GALONES

NUEVOS MINISTERIOS, MADRID

El gigante del cráneo roto la miró fijamente a los ojos, levantó el cañón del arma, apuntó a su cabeza, entre ceja y ceja, y sonrió con sadismo. Después apretó el gatillo. El percutor detonó el fulminante y produjo la explosión de la pólvora dentro de la vaina del cartucho, expulsando la bala del calibre 38 a través del cañón, directamente hacia su frente. Un tiro mortal de necesidad…

Luca despertó empapada en sudor. A su lado, Fran dormía. Miró el despertador colocado en la mesilla de noche: las 4.33 de la madrugada. La horrible pesadilla la había desvelado. Aquel maldito sueño continuaba repitiéndose cada cierto tiempo, rescatando de su memoria viejos fantasmas. ¿Dónde estará Claudia? Era lo primero que pensaba cada vez que tenía aquella pesadilla. ¿Estará bien?

Ya no pudo volver a conciliar el sueño. Se levantó de la cama intentando no despertar a Fran y se puso su camiseta. Olía a él. Después, de puntillas para no hacer ruido, salió de la habitación y cerró la puerta.

Preparó café en la cocina y se llevó una taza al salón. Se sentó en el escritorio, atestado con los apuntes y el temario del curso de cabo. Pronto debería regresar a la Academia de Baeza para completar el curso de ascenso que la mantendría cuatro semanas lejos de Madrid, pero le resultaba imposible concentrarse en los estudios.

De pronto, un sonido a su espalda la hizo girarse violentamente. Fran, vestido solo con un bóxer negro, acababa de salir del dormitorio siguiendo sus pasos. Francisco era un compañero de promoción, destinado en el Servicio de Información de la Jefatura, con el que había tenido un romance en la Academia. Solteros, sin compromisos, algunas noches, cuando le daba pereza coger el cercanías hasta Leganés, todavía se quedaba a dormir en el apartamento de Luca, aprovechando su ubicación en Nuevos Ministerios, a un tiro de piedra de la Jefatura. A ella le encantaba el atractivo hoyuelo que tenía en la barbilla y sus brillantes ojos verdes. Y también aquel cuerpo atlético de policía en plena forma.

—¿Otra vez la misma pesadilla? —dijo Fran mientras se acercaba a ella y la besaba en la frente.

—No —mintió Luca—, es solo que me levanté para estudiar un poco, pero me cuesta concentrarme.

—A ver qué tenemos aquí… Vaya, el curso de cabo. Tienes prisa por subir, ¿eh? No quieres esperar por los galones…

—¿Por qué no vuelves a la cama? Todavía es temprano.

—Solo si vienes tú también.

—Creo que me he desvelado.

—Entonces invítame a un café. Huele a recién hecho.

Luca le sirvió una taza, y juntos se sentaron en el sofá del salón. Ella se acurrucó a su lado. Él le pasó el brazo sobre los hombros.

—Gracias —dijo ella—. Te voy a echar de menos. ¿Cuándo te vas al nuevo destino?

—Pronto. En una o dos semanas. Al final me ha tocado el norte.

—Lluvia, frío, niebla…

—Sí. Pero al menos comeré bien. ¿Vendrás a visitarme alguna vez?

—Claro —respondió Luca distraída.

—¿Va todo bien? Últimamente te noto un poco rara.

—Más que rara estoy confusa. Me encanta estar en Judicial, pero desde lo de la chica de Boadilla… Estoy pensando seriamente en meterme en temas de inmigración. Sigo con la sensación de que estamos enfocando policialmente mal este tipo de delitos.

—¿Te refieres a la negrita descuartizada? ¿Otra vez estás con eso? Creía que ya se te había pasado. Hace tiempo de aquello, es un caso cerrado.

—Sí. Lo sé. Pero he estado leyendo mucho sobre la trata, y he estado hablando con el teniente Ramos, el de Crimen Organizado, ¿lo conoces?

—Sí, claro, hemos coincidido en algún servicio.

—Pues él está de acuerdo conmigo. No sabes lo que tienen que pasar esas chicas para llegar a España. Y cuando por fin llegan aquí, la vida que las espera no es mucho mejor. Se supone que nosotros tenemos que protegerlas, no perseguirlas. ¿Y sabes?, creo que aquellas negritas de la Casa de Campo tenían más miedo a nuestras placas que a sus proxenetas.

—Claro que lo sé, Luca. Que estoy en Información. Nos pagan por saber.

—Pues hay algo que estamos haciendo mal, Fran. Tal y como está la ley, nuestras actuaciones en los clubs o en las zonas de prostitución callejera solo sirven para detenerlas a ellas, no a sus traficantes. Creo que policialmente estamos en el camino equivocado. Creo que nosotros podríamos ser más eficientes con este tipo de crimen organizado.

—Y crees que ascendiendo tendrás más capacidad para hacer eso que quieres hacer, pero que todavía no sabes qué es, ¿verdad?

—Exactamente.

—Pues ya ves lo cerca que teníamos ese tema. Supongo que te has enterado de lo de tu amiga, ¿no? La chica del follón en Barajas. En Información todavía no podemos creerlo.

—¿Te refieres a Claudia? No, ¿qué ha pasado? Hace mucho tiempo que no tengo noticias de ella —mintió Luca ocultando la misteriosa llamada que había recibido tras la detención del Carnicero de Boadilla.

—Acaban de expulsarla del Cuerpo. Por prostitución.

—¿Cómo? ¿De qué estás hablando? ¡Eso es imposible!

—Hasta ahora Asuntos Internos lo ha llevado con mucho secreto, pero ya es oficial.

Luca sintió un latigazo en el corazón. Como el clic del percutor sobre el fulminante del cartucho cuando el gigante del cráneo roto apretó el gatillo. Aterrador. ¿Le estaba diciendo que su amiga había trabajado como prostituta?, ¿que su amiga era la primera mujer de la historia de la Guardia Civil expulsada del Cuerpo por ejercer la prostitución? ¿Claudia? No, no podía ser cierto.

—Era mi compañera en Baeza, nos hemos formado juntas. Incluso vivimos juntas durante el año de prácticas en Barajas. La conozco perfectamente y te digo que eso es imposible.

—Lo sé, Luca. Sé lo que os ocurrió en Barajas con aquel ruso… —Todos lo sabían: por mucho que intentasen ocultarlo a los medios, aquello fue la comidilla en los pasillos de la Jefatura durante semanas. Solo se hablaba de ellas y de la Cruz Blanca que ganó Claudia—. Pero te aseguro que la información es buena.

—Imposible.

—Créeme, los del SAI saben hacer su trabajo. Ella dijo que todo fue un error de Asuntos Internos, que solo vendía productos de belleza en los burdeles, pero los compañeros la pillaron trabajando en el club Sombra, en El Viso. La siguieron durante varios días y comprobaron que ejercía la prostitución allí, junto con otras chicas. La sentencia es firme… Yo todavía no puedo entenderlo. Esa chica es preciosa, y sé que de buena familia, no puedo entender por qué ha hecho eso.

Luca se quedó un momento en silencio, distraída. Había pensado mucho en la historia de Edith y las demás meretrices asesinadas en otras partes de España. Desde Jack el Destripador hasta Joaquín Ferrándiz, los grandes asesinos de la historia criminal, su especialidad criminológica, siempre habían encontrado en las prostitutas víctimas fáciles. Chicas marginales, inmigrantes, sin familia, sin recursos…, pero su propia compañera de la Academia, una guardia civil sin ningún tipo de problema económico… Era incomprensible. Dijeran lo que dijeran desde el Servicio de Asuntos Internos, ¿cómo asumir que una de tus mejores amigas, policía ejemplar, compañera leal, pudiese mantener una doble vida como prostituta?

Ya no se trataba solo de un interés profesional. De una inquietud policial. Luca se negaba a aceptar que su compañera y amiga hubiese ejercido la prostitución. Imposible asumir algo así. Eso significaría que Claudia podría haber acabado como Edith. Descuartizada y arrojada a la basura.

—Francisco, necesito pedirte un favor. Necesito que me saques algo de vuestros archivos antes de cambiarte de destino. Poco a poco, sin que nadie se dé cuenta. Yo estaré cuatro semanas en Baeza haciendo el curso de cabo, y necesito que me lo tengas para cuando regrese a Madrid…