Aaron1

Reserved and shy

your average guy

No piercing stare

just out of shape with messy hair

The Vaccines, «Teenage Icon»

Nunca me había sentido tan feliz de firmar un papel como cuando el señor Gladstone me entregó el contrato que me liberaba de cualquier cadena que pudiera retenerme en Develstar. Mientras lo hacía, el hombre aprovechó para explicarme que Kimberly no había sido la única culpable de lo sucedido durante la última semana en el programa: las hermanas Leroi, desde fuera, habían sido quienes habían convencido a Roland Claus para que su representada hiciera todo lo que estuviera en su mano para que ni Zoe ni yo ganáramos el concurso.

A cambio, las francesas le habían ofrecido un contrato multimillonario a Kim-Kim para ser la nueva imagen de su nueva colección «Lolita» en Délicat. Ciego por la ambición, el tipo no había dudado ni un instante en aceptar el encargo y aprovechar la coyuntura para agenciarse parte de las ganancias. Por suerte, el tiro les había salido por la culata. Y todo por el odio injustificado que nos profesaban a mi hermano y a mí. Bueno, por eso y porque, además de estar como una cabra, supuse, al tener tanta pasta y no saber en qué gastarla, uno podía llegar a creer que todo le pertenecía. Incluso las vidas de los demás.

Me despedí del señor Gladstone con un silencioso estrechamiento de manos antes de salir y dirigirme al ascensor. Pero, justo cuando iba a entrar en él, oí que alguien me llamaba. A lo lejos, advertí al profesor Haru. Dejé que las puertas volvieran a cerrarse y me acerqué a él.

—¿Ibas a irte sin decirme adiós? —preguntó él amonestándome con el dedo.

—Ya sabes lo mal que se me dan las despedidas. Además, solo es un «hasta luego», ¿verdad? —pregunté como un niño pequeño.

—Lo es, amigo.

Asentí y le miré sin saber qué decir, cómo agradecerle todo lo que había aprendido, lo muchísimo que le echaría de menos a él y sus lecciones, lo necesaria que había sido su presencia para mí en aquella cárcel. Las palabras se enredaban en una melodía que solo en forma de canción escondían su sentido, por lo que me limité a guardar silencio.

—Estuviste fantástico ahí dentro —dijo él al cabo de unos segundos—. No te viniste abajo ni siquiera cuando creíste que te habías venido abajo. Incluso entonces, demostraste más coraje y fuerza que ninguno de tus compañeros. Y déjame que te diga una cosa: no sé si habrá sido por el trabajo que hemos realizado juntos o si es cosa tuya, pero, Aarón, te has convertido en un verdadero artista, y en más disciplinas de las que crees. —Me puso una mano en el hombro—. Hijo, vas a llegar tan lejos como te lo propongas. Solo espero que sea suficientemente pronto como para que no me haya quedado sordo.

Su carcajada final me hizo tragarme las lágrimas que comenzaban a brillar en mis ojos para acompañarle en la risa. Después de aquel emotivo discurso, el hombre me dio una tarjeta personal suya y me pidió que le mantuviera al tanto de todas las novedades que fueran surgiendo.

—Algún día sé que no necesitarás más mis lecciones, Aarón —añadió antes de marcharse—. Pero espero que nunca te olvides de mi amistad.

Con aquellas palabras palpitándome en el pecho, regresé a mi habitación para terminar de preparar las maletas. En cuanto entré por la puerta, mi hermano saltó del sofá y se acercó.

—¿Ya está? ¿Ya has firmado? ¿Eres libre para largarte?

—Sí, sí… y sí —contesté con una sonrisa exultante.

Mi hermano me apresó entre sus brazos y con un rugido triunfal me levantó del suelo. Yo me eché a reír.

—¿De verdad quieres volver a España? —preguntó cuando me dejó libre—. Tío, ahora todo el mundo se va a pelear por trabajar contigo. Si te vas, quizá te olviden…

—Quienes me olviden tan deprisa lo harán porque en el fondo no les importo yo, sino Play Serafin, y esa marca ya no me pertenece —dije, y me dirigí a mi habitación.

Había vaciado los armarios y cajones, y la cama y el suelo estaban cubiertos con todas mis pertenencias.

—Mamá me va a matar cuando vea esto… Ni de coña voy a poder meterlo todo en el armario de mi cuarto.

Leo entró y se apoyó junto a la puerta.

—¿Cómo que de tu cuarto? No estarás pensando en quedarte en casa de mamá, ¿no?

Yo le miré extrañado.

—Pues claro, ¿dónde quieres que viva si no?, ¿en un hotel?

—No, tío, ¡en mi piso de Madrid! Nuestro piso, a partir de ahora.

Hice un mohín sin estar muy seguro de aquella idea.

—No sé, Leo. No somos los mejores compañeros que digamos. ¿Estás seguro de lo que me pides?

—¡Es un piso enorme! —exclamó él doblando mal unos vaqueros y metiéndolos de cualquier manera en la primera maleta que encontró abierta—. ¡Seguro que ni nos cruzamos!

—Entonces, si no vamos ni a vernos, ¿por qué quieres que vivamos juntos? —argüí en broma recuperando el pantalón y colocándolo en el lugar adecuado.

Por respuesta, Leo me soltó una colleja.

—Probemos al menos una temporada. Sabes tan bien como yo que no puedes volver a casa de mamá después de tanto tiempo fuera, y no porque ella no quiera. Te lo digo por experiencia.

Al menos en eso tenía que darle la razón. La verdad era que, después de haber vivido por mi cuenta casi el último año, me costaba imaginar volver a la rutina impuesta por mi madre, a la convivencia diaria con mis hermanas o a disponer nada más que de una habitación en lugar de tener un piso entero para mí.

Además, si había sobrevivido los primeros meses con Leo y la única perjudicada había sido una bola 8, supuse que no había de qué preocuparse, siempre y cuando yo tuviera mi espacio personal, una guitarra y mi cuaderno de partituras.

—Vamos, ¿qué me dices? —insistió él.

Sabiendo que no aceptaría un no por respuesta, asentí con languidez y él golpeó la pared encantado. Después me puse a doblar el ejército de camisas y a colocarlo dentro de la maleta, dejando el hueco para encajar la ropa interior, todo muy a lo Tetris.

Ícaro había venido a vernos antes de que yo bajara a firmar los papeles. Había intentado convencer a Leo para que se quedara al menos un par de semanas más en Nueva York, pero mi hermano había rechazado el ofrecimiento arguyendo que necesitaba «desconectar en serio» de todo eso.

El otro, después de insistirle al menos un par de veces más, terminó cediendo, no sin advertirnos que esa no sería la última vez que le veríamos.

—Espero que no tengáis nada pensado para los próximos meses —nos advirtió desde la puerta—, porque estoy empezando a preparar una sorpresa épica…

Yo reí el comentario antes de despedirle. Hasta que no me volví y vi la cara de Leo no pensé que el tipo pudiera haber hablado en serio.

Alguien llamó a la puerta en ese momento.

—Yo abro —me ofrecí dejando sobre el colchón la segunda montaña de camisetas y corriendo al recibidor.

Shannon, Chris y Camden parloteaban en el pasillo, abrigos en mano, cuando abrí.

—¿Ya os vais? —pregunté sintiendo una punzada de tristeza en el pecho.

—Nuestros vuelos salen dentro de un par de horas —contestó la rubia, y se colocó las gafas de sol en los ojos—. Veníamos a despedirnos.

Me aparté y les cedí el paso para que entraran. Después de la gala y de recoger todas nuestras pertenencias de la casa del reality habíamos tenido que asistir a una rueda de prensa y contestar a varias entrevistas sobre el programa. Para cuando terminamos ya era tan tarde y estábamos todos tan cansados que no podíamos ni hablar.

—¿Estarás bien sin nosotros? —preguntó Chris con una sonrisa traviesa.

Levanté las muñecas en el aire y dije:

—Por fin soy un genio libre. Además, mi hermano mayor cuidará de mí ahora. —Me volví para mirar a Leo, pero lo descubrí estudiando con verdadera pasión el dodecaedro de Tonya mientras mascullaba algo. Cuando me volví al frente, puse los ojos en blanco y todos estallamos en risas.

—¿Y vosotros? ¿Qué planes tenéis ahora? —pregunté.

—Vacaciones —dijo Shannon—. Pienso irme a la isla más perdida del mundo y estar allí hasta que me quite de encima la sensación de que hay alguien vigilándome continuamente por encima del hombro.

Chris resopló y se apartó el cabello de la frente, como estresado.

—Supongo que empezar de cero en solitario —dijo.

—¿Tan mal están las cosas con…?

—Soy incapaz de mirar a la cara a alguien que me ha traicionado como hizo Owen, y mucho menos trabajar con él… —me interrumpió—. El viaje a Australia va a ser genial.

Le deseé buena suerte y después los tres nos volvimos para mirar a Camden.

—Cambridge —contestó con una tímida sonrisa—. Empiezo en septiembre. Hasta entonces, supongo que me dedicaré a poner todos mis asuntos en orden.

—Enhorabuena —le dije—. Pero ¿y tu padre…?

—Mi padre es mi principal asunto pendiente —dijo con una carcajada—. Todavía no se cree que quiera dejarlo todo para ponerme a estudiar, pero supongo que al final acabará haciéndose a la idea. Eso, o será él quien se meta a actor.

Nos habían contado que la llegada de Camden el día anterior para asistir, como todos los concursantes, a la última gala había sido de órdago. Decenas de periodistas se habían apiñado a la puerta del edificio de Develstar y del teatro solo para poder obtener una foto del chico después de haber desaparecido de la escena mediática casi un mes atrás. Su padre, sin embargo, no le había acompañado esa vez. Parapetado detrás de unas gafas de sol y de un gorro de lana, Camden había viajado con un grupo de guardaespaldas y no había contestado a ni una sola de las preguntas de los paparazzi.

—Ah, por cierto, Aarón, échale un ojo a esto.

Shannon sacó un periódico de su enorme bolso y lo abrió por una de las últimas páginas. En ella, y debajo de una foto de Dalila Fes en alguna gala, se anunciaba que los propietarios de la franquicia de Castorfa habían tomado la decisión de no grabar más películas del personaje tras el fracaso de la primera parte.

Reconozco que sentí lástima por mi ex compañera, pero en el fondo me alegré de que fueran a dejar tranquila a Castorfa, mi apreciado y querido icono de la infancia.

—Me temo que ya deberíamos ir bajando —dijo Shannon tras mirar su reloj.

—Oooh… —se quejó Chris acercándose para darme un abrazo—. Cuídate. Y hablamos, ¿de acuerdo?

—Ya nos veremos —dijo Camden.

—Despídete de Zoe por nosotros, no creo ya que la veamos —añadió Shannon después de darme un beso y un abrazo.

Cuando nos separamos, les dije:

—Habéis sido lo mejor de toda esta locura…

—Querrás decir «lo único bueno» —replicó una vocecilla desde el pasillo.

—¡Zoe! —exclamó Chris, y todos fuimos detrás de él para saludarla.

Verla vestida de nuevo con su ropa habitual y con su perenne sonrisa me hizo suspirar de alivio y me quitó de encima un peso que no había advertido que cargaba en el pecho.

—Me encuentro bien, de verdad —aseguró después de que todos le hiciéramos la misma pregunta—. Solo me da pena… ya sabéis…

—Créeme, no te perdiste nada —le aseguró Chris—. Hiciste bien fingiendo estar muriéndote —bromeó.

Una llamada al móvil de Camden les avisó de que tenían que bajar inmediatamente o perderían los vuelos. Entre lágrimas contenidas y más abrazos, volvimos a despedirnos todos. Zoe y yo les acompañamos hasta el ascensor y allí nos quedamos, solos, cuando las puertas se cerraron.

Apenas las dos planchas de metal se tocaron, me giré hacia Zoe y la estreché entre los brazos. Después la levanté la barbilla con los dedos y deposité mis labios sobre los suyos. Sus brazos se cerraron alrededor de mi cintura y sentí que se izaba de puntillas sin dejar de besarme. Cuando nos separamos, respirábamos entrecortadamente.

—Uau… —dijo.

—Sí, uau… —contesté yo divertido, y la abracé de nuevo—. No vuelvas a darme un susto semejante.

—No lo haré, te lo prometo. —Nos quedamos así en silencio hasta que Zoe separó la cabeza de mi pecho para mirarme—. ¿Es tu móvil lo que noto ahí abajo?

—¡¿Qué?! —exclamé separándome un paso y mirando hacia mis pantalones. Pero a lo que Zoe se refería era al colgante de la cámara de fotos, que saqué rápidamente para enseñárselo.

—Oye, que tampoco habría pasado nada si hubiera sido otra cosa —comentó ella entre risas. Después me quitó el colgante de las manos y se quedó mirándolo pensativa. Tras unos segundos en silencio, volvió a mirarme—. ¿Viste… la película?

Asentí y mis ojos se desviaron hacia el colgante.

—¿Y…?

—Me gustó —contesté escuetamente, de repente nervioso. Sabía que no era eso lo que me estaba preguntando, que buscaba mi opinión sobre algo diferente. Pero, por alguna razón, preferí alargar el momento todo lo posible antes de darle la respuesta que buscaba.

—¿Eso es todo? ¿No piensas decir nada más?

—¿Qué quieres que diga? —pregunté sintiéndome cada vez más patético.

Por respuesta, agitó el colgante delante de mí. Al ver que no decía nada, resopló molesta.

—No sé, Aarón. Quería que me dijeras si habías entendido lo que significa este llavero para mí, si habías encontrado la semejanza en la película o… ¡o algo! Pero ya veo que, o bien eres demasiado obtuso para entenderlo, o bien…

Interrumpí sus palabras con mi boca. Había cerrado los ojos, la había atraído hacia mí de nuevo y, con mi mano derecha acariciando su cintura y la izquierda enredada en su pelo, había vuelto a besarla.

Esta vez nuestras lenguas se mezclaron con más ferocidad que la vez anterior, como si hubieran tomado el relevo de nuestras palabras en la pelea que se estaba generando. Una pelea que, ahora, estaba lejos de acabar en enfado.

—Yo también quiero intentarlo —le dije al separarnos.

Y lo repetí una segunda vez, no sé si para que quedara claro o si para llegar a creérmelo más, pero quise pensar que fue por la primera razón.

Zoe sonrió mostrando todos los dientes y volvió a abrazarme hasta que algo comenzó a vibrar entre ambos.

—Esta vez sí que es el móvil —dijo sacándolo del bolsillo de su chaqueta de cuero. Su gesto mutó a uno de tristeza—. Me temo que también yo tengo que bajar ya. ¿Cuándo volveremos a vernos?

—No lo sé —respondí con sinceridad, apretando por ella el botón del ascensor—. ¿Te gustaría visitar España?

Su rostro se iluminó con mi proposición.

—¿Lo dices en serio?

—Dame un tiempo y cuando recupere mi vida, te invitaré a pasar una temporada.

Mi comentario se llevó otro merecido beso y una palmada en el trasero.

—Es una promesa —me dijo entrando en el elevador—. No me olvides, por favor.

—No lo haré —le prometí.

Justo cuando se iban a cerrar las puertas, me lanzó el colgante y me guiñó un ojo. Después solo quedó mi imagen reflejada en el metal. No sabía qué sucedería en el futuro entre nosotros, pero la calidez que sentía al pensar en Zoe me hizo esbozar una sonrisa.

Regresé a la habitación con las manos en los bolsillos y una dulce melodía en la cabeza… que se interrumpió en cuanto abrí la puerta y choqué contra la espalda de Emma. Comencé a disculparme incluso antes de recuperar el equilibrio.

—Estás en las nubes, hermanito —dijo Leo antes de desaparecer dentro de su cuarto con una toalla en la mano.

—Iba pensando en otras cosas… —mascullé.

—Ya me puedo imaginar en qué —comentó Emma alzando una ceja—. ¿Ya se ha ido Zoe?

Así que nos había visto en el pasillo, deduje. El buen humor que me había invadido desde que firmé los papeles se desvaneció de repente sin saber muy bien por qué.

—Disculpa, no sé por qué he dicho eso. —Se masajeó la frente e hizo un ademán como para borrar sus palabras en el aire—. Me alegro mucho por vosotros. Creo que hacéis una pareja estupenda.

—Hummm… gracias —contesté un poco descolocado antes de preguntarle si necesitaba algo.

—En realidad había venido a hablar con tu hermano, pero dado que parece que ha decidido aprovechar este momento para meterse en la ducha, adelantaré tu cita, si tienes cinco minutos.

Quise ponerle la excusa de que tenía que terminar de hacer la maleta, pero ella se me adelantó insistiéndome por favor.

—De acuerdo —cedí—. ¿Quieres tomar algo mientras…?

—Estoy bien. Verás, solo quería… pedirte perdón por todo lo que pasó.

—Emma, en serio… ya está olvidado —le aseguré con una risa nerviosa.

—¿Lo está? —preguntó sin ningún convencimiento—. Porque sigues sin mirarme a los ojos, y hasta hace un segundo parecía que fueras a saltar sobre mi yugular…

Comencé a sentir las mejillas tan calientes como si me hubieran acercado un calentador a la piel.

—Perdóname —dije.

—¡No, Aarón, maldita sea! ¡Eres tú el que tiene que perdonarme a mí! —dijo ella con una triste sonrisa—. Cometí un error inmenso y me merezco todo lo que ocurrió. Solo espero que, ahora que el tiempo ha pasado, podamos dejarlo atrás. Para siempre.

Esta vez fui yo quien esbozó una sonrisa.

—Emma, ¿cómo no voy a perdonarte después de todo lo que has hecho por mí mientras estaba en la casa? Leo me lo ha contado.

—¿Todo?

—Todo, sí. Lo del foro, los mensajes, lo que averiguaste, la idea del libro… Si hoy he podido firmar esos papeles ha sido gracias a ti.

Ella asintió conforme, pero dijo:

—Lo único que espero es que esta paz no se base solo en el quid pro quo. Esto no lo he hecho para que me perdonases. Lo he hecho porque he considerado que nunca deberían haberte encerrado de esa manera y quería ayudarte. Porque sí.

—Y yo te perdono absolutamente todo porque sí también.

—Gracias. No podría haber seguido sin saber que volvíamos a ser amigos.

¿Amigos? La palabra se me atragantó en el pecho, aunque me guardé de que no se me reflejara en la cara. Sentía que alguien me hubiera robado de pronto la capacidad de razonar, de formar frases completas, de entender mis propios sentimientos y pensamientos.

Por supuesto que amigos, ¿qué esperaba? Es más, ¿por qué iba a esperar nada distinto? Tampoco lo quería, ¿no? Todo estaba solucionado. Lo nuestro había terminado hacía mucho. Ambos lo habíamos superado. Ambos lo habíamos olvidado y habíamos pasado página. Y en esa nueva hoja en blanco estaba Zoe. Y le había dicho que quería intentarlo con ella porque de verdad quería intentarlo. Y Emma se alegraba de lo nuestro. Punto.

Achaqué mis dudas al cansancio.

—Bien, bueno —dijo entonces—, avisadme antes de que os marchéis para despedirme de vosotros.

—¿Tú qué vas a hacer? Ahora, digo… con tu vida —aclaré.

—Mi padre quiere que vuelva a trabajar en Develstar, pero yo ya le he dicho que no. De todos modos, no me voy a marchar a Los Ángeles. Me quedo en Nueva York. Por mi cuenta, eso sí —añadió divertida—. No son buenos tiempos para él y, por mucho que le deteste, es mi padre. Sé que agradecerá que no me vaya muy lejos durante una temporada.

Mi hermano escogió ese instante para salir de su cuarto cubierto solo con una toalla anudada a la cintura.

—¡No sabía que seguías por aquí! —dijo con una sonrisa maligna.

—Ya, seguro —contesté yo con los ojos en blanco y acercándome a él.

Emma se dio la vuelta y se encaminó a la puerta principal.

—Ya se lo he dicho a Aarón, avisadme cuando os vayáis a ir para que me despida de vosotros.

—¿Seguro que no quieres despedirte de mí ahora? —preguntó marcando sus abdominales empapados—. Vamos, ¿un abrazo?

Sin poder contenerme, cuando llegué a su lado, le agarré de la toalla y tiré de ella. Leo pegó un grito, me dio un empujón y regresó a su habitación de un salto antes de dar un portazo. Cuando me volví para mirar a Emma y compartir unas risas, descubrí que ella ya había abandonado el apartamento.

Regresé a mi cuarto con la mente agotada después de aquella mañana de logros, emociones y despedidas. Sin dejar de darle vueltas a todo lo que había vivido en aquel edificio, fui guardando la ropa que quedaba desperdigada por el suelo y los muebles hasta que advertí el daruma mirándome tuerto de un ojo desde la mesilla de noche. Con el recuerdo de las últimas palabras del profesor Haru, me acerqué y lo sostuve entre las manos.

«Ser dueño de mi vida. Tomar mis propias decisiones», había pensado aquel día en el que mi maestro me lo regaló, cuando le pinté la pupila.

—Ser dueño de mi vida —repetí en voz alta.

Por fin podía decir que lo había logrado. Y aunque sabía que aquel show en el que se habían convertido mi mundo todavía no había bajado su telón; aunque aún me faltara tanto por aprender, tantos errores que cometer y tantas dudas que aclarar, mi vida y mis decisiones por fin me pertenecían a mí. Y a nadie más.

Orgulloso, alcancé el rotulador negro que había dentro del cajón, junto a mi cuaderno de partituras, y le pinté al muñeco la segunda pupila, simétrica a la primera. Después, alcé el daruma hasta la altura de mis ojos como retándole a él y al universo entero a que me enviaran nuevos desafíos. Fueran los que fuesen, me sentía listo para enfrentarme a ellos.