EDITH

PARQUE DEL OESTE, MADRID

Los compañeros del grupo de homicidios de la Guardia Civil llevaban tres días prácticamente sin dormir. En Madrid había más prostitutas africanas a las que interrogar de las que jamás habrían imaginado. Y ninguna parecía motivada para colaborar con la policía.

Los agentes de la UCO, y también los de la Policía Local que se habían unido a la investigación, continuaron patrullando los principales enclaves de prostitución callejera de Madrid, intentando encontrar alguna compañera que pudiese identificar a la joven descuartizada. Desde el pinar de Siete Hermanas al parque del Oeste, desde Montera a Piñuecar, del polígono de los Ángeles al paseo del Embarcadero… Todo inútil. Las horas continuaban pasando sin que apareciese ninguna pista. Y mientras la prensa continuaba explotando la historia del Carnicero de Boadilla, los políticos se ponían cada vez más nerviosos. Por esa razón, desde el Ayuntamiento destinaron aún más agentes de la Policía Municipal a ese operativo.

Mientras se tomaba su cuarta taza de café, la agente Luca escuchó por enésima vez el mensaje grabado días atrás en su buzón de voz. «Ya te llamaré yo… No intentes contactar conmigo». Definitivamente, la voz de Claudia sonaba como un mal presagio. Aun a sabiendas de que era inútil, marcó una vez más su último número conocido. «El terminal telefónico al que llama no se encuentra operativo en este momento», insistió la grabación al otro lado del auricular.

Conocía bien a Claudia. Era una de las guardias mejor calificadas en su promoción. Sabía cuidarse sola. En la Academia de Baeza todavía se recordaba la anécdota de aquella joven aspirante a guardia que se había enfrentado sola a tres turistas ingleses, completamente borrachos, que se estaban propasando con una joven en el parking de la discoteca Charleston. El destino quiso que aquella noche Claudia, de permiso, fuese a estacionar su pequeña scooter en aquel aparcamiento cuando esos tipos sobrados de testosterona pretendían desfogarse con aquella vecina del pueblo. Claudia evitó la violación, aunque le costó una fractura de nudillos, dos costillas rotas y una amonestación de los mandos. Pero para todos los compañeros de Academia, Claudia era una heroína. Y para aquella joven baezana también.

Si Claudia había sido tan tajante en que no intentase contactar con ella, eso solo podía significar que estaba metida en algún operativo complejo. Pero es que después de aquel incidente en Barajas con el gigante del cráneo roto, había quedado en deuda con ella para siempre. Aquel tipo podía haber trazado un camino muy diferente en su destino, de no haber sido por Claudia… Y ahora estaba preocupada. Luca tuvo que hacer un esfuerzo para apartar de su mente a su compañera y volver a concentrarse en la investigación. Tenían que dar caza a un asesino y el tiempo corría en su contra.

Mientras, los forenses exprimían a fondo las posibilidades de la autopsia. La joven tenía unos veinte años. Origen probablemente subsahariano. Tal vez centroafricano. Presentaba golpes fuertes en el cráneo, posible causa de la muerte. No había evidencia de que hubiese mantenido relaciones sexuales justo antes de su fallecimiento, ni tampoco señales de que se hubiese defendido o peleado con su agresor. Las mutilaciones, realizadas post mortem, se habían efectuado con algún tipo de cuchillo doméstico. No se apreciaban indicios de que en el descuartizamiento se hubiese utilizado un instrumental médico o especializado…

En plena madrugada, mientras interrogaba al enésimo grupo de chicas nigerianas en el polígono Olivilla, la agente Luca recibió la llamada de su capitán, visiblemente excitado.

—Luca, volved a la base. Tenemos algo.

—Todavía nos quedan muchas chicas por entrevistar, señor. ¿Qué ocurre?

—Buenas noticias. Los municipales han localizado en el parque del Oeste a unas chicas que han reconocido a la víctima. Se llamaba Edith y tenía veintidós años. Al parecer, vivía en Móstoles, con otras prostitutas africanas.

Luca dudó un instante. Sus sentimientos eran confusos. Obviamente, era una buena noticia que ya pudiesen identificar a la víctima, pero sintió un ligero escalofrío al escuchar su edad. Solo veintidós años. La tal Edith era incluso más joven que ella, y alguien le había robado la vida, despedazando su cuerpecillo y arrojándolo a la basura como si fuese un pedazo de mierda. Sintió rabia.

—¿Quiere que vayamos a Móstoles para interrogarlas?

—No, volved aquí. Os necesito a todos. Tenemos algo mejor. Una de ellas anotó la matrícula del último coche en el que se subió. Un Ford Focus de color gris.

No era descabellado: por lo que le habían contado en los interrogatorios, las chicas que ejercen en la calle suelen anotar las matrículas de los coches en los que se suben sus compañeras, por seguridad.

—¡Entonces ya lo tenemos!

—Todavía no. Estamos revisando todos los Focus registrados en la zona, pero ninguno coincide con esa placa, así que es probable que se equivocasen al anotar alguno de los números. Os quiero a todos rastreando todos los coches de la zona que puedan coincidir con la descripción que nos han dado. Venid cagando leches.

—A la orden.

Por fin el cerco policial se cernía sobre el Carnicero de Boadilla, aunque las cosas no iban a ser tan sencillas. Los policías tuvieron que cruzar datos con Tráfico y con todos los concesionarios y talleres de la zona, y después rastrear los vehículos que aparecían en la lista, comparándolos con los registrados en Boadilla del Monte. Uno a uno.

Los primeros rayos del sol atravesaron las cristaleras del centro de operaciones de la UCO, sorprendiendo a la agente Luca ante la pantalla de su ordenador. El escritorio revuelto. Café frío. Envoltorios de caramelos. Post-its con anotaciones. La mesa de la novata estaba al fondo, al lado de una pared llena de mapas y anotaciones con pistas sobre otros homicidios. A su alrededor, la mayoría de sus compañeros también se habían pasado la noche ante las bases de datos, cruzando la información de Tráfico con concesionarios de automóviles, registros municipales, talleres mecánicos, catastro…

Y pasaron las horas. Había miles de Ford Focus matriculados en la Comunidad de Madrid, aunque ninguno coincidía con el número aportado por la testigo. La tarea era complicada, pero el esfuerzo siempre tiene premio.

—¡Capitán, creo que lo tengo!

Uno de los agentes había localizado un Ford Focus que coincidía con la descripción, color y modelo, matriculado en la avenida del Generalísimo de Boadilla. Eso estaba a menos de un kilómetro de donde encontraron el cuerpo. Y salvo los dos primeros dígitos, la matrícula que les había dado la amiga de la víctima coincidía.

—Estupendo. ¿Alguna identidad asociada al coche?

—Sí, está registrado a nombre de un tal José Luis. Un empresario propietario de un taller de artes gráficas en Boadilla.

—Vamos a por él —dijo el Capitán dirigiéndose al agente más veterano—. Luca, te vienes con nosotros. Ariño, tú y Roca conseguid una orden del juez y avisad a los de la Científica. Vamos a tener que registrar a fondo su vivienda por si encontramos pruebas del descuartizamiento.

La detención se produjo frente a su propio domicilio. Luca y varios de sus compañeros aguardaron apostados frente a la vivienda durante horas. Es lo peor del oficio, las tediosas y pesadas vigilancias.

Mientras aguardaban, la agente volvió a echar un vistazo a una copia del informe de autopsia, y de nuevo volvió a sentir aquella rabia e indignación. En el cuerpo de Edith no encontraron señales de lucha o de que hubiese intentado defenderse, y eso era algo que había extrañado a los investigadores. En los casos de agresión sexual es habitual que la víctima presente heridas en los dedos, uñas rotas, u otros rastros del forcejeo con su atacante. Edith no presentaba ninguno de esos indicios. Pero en cuanto Luca reconoció en la fotografía del sospechoso extraída de su registro del DNI al grandullón que se acercaba por la avenida del Generalísimo, comprendió por qué los forenses no encontraron rastros de lucha en el cuerpo de la joven africana.

Moreno, de pelo corto, el Carnicero de Boadilla era un hombre alto y de complexión muy fuerte. Al verlo, Luca pensó que la pequeña Edith no había tenido ninguna oportunidad de defenderse. Con un solo puñetazo de aquellas manazas, fácilmente le habría partido el cuello.

Salió del coche sin esperar la cobertura de sus compañeros. Estaba ansiosa por engrilletar a aquel tipo. A pesar de que ningún tribunal de justicia había dictado sentencia, la agente Luca sentía en lo más profundo de su corazón que aquel tipo era culpable.

—¿José Luis Pérez? Guardia Civil. Tiene que acompañarnos.

—Los estaba esperando… —fue su incriminatoria respuesta.

Tras la reseña fotográfica y dactilar, el capitán Gonzalo decidió utilizar las habilidades de su mejor agente para presionar al detenido. Sus huellas digitales coincidían con las encontradas en el bolso, pero no era suficiente.

—Luca, quiero que entres tú en el mentidero —dijo el oficial refiriéndose a la sala de interrogatorios de la UCO—. Los de la Científica están analizando los cuchillos que tenía este tipo en su casa y las tuberías del baño. Suponemos que descuartizó a la chica en su bañera, así que tarde o temprano encontraremos su ADN, pero sería estupendo que le sacases una confesión. No sería la primera vez que los abogados de estos tipos consiguen encontrar alguna triquiñuela para sacarlos de prisión, aunque sean culpables. Con una confesión por escrito tendríamos el caso totalmente atado.

—Supongo que ya estará con su abogado y que no querrá que confiese.

—Eres psicóloga, ¿no? Busca su punto débil.

—Lo intentaré.

—No te dejes asustar por su tamaño, no estarás sola, yo entraré contigo. Él tendrá más músculos, pero tú tienes más cerebro. Úsalo para vencerle. Sé que puedes hacerlo.

El combate fue desigual. El Carnicero de Boadilla no tenía ninguna posibilidad. Incluso a pesar de su inseguridad —era su primer interrogatorio a un descuartizador—, Luca entró en la sala dispuesta a comerse crudo al Carnicero.

En cuanto se reunieron en el mentidero, Luca se sentó justo frente al detenido. Muy seria. Entre ellos solo una mesa de poco más de un metro de ancho. Colocó su carpeta sobre ella y después se quedó unos segundos callada, mirando fijamente al detenido. Esperando a que aquel silencio denso y molesto generase alguna reacción en él. Se trataba de desorientarlo e incomodarlo. Solo cuando carraspease, bajase la mirada o se revolviese en su asiento comenzaría el combate.

El Capitán se mantuvo en una esquina, observando en sigilo cada movimiento de la joven agente. Luca estaba dispuesta a echar mano de todo lo que había aprendido para desarmar la defensa del Carnicero, que, siguiendo los consejos de su abogado, aseguraba sufrir una fuerte amnesia en todo lo relacionado con aquella noche. El abogado también le sugirió que alegase que había bebido mucho —el alcohol siempre es un buen atenuante para rebajar la pena—, pero Luca no pensaba darle cuartel, por muchos rodeos que tuviese que dar en el interrogatorio. En cuanto el tipo bajó la mirada y empezó a removerse en su silla, la agente cambió el rol inquisitivo por una actitud amigable y cordial, e iluminó el rostro con su hermosa sonrisa. Iba a ser la poli buena y la mala ella sola.

—Hola, José. ¿Puedo llamarte José? Es más cómodo que señor Pérez.

—Sí, vale —respondió el acusado, después de mirar a su abogado.

—¿Te apetece un poco de agua?

—No, no, gracias.

—Me encanta tu coche. Yo también tengo un Focus. Cuatro puertas, bajo consumo, manejable, fácil de aparcar… Supongo que le tienes cariño. Me imagino que una empresa de artes gráficas tampoco te permitirá hacerte rico, y te habrá costado un tiempo ahorrar para comprártelo.

—Sí, claro —respondió el Carnicero, sorprendido por las preguntas de la agente.

—No tienes hijos. ¿Sueles prestarle el coche a alguien? Yo una vez se lo dejé a mi hermano y me lo devolvió rayado. Tú tienes novia y dos hermanas… ¿Se lo sueles prestar?

Por un instante el detenido titubeó, y de nuevo miró hacia su abogado buscando una señal de aprobación. El letrado, afortunadamente, tampoco vio venir a Luca.

—No, claro que no. Nadie conduce mi coche.

«Perfecto —pensó Luca—. Este hijo de la gran puta ya no podrá decir en el juicio que aunque las chicas reconociesen su coche, él no era el conductor». Y mientras pensaba eso, la agente colocó los codos sobre la mesa, inclinando ligeramente el cuerpo sobre ella, y acercándose unos centímetros más a su interrogado. Intentó mantener la sonrisa en los labios, aunque sonreírle a aquel tipo era lo que menos le apetecía en ese momento.

—Bueno, el Focus no es un coche muy grande. Para echar un polvo, por ejemplo, es incomodísimo. Yo una vez intenté liarme con mi novio en el asiento de atrás y casi nos rompemos la columna… ¿Lo has intentado tú alguna vez?

—¿Para qué iba a hacerlo? Vivo solo.

—Tienes razón. Si ligases con una chica, para qué ibas a tirártela en el coche, teniendo una casa tan bonita como la tuya.

—Gracias.

«Jódete, cabrón», dijo para sí Luca, intentando mantener el cinismo. Que no argumentase en el juicio que cogió a Edith, tuvieron el servicio sexual en el coche y luego la dejó en la calle, viva.

—Dices que esa noche bebiste tanto que no te acuerdas de nada…

—Sí, eso es. Bebí mucho. Demasiado. No recuerdo nada. Solo que salí a tomar algo por mi barrio y terminé en Argüelles, pero nada más.

—¿Y por qué cuando fuimos a buscarte dijiste que nos estabas esperando?

Otro golpe directo a la mandíbula. El Carnicero balbuceó algo ininteligible. Volvió a mirar a su abogado, cada vez más serio, después a Luca, y por fin al Capitán.

—No sé… Los confundí con los de Tráfico —improvisó—. Pensé que venían por una multa que me pusieron este verano…, para cobrarla.

—Vaya, es extraño, porque eres un conductor excepcional. A mí me encantaría poder conducir mi coche atravesando Boadilla, y cruzando medio Madrid hasta Moncloa completamente borracha y sin que ningún policía local o de Tráfico se dé cuenta. Y después volver a repetir ese mismo recorrido para regresar a casa y dormir la mona. Hay que reconocer que tienes una capacidad de conducción envidiable.

Mientras hablaba, la sonrisa ya había desaparecido totalmente del rostro de la agente Luca, que cada vez se inclinaba más sobre la mesa, acercando su rostro al del detenido. Y mientras ella se crecía, él se amilanaba, encogiéndose en la silla y pegando la espalda al respaldo, que evitaba que pudiese alejarse de la guardia cada vez más resolutiva. El Capitán, que hasta ese momento no había comprendido la estrategia de Luca, podía leer su expresión corporal. Puro lenguaje no verbal. Su púgil comenzaba a castigarle los riñones al adversario.

—Bueno, yo…, conozco bien esa ruta. Puedo hacerla con los ojos cerrados, no tiene ningún mérito.

—Ya veo. Por lo visto, las prostitutas de esa zona ya habían anotado más veces la matrícula de tu coche… Parece que no era la primera vez que acudías al parque del Oeste. Quizá por eso conocías tan bien la ruta…

Directo al hígado. El Carnicero tenía antecedentes como consumidor de prostitución callejera. «Bien, Luca, lo estás arrinconando contra las cuerdas —pensó el Capitán—. Sigue por ahí».

—Según la autopsia de Edith…, porque no sé si lo sabes, pero la chica descuartizada y arrojada a los contenedores de basura se llamaba Edith… Tenía veintidós años, ¿sabes? Mira, quizá al ver su foto recuperes un poco la memoria…

De pronto Luca se puso en pie tan violentamente que su silla cayó al suelo. Inclinaba intencionadamente aún más su cuerpo sobre el Carnicero, que de manera instintiva se llevó las manos a la cara pensando que la guardia iba a abofetearlo. En lugar de eso, Luca abrió la carpeta que tenía sobre la mesa y dejó caer una serie de fotografías brutales ante los ojos del detenido. Era el cuerpo despedazado de Edith, recompuesto en la mesa de autopsias, como si fuese un macabro peluche destrozado por un niño caprichoso.

—¡Mira las fotos, joder! Son obra tuya. —Por primera vez Luca perdió el control. Instintivamente miró al Capitán, que negaba con la cabeza, y se esforzó por recuperar el tono conciliador, mordiéndose la lengua—. Era guapa, ¿verdad? ¿No te parece guapa?

—No… no… no la había visto en mi vida —tartamudeó el Carnicero en un último intento por negar lo evidente—. Solo sé lo… lo que he visto en la prensa.

Luca sonrió triunfal, sacó de la carpeta la reseña digital del detenido y el informe de dactiloscopia de la Policía Científica y se los tiró delante de la cara.

—Entonces, ¿puedes explicarme cómo fueron a parar tus huellas digitales al bolso de esta chica?

—No sé… No me acuerdo de nada.

—Ya, bueno, en prisión los violadores lo pasan mucho peor que los asesinos. Al fin y al cabo, un asesino puede infundir respeto, pero un violador solo inspira asco… y ganas de pagarle con la misma moneda. ¿Te gusta el sexo anal?

—¡Eh! Yo no la violé. Yo no hice nada con ella…

—Sí, ya me han contado otras chicas de la Casa de Campo que te cuesta mucho que se te ponga dura —mintió Luca, inventándose una disfunción eréctil como puntilla para sacar de sus casillas al interrogado—. Que tienes problemas para empalmarte y por eso tienes que pedirles cosas raras…

—¡Pero qué dices! Yo no tengo ningún problema para follar, pero con esa negra no llegué a follar, te lo juro…

—Eso ya lo sé. El informe de la autopsia dice que no hubo relación sexual antes de la muerte… Pero ¿cómo lo sabes tú, si no recuerdas nada?

El detenido miró de nuevo a su abogado, mordiéndose las uñas y esperando un milagro, pero el letrado no tenía nada que ofrecerle, aquella joven guardia estaba destrozando su defensa sin que pudiese hacer nada por evitarlo.

—De acuerdo. La vi en el parque y se metió en mi coche. Pero… no me gustó y le dije que saliese. Y como no quería bajarse le tiré el bolso por la ventanilla, por eso estarían ahí mis huellas, pero yo no la maté… Sería otro cliente. O su chulo. Eso es, seguro que fue su chulo…

El Carnicero intentaba escurrirse como una anguila, aunque Luca no tenía ninguna intención de permitírselo.

—Y supongo que antes de tirárselo por la ventanilla, le robaste la cartera, ¿no? Porque también encontramos tus huellas en el bolsillo interno del bolso, y su cartera en tu apartamento…

—Vale, le robé la cartera —respondió más relajado el empresario. Aquella torpe policía, pensó, acababa de servirle en bandeja una escapatoria—. Quería darle una lección, ¿y qué? Pueden acusarme de un hurto, pero no de asesinato.

Había caído en la trampa. Luca contaba con aquella reacción y quería que su víctima bajase la guardia para asestarle el golpe definitivo. Aunque debía jugárselo todo a una carta, porque a partir de ahora iba de farol…

—Lo que ya no vas a poder explicar es por qué tu ADN estaba en el interior de la ropa de Edith. No deberías morderte las uñas. Encontramos un fragmento en el interior de su cuerpo. No pudiste empalmarte. No fuiste capaz de ser hombre para follártela, pero te divertiste despedazando su cuerpo. ¿Qué hiciste, oler sus braguitas como un puto fetichista o te vestiste con ellas como una marica mala?

Aquel gancho de izquierda al ego consiguió romper definitivamente sus defensas. Nockaut técnico. Luca ganaba el round, pero la campana del árbitro no iba a detener el combate.

—Vale, ya está bien —dijo el Carnicero—. Lo reconozco. Lo siento, de verdad. No sé qué me pasó. Yo no soy así. Bebí mucho esa noche y se me fue la mano. Lo siento…

Luca sintió más terror al escuchar a aquel tipo del que experimentó al encontrar aquel brazo humano en una bolsa de basura. O del que podía inspirarle aquel cuerpo despedazado, recompuesto sobre la mesa de la nave que les había cedido el Ayuntamiento de Boadilla para iniciar las investigaciones. Estaba reconociendo el crimen con una frialdad sobrecogedora. Arrepentido, sí, pero como el alumno a quien sorprenden copiando en un examen. Como el carterista pillado con la mano en bolsillo ajeno. Como el marido infiel descubierto en pleno flirteo con su secretaria. Vale, lo siento, se me fue la mano, no volveré a hacerlo…

El Capitán se sentía satisfecho. Luca no. Apretó los dientes y siguió castigando al sospechoso. No le bastaba con una confesión, quería desnudar todas sus miserias.

—O sea, que fue un arrebato… Un impulso. Ni se te había pasado por la cabeza hacer algo así…

—Claro que no. Fue algo que ocurrió de repente. Ya le he dicho que no follamos ni nada…

—Ya sé que no follasteis. Pero ¿me puedes decir qué fue lo que le pediste a Edith, que ella se negó a hacer y que te enfureció tanto como para matarla?

—¿Cómo? Pero… Usted no estaba allí… Cómo sabe… ¿Por qué dice que le pedí algo…?

—Porque Edith se desnudó para ti. Y ya estaba desnuda cuando la mataste.

El Capitán estaba asombrado por la lucidez de aquellas deducciones que hasta a él le habían pasado desapercibidas. Luca, ajena a la admiración de su superior, continuó escupiendo su indignación al Carnicero, armada con una elocuencia irrebatible.

—La ropa de Edith no estaba manchada de sangre. Si de verdad hubieses bebido hasta perder la conciencia, y en un arrebato hubieses golpeado a Edith accidentalmente, no te habrías molestado en quitarle la ropa y en doblarla en un montoncito como hacen las chicas que llegan desde África para ejercer la prostitución, y a las que les cuesta mucho trabajo y vergüenza ganar cada prenda europea. Por eso son tan cuidadosas con ella.

—Yo…

—En una muerte accidental, cuando se trata de hacer desaparecer el cuerpo, no se pierde el tiempo desnudando el cadáver. Y si se hace es rompiendo las prendas con el mismo cuchillo y tirándolas a un lado. No. Edith ya estaba desnuda cuando murió y eso significa que no buscabas sexo normal…, ¿no es así?

Aquella fue la puntilla. La maldita guardia civil estaba introduciéndose en su cerebro como si fuese una puta bruja capaz de leerle la mente. Si seguía por ahí, iba a descubrir sus secretos más íntimos e inconfesables, y el Carnicero de Boadilla no estaba dispuesto a enfrentarse a esas miserias. Se hundió por completo, firmando la confesión que finalmente lo llevaría a prisión.

Luca también estaba agotada. El esfuerzo del interrogatorio era solo el sprint final de una extenuante carrera que había comenzado en cuanto descubrieron el cuerpo descuartizado en los contenedores de basuras tantos días atrás.

Aquella noche José Luis Pérez, como tantos honrados españoles, sintió un impulso sexual. Y una puta siempre es la opción más cómoda, rápida y fácil. El acceso a la Casa de Campo se había complicado por las nuevas normas municipales del Ayuntamiento de Madrid, así que giró en la A-5 y enfiló su Ford Focus hacia el parque del Oeste. Vio a las orientales, las rumanas y los travelos, pero esa noche le apetecía carne negra. En el paseo de Camoens los faros del Focus deslumbraron a un grupo de nigerianas de piel de ébano, tersa y brillante, y el empresario notó la erección bajo el pantalón. Quería a una de esas. El destino decidió que fuese Edith la primera en acercarse al Focus.

—Hola, guapo. Chupar treinta, follar cincuenta.

—¿Y por venirte a mi casa?

—Ciento cincuenta.

—Sube.

Y subió. Sus compañeras no volverían a verla con vida.

Tiempo después, tras su confesión, la Sección XV de la Audiencia Provincial de Madrid dictaría sentencia: quince años de prisión. «Con buen comportamiento saldrá en diez a la calle —pensó Luca al escuchar la condena—. Edith jamás volverá a pisarla».

Aunque policialmente el caso estaba cerrado, la agente Luca sintió un impulso irrefrenable de despedirse de Edith, y asistió a un sepelio organizado semanas más tarde. Justo en el mismo lugar donde se la vio viva por última vez, se celebró un sonado homenaje preparado por organizaciones sociales y políticas, con amplia cobertura mediática, pero al que no asistió ni una sola de sus compañeras. A los políticos les gustan las cámaras, a las prostitutas no. Sabían que Edith no sería la última.

Luca escuchó sus bonitas palabras a cierta distancia, refugiada entre las sombras del parque del Oeste. Pero aquellos discursos ante las cámaras de la prensa no le ofrecían consuelo. Continuaba sintiendo aquel profundo vacío en la boca del estómago. Apetito de justicia insatisfecho. Sin saber por qué, recordó la cita de Isaac Asimov: «En la vida, al contrario que en el ajedrez, el juego continúa después del jaque mate».

Cuando dejó atrás las cámaras y flashes que cubrían el evento y regresó a su coche, se sorprendió al encontrarse al capitán Gonzalo apoyado en el capó.

—Pero ¿qué hace usted aquí?

—Te estaba esperando. Sabía que no querrías perdértelo.

—Supongo que quería despedirme de ella. —Le costó pronunciar lo que de verdad le pasaba por la cabeza—. ¿Es siempre así, Capitán? ¿Queda siempre esta sensación de vacío al cerrar un caso?

—Por desgracia, con los años te irás acostumbrado, Luca. Y no sé si es bueno. Nosotros también terminamos por anestesiarnos un poco.

—Ya.

—Solo quería felicitarte. Has hecho un gran trabajo. ¿Te apetece un café?

—Tal vez en otro momento, Capitán. Creo que ahora lo único que me apetece es estar sola.

—No te preocupes. Lo entiendo. Nos vemos mañana en la UCO. Intenta dormir.

El Capitán se acercó a ella, la besó en la frente y se alejó por el parque del Oeste.

Esa noche, al regresar a casa, se encontró un mensaje de su amiga Claudia en el contestador automático del teléfono fijo. «Me he enterado de que han condenado al Carnicero. Enhorabuena, Luca, eres la mejor. Te quiero». Y nada más. La llamada se había recibido desde un número oculto. Claudia no había vuelto a dar señales de vida y ahora solo aquel breve mensaje para felicitarla por la investigación. «¿Dónde demonios está metida? Bueno —pensó—, al menos sé que está bien…».