que salgas para darte el paquete.

Ángel no se despidió. Se dio la vuelta para encaminarse hacia la salida del parking, pero antes y sin mediar palabra, proyectó todo su cuerpo para ganar potencia en el gancho y soltó un puñetazo con todas sus fuerzas dirigido a la mandíbula del funcionario de prisiones, que se desplomó sobre el barro sin poder reaccionar.

—Esta te la debía —dijo mientras se alejaba—. Y me gusta saldar mis deudas.