Aaron1

A thousand heartbeats beating time,

and makes this dark planet come alive.

So when the lights flicker out tonight, you gotta shine.

Owl City, «Shooting Star»

La última semana del concurso estaba siendo una auténtica tortura. No sé qué imagen se estaría ofreciendo al público desde fuera, pero desde luego nosotros estábamos a punto de perder los papeles y ponernos en huelga. Y cuando digo «nosotros», me refiero a mí.

Si la repentina salida de Zoe ya era de por sí difícil de asimilar; si despertarse cada mañana sabiendo que no estaría esperándome en el comedor, ni en la sala de ensayos, ni en la piscina, ni en el jardín me estaba devorando por dentro; si la prueba de aquella semana estaba resultando tan extenuante que me provocaba pesadillas; saber que Emma estaba fuera observándome, siguiendo el programa y ayudando a Leo, solo empeoraba la situación, recordándome la continua presencia de las cámaras.

Era como haber vuelto a los primeros días en la casa, cuando, ni siquiera durante las noches, con las luces apagadas, podía conciliar el sueño, consciente de los ojos invisibles que me observaban entre tonos verdes y grises.

Tal vez estuviera exagerando la situación. A lo mejor era mi subconsciente, deseoso de que Emma estuviera al otro lado, el que había confabulado aquella mentira que yo necesitaba creer. A lo mejor había infravalorado a Leo y en realidad sí me conocía mejor de lo que yo pensaba. A lo mejor ella seguía perdida en algún lugar del mundo, completamente ajena a mí y a mi realidad.

No sirvió de nada: mis intentos de llegar a convencerme a mí mismo de ello fueron estériles. Sabía que solo Emma habría tenido semejante idea para mandarme el mensaje.

Al menos durante los ensayos para el espectáculo me veía obligado a dejar de preocuparme por el exterior y concentrarme en avanzar y memorizar cada uno de los números.

Debido a la marcha de Zoe, habíamos tenido que cambiar un poco la idea principal y recortar algunas de las escenas y modificar otras. Pero al final, para haberlo trabajado entre nosotros cuatro, había quedado algo bastante curioso y aceptable.

—¡Vamos, desde el principio otra vez! Aarón, sigues quedándote atrás.

Volví a mi posición y tomé aire con las manos apoyadas en las rodillas. Tenía el pelo chorreando y la espalda empapada, y eso que hacía rato que me había quitado la camiseta. Shannon parecía un robot con batería de litio. Llevábamos la mañana entera practicando aquel dichoso baile y seguía tan fresca como si acabáramos de empezar.

Chris había sido quien lo había coreografiado, pero al poco de comenzar, en cuanto la morena se aprendió los pasos, le cedió la posición de directora. De acuerdo que solo estábamos a un día para la gala, pero si seguía machacándonos de esa manera, no tendríamos fuerzas ni para saludar al público.

—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres, y…! Ta, ta, giro, giro, ta, palmada, giro, palmada, ta, ta, atrás, uno, dos, giro, media vuelta, arriba, palmada y… Aarón, has vuelto a quedarte atrás.

—Te juro… que no lo hago aposta… —contesté tirándome al suelo y fingiendo mi muerte—. No puedo más. Seguid… sin mí. Soy una carga. Aguardaré aquí a la Ker, que venga a por mi alma…

—Estupenda representación —dijo Shannon golpeándome suavemente en el muslo con su pie—. Vamos a descansar y seguimos mañana. Ya casi lo tienes —añadió tendiéndome el brazo para ayudarme a levantarme—, solo te falta creértelo un poco más.

—O podríamos eliminar directamente esta escena —sugerí en broma.

—¿Y quedarnos sin el baile de las sirenas? —intervino Chris con una toalla sobre los hombros—, ni loco.

Esperaba que a la gente le gustaran las escenas que habíamos escogido: un monólogo de Telémaco, representado por Chris; aquel peculiar baile de las sirenas; la canción del arco de Penélope, cantada por Shannon; la danza de Circe, coreografiada y protagonizada por Kimberly; mi tema a dúo con Shannon al final de la representación… Piezas sueltas que, según creímos, formaban un tapiz distinto de la obra de Homero.

Comimos en silencio, cada uno inmerso en sus tareas. Yo me llevé la partitura a medio acabar del tema que estaba componiendo para el final de la función y estuve tomando notas entre bocado y bocado. De los siete números que estábamos preparando, solo nos quedaban por perfilar los tres en los que salíamos los cuatro. Los otros, en los que actuábamos solos o por parejas, los llevábamos bien.

—Va a salir genial —me dije en voz baja.

—Va a ser una obra maestra que querrán repetir en los teatros de todo el mundo —contestó Chris.

—Tampoco te pases —añadió Shannon mientras pelaba una manzana con cuchillo y tenedor.

Todos nos reímos hasta que Kimberly preguntó:

—¿Cómo creéis que serán las nominaciones esta semana?

—Ojalá nos dieran alguna pista —comentó el chico—. Odio la incertidumbre.

—¿Y si nos dicen que hemos ganado todos? —propuso ella ilusionada.

Shannon puso los ojos en blanco al oír aquello.

—No seas ingenua: esto va a ser una carnicería. Seguro. Solo espero que el público o quien se encargue de votar sea justo y premie a quien lo merece.

—O sea, ¿a ti? —preguntó la otra mordaz.

Shannon se encogió de hombros y masticó un trozo de fruta antes de decir:

—Si ellos lo consideran así… Lo que quiero decir —añadió dándole el último mordisco a la manzana— es que me parece muy bien que se tenga en cuenta la convivencia, pero creo que el trabajo diario debe primar por encima de todo. ¿Vosotros qué pensáis?

Chris se adelantó a nuestras respuestas y dijo:

—Pienso que sería mejor aprovechar que ya hemos terminado todos de comer para seguir ensayando las canciones. Tictac, solo queda un día —añadió señalando su reloj.

Kimberly, que había estado a punto de replicar a Shannon, suavizó su gesto hasta componer una dulce sonrisa y siguió al chico fuera del comedor. Mejor, me dije. Ya había suficiente tensión acumulada entre nosotros como para provocar más a base de cavilaciones insustanciales.

Sin embargo, aquello me recordó que estábamos a pocas horas para el domingo y que todavía no había podido hablar con mis compañeros sobre la situación de Develstar. ¿Cómo se lo tomarían? ¿Qué harían al respecto? Intentar contárselo dentro de la casa no era buena idea. Sabía que muchos de los espectadores no sabrían ni qué era Develstar, pero me preocupaba que si el señor Gladstone me oía decir algo así, pudieran expulsarme por calumniar o, quién sabe, por intentar sabotear el programa.

No, tendría que esperar a estar en el teatro de la gala.

Aaron

El domingo todo eran nervios y estrés. Hasta esa mañana no habíamos tenido oportunidad de ver la ropa que habíamos pedido y que llevaríamos en las diferentes escenas. Por suerte, como cabía esperar del programa, habían acertado de pleno con nuestras sugerencias. Cuando terminamos de probárnosla y comprobar que nos estaba perfectamente, nos pidieron que fuéramos a la sala de maquillaje y peluquería para esperar a los estilistas.

En cuanto nos encontramos solos en la habitación de los espejos, se me encendió una bombilla. Corrí hasta la puerta y la cerré con pestillo. Los otros tres se volvieron al oír el ruido.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Shannon.

—Tengo que hablar con vosotros, y no creo que disponga de mucho tiempo, así que escuchadme.

Kimberly y Chris se acercaron con paso vacilante, como si fuera a anunciar de pronto que llevaba una carga explosiva bajo la camiseta y que pensaba hacer estallar todo el edificio. Aunque, para el caso, a lo mejor hasta les habría sonado más verosímil que lo que les dije.

—Te lo estás inventando —saltó Shannon en cuanto terminé de explicarles lo que había averiguado.

—¿Cómo te has enterado de algo así? —añadió Kimberly.

—Me lo dijo mi hermano… desde el exterior —añadí instándoles con la mano a que bajaran el tono de voz.

—¿Develstar en bancarrota? ¿Cómo se ha enterado él? —quiso saber Chris.

—Mirad, no lo sé… no tengo los detalles, pero quería que lo supierais antes de que nos explicaran cómo van a escoger al ganador.

—¿Y por qué dices que solo tú puedes sacar algún beneficio de esta situación? —El tono de voz de Shannon se había vuelto calculador y afilado como un estilete.

Respiré hondo antes de confiarles mi secreto:

—Si gano, me dejarán irme de Develstar.

—¿No puedes hacerlo cuando quieras? —dijo Chris.

Shannon se llevó la mano a la cabeza.

—¿Por qué ibas a querer marcharte? ¡Ahora sí que tienes que estar tomándonos el pelo!

—Vosotros… ¡vosotros no lo entendéis! —acorté—. Y no tengo tiempo para explicároslo, pero si mi hermano está en lo cierto, y no hay razón para pensar que no lo está…

—Excepto que te haya mentido o tú te lo hayas inventado para liarnos y salir vencedor… —me interrumpió la rubia.

—¡No estoy mintiendo! —exclamé en un susurro—. ¿No me oyes? Develstar ha cambiado mucho desde que Leo y yo entramos. No sé cómo serían con vosotros, pero ahora mismo es una maldita cárcel. —Chasqueé la lengua con impotencia—. Mirad, haced lo que queráis, pero creí que merecíais saberlo. No sé qué os habrán prometido a vosotros, pero que no os extrañe si luego encuentran el modo de no cumplir su parte del trato. Y olvidaos de la promoción con la que estáis soñando: ¿habéis visto lo que han hecho conmigo?

—Tu hermano…

—No, con Leo no. Conmigo. ¡Hasta que comenzó el programa no salí del edificio más que para un solo concierto!

Shannon se dio la vuelta y caminó hacia su silla.

—Ese es tu problema, Aarón. Lo siento, pero cuesta creer lo que nos cuentas. Nosotros hemos visto cómo es Develstar por dentro. ¡Nosotros somos lo que somos gracias a ellos!

—Estás muy equivocada, Shannon: vosotros sois lo que sois porque sois unos auténticos artistas. Develstar os dio a conocer a cambio de otras cosas, eso no te lo niego, pero si seguís ahí es porque os lo habéis currado.

La chica se quedó en silencio, no supe si porque no tenía nada más que añadir o porque no sabía qué contestarme. El caso es que aproveché su silencio para añadir:

—Ya tenéis carreras, ¡fans!… Lo único que Develstar puede hacer por vosotros ahora es aprovecharse de ello. —Unos golpes en la puerta nos advirtieron de que las estilistas habían llegado y que querían pasar—. No sé vosotros, pero yo no les dejaría —concluí, antes de acercarme a la puerta y descorrer el pestillo.

Desde mi silla, y mientras las chicas colocaban en el tocador sus enseres de trabajo, les devolví la mirada a mis compañeros reflejados en el espejo.

Aaron

—¡¡¡Bienvenidos a la última gala de True Stars!!! —exclamó Helena Weils, envuelta por una combinación perfecta de música, aplausos y luces.

Sentía las manos húmedas al otro lado del telón mientras esperábamos para salir.

La garganta se me atascaba cada vez que tragaba saliva con la camisa cerrada y la corbata. Para distraerme, me pregunté si me dejarían llevarme el traje a casa después de la gala; aunque, bien pensado, si no lo hacían, siempre podía comprármelo yo con mi dinero. Una sonrisa amarga se deslizó por mis labios, en el fondo lo único que me preocupaba era poder volver a casa. Con traje o sin él.

Eché un vistazo desde mi posición y encontré a Leo entre los demás guías. Parecía más acalorado de lo normal, y no dejaba de tocarse el cuello, como si estuviera sudando. Después vi cómo se recolocaba en su silla y miraba para atrás antes de volver a prestar atención a lo que sucedía en el escenario.

En otra hilera de sofás se encontraban nuestros antiguos compañeros. Incluso Camden había viajado desde Londres para estar esa última noche allí.

—Venga, deprisa, os toca —me avisó el regidor, y me dio un empujón escaleras arriba.

Sentí la cálida caricia de los focos en mi piel y los gritos ensordecedores del público mientras desfilaba hasta mi sitio, todo sonrisas, todo alegría e ilusión. Todo mentira.

—Aarón, Shannon, Chris, Kimberly… ¿Cómo estáis? —Nosotros contestamos a la pregunta de la presentadora con asentimientos y murmullos—. Esta ha sido una de las semanas más duras de todo el programa, ¿qué tal la habéis vivido desde dentro?

La mujer se acercó a Chris y le tendió el micrófono.

—Sí que ha sido la semana más dura, Helena, pero también ha sido la más fructífera. Creo que ninguno hemos dormido más de veinticuatro horas. ¡En los siete días juntos!

Todos reímos el comentario antes de que Helena dijese:

—Pero estamos seguros de que el esfuerzo ha valido la pena. ¡Estamos deseando ver el espectáculo que habéis preparado sin profesores! Una versión de La Odisea, ¿no es así, Aarón? Cuéntanos, ¿por qué te inclinaste por esta historia para trabajar?

—Era el último libro que había leído —contesté tras aclararme la voz. El público rió la broma y yo añadí—: Creo que es una historia genial que habla sobre la lealtad y el amor único y verdadero.

—Vaya, qué serios nos hemos puesto de repente —exclamó la mujer sonriendo al público—. ¿Y qué ha sido lo más complicado del proceso?

—No contar con Zoe —dije sin tan siquiera darle tiempo a decidir a quién dirigía la pregunta—. E intentar resumir la esencia de la historia en unas pocas escenas.

La presentadora asintió y le acercó el micro a Shannon, quien completó mi respuesta hablando del reto de combinar la música, el baile y el teatro en tan poco tiempo. Mientras hablaba, posé los ojos en el suelo y me obligué a controlar la respiración. Mencionar a Zoe había traído consigo una maraña de recuerdos en los que mis pensamientos se habían enredado. Cuando alcé la vista, advertí que Leo me miraba con el ceño fruncido desde su sitio. Un guiño de ojos y su sonrisa me sirvieron como sedante provisional… al menos hasta que pensé que Emma podía estar allí, en aquella sala, entre toda esa gente, y me puse a repasar todas las caras anónimas del público.

—¿Aarón? —La voz de Helena me devolvió al presente. La miré—. Decía que estarás deseando, como todos tus compañeros, ver qué tal está Zoe, ¿no?

Asentí con la boca seca y la mujer nos pidió que observásemos la pantalla grande del escenario, donde, un instante después, apareció la chica.

—¡Hola! —dijo con la voz algo apagada, pero con su sonrisa, y su mirada brillante y sus pecas recubriendo su nariz de botón—. Ojalá pudiera estar allí para felicitaros en persona, pero me temo que es un poco difícil. —Y levantó el brazo para que viéramos la sonda de su brazo—. De todos modos, me encuentro bien; solo quería deciros que para mí ha sido un verdadero honor pasar estas semanas con vosotros. Gracias por haberme enseñado tanto y haberme hecho mejor persona. ¡Mucha suerte a todos! Os quiero…

Me apresuré a secarme la lágrima que se me escurría por la mejilla justo cuando advertí que mis otros tres compañeros estaban igual de afectados. Kimberly se había agachado con la respiración entrecortada hasta que Helena se acercó para calmarla. Cuando miré a Leo, le descubrí poniendo los ojos en blanco. ¿Se podía ser más insensible?

Aplaudimos el vídeo y después Helena dio paso a la segunda sorpresa de la noche. Vaya, parecía que en aquella gala íbamos a soltar todas las lágrimas que habíamos contenido durante las anteriores.

Chris recibió una videollamada de su madre desde Australia. Con lágrimas en los ojos se dijeron lo mucho que se echaban de menos y todo lo que se querían. Después le tocó el turno a Shannon, quien pudo hablar con su hermana pequeña. En cuanto salió en pantalla, la artista se puso a llorar a lágrima viva. Ni que decir tiene que aquella cría de siete años parecía de anuncio de televisión. Con aquel pelo rubio no pude evitar acordarme de Alicia y Esther. Ni yo mismo me creía las ganas que tenía de abrazarlas, aunque eso me costase un empujón por parte de la mayor.

A Kimberly la llamó su padre. El hombre, un tipo estirado y con los ojos caídos, se mostró tan frío y distante durante la breve conversación que mantuvo con la chica que sentí una repentina lástima por ella. La artista, por su parte, se pasó toda la retransmisión sonriendo como una muñeca de plástico.

Cuando llegó mi turno, me obligué a mentalizarme para no llorar. Pasaba de regalarle más material a Develstar. Pero la impresión de ver a David y a Oli en pantalla me dejó tan en shock que por poco suelto un grito para decirles a mis compañeros: ¡son mis amigos! ¡Son Oli y David!

—¡Aarón! —exclamó Oli en cuanto me vio.

—¡Hola! —grité desatando la carcajada general del público.

—¡Qué ilusión poder hablar contigo! —dijo ella—. Bueno, al grano: este mensaje, más que de suerte, es un mensaje tranquilizador, ¿eh? Pase lo que pase, gane quien gane, que sepas que eres un artista como la copa de un pino.

—Muchas gracias —dije.

—Y un amigo inmejorable —añadió David asintiendo.

—Y que te echamos de menos.

—Y que queremos que vuelvas ya para ir a tomar algo al Jamburguer y que…

—¡Y que te queremos mucho!

—Eh, que estaba hablando yo —le espetó mi amigo con una sonrisa, pero Oli le puso la mano delante de la cara para taparle. Yo me eché a reír.

—¡Mucha suerte! ¡Eres el mejor!

—Pero ¿no habíamos quedado en que esto no era un mensaje de buena suerte? —replicó David apartándola de la imagen—. ¡Se acaba el tiempo! ¡Ánimo!

—¡Te queremos! —repitió Oli volviendo a aparecer.

—Y yo a vosotros —dije alzando la muñeca donde llevaba la pulsera que me regaló.

Después ambos me dijeron adiós con las manos y la pantalla se fundió en negro.

El público aplaudió entre carcajadas mientras yo intentaba deshacer el nudo que sentía entre el estómago y el pecho.

Volver a verles. Ahí tenía otra razón por la que aquella noche tenía que ser yo el ganador.

Helena comentó la suerte que teníamos de contar con amigos y familiares tan cercanos antes de dar paso a publicidad y anunciar que el verdadero espectáculo comenzaría a la vuelta.

Y ya lo creo si lo hizo. Pero no se refería a nosotros ni tampoco a nuestra función. Apenas recuerdo nada del espectáculo en sí, solo las carreras y los cambios de vestuario para llegar a tiempo a cada escena. Como esperaba, lo que peor nos salió fue el baile de las sirenas, pero el público aplaudió con la misma intensidad. Además, las partes cantadas compensaron con creces nuestros errores: la gente no solo las seguía con un rítmico vaivén, sino que hasta las cantaban en voz alta.

Nuestra particular Odisea llegó a su fin cincuenta y cinco minutos más tarde con una salva de aplausos que me sentó mejor que cualquier galardón del mundo. Nosotros habíamos creado aquella función de cero: bailes, interpretación, guión, coreografías… era nuestro y, ganase quien ganase, nunca nos podrían robar aquel triunfo.

Por desgracia, mi buen humor e ilusión duraron el tiempo que Helena Weils tardó en salir al escenario de nuevo y tomar el micrófono.

—¡Impresionante!, ¿no? —preguntó al público, que redobló sus aplausos—. ¡Enhorabuena, chicos, habéis hecho un trabajo fabuloso! Y no lo digo yo sola, ¡lo dicen vuestro profesores!

A su señal, la pantalla del escenario volvió a encenderse y allí aparecieron Mikaella Daroff, Jordan, Simon Cox y Thomas Miller, acompañados de Viviana. Esta última fue quien tomó la palabra con la «naturalidad» a la que nos tenía acostumbrados para darnos la enhorabuena y decirnos que estaban muy orgullosos de habernos tenido como alumnos.

—¡Nosotros también hemos aprendido mucho de vosotros! —añadió secándose una lágrima invisible—. Os deseamos unas carreras llenas de éxitos.

Esta vez ninguno nos sentimos conmovidos. Aplaudimos sin mucho entusiasmo su fingido cariño, intercambiando entre nosotros alguna mirada de complicidad, y eso fue todo. Cuando Helena volvió a hablar, fue para dar paso a la explicación de cómo se procedería a escoger al ganador.

—Los espectadores han tenido la oportunidad de ir cribando a quienes menos merecían llegar a esta final —nos explicó—. Vosotros cuatro habéis sido elegidos como las mejores estrellas a través de los votos de los millones de personas que han seguido el programa día a día, pero esta vez no será alguien anónimo quien tenga la última palabra…

Todos nos quedamos boquiabiertos. Helena hizo una pausa dramática en la que casi pude escuchar la respiración de mis compañeros, el rechinar de dientes, sus palpitaciones desbocadas… ¿o eran las mías?

—Una verdadera estrella —prosiguió la presentadora ante la expectación más absoluta— no solo se mide por la calidad de su arte, ni tampoco por el número de discos que saca a lo largo de su vida, los cuadros que pinte o las representaciones en las que actúe. No, una verdadera estrella, y así lo creemos en este programa, tiene que ser capaz de reconocer el talento de los demás y saber cuándo otros son mejores que uno. Por eso, queridos artistas, seréis vosotros mismos el jurado que decida al ganador de T-Stars. Ahora bien —dijo alzando el dedo—, existe una única condición que debéis tener en cuenta: todos debéis votar a la misma persona. Si alguno vota por otra distinta… no habrá vencedor. Y una cosa más: podéis votaros a vosotros mismos si creéis que lo merecéis. A partir de ahora, tenéis un minuto para hablar y debatir si queréis poneros de acuerdo. ¡Tiempo!

La sorpresa nos había dejado tan atónitos que perdimos cerca de quince segundos solo en formar un círculo entre nosotros. En las miradas de los demás pude reconocer el mismo desconcierto que en la mía. ¿Cómo habían podido hacernos aquella jugada después de todo lo que habíamos pasado? Sin duda era el final perfecto, la guinda al pastel.

Ahora entendía la jugada de Develstar: ellos sabían tan bien como nosotros que nunca nos pondríamos de acuerdo en algo semejante, por lo que no habría ganador… y en consecuencia, yo tendría que quedarme con ellos para siempre. Algo que les vendría de fábula después de la publicidad que había supuesto aquel reality para mí. Tuve ganas de largarme de allí y escapar en mitad de la gala.

—Bueno, ¿qué hacemos? —preguntó Kimberly.

Ninguno le contestamos. Yo me limité a observarles de manera significativa a todos. Ahora dependía de ellos creer lo que les había dicho en el camerino y votar por mí en lugar de por ellos mismos.

Pero por el gesto petrificado de Shannon, por la manera en la que sus fosas nasales se abrían y se cerraban mientras sus ojos taladraban los míos, sentí cómo toda esperanza de salir airoso de aquel concurso se volatilizaba en el aire.

—¡Diez segundos! —anunció Helena—. Sí que lo tenéis claro, ¿eh?

Era sobre todo la impotencia de haber estado tan cerca y de haber perdido en el último momento lo que me estaba provocando aquella bolsa en la garganta que amenazaba con explotar en forma de grito.

—¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¡Tiempo!

Con su aviso, los cuatro nos acercamos a ella como robots programados, y nos colocamos en fila en el centro del escenario. Nadie del público decía nada, supuse que a todos les había pillado tan de sorpresa aquello como a nosotros. Parecía que todo el mundo hubiera quedado paralizado, que lo que teníamos delante era un holograma congelado. De pronto me sentí solo. Solo y tan decepcionado que no me atreví ni a mirar a Leo en busca de consuelo.

—Muy bien, chicos —dijo Helena—. Ha llegado el momento. Solo tenéis que dar un nombre, pero en cuanto uno sea diferente del de los demás, ya sabéis: el concurso habrá terminado… y ninguno ganará. ¿Preparados? —Ninguno de nosotros se movió, ni siquiera para asentir. El hilo musical, más propio de una película de misterio, se suavizó para que se nos pudiera oír con claridad—. Chris, comienza tú.

El cantante dio un paso al frente con el micrófono en las manos.

—Aarón —dijo, y se volvió para mirarme.

Me pilló tan desprevenido que tardé unos segundos en asimilar el nombre que había dicho.

Chris regresó a su sitio y Shannon tomó su puesto.

Sentí un sudor frío corriéndome por la espalda. Sabía que les había pedido demasiado, que era absurdo pensar que llegarían a creerse lo de la quiebra de Develstar solo porque yo se lo hubiera contado, pero…

—Aarón.

La voz de Shannon sonó entrecortada cuando repitió mi nombre tras aclararse la voz. Cuando regresó a su puesto, estaba llorando. No me miró, pero yo le di las gracias con los labios de todos modos.

—¡Parece que por el momento todos están de acuerdo en quién merece salir ganador! —comentó Helena, supuse que en un intento por rebajar un poco la tensión—. Aarón, tu turno.

Di un paso al frente, miré al público, a mi hermano y después pronuncié mi nombre alto y claro.

—¡Tres de cuatro! —exclamó la mujer mientras yo regresaba a mi sitio. El pecho volvía a amenazarme con estallar, pero esta vez de alegría, de ilusión, de esperanza.

Kimberly dio un paso al frente. Ella también estaba llorando, pero sonreía. Me sonreía a mí. Todo estaba a punto de terminar. Cuando le devolví el gesto, se acercó el micrófono a los labios para pronunciar el nombre que me liberaría de aquellas cadenas y me guiñó un ojo.

—Kimberly —dijo.

Y junto a los abucheos, suspiros y exclamaciones de sorpresa del público, mi corazón y mi aliento se descompusieron en una nube de veneno. Había perdido.

Había perdido.