ILUSIONES

CLUB REINAS, LUGO

Aquella noche, después de su estreno con el funcionario baboso de la calva ridícula, Alexandra Cardona, es decir, Salomé, no volvió a subir con ningún cliente. No tuvo estómago. Al regresar al salón, buscó a Dolores y a Paula y las encontró en la barra con los dos tipos que exploraban toda su anatomía con la dedicación de un fisioterapeuta. Su mirada se cruzó con la de su prima, y eso la hizo sentir un poco de alivio. Se sentía violada y ultrajada, pero pensó que Paula ya tenía bastante con soportar al cliente que la estaba magreando a cambio de una copa. Y aunque las lágrimas se agolpaban en sus ojos, les prohibió salir. Hizo de tripas corazón y con el gesto contraído dibujó una sonrisa, le lanzó un beso y se dirigió al cuarto de baño, donde lloró hasta que se le terminaron las lágrimas. Después se limitó a rezar por que llegase la hora del cierre y pudiese refugiarse de la realidad entre las sábanas. Allí se concentraría en un único pensamiento: escapar.

Pasadas las cinco de la madrugada y cuando el Patrón lo consideró oportuno, se encendieron las luces del salón y se apagó la música. Hora de cierre. Las chicas hicieron cola para canjear los tiques de sus servicios en la noche por dinero en efectivo. Sin embargo, cuando a Alexandra le llegó su turno, el resultado no pudo ser más decepcionante.

—Aquí tienes, un euro y medio… —dijo el Patrón—, vas a tener que esforzarte más, Álex.

—¿Cómo? ¿Qué significa esa vaina? ¿Qué mierdero es este?

—Ya te explicó Luciana cómo funciona esto. Por la casa y la comida pagáis 42 euros al día. Tú hoy has ganado 45. Pero las chicas que venís con deuda tenéis que abonar también lo que debéis del viaje a Manuel, y lo habitual es que se os retenga el 50% de lo que ganáis, para pagar lo que debéis. Algunas prefieren que se les retenga todo para terminar de pagar antes y empezar a ganar dinero en serio para ellas, aunque como las nuevas todavía apenas habéis trabajado, creo que es mejor que por ahora solo paguéis la mitad. Es justo, ¿no?

Álex se quedó paralizada, no sabía qué responder. Permanecía petrificada, con aquel euro con cincuenta céntimos en la mano, sin saber cómo reaccionar.

—¿Qué pasa? —insistió el Patrón—. ¿He hecho mal las cuentas? 45 euros de un servicio, menos los 42 euros de la casa, 3 euros. Y la mitad, euro y medio. Si no te parece bien, ya sabes dónde está la puerta. Y no me hagas esperar a las demás, que tú no eres la única que quiere cobrar. Venga, largo.

—Está bien, pues nos largamos. —Álex explotó, sin medir las consecuencias de su arrebato de ira—. Paula, Dolores, coged vuestras cosas, nos marchamos de acá.

El Patrón se quedó perplejo. Era la primera vez que una fulana le descubría el farol. Nunca antes le había ocurrido aquello.

—¿Cómo que os vais? ¿Adónde os vais? Son las cinco de la madrugada.

—¡Al carajo nos vamos! Prefiero cualquier otro mierdero antes que seguir acá por esta miseria —respondió colérica arrojándole a la cara las dos monedas.

De pronto el rostro del Patrón se transformó. Le había costado mucho llegar a alcanzar su posición y no estaba dispuesto a que una puta sudaca, pensó, se le subiese a las barbas delante de sus fulanas. Sus ojos se inyectaron en sangre. Color rojo furia.

—Okey. Tú lo has querido. ¡A la puta calle!

A partir de ahí todo ocurrió muy de prisa. El Patrón agarró a Álex por el brazo fuertemente, clavándole aquellos dedos pequeños y robustos en la carne hasta hacerle daño, y echó a andar tirando de ella hacia la salida del club. Las chicas que en ese momento esperaban para cobrar se quedaron inmóviles, incapaces de reaccionar, mientras don José salía al exterior llevándose a la nueva casi a rastras.

En cuanto salieron al aparcamiento, Álex sintió un impacto brutal en todo su cuerpo, que paralizaba sus articulaciones. Un dolor intenso, diferente a ningún otro que hubiese experimentado nunca. Era el frío. Pero no un frío normal. Era atroz, gélido, letal. El frío de la madrugada invernal en Galicia, que golpeaba su cuerpecito casi desnudo. Demoledor.

El suelo, el césped, los árboles, todo estaba empapado por la lluvia, y la fina suela de los zapatos de Álex resbalaba al caminar. Si no se cayó de bruces fue porque el Patrón la mantenía casi en volandas. Con la mano libre abrió el portalón metálico, y después, sin ninguna compasión, empujó a la colombiana fuera de la propiedad, propinándole una patada en el culo, que esta vez sí le hizo perder el equilibrio y caer de bruces sobre el barro congelado por el frío.

—¡A la puta calle! —repitió—. Nadie te va a obligar a estar aquí si no quieres trabajar. —Luego cerró de nuevo la verja metálica y después solo silencio, frío y oscuridad.

Álex se quedó un instante petrificada. La lluvia había terminado de empaparla, haciendo descender la sensación térmica bajo cero. El viento helado acabó de rematar cualquier atisbo de calor que pudiese irradiar de su cuerpo, y empezó a temblar violentamente. Se puso en pie como pudo. Había perdido un zapato en la refriega y su pie, solo protegido por un fino panti de nailon empapado, se hundió en el barro. Miró hacia derecha e izquierda, pero como ya vio cuando salió a buscar a Dolores, aquel lugar estaba absolutamente aislado de todo. Solo había oscuridad.

Al fondo, a lo lejos, parecían intuirse algunas luces entre la vegetación, aunque estaba tan atorada por el frío que no podía moverse. Jamás había imaginado que se pudiese pasar tanto frío. Nadie en Colombia podría imaginar un frío tan horrible como aquel…

«¿Y ahora qué, Álex? Piensa rápido o te vas a morir congelada». Instintivamente se acercó al muro de cemento y se guareció del viento gélido que parecía clavar en su cuerpo millones de alfileres de hielo, mientras la lluvia continuaba azotándola. «¿Qué hago, Virgencita mía, qué hago?», pensó mientras se sacaba del bolsillo la estampa de la Señora de Chiquinquirá. La lluvia no tardó en empaparla también. Y no hizo nada.

Humillada por su primer servicio sexual. Engañada por un pago miserable. Asqueada consigo misma. Allí se quedó. Hecha un ovillo húmedo y tembloroso. Pegada al muro que rodeaba el burdel, dispuesta a dejarse morir. Había tocado fondo.

No pudo saber cuánto tiempo había transcurrido. Tal vez treinta minutos, quizá una hora, puede que dos… Casi había perdido la conciencia cuando sintió que varias manos la rodeaban y una voz amiga que gritaba su nombre.

—¡Álex, Álex, por el amor de Dios, dígame algo, prima, respóndame…!

Paula Andrea, Dolores y Luciana habían tenido que esperar a que el Patrón terminase los pagos de la noche y se marchase a su dormitorio, en el otro extremo del edificio, para poder salir en busca de Alexandra. Entre las tres consiguieron volver a meterla dentro del club, al borde mismo de la congelación. Alguien se apiadó de su lamentable aspecto y acercó una manta para cubrirla. Alexandra tiritaba de una forma convulsa, como si dentro de su cuerpo se estuviese produciendo un violento movimiento sísmico que pretendía desmontar sus brazos y piernas, a punto de desprenderse del tronco de un momento a otro.

—Ay, Álex, qué vamos a hacer contigo. —La voz de la Mami llegó a sus oídos difusa, como a través de un túnel oscuro y profundo—. No seas boba, ¿dónde querías ir? ¿No ves que ahí afuera, tú sola, te podrías morir? Venga, ya pasó. Mañana le pides perdón al Patrón y olvidamos este incidente. Toma tu dinero y concéntrate en ganar más mañana. Y no seas tan orgullosa.

Alexandra se contuvo las lágrimas. No quería darle la satisfacción a la Mami de derrumbarse ante ella. Cogió las monedas e intentó guardarse aquel euro y medio en la camisa empapada, pero le temblaban tanto las manos que no conseguía acertar con el bolsillo. Así que cerró el puño y en cuanto recuperó un poco el control de sus músculos, echó a andar hacia las escaleras, balanceándose como un torpe zombi. Algunas de las chicas, las más despiadadas, se reían de su patético aspecto y hacían comentarios soeces. Paula Andrea y Dolores, improvisadas muletas, se colocaron a sus flancos para ayudarla a llegar a la ducha. Necesitaba quitarse aquella ropa empapada y un buen chorro de agua calienta para expulsar el frío incrustado en su cuerpo. Y la humillación de su primer servicio incrustada en el alma. El frío pasó con la ducha hirviente. La humillación no.

Antes de meterse en la cama abrió el puño, que había permanecido cerrado mientras sus amigas le quitaban la ropa, la metían en la ducha y le ponían el pijama. Allí seguían aquellas dos monedas. Un euro y cincuenta céntimos…, eso es lo que le había supuesto aquella humillante experiencia con el miserable tramitador judicial calvo, baboso y ridículo… Un euro y medio.

Intentó dormir. Morir hasta la mañana siguiente, para no pensar en aquella vergüenza. Pero con el amanecer llegaría de nuevo la rutina en el burdel. Aunque cada día en aquel lugar implicase pagar un precio muy alto. Y la moneda de pago era su orgullo.

La noche siguiente hizo dos pases.

Y tres la posterior.

Poco a poco comprendió las reglas del juego, que por otro lado eran muy sencillas: para pagar lo que debía, tenía que dejarse follar y además dar las gracias, y ella no estaba dispuesta a hacerlo. Debía trazar un plan para salir de allí y llevarse consigo a su prima y a la pequeña Dolores. Y que les diesen por culo a la empresa y a la maldita deuda…

Sin embargo, la idea de escapar dejando la deuda pendiente se reveló inviable en la mañana de su cuarto día en España. Algunos clientes regalaban unas monedas a las chicas que les daban conversación y se dejaban sobar un poco. Era más barato que invitarlas a una copa, y un par de euros les permitían poner música en la Jukebox, tomarse un café o comprar cigarrillos para pasar la noche. Aquellas monedas, tan sucias como las de Judas, les permitían sentirse generosos con aquellas fulanas. Otra forma de expresar su poder. Y ellas las aceptaban gustosas. Sobre todo las novatas. Cada euro puede convertirse en una fortuna cuando no se tiene nada.

A fuerza de soportar conversaciones absurdas, comentarios soeces y chistes de mal gusto mientras algún cliente borracho le tocaba las tetas, Álex por fin consiguió reunir unas monedas con las que telefonear a casa. En aquellos primeros días no había tenido ni la oportunidad ni el dinero con que cargar su tarjeta del móvil o con que utilizar el teléfono público del club.

Marcó nerviosa los prefijos de Colombia y Bogotá, y después el número de casa, y aguardó ansiosa el tono de llamada. Uno… dos… tres… Por fin, al otro lado del hilo telefónico reconoció la voz de mamá, y entonces un torrente de emociones se le atragantó en la garganta. Incapaz de articular palabra. «¿Aló… Aló?», repetía mamá al otro lado del auricular. Pero a Álex le subía desde las entrañas toda la rabia, la vergüenza, la frustración y la impotencia acumuladas en aquellos cuatro días. Tuvo que hacer auténticos esfuerzos para contener los sollozos, para normalizar la respiración, para articular coherentemente unas palabras que pudiesen sonar normales a los oídos de su madre.

—Mamá…, mamita. Soy Álex.

—Ay, mijita, mi nena linda. ¿Cómo está? ¿Se encuentra bien? ¿Cómo les fue el viaje?

—Todo bien, mamita. ¿Cómo se encuentra usted allá? Cuénteme… —Álex intentaba ganar tiempo para recuperar el control. Escuchar de nuevo la voz de su madre la había desarmado totalmente, convirtiéndola en víctima de todas las emociones contenidas aquellos días. El llanto la ahogaba, y apretó los dientes con todas sus fuerzas para que su madre no pudiese notar su respiración agitada, sus lágrimas y su angustia.

—Acá todo bien. La misma vaina de siempre. Los mierderos políticos, las cosas carísimas, las vecinas bien criticonas… Pero todas me preguntan por ustedes. Sus compañeras del liceo, Juanita y Yosely, ¿se acuerda?, vinieron a visitarme para preguntarme por ustedes. También vino la policía. Preguntaban por Carlos Alberto, su enamorado. Dicen que está desaparecido…

Álex sintió que el alma se le encogía. De pronto recordó todo lo que había dejado en Colombia, y de nuevo se sintió morir, pero apretó los dientes y cambió rápidamente de tema. Intentó vocalizar, no delatar su agonía.

—Mamá, ¿ha sabido algo de John Jairo? ¿Está bien? Acá no llegan noticias.

—Su hermano me va a matar a disgustos. No sé nada: ni ha escrito ni llamado desde antes de que ustedes se marchasen a España. Pero he visto a su amigo Alfredo, el muchacho de la zapatería. Qué simpático es…

Durante unos minutos, Álex se alimentó con la voz de su madre, que tenía las propiedades de un bálsamo curativo, capaz de sanar las heridas de su alma. La dejó hablar de cosas intrascendentes, no importaba lo que contase, solo quería cerrar los ojos y empaparse con aquella voz cálida, que la rodeaba de amor incondicional. Qué lindo resultaba escuchar aquel acento familiar.

—¿Y cómo va lo del banco? ¿Ha tenido noticias del adeudo? Yo le prometo que pronto voy a mandarle plata para pagar la hipoteca.

—Ay, mijita, no me hable de eso. No se apure. Siempre están amenazando y poniéndose bravos, pero yo sé que el Señor nos ayudará… ¿Sabe qué?, su tía vino a visitarme ayer para preguntarme por ustedes, por si me habían llamado. Y ya yo le conté que estaban bien, que el señor Jordi vino a verme anteayer, para contarme de ustedes…

Álex sintió que de pronto desaparecía el aire de sus pulmones, y el suelo bajo sus pies. Que aquel vacío en la boca del estómago de súbito se llenaba de pánico y de vergüenza. ¿Era posible que don Jordi, el hombre de la organización que las había captado en Bogotá, le hubiese contado a su mamá lo que estaban haciendo en España? ¿Que hubiese revelado su secreto más profundo y vergonzante? ¿Que hubiese desvelado a su madre que ella y su prima solo eran un par de fufurufas en Europa? Álex fue incapaz esta vez de articular palabra, pero el cielo se apiadó de ella, y su madre continuó hablando al otro lado del teléfono…

—Me contó que viajaron ustedes con una amiguita de Medellín y con unas chicas brasileñas y que ahora todas están trabajando como meseras en unos restaurantes de Madrid. Ay, mijita, qué orgullosa estoy de ustedes. Seguro que España es bien linda y que están viendo cosas bien chéveres por allá. ¿Me están comiendo bien? ¿Las tratan con respeto los españoles? No se me vayan a enamorar por allá, ¿eh?

La mujer seguía hablando, y Álex luchando por controlar la respiración, por contener las lagrimas. Por que su madre, al otro lado del hilo telefónico, no pudiese intuir su angustia.

—Este caballero es muy amable —continuaba narrando su madre—. Me dijo que esperaba tener noticias de ustedes pronto antes de volver a visitarme. Y me dijo que si ustedes eran buenas trabajadoras allá, él volvería a pasarse por casa para hacérmelo saber…

Respiró aliviada. Aunque solo un instante. Don Jordi había visitado a su mamá en Bogotá para tranquilizarla, dándole a Álex una coartada al convencer a su madre de que tanto ella como su prima tenían un trabajo digno y honesto en España. Pero al mismo tiempo le enviaba a ella un mensaje: debes pagar tu deuda o podemos volver a visitar a tu madre cuando queramos, y ella pagará si tú no lo haces. Álex todavía era novata y desconocía que, en el negocio de la prostitución, los familiares de las chicas trasladadas a Europa se convierten en la garantía del pago de sus deudas. Y su secreto, en instrumento del chantaje.

—No se apure usted, mamita, todo va okey. Ya la llamo otro día, que ahora tengo mucha faena acá… Dele muchos besos a todos. Y no se preocupe por el banco, yo le juro por mi vida que conseguiré la plata…

Cuando colgó el teléfono, se sentía atrapada. La visita de don Jordi a su casa en Bogotá y las mentiras con las que había tranquilizado a su madre no eran algo gratuito. Los responsables de la organización llevaban muchos años en el oficio y no daban puntada sin hilo. Sabían cómo motivar a sus chicas para que se implicasen en el trabajo y se esforzasen en pagar la deuda. Pero Álex no era un potro fácil de domar, y la visita de don Jordi solo había conseguido enfurecerla. «Salí de Colombia para salvar la vida y proteger a mi mamá —pensó rabiosa—, y estos malparidos ahora quieren usarla para extorsionarme». Habían mordido en hueso…

Desde aquel instante Álex decidió declarar la guerra a la empresa. Por su madre, por su libertad, por Paula y Dolores, y también por sí misma. Si querían jugar sucio, ella también podía revolcarse por el fango. No sería peor que lo que ocurría cada noche en los cuartos de trabajo del Reinas.

Decidió abrir bien los ojos y tratar de aprender todo lo posible sobre el sórdido mundillo en el que se vería obligada a desenvolverse durante los próximos meses, y comenzó a estar pendiente de todas las conversaciones que mantenían sus compañeras de burdel. Atenta a todos los comentarios de la Mami o del Patrón. Lo observaba todo y a todos, incluyendo los sutiles cambios que, muy poquito a poco, se iban produciendo en el carácter y la forma de comportarse de su prima Paula Andrea o de la pequeña Dolores. Alguna vaina siniestra estaba ocurriendo en sus cabecitas o en su corazón, porque en pocos días su forma de ser ya no era la misma que antes de aterrizar en Barajas.

Observadora, no tardó en darse cuenta de que en el Reinas circulaban todo tipo de drogas. Algunas chicas, y algunos clientes, acudían de repente a los baños en grupo, para luego salir eufóricos y sonrientes. Sonándose sonoramente la nariz. Era obvio que la mayoría de sus compañeras fumaban o bebían demasiado. Muchas incluso consumían cocaína, marihuana o hasta heroína, para hacer más llevadera la humillación diaria, pero ella no estaba dispuesta a perder el control de la situación, más de lo que ya lo había hecho. Ni tampoco a perder un solo euro en esas muletas para el alma. Necesitaba todo el dinero posible para pagar cuanto antes la deuda y recuperar realmente su libertad. Y no era tan débil como las demás… por ahora.

Pronto intuyó que el hachís, la marihuana o la cocaína que circulaban por el club eran parte de los ingresos de la organización.

Cada noche, cuando acudían a la recepción para canjear sus tiques por dinero en efectivo, podía ver abultados fajos de billetes en las manos del Patrón, que con frecuencia necesitaba recurrir a bolsas de basura para amontonar los fardos de dinero. Álex era buena con las matemáticas, pero no hacía falta ser un Fermat o un Poincaré para intuir que aquel burdel era una auténtica mina de oro para la empresa.

Cada noche, más de cuarenta chicas ofrecían sus servicios en el Reinas; la mayoría alojadas en él. Si cada una de ellas dejaba un mínimo de 42 euros a la casa, eso sumaba 1680 euros diarios. Teniendo en cuenta que el Reinas cerraba un día a la semana, los domingos, y multiplicando esa suma por veintiséis días al mes como media, arrojaba la generosa cifra de 43 680 euros mensuales de ingresos, solo contando los servicios de alojamiento en el club. Si a esa cifra sumaba los servicios sexuales en hotel o domicilio, 75 de los 250 euros por cada salida, la cifra aumentaba exponencialmente. Y aún había que añadir las multas de entre 20 y 60 euros con que se castigaba a las chicas. Otro pico.

Además, había que sumar las bebidas y el 10% de los beneficios que generaban las máquinas recreativas, expendedoras de tabaco o café, Jukebox, cabinas telefónicas, etcétera, instaladas en el club. La organización también se llevaba un porcentaje similar de la ropa, joyas, perfumes o zapatos que comercializaban dentro del burdel. Y otro tanto de las sábanas, preservativos y toallas, que proveía un tal don Jorge, y que también dejaban sus beneficios al Patrón. Y todo eso sin contar con el generoso tráfico de hachís, marihuana o cocaína que circulaba por el Reinas. Definitivamente, el club era una auténtica mina de oro. Para todos, menos para las chicas.