LAVADORAS DE DINERO
CENTRO PENITENCIARIO DE HOMBRES, BARCELONA
La Dama Oscura ronroneó coqueta al abandonar la Diagonal, cambiando majestuosa de carril para rodear las dos manzanas del Eixample ocupadas por la cárcel Modelo, hasta detenerse en la calle Entença. Toda la acera situada frente a la prisión más legendaria de Cataluña, la que ocupaban los presos más peligrosos, se había convertido en un improvisado parking de motocicletas. Y estratégicamente situada en el centro de la manzana, entre los números 168 y 170 de Entença, se alzaba MotoPort, una tienda de productos para bikers y motociclistas. Ángel aparcó en la puerta, y se quitó la bandolera táctica donde ocultaba su HK de 9 mm. A donde se dirigía no iba a poder entrar con el arma.
Ocultó la riñonera en una de las alforjas de cuero de la Harley y la cerró con llave. Frente a la entrada de la tienda biker y mimetizada entre docenas de motocicletas, la Dama Oscura pasaría desapercibida.
Respiró hondo y cruzó la calle en dirección a la puerta de acceso al centro penitenciario. Un edificio grande, aunque su capacidad original, diseñada para 850 convictos, pronto fue desbordada. Hoy más de 1850 internos cumplen condena en «el pulpo»: una rotonda central de la que parten seis tentáculos de celdas, atestadas de traficantes, asesinos, violadores… Un buen lugar para aprender. La «universidad de los pobres». Así la bautizaron los presos políticos contrarios al régimen de Primo de Rivera que allí cumplieron condena y donde recibieron formación libertaria. Cientos de ellos fueron ejecutados entre aquellos muros. Hoy continúan las ejecuciones. Pero los actuales verdugos no son funcionarios del Estado, sino miembros de bandas rivales, grupos terroristas o del crimen organizado, que hacen cumplir con mano firme la ley del silencio. También es un buen lugar para morir.
Al llegar a la puerta se unió a un montón de familiares de los reclusos y sacó la documentación del bolsillo a regañadientes. No le gustaba que sus datos quedasen registrados en el archivo de la prisión, pero no había forma de solicitar la visita a uno de los internos sin pasar por el registro de Instituciones Penitenciarias. Además, tendría que ser muy convincente para obtener la información que buscaba, pero también muy sutil para que dicha información no fuese detectada por los sistemas de vigilancia que controlan las visitas de los presos más conflictivos de la Modelo.
Identificación en el control. «¿A quién viene a visitar?». Después una pequeña sala de espera, tan hacinada por los familiares que aguardan su turno como las celdas de los reclusos. A pesar de que los primeros fríos del invierno ya habían llegado a Barcelona, hacía calor. Demasiados cuerpos en tan poco espacio y no existía aire acondicionado. «En verano esto debe de ser un horno insoportable», pensó Ángel.
Un grupo de niños en el patio, jugando al fútbol con una lata de refresco. Hijos de algún interno que acudían a visitar a su padre. La madre de uno de ellos le explicaba al pequeño que aquello era un hospital, y que su papá estaba enfermo y por eso no podía volver a casa todavía. Una mentira piadosa para hacer más llevadero el amargo trago de cada sábado en la Modelo. El día de las visitas.
Cada veinte minutos, un desagradable timbre de sonido irritante advertía a un nuevo grupo de que había llegado su turno, y un altavoz nombraba a los familiares y amigos que podían acceder al siguiente control. El motorista depositó su DNI en una bandeja, junto con los documentos y NIE de otros visitantes. Se dio cuenta de que había más documentos de identidad de extranjeros que nacionales. Después, y con otro grupo de familiares, accedió a un pasillo de siniestro aspecto. Las paredes, de un deprimente tono amarillo, olían a añejo, a obsoleto. A la Modelo no le quedaba mucho tiempo de vida. Según los planes de la Generalitat, en pocos años los reclusos serían trasladados a un nuevo centro penitenciario en Barcelona. Pero ahora tenía veinte minutos para conversar con su viejo amigo, a través de una reja y un cristal reforzado.
—Hola, Johnny. Tienes buen aspecto.
—Hola, Ángel. Tú también.
Johnny era el alias de Juan Osar. Un superviviente. Un roedor de cloaca. Una de esas inclasificables criaturas que sobreviven de la carroña que se filtra por las alcantarillas del sistema. Un mercenario de la información. Un verdadero 1%. Exabogado, exempleado de banca, excolaborador de los servicios de inteligencia, exempresario, exprogramador informático… Difícil definir su modus vivendi. Imposible comprenderlo totalmente. Johnny era un equilibrista que caminaba descalzo por el filo de la navaja que delimita la frontera entre los dos lados de la Ley. Se codeaba por igual con policías y delincuentes. Con servidores y quebrantadores. Y gestionaba la información que aquel trato le producía de la forma más ventajosa para sus intereses.
La asesoría legal de Johnny se había visto salpicada por un escándalo relacionado con la fuga de divisas y el blanqueo de capitales en Barcelona, y aunque la fiscalía le propuso librarse de entrar en prisión a cambio de devolver el dinero, Johnny escogió el dinero. Johnny siempre escogía el dinero.
Desde su ingreso en prisión, Ángel se había preocupado de mantener el contacto enviándole de vez en cuando algunos paquetes: cigarrillos, periódicos deportivos, revistas eróticas, chocolate. A Johnny le encantaba el chocolate, y a Ángel no le interesaba perder ese contacto. Aun así, era la primera vez que lo visitaba personalmente.
—¿Qué tal aquí dentro?
—Imagínate. En mi celda somos seis. No hay mucha intimidad. Aunque estoy bien. La mitad de los internos habían pasado por mi gestoría. ¿Qué tal todo fuera?
—Como siempre. Todo sobre ruedas.
—Sobre dos ruedas, supongo por tu aspecto.
Ángel sonrió y asintió con la cabeza.
—Ya veo —continuó Johnny—. Sigues con los moteros…
Volvió a asentir.
—Gracias por las revistas y el tabaco —añadió—. Y por el chocolate. Cada vez que recibo un paquete tuyo, es fiesta en mi celda.
—Me alegro.
—Y gracias por visitar a mi familia. Mi esposa me dijo que te has pasado un par de veces por casa para ver si necesitaban algo.
—Bah, era solo por ver a los niños. Ya sabes que cuando tenga diez años más, te pediré la mano de tu hija.
El preso sonrió la broma y por un instante clavó la mirada en los ojos del motero. En silencio. Intentando adivinar sus pensamientos. Se conocían desde hacía años, pero los habitantes de ese territorio oscuro, en la frontera del sistema, mantienen la desconfianza como un instinto natural de supervivencia…
—Venga, suéltalo —dijo por fin Johnny—, no te andes con más rodeos.
—¿A qué te refieres?
—Esto no es una visita de cortesía, ¿verdad? No eres marido, padre o hijo, y a nadie ajeno a la familia se le pasa por la cabeza venir a este agujero para ver a un interno, si no es porque necesita algo. Tranquilo, no pasa nada, es lo normal.
—Necesito información.
—Vamos, dispara. Dime en qué puedo ayudarte. Además, te lo debo.
—Se trata del Largo…
Solo en ese instante la sonrisa se borró de los labios del condenado. Su rictus se endureció. Apretó los dientes y los puños. Pero ni siquiera en ese brote de rabia perdió un segundo las formas. Johnny nunca perdía el control.
—Menudo hijo de perra. Por su culpa estoy aquí dentro. No te fíes de él, Ángel. Es un maldito cabrón. Si puede ganar algo clavándote un puñal en la espalda, no dudes que lo meterá hasta la empuñadura sin ni siquiera pestañear.
—Lo sé, amigo. Por eso estoy aquí. Necesito saber qué te ocurrió. Sé que trabajabas para él justo antes del escándalo. ¿Qué pasó?
—¿Qué pasó? Que me la jugó. Como a otros antes que a mí. Es un viejo zorro, y sabe que a la policía solo le interesa tener un culpable para cerrar el expediente y subir las estadísticas, así que siempre tiene algún capullo de mano para sacrificarlo cuando llega el momento, y que se cierre el caso sin que le salpique nada. Tengo que reconocer que el tipo es muy astuto. A mí me jodió bien. Subestimé su inteligencia, como estás haciendo tú.
—Tú eres demasiado listo para mancharte las manos. Nunca has hecho trabajo de calle, como yo. Me refiero a que yo he trabajado como escolta, como matón y como transportista para Bill. Hace unos días tuve que darle un susto al dueño de un garito de Hospitalet, con dos tipos del capítulo de Valencia, porque no quería seguir contratándole la seguridad al Largo. Joder, si no llego a ir yo, estoy seguro de que se les habría ido la mano y se lo habrían cargado. Y un cadáver nos habría complicado a todos la vida. Pero tú…
—Lo sé. Ya me han contado lo del garito de Hospitalet. Aquí nos enteramos de todo. Novias, madres, hermanos, todos traen noticias de fuera y nos pasamos el día cotilleando. Conozco a Buggi y a Toro, son tíos legales, aunque unos animales. Y si no hubieses ido tú con ellos, seguro que le habrían partido el cuello a ese desgraciado y a su portero. Bill siempre dijo que tú tenías mucha cabeza y que conocías los límites, pero no creas que eso va a protegerte, Ángel. Te usará mientras le seas útil, y después te arrojará al retrete y tirará de la cadena sin inmutarse. Como hizo conmigo.
—¿Qué fue lo que hizo contigo?
—Una jugada maestra, eso tengo que reconocerlo. Bill es más listo que la mayoría de mis clientes, pero no me di cuenta de esto hasta que fue demasiado tarde. Y tiene contactos en todos lados. Está mucho mejor relacionado de lo que imaginaba.
—¿Policía, Mossos, Guardia Civil? Hace un par de meses vi cómo le entregaba a unos polis un paquete que yo le había traído de Madrid, y me preocupa que sea una rata de los maderos. O que trabaje para el gobierno.
Johnny sonrió con paternal condescendencia.
—Ves muchas películas, Ángel. Todos estamos relacionados con policías y también con políticos. Es imprescindible en este juego. Pero si quieres sobrevivir, tus redes tienen que tocar otros palos. Las reglas del juego cambiaron en 2001. Ya nada es igual. El mundo es diferente desde el 11-S.
—¿Qué tiene que ver el 11-S con esto?
—Todo. Colombianos, gallegos, calabreses, albano-kosovares, sicilianos, chinos, mexicanos, turcos… Bill ha trabajado con todos. Antes del 11-S solo tenías que preocuparte por que el opio, la coca, la marihuana o cualquier otra mercancía con la que negociases llegara a su destino. Cobrabas tus honorarios y todos contentos. Pero después de lo de las Torres Gemelas, el FBI, la DEA, la CIA y todas las agencias norteamericanas se dieron cuenta de que todos los grupos terroristas se financiaban en mayor o menor medida con el narco y empezaron a seguir la pista del dinero. Es la política del follow the money. Hasta entonces no existían leyes específicas contra el blanqueo de capitales y la financiación del terrorismo, pero después del 11-S, el GAFI publicó nueve recomendaciones centradas en la financiación del terrorismo que también se adoptaron en la Unión Europea.
Ángel había oído algo, aunque para él, el Grupo de Acción Financiera Internacional era algo así como un ente abstracto. Al otro lado del cristal, Johnny seguía hablando:
—Supongo que todos vivíamos muy bien desde los tiempos de Lucky Luciano. A su predecesor en la mafia, Al Capone, solo consiguieron detenerlo por delitos fiscales, así que Luciano fue el primero que se dio cuenta de que el dinero sucio hay que volver a meterlo en el circuito legal para poder disfrutarlo sin riesgos. Luciano utilizó la red de lavanderías que tenía por todo el país para volver a meter en el sistema legal el dinero que sacaban de las putas, el alcohol o las armas, y de ahí viene la expresión lavar el dinero. Pero después del 11-S, y sobre todo después de los atentados de Madrid y Londres, todo se complicó para nosotros.
—¿En qué sentido?
—En el económico. Se dictaron nuevas leyes, también en España, para perseguir el dinero más allá de las fronteras. Se crearon nuevos departamentos, unidades de inteligencia económica, servicios de información financiera, detectives bancarios. Todo cambió con el 11-S. Ya no basta con ganar dinero. ¿De qué te vale tener millones de euros guardados en maletas, si no puedes introducirlo en el circuito legal y gastarlo?
—Sigo sin entender cómo os afecta eso a ti y a Bill.
—Tú te dedicas al pitufeo, Ángel. Sé que de vez en cuando mueves la pasta de Bill a pequeña escala, como hacen otros moteros que trabajan para él. Pero yo me ocupaba de las transacciones internacionales, de las inversiones en paraísos fiscales. De las cosas serias. ¿Has oído hablar de los «sujetos obligados»?
—No.
—Te lo dije. Bill está muy bien relacionado. En España, como en el resto de Europa, se crearon organizaciones especializadas en seguir el dinero del narco y del crimen organizado, como el Sepblac, pero también cambiaron las leyes. Al principio eran los funcionarios públicos, miembros de la Administración, registradores de la propiedad… Ahora también los abogados o los notarios somos «sujetos obligados». Por ley tenemos que informar si detectamos indicios de que nuestros clientes mueven dinero originado en actividades delictivas. ¿Te imaginas qué estupidez? Pretenden que denunciemos a la mano que nos da de comer. Y como desde el 11-S se considera que quien se lucre del dinero del narco es cómplice del delito, se supone que si nuestro cliente es un delincuente, no solo no podemos cobrar nuestros honorarios, sino que además tenemos que denunciarlo… Absurdo.
—Pero ¿cómo se supone que vais a saber de dónde saca la pasta vuestro cliente?
—Hombre, Ángel, eso se sabe. Los peces grandes no tienen nada a su nombre. Utilizan empresas fantasma, testaferros, administradores ficticios. Cualquier empresario serio tiene los negocios a nombre de sus cuñados, de las esposas de sus cuñados, de sus primos lejanos…, parientes de segunda generación sin coincidencia de apellido, para ponérselo difícil a Hacienda. Siempre se había hecho así, y hasta el 11-S había funcionado bien. Pero si un tío llega a tu despacho y se baja de un Rolls y luego te dice que no tiene fuentes de ingresos conocidas, ni propiedades o efectivo a su nombre, pues está claro que ahí hay algo raro. Así que, por ley, tú debes informar de esa anomalía al Sepblac. Igual que si un registrador o un notario detectan en una finca o una propiedad movimientos sospechosos de compras y ventas revalorizadas. Las Unidades de Inteligencia Financiera saben que tradicionalmente el mercado inmobiliario era una de las principales herramientas para el blanqueo del dinero, y también están obligados a informar. Por eso ahora se utilizan otros mercados.
—Por la crisis… —adelantó Ángel, intentando parecer informado.
—No, la crisis no tiene nada que ver. La crisis es para los pobres. Los peces gordos dejaron las inversiones inmobiliarias mucho antes. En 2007. Ya sabían lo que se avecinaba. Para blanquear grandes cantidades se necesitan mercados más ágiles y fluidos. Inversiones que puedan moverse de un país a otro con facilidad. Piedras preciosas, oro, arte… Te sorprendería saber cuántos políticos y empresarios invierten en obras de arte. Y no es casualidad. Pero lo mejor es el mercado deportivo. Esa es la inversión más segura para blanquear dinero del narco.
—No me digas que los deportistas de élite también están metidos en esta mierda…
—Claro. Motociclismo, baloncesto, hípica, boxeo, hockey sobre hielo, rugby, cricket y sobre todo fútbol. Si tienes grandes sumas de dinero para blanquear, lo mejor es invertir en fútbol. Todos los grandes capos lo están haciendo. Créeme, cerca de todo gran narco o capo del crimen organizado, encontrarás un equipo de fútbol…
—Apuestas…
—Apuestas, derechos de imagen, mercado de fichajes, convenios de patrocinio y publicidad… Hay muchas formas.
—Eso es absurdo, Johnny, el fútbol está muy controlado. Alguien se daría cuenta.
—¿Y crees que le importaría a alguien? Vamos, Ángel, ¿en serio crees que a algún aficionado del Chelsea le importa de dónde sacó el dinero con que pagó las deudas del club el ruso Román Abramóvich cuando lo compró? Si al final no lo hubiesen detenido por haberse pasado de la raya blanqueando millones de dólares, ¿crees que a los aficionados del Corinthians brasileño les habría importado de dónde sacaba la pasta su presidente Kia Joorabchian? ¿De verdad piensas que a los aficionados del Atlético de Madrid o del Rayo Vallecano les importaba de dónde sacaba el dinero Jesús Gil, antes de que estallase la Operación Malaya, o de dónde lo sacaba Ruiz Mateos antes del escándalo de Nueva Rumasa? Te aseguro que no existe un mercado más práctico y rentable para blanquear grandes cantidades de dinero que el fútbol. ¿Cuántos fans de Ronaldo se acuerdan ahora de Pitta y Martins, sus agentes, detenidos en 2003 y 2005 por lavado de dinero?
—Supongo que a nadie le importa.
—Es lógico. Pablo Escobar fue el primer gran narco en comprar un equipo de fútbol para blanquear el dinero de la coca. Después vinieron muchos más. No solo porque los fichajes internacionales, las apuestas o los derechos de imagen permiten grandes movimientos de dinero internacionalmente, sin demasiados controles. Además, el mundo del deporte, en especial el fútbol, les ofrece algo que no puede darles el dinero: prestigio social. No es lo mismo ser un ricachón de un pueblo perdido en Colombia, por mucho dinero que tengas, que el presidente de un respetado club de fútbol. Eso te abre muchas puertas en la jet set. Relaciones sociales. Prestigio. Reconocimiento… Les encanta.
—Tiene sentido. Pero volviendo a lo tuyo…
—Todavía es un terreno pantanoso. Las leyes se están revisando anualmente, y es la jurisprudencia la que irá puliendo la norma, pero por de pronto muchos abogados, notarios y registradores, en Málaga, Barcelona, Madrid, etcétera, nos hemos visto imputados por delitos que hasta hace unos años ni siquiera existían.
—O sea, que tú llevabas los negocios de Bill y no informaste al Sepblac…
—Al contrario. Y esa es la putada. Bill tiene muchas empresas tapadera, y yo solo gestionaba algunas de ellas. Para curarme en salud envié una nota a la Comisión de Prevención del Blanqueo de Capitales e Infracciones Monetarias en cuanto se aprobó la nueva Ley, solo para cubrirme las espaldas. Pero subestimé la inteligencia de Bill y sus contactos. Supongo que tiene a alguien dentro del Sepblac, y en el Colegio de Registradores o de Notarios. Se enteró de que había informado sobre una de sus empresas, metió un administrador de paja y de alguna manera borró los registros de mi informe en el Sepblac. Además, alguien entró en mi oficina e hizo desaparecer también la copia del informe en el que daba cuenta de mis honradas sospechas sobre la honorabilidad de ese cliente, así que cuando se procesó a esa empresa, se nos acusó de encubrimiento y complicidad, y de habernos quedado con el dinero. El desgraciado del administrador y yo fuimos dos peones sacrificados, y Bill salió de rositas, como hace siempre.
—¿Y por qué no llegaste a un acuerdo con la fiscalía? Si hubieses devuelto el dinero, ahora estarías en la calle.
—¿Bromeas? Todavía tengo las contraseñas de las cuentas bancarias del Largo en Andorra y Gibraltar, pero en la calle no habría tenido tiempo de mover el dinero antes de que Bill me encontrase. Aquí estoy a salvo. No existe un lugar más seguro en el mundo para un abogado que la cárcel. Aquí dentro todos son viejos amigos y clientes. Fuera, ¿cuánto crees que tardaría en mandarme a alguno de sus muchachos para romperme el cuello?… Quizá a ti mismo.
Se hizo un silencio tenso. Ángel y Johnny se miraron a los ojos. Ambos sabían que el recluso estaba en lo cierto.
—Supongo que tienes razón —dijo finalmente Ángel—. Estoy aquí porque quiero pasar a primera división. Tú trabajaste con los colombianos, ¿verdad? Ya sabes…
El presidiario guardó silencio un instante. Miró a derecha e izquierda y después bajó el tono de voz un poco más.
—Ten cuidado, o pronto serás tú el que esté aquí dentro. O bajo tierra. Las cosas han cambiado mucho, Ángel. Colombia es una mina que está explotando sus últimas vetas. Ahora el mercado de la coca viene de Perú y Bolivia y sobre todo de México. Y la producción de adormidera vuelve a llegar de Afganistán gracias a la invasión americana. Olvídate de todo lo que te hayan contado o hayas leído en la prensa. Nos enfrentamos a un mundo nuevo. Más rápido, ágil y global.
—Yo quiero estar en ese mundo, Johnny. Quiero jugar en las ligas mayores.
—¿Y qué estás dispuesto a hacer para ascender?
Ahora fue Ángel quien guardó silencio unos segundos. Frunció el ceño. Acercó su rostro todavía un poco más al de Johnny, y casi con un susurro, sutil pero elocuente, respondió:
—Todo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario.
—Pues me temo que el Largo sigue siendo tu mejor opción si quieres jugar en primera división. Bill es una puta. Trabaja con cualquiera que le pague, y todos lo usan. Colombianos, albaneses, gallegos, rumanos, rusos, mexicanos, árabes… Le da igual la moneda con la que cobre. Y también le da igual cuál sea el negocio: coca, armas, pasaportes, tarjetas, oro, fulanas… Pero al final los que controlan el mercado son los que controlan el dinero. Unos pringados como tú o yo ¿cuánto podemos mover?, ¿cincuenta mil, cien mil, quinientos mil euros? Eso no es nada. Cuando mueves dígitos de seis ceros, en euros o en dólares, tu único problema es introducir el dinero en el circuito legal.
Con el rabillo del ojo Ángel vigilaba a los demás visitantes, a derecha e izquierda: parecían totalmente concentrados en sus respectivas charlas con otros internos. Sería catastrófico para sus planes que alguien inapropiado pudiese escuchar su conversación.
—Cuando llegas a esos niveles —continuó Johnny— solo te relacionas con otros como tú. La élite blanca. Cotizas en Bolsa, tienes cuentas en Suiza, Gibraltar o Andorra, te casas con la hija de algún conceller o algún empresario y asistes a las cenas de gala del Palau de la Música o de la Generalitat. Tu dinero tiene que parecer tan limpio como tu esmoquin. Al final, los listos acaban montando multinacionales, y los vanidosos, en política.
—Pues eso es lo que busco, amigo. Quiero trabajar con los que mueven las cifras de seis dígitos.
—Hay muchos, están por todos lados. Solo tienes que abrir La Vanguardia o El Periódico y ahí los tienes. Pero para llegar a ellos necesitas un buen aval. Alguien que responda por ti. Y si quieres puentear a Bill, tendrás que buscarte a otro que esté dispuesto a confiarte su vida, porque si tú les fallas, él responderá por ti. Así funciona esto. Tus secretos solo los confías a quien te dé garantías de silencio. Y por ahí arriba, las nubes están llenas de secretos. Omertà, Ángel, omertà.
—O sea, que no tengo más remedio que seguir trabajando con el Largo.
—Eso me temo. Sigue con él, pero cúbrete las espaldas. Bill es tu mejor opción, a menos que trabajes en un banco, que seas funcionario de Justicia, o de Aduanas, o qué sé yo…, que tu padre sea embajador o tenga una empresa de transportes internacionales. Es fácil, piensa un poco, ¿tú qué tienes que ofrecer a los que manejan los hilos?
El estridente sonido del timbre retumbó en la galería, interrumpiendo al motero y comunicando a los visitantes que habían concluido sus veinte minutos. Otro grupo de familiares aguardaba su turno de visita.
—Creo que tengo que irme, Johnny. Gracias por la información. ¿Puedo hacer algo por ti?
—Claro que puedes. Tengo derecho a un vis a vis, y hace mucho que no mojo. Mándame alguna fulana que esté buena. Ya sabes lo que me gusta. Y a mi mujer ni una palabra.
—Okey. Dalo por hecho.
Cuando salió del viejo centro penitenciario y arrancó la Dama Oscura, Black Angel sintió un cierto regusto amargo. Johnny no estaba del todo mal en la Modelo, pero si Ángel cometía un error, él mismo podría terminar con sus huesos en prisión y no iba a tener tantos amigos dentro como el abogado. Más bien al contrario.
Mientras enfilaba Entença en dirección a la Diagonal, disfrutó de aquella sensación de libertad a lomos de su montura. Había empezado a lloviznar y hacía frío, pero no bajó la pantalla del casco. Quería sentir el aire fresco acariciándole la cara. Si algo salía mal, podía pasar mucho tiempo sin sentir aquella sensación.
Al llegar a las Ramblas aparcó frente a uno de los kioscos de prensa, compró un ejemplar de La Vanguardia y pasó las páginas hasta llegar a la sección de Contactos. Cientos de pequeños anuncios ofertaban todo tipo de servicios sexuales: prostitutas, travestis, chaperos… No tuvo que buscar mucho. Marilia, oriental, dieciocho añitos. Aniñada. «Perfecto —pensó Ángel—, esta servirá». Marcó el teléfono y pidió el número de cuenta bancaria para hacer el ingreso. Explicó que se trataba de un servicio a domicilio en la prisión Modelo. Serían los 300 euros mejor invertidos. Necesitaba que Johnny continuase estándole agradecido. Cuando colgó no sintió ningún remordimiento. Solo sería una puta haciendo su trabajo. Como él.