ESCURSSONS

LA MASSANA, PRINCIPADO DE ANDORRA

A primera hora de la mañana, Black Angel encadenaba la Dama Oscura en el aparcamiento de la estación de Sants. Si todo salía bien, recuperaría su Harley Davidson esa misma noche. Si los planes salían mal, probablemente no volvería a verla nunca.

Se acomodó en su asiento y trató de relajarse. El viaje no iba a ser largo. Mientras iban quedando atrás Manresa, Navas, Gironella y después el Parc Natural del Cadi-Moixeró, intentó imaginar quién sería el contacto de Bill el Largo que le recibiría en el Principado.

Solo veinticuatro horas antes había recibido un mensaje de Bill convocándole a una nueva reunión en el Lips, uno de los locales más emblemáticos del mundo biker en Barcelona. Desde 1986 se había ganado a pulso el merecido prestigio que le otorgan todos los moteros de la Ciudad Condal. Siempre hay alguna Harley aparcada en la puerta, cascos sobre la barra y alguna chupa de cuero en el respaldo de las sillas. Loquillo lo convirtió en su sede social en Barcelona, y todo miembro de toda hermandad MC lo conoce. A medio camino entre tienda motera y local de copas, era un lugar tan bueno como otro cualquiera para encontrarse con el Largo.

—Tengo un trabajo para ti —le había dicho Bill con una sonrisa irónica en los labios y un brillo siniestro en su ojo de cristal—. ¿Qué tal soportas el frío?

Bill, como todos los motociclistas de la old school, despreciaba a los moteros de fin de semana; esos que se escudan en traje de corbata de lunes a viernes, y que los domingos lucen sus chalecos de cuero, para arrancar sus motos de alta gama y darse una vuelta con los amigos antes de compartir una paella. Impostores, los llamaba sin ningún recato, que profanan el asfalto con esos parches de coleccionista, que no han sido ganados con años de respeto y predicamento. Intrusistas, decía el Largo, que cuando llega el otoño condenan a sus monturas a un largo letargo en los parking y subterráneos de todo el país. Ocultándolas bajo sus fundas de plástico o tela, como siniestros fantasmas, y haciéndolas hibernar hasta la llegada de la próxima primavera, cuando desperezarán sus motores antes de volver a rodar el asfalto.

Hace falta ser un tipo muy duro para mantenerse sobre la moto en los gélidos meses de invierno, aseguraba Bill. Cuando la mayoría de los HDC —clubs monomarca— y las simples agrupaciones de aficionados —motogrups y gangs— cierran sus puertas por vacaciones, y solo los MC auténticos y consecuentes mantienen su actividad. Cuando el hielo y la nieve convierten la carretera en una apuesta mortal. Cuando la lluvia te empaña el visor del casco y los retrovisores, y te golpea el pecho como un cartucho de perdigones. Y cuando el frío te entumece los dedos en el manillar y te congela los testículos, convirtiéndolos en dos garbanzos pequeños y duros, en dos canicas de acero.

—No me asusta el frío —había sido la respuesta de Ángel—. Puedo soportarlo.

—Pues abrígate, Negro —había concluido el Largo—, porque se te van a congelar las pelotas. Te vas a Andorra. Y no la jodas. Si haces bien este encargo, te espera algo más grande.

Mientras los paisajes helados del norte de Cataluña desfilaban al otro lado de la ventanilla, Ángel se levantó de su asiento y acudió al cuarto de baño. Se refrescó la cara, intentando templar los nervios, y se quedó unos instantes frente a su propia imagen reflejada en el espejo del pequeño lavabo. «¿Sabes dónde te estás metiendo? —se preguntó a sí mismo al contemplar su aspecto asalvajado—. Si esto sale mal, estás jodido». Su cazadora de cuero, su cabello largo y rizado, y aquel poblado mostacho le conferían una apariencia siniestra. Muy apropiada para un free-biker, pero la típica del tipo al que no te gustaría ver con tu hija un sábado por la noche.

Echó el pestillo y se sacó el arma de su escondite en la bandolera táctica que colgaba de su hombro. Afortunadamente, los controles en las estaciones de ferrocarril y de autobús españolas son mucho más laxos que en los aeropuertos, y es fácil colar un arma de fuego sin tener que responder preguntas indiscretas.

Comprobó que su HK tenía el cargador lleno. Doce balas del calibre 9 mm Parabellum en el cargador, y otra en la recámara. La HK P-2000 SK era más discreta que la famosa USP Compact que utiliza la policía, y más fácil de esconder entre la ropa, pero esa discreción se cobraba el precio de tener una capacidad menor en el cargador, que llegaba de fábrica limitado a diez balas. Ángel se había ocupado de adaptar los dos cargadores con una pieza extra que permitía acomodar dos cartuchos más en cada uno. «Si con trece tiros no resuelves una situación —pensaba—, estás jodido…». Después volvió a su asiento y de nuevo intentó imaginar quién sería su anfitrión en Andorra. Conociendo a Bill, solo había una posibilidad razonable.

En el Comité Nacional que durante años organizó a todos los clubs de moteros del país, solo se había admitido el ingreso de dos motoclubs que no eran estrictamente españoles. Y no era casualidad que ambos se encontrasen en sendos paraísos fiscales… Los hermanos del Motorcycle Club de Gibraltar, que muchos consideraban más británicos que españoles, y los EscurSSons del Principado de Andorra. Entre 1995 y 1998 muchos apasionados andorranos de las Harley conformaron un HDC, y en 2006 muchos de ellos decidieron postularse como gang con objeto de terminar creando un MC de pleno derecho. A pesar de encontrarse a medio camino entre Francia y España, lo cierto es que desde su formación y hasta su disolución en 2011, los EscurSSons siempre se relacionaron más con los clubs españoles, y no era raro encontrarlos en las celebraciones de Hell’s Angels, Pawnees, Comancheros y demás MC. Especialmente en Barcelona. De igual forma, no era extraño ver los colores de diferentes hermandades biker españolas visitando su Club House de Casa Trullá, en Sant Julià de Lòria. Bill el Largo tenía muy buenos contactos entre ellos, sobre todo con las ovejas negras que acostumbran a manchar el buen nombre de cada MC. Por eso, el que estaba esperando al ángel negro en cuanto desembarcó en la terminal del autobús que une la estación de Barcelona-Sants con Andorra la Vella solo podía ser un exmiembro de EscurSSons. Bingo.

Aunque el tipo, que aseguró llamarse Jean-Pierre, vestía un elegante traje de americana y conducía un lujoso Mercedes Benz, sobre el cuello y bajo los puños de su camisa asomaban parte de los tatuajes que probablemente decoraban todo su cuerpo. Un anillo con el 1% en su anular derecho reafirmaba la intuición de cualquier buen observador. Aquel tipo disfrazado de ejecutivo sin duda era un motero de la vieja escuela de pies a cabeza. Su largo cabello cubierto de canas recogido en una cuidada trenza, y su perilla, igualmente cana, pegaban más con un chaleco de cuero que con aquel traje de Armani y aquella corbata de seda. Le bastó echar un vistazo a la puntera de su zapato izquierdo para cerciorarse: estaba más gastada que la derecha. Es la señal de los moteros: el rozamiento de la palanca de cambio de marchas deja esa evidencia. Pero Black Angel no hacía preguntas. Y se limitó a deducir que aquel good standing de los EscurSSons MC probablemente trabajaba como alto ejecutivo de alguna respetable multinacional, cuando no cabalgaba su hierro por las carreteras del Principado.

—¿Eres el amigo de Bill? —fue lo único que dijo cuando tendió su mano al motero, en la terminal.

—Sí.

—Sígueme.

El tipo resultó ser parco en palabras. De hecho, no abrió la boca en todo el trayecto entre Andorra la Vella y la pequeña parroquia de La Massana. Se limitó a conducir el Mercedes Benz, mientras sonaba un viejo CD de Motorhead en el reproductor del coche. Los viejos rockeros nunca mueren.

De él, Black Angel tan solo sabía lo poco que le había contado Bill. El tal Jean-Pierre era un hermano de asfalto, dedicado al contrabando de tabaco, el gran negocio emergente en la frontera. Según Bill, el enorme aumento en el precio de los cigarrillos, que el gobierno había autorizado como parte de su lucha contra el tabaquismo, había hecho que el viejo negocio del contrabando de tabaco, ya casi extinto, resurgiese con una fuerza inesperada. La inmensa mayoría del tabaco que llega de contrabando a España para su distribución por Europa se fabrica en China, aunque también existen plantas productoras en el norte de África, Rumanía o Arabia Saudita.

—Aquí hay mucho dinero negro, te lo digo yo —le había explicado Bill en la barra del Lips—, cada vez que el gobierno aumenta los impuestos y el precio de una cajetilla, hace que el tabaco de contrabando dé más y más dinero. No te imaginas la pasta que se está sacando ahora con este tema.

—Tiene lógica… Cuanto más caro sea el tabaco legal, más margen deja el contrabando.

—Exacto. Imagínate que hasta muchos de los viejos narcos, tanto los de aquí como los gallegos, han empezado a cambiar de negocio, volviendo a sus orígenes con el tabaco, porque les compensa. Aunque no dé tanto dinero como la farlopa, las pastillas o el caballo, el riesgo es mucho menor y las penas si te pilla la poli, también. Por eso ahora, en pleno siglo XXI, se están reabriendo todas las antiguas rutas de los contrabandistas, para volver a mover el tabaco de contrabando. Hasta con mulas en los pasos de Pirineos. Joder, como hacían nuestros abuelos. ¿No te parece fantástico? La historia se repite.

—¿Mulas?

—Sí. La inmensa mayoría entra por mar. En contenedores que llegan a los siete grandes puertos comerciales de Algeciras, Barcelona, Valencia, Pontevedra, Bilbao, Tenerife y Las Palmas. Y por supuesto Gibraltar. Además de empresas de juego on line y cuentas bancarias libres de impuestos, allí tenemos una gran puerta de entrada para el tabaco de contrabando. Pero también queda mercado para las rutas terrestres, y ahí entramos nosotros. La mercancía llega por las fronteras de Portugal, Gibraltar y Andorra, como siempre. Aquí han vuelto a reactivarse las viejas collas andorranas, los clanes familiares que trapicheaban hace veinte o treinta años, y que ahora han visto que el tabaco vuelve a ser un negocio muy rentable. Las collas conocen la frontera mejor que nadie. Ni la Guardia Civil, ni los Mossos, ni los hijos de puta del SVA pueden con ellos. —Bill prefirió callarse que el Servicio de Vigilancia Aduanera era uno de los cuerpos policiales que más daño estaban haciendo a narcos y contrabandistas en los últimos años; para qué preocupar a su mula si podía evitarlo—. Han vivido en esas montañas durante generaciones, y se conocen cada piedra, cada risco y cada paso del Pirineo. En muchos tramos ni siquiera pueden pasar los todoterrenos de los picoletos, y por ahí se pasa la mercancía en burra o en mula. Como se hacía hace un siglo. O en moto.

Ángel recordaba aquella conversación con Bill mientras contemplaba el impresionante paisaje del Pirineo por la ventanilla del Mercedes, imaginando por cuántas de aquellas cumbres existirían pasos clandestinos para los contrabandistas, y cuántos millones de euros correrían como ríos de beneficios a un lado y otro de la frontera. Pero cuando llegaron a La Massana se temió lo peor. Había nevado, y aunque las calles estaban despejadas, los prados y los tejados de todos los edificios aparecían cubiertos por un manto blanco. Bill le había prometido la noche anterior que los quitanieves habrían despejado el camino que tenía que recorrer, aunque no tenía forma de comprobarlo hasta llegar allí.

La Massana no tiene más de 10 000 habitantes y la influencia francesa es evidente. No es una ciudad grande, así que a Ángel no le resultó difícil advertir que Jean-Pierre se había empeñado en mostrársela completa, antes de concluir el viaje. O eso, o estaba intentando dar los suficientes rodeos, giros a la misma manzana, y vueltas a las mismas rotondas, como para despistar a su invitado, dificultando su orientación. Era evidente que no quería que el forastero pudiese identificar con facilidad el destino final de la ruta.

El Mercedes recorrió varias veces la avenida Sant Antoni y la calle del Través, rodeó la calle Mayor, y después Closeta y Palanques. Dejando el teleférico a mano derecha primero, y después a mano izquierda. Ángel le dejó hacer y esperó pacientemente a que Jean-Pierre considerase que ya había mareado lo suficiente a su acompañante como para poder concluir el viaje con seguridad.

Cuando el automóvil se introdujo en una calle estrecha y el conductor pulsó el mando a distancia del portalón de un aparcamiento privado, supo que habían llegado a su destino. Jean-Pierre estacionó el auto y apagó el motor. Y entonces volvió a despegar los labios por segunda vez en todo el viaje.

—Sígueme —se limitó a repetir.

El garaje comunicaba directamente con una vivienda particular. Allí esperaba otro tipo, de aspecto mucho más motero. Sin embargo, no vestía chaleco con colores. Estaba claro que todavía no se fiaban del invitado, y no quería que pudiese identificar los distintivos de ninguna hermandad. El nuevo llevaba una sudadera con la calavera clásica de Harley Davidson. Una prenda de manga larga, pero que se había remangado hasta los codos, lo que permitía ver los tatuajes que decoraban ambos antebrazos. Para quienes conocen esa lengua, los tatoos son un libro de historia que relata la vida de sus poseedores. Aquellos tatuajes hablaban de ideología neonazi, de un paso por prisión y de antiguos amores. Y sobre todo hablaban de motos y rock and roll. No cabía duda de que también pertenecía a algún MC.

—Ahí tienes el pedido. Prepárate —dijo el nuevo, con un marcado acento francés, al tiempo que señalaba una bolsa de deporte que reposaba sobre una mesa en el centro del salón, decorado íntegramente en madera rústica.

Black Angel sintió que su corazón comenzaba a latir más deprisa cuando abrió la bolsa de tela. Pero intentó aparentar profesionalidad. Como si hiciese aquello cada mañana antes de desayunar.

Dentro de la bolsa había varias docenas de fajos de billetes de cien y doscientos euros, un navegador GPS y varios rollos de cinta de embalar. Era imposible calcular cuánto dinero contenía la bolsa, pero el transportista tampoco necesitaba saberlo. Resultaba evidente que eran mucho más de los 10 000 euros que pueden entrar legalmente en el país sin ningún control fiscal.

Bill había sido muy preciso en sus instrucciones, así que Ángel comenzó a desnudarse, pero antes dejó sobre la silla la riñonera que llevaba al hombro. En realidad, se trataba de una funda bandolera portaarmas, de extracción rápida. La Fast Draw NDC es un modelo poco habitual en España, que solo se comercializa en Barcelona. Con tres puntos de sujeción al cuerpo, resulta mucho más estable que ningún otro diseño y perfecta para llevar en la moto. A ojos del profano parece una riñonera tradicional, sin embargo, su sistema de cremalleras permite desenfundar el arma con una sola mano en poco más de un segundo.

Después dejó sobre una silla la gruesa cazadora de cuero, el jersey de lana y la sudadera de Support your local Hell’s Angels que había escogido para la ocasión. Y al desprenderse de la última prenda —una camiseta térmica de manga larga diseñada especialmente para moteros—, pudo detectar con facilidad la mirada de sorpresa y a la vez de reproche en los ojos de sus anfitriones. Black Angel no lucía ningún tipo de tatuaje sobre su piel desnuda, y eso en el mundo de los MC es muy extraño. Antes de que hiciesen ninguna pregunta, se adelantó.

—Soy diabético y alérgico a la p-Fenilendiamina de los tatoos. Una putada genética que me regaló mi madre.

Después, aparentando naturalidad y sin esperar respuesta de sus anfitriones, se bajó los pantalones y los calzones térmicos, quedándose solo con unos bóxers negros y los gruesos calcetines de lana. Entonces comenzó a colocarse, con paciencia, uno a uno y con total esmero, los fajos de billetes sobre el cuerpo. Cada fajo había sido previamente precintado con una banda de plástico para facilitar la adherencia de la cinta sin dañar los billetes. Así podían sujetarlos al cuerpo del transportista lo suficiente como para que no se moviesen durante el trayecto, pero sin que dificultasen la respiración. Bill le había explicado que la operación requiere cierta técnica, porque si los primeros fajos se apretaban demasiado, en cuanto colocase el resto apenas podría respirar, ni moverse con naturalidad. Así que Black Angel se tomó su tiempo.

Empezó colocando los primeros paquetes de billetes en torno a su abdomen. Girándose, flexionándose, agachándose y levantándose tras cada fardo, para que uno a uno se fuesen acomodando a lo largo de su piel. Continuó por los costados y al llegar a la espalda necesitó pedir ayuda a sus anfitriones para completar el círculo de billetes alrededor de su cuerpo. Después siguió con una segunda fila, encima de los primeros, sobre el esternón. Cubierto todo su tronco, comenzó con los muslos. Dos filas más de fajos de billetes fueron acomodados alrededor de sus piernas, y sujetos prudentemente con la cinta adhesiva. «Al menos me darán un poco más de calor en la ruta».

Cuando acabó con el último paquete, empezó a vestirse de nuevo. A sabiendas, la tarde anterior había adquirido todas las prendas dos tallas mayores en una céntrica tienda de las Ramblas para facilitar la operación. Bill también había sido preciso en eso.

En cuanto terminó de vestirse, se acomodó la funda portaarmas en bandolera. La sujetó a la cintura con una primera banda de cordura, y después a la pierna con la segunda. A lomos de la moto, ni un viento huracanado podría desplazar su HK del alcance de la mano.

—Estoy listo.

Cuando Ángel pronunció aquellas palabras, el tal Jean-Pierre recogió el navegador y le hizo una seña con la cabeza para que le siguiese hacia la parte posterior de la casa. La puerta trasera daba a un pequeño patio donde aguardaba aparcada una imponente BMW Trail, de 1200 centímetros cúbicos. Tal vez no fuese la moto más apropiada para aquel viaje, pero tenía la suficiente potencia para hacer aquella ruta, y al mismo tiempo era lo bastante discreta como para no llamar la atención de las policías andorrana o española. Ni en la ropa ni en la montura del viajero existía ningún parche, color ni distintivo. Se trataría tan solo de un motorista dando un paseo por las montañas nevadas.

Jean-Pierre ajustó la ruta en el navegador y después lo encajó en el soporte acomodado en el manillar. El casco colocado sobre el sillín de la moto ya disponía de un receptor bluetooth sincronizado con el navegador, así que Ángel podría escuchar perfectamente las indicaciones del GPS a pesar del rugir del motor. Tras colocarse una máscara de neopreno para protegerse la cara del frío, se encajó el casco integral y se ajustó dos pares de guantes en las manos. Unos por encima de los otros. Probó que aun así continuaba disponiendo de suficiente agilidad en los dedos para utilizar los mandos de la motocicleta. Todo en orden.

—Bill te espera en Sort. No te retrases —dijo entonces Jean-Pierre—. Y no la cagues. Solo tienes que seguir la CG-4 hasta que se termine. A partir de ahí estarás en suelo español y seguirás por pistas de tierra. Anoche mandamos a los quitanieves a prepararte el camino. No deberías tener ningún problema. Pero respondes del envío con tu vida.

Ángel no se molestó en contestar. Arrancó el motor de la BMW, pisó el cambio de marchas y metió primera. Una vocecita femenina sonó en el interior de su casco. «Gire a la derecha y, en la rotonda, tome la segunda salida…». El navegador GPS funcionaba perfectamente. Todo iba según lo previsto.