Leo1

And I know that it’s a wonderful world

But I can’t feel it right now

Well I thought that I was doing well but I just want to cry now.

James Morrison, «Wonderful World»

Emma fue quien me soltó la bomba. Eran las nueve y media de la mañana y todavía tenía legañas en los ojos y la boca pastosa por el exceso de alcohol durante la cena con Ícaro y ella.

«Han metido a Dalila», me dijo. Y yo, en un estado de pura incredulidad le pregunté: «¿Qué Dalila?». Alterada como pocas veces la había visto, ignoró mi pregunta y me contó que, con la excusa de promocionar la salida del DVD y Blu-ray de Castorfa, y como un nuevo ejemplo de lo mal que estaban las cosas en Develstar, habían invitado a la ex de mi hermano a pasar unos días en la casa.

—Y se han liado —supuse dándole un mordisco a un nugget de pollo. ¡El desayuno de los campeones!

—No… ellos no —contestó Emma—. Aarón y Zoe.

El trozo de pollo se me fue por otro lado y comencé a toser.

—¿Cómo que se han liado? ¿Aarón y Zoe? ¡¿Qué?! —No bien me había recuperado del atragantamiento, salí corriendo a por mi ordenador—. Pero ¿en qué están pensando?

—Solo quería avisarte —dijo Emma—. Buena suerte…

Tras aquello, le di las gracias y le prometí que la llamaría más tarde.

Eso no estaba previsto. O sea, , lo había querido, ¡pero no en esas circunstancias! Supuse que, al fin y al cabo, nada dependía de mí, y que mi único trabajo era intentar protegerles de las balas que vinieran de fuera. Y, estaba seguro, esta vez serían muchas.

Después de cómo Aarón había reaccionado, todo el mundo sabría que Aarón y Dal habían tenido algo en el pasado. Y, por lo tanto, comenzarían a decir que lo del beso solo había sido una táctica para poner celosa a Dalila.

—Mierda, mierda y más mierda… —musité mientras veía el vídeo. Aunque tenía que reconocer que hacían buena pareja.

En el tiempo que tardaba en ver la escena completa, el móvil estaba vibrando de nuevo, y ver quién era terminó de quitarme la poca hambre que me quedaba. Estuve tentado de no cogerlo, pero al final me resigné y descolgué.

—Padre —dije con voz grave y seria.

—¿Leo? ¿Dónde estás?

—¡Muy bien, gracias! Un poco agobiado con las entrevistas, pero…

—¡Leonardo, déjate de tonterías! —me advirtió con su tono más autoritario—. ¿Qué está pasando con Aarón? Tu madre me ha llamado. Está de los nervios, no sé qué dice de que tiene un montón de periodistas rondando la casa como buitres.

Definitivamente, había sido el último en enterarme.

—Papá, cálmate. Aarón está bien. Ya sabes cómo son estas cosas: lo están magnificando todo. Lo único que pasa es que tu hijo favorito tuvo un affaire con la típica chica que después se vuelve superfamosa.

—¿De qué me estás…?

—Y ahora se ha descubierto el pastel porque nuestros buenos amigos de Develstar han decidido meterla a ella también en la casa. Ah, y luego se ha liado con una compañera. ¿La del violín? Pues esa. —¿No quería toda la verdad? Ahí iba—. Imagino que los medios estarán desesperados por encontrar alguna prueba que confirme lo que ya debe de saber el mundo entero.

Mi padre gruñó una maldición de esas calificadas para mayores de edad y suspiró.

—Voy para allá —dijo.

—¿Desde Tokio? ¡Anda ya! —repliqué sonando más alterado de lo que quería que me notase—. Ya me encargo yo de todo.

—¿Como las otras veces, Leonardo?

La pregunta me sentó como una patada en el bazo. Un millón de respuestas posibles se me pasaron por la cabeza, pero al final decidí que no merecía la pena enzarzarme en la disputa de siempre. Además, tenía una llamada entrante esperando.

—Te dejo, papá —dije, y luego repetí—: Yo me encargo.

Colgué y acepté la siguiente llamada.

—¡¿Dónde estás?! —La voz de Cora me perforó el tímpano—. ¿Por qué no me coges el teléfono? Tienes que venir urgentemente, deja lo que estés haciendo.

—¡Estaba desayunando! —repliqué mirando con lástima mi plato de pollo.

—Ponte lo primero que encuentres y baja a la recepción del hotel. Te quieren en el plató dentro de una hora y media. Y vete pensando cómo vamos a arreglar esto.

Dicho y hecho. En cuanto mi trasero tocó el sofá que me correspondía frente a las cámaras, las preguntas y las acusaciones me llovieron como piedras sobre la cabeza. ¿Habían estado saliendo Aarón y Dalila mucho tiempo? ¿Por qué lo dejaron? ¿Cuándo lo dejaron? ¿Se quedó mi hermano destrozado cuando rompieron?

Y Zoe, ¿no había dicho que no estaban juntos? ¿Por qué la ha besado? ¿Han estado todo ese tiempo juntos en secreto? ¿Incluso antes de entrar en la casa?

Y otra vez, de vuelta con Dalila. Todos daban por hecho que la llama del amor entre ella y Aarón, que, a todo esto, acababan de descubrir, nunca se había apagado en el corazón de mi hermano, y que ahora brillaba con mucha más fuerza debido a los últimos acontecimientos.

—¿De qué si no iba a besar de esa manera a Zoe, sin venir a cuento?

—¡Se gustaban de antes! —repetí—. Que Dalila estuviera allí cuando se han besado ha sido pura casualidad. Aarón. No. Siente. Nada. Por. Dalila.

—Entonces, ¿cómo explicas que se pusiera tan nervioso cuando la vio, Leo?

Harto de repetir la misma perorata una y otra vez, suspiré y negué con la cabeza.

—¡Pero si lo único que ocurrió fue que se le cayó un vaso al suelo!

El tertuliano chasqueó la lengua. No lo veía claro aún.

—¿Sabes qué creo? Que en su mirada ha habido algo más que simple sorpresa.

—Ah, ¿que ahora resulta que tú conoces mejor a mi hermano que yo?

Con aquella respuesta logré descolocarle unos instantes. Los justos para respirar y tomar un poco de agua… porque enseguida volvieron a la carga. Y llegados a ese punto, resultaba tan patético ver a un puñado de adultos sin nada mejor que hacer que discutir el estado sentimental de un par de chavales que tuve que contener las ganas de levantarme y abandonar el plató.

Y cuando ya creía que nada nos salvaría de la quema de brujas, el presentador pidió la palabra con tal urgencia que creí que alguno de los chavales había decidido suicidarse delante de las cámaras.

Pero no. Se trataba de algo mucho más escandaloso y atractivo para el programa: Chris había hecho pública su homosexualidad después de toda una carrera de impoluta heterosexualidad. De Owen, que también estaba involucrado en el asunto, no lo tenían muy claro, pero suponían que sí.

Por suerte para mí, tras introducir el tema con el clip de vídeo en el cual se oía parte de la reveladora conversación entre ambos integrantes de Three Suns, me permitieron marcharme hasta el día siguiente, no sin antes preguntarme qué pensaba al respecto.

—¿Qué opinión puedo tener sobre algo que son? —repliqué yo—. Me alegro muchísimo por Chris y por que haya podido demostrar al mundo entero que quiere a Owen, como cualquier otra persona.

Y dicho aquello, salí del plató entre aplausos.

De camino hacia donde me esperaba Cora descubrí a las hermanas Leroi parloteando con el representante de Kim-Kim y riendo a carcajadas como si fueran amigos de toda la vida. Cuando advirtieron que les estaba mirando, me dedicaron una sonrisa de soslayo y se perdieron pasillo adelante.

En el camerino, Cora me esperaba con mi teléfono en la mano. Por un instante fantaseé con la posibilidad de que Sophie me hubiera llamado. Por supuesto, igual que las otras tantas miles de veces que lo había imaginado, fue en vano.

Antes de despedirme de ella, mi agente me recordó que no se me ocurriera descolgar una llamada de ningún número que no conociera sin su permiso previo.

—Por cierto, Leo —dijo cuando me iba a marchar—. No sé quién será esa tal Winky que no deja de llamarte, pero espero que no hagas ninguna estupidez. Como dejarla embarazada.

La cara de shock que puse fue suficiente para convencerla de que no tenía de qué preocuparse. Ojalá fuera todo igual de sencillo…

El martes y el miércoles de esa semana no encontré ni un momento para reunirme con Emma e Ícaro. Ella decía estar muy ocupada con el trabajo y el foro, y él tenía que acompañar a su padre en un viaje de negocios hasta el fin de semana.

Si el día en que se descubrió la relación entre Dalila y Emma había sido agobiante, los siguientes pensé en tirar el móvil al río Hudson y fugarme sin avisar a nadie. Y es que, a cada segundo que pasaba, comprendí que la cobertura mediática que ambos artistas habían generado se había convertido en una auténtica maldición para mí.

Así pues, el miércoles por la tarde me planté. Le dije a Cora que no quería más entrevistas y que no saldría en ningún programa hasta la gala del domingo. Por suerte, mi representante comprendió mi frustración y canceló la agenda que tenía ocupada durante el resto de la semana.

Para colmo, Sophie seguía sin dar señales de vida. Al final, el martes me resigné, me tragué mi orgullo y la llamé. Todo para acabar charlando con su puñetero contestador una vez más.

Un día después, todavía no me había devuelto la llamada.

Estaba tan enfadado que dejé de usar por completo a Tracy para ver qué me depararían los siguientes días. La verdad, tampoco es que la necesitara; yo solo podía adivinar que la nube de mal karma que se había plantado sobre mi cabeza no iba a abandonarme en breve.

Mientras tanto, el foro estaba que echaba humo. Las visitas se habían multiplicado, igual que los posts dedicados a Aarón y Zoe. Prácticamente todos los usuarios llevaban avatares o firmas con una imagen de mis dos artistas juntos. Al contrario de lo que había imaginado, su beso había catapultado la popularidad de ambos, y hasta habían aparecido varios movimientos para conseguir que mi hermano y la violinista encontraran algún momento de intimidad para hablar de lo suyo.

Es lo justo, no??? O sea, están IN LOVEEE!!!

Seeeh! M pArEze UeNïsimA ideah q ls dn tiempo xa q hblen d sUs Kosasss!

Yo lo q quiero es q deje a todas y se venga conmigo. Alguien tiene su mvl?

El jueves entero decidí pasarlo tirado en el sofá viendo el canal 24 horas de T-Stars y comiendo nachos. Por eso, cuando Ícaro nos invitó el sábado a Emma y a mí a cenar en su casa, me faltó tiempo para decir que sí.

A las ocho en punto, el taxi me dejó en la puerta de su edificio. En el recibidor, el portero, vestido de chaqueta y gorra negra, me preguntó a quién venía a ver. Tras darle el nombre de Ícaro, cogió el teléfono y llamó a mi amigo antes de permitirme subir. Aquello sí era seguridad y lo demás tonterías.

Como cabía esperar, el ascensor, de madera y detalles dorados, brillaba y era tan grande como un palacio en miniatura. Se detuvo en el último piso y, cuando las puertas se abrieron, Ícaro ya estaba allí esperándome.

—Bienvenido —dijo. Y es que, para mi asombro, el ascensor se encontraba en el mismo interior del vestíbulo de su casa.

Seguí a mi anfitrión por un amplio pasillo que desembocaba en un enorme salón en cuyo extremo se encontraba la impoluta cocina, con una mesa de mármol en el centro y unida al cuarto de estar.

La mesa del centro del salón era alargada y, bajo su cristal, había una decena de vinilos antiguos con las cajas autografiadas. Los ojos estuvieron a punto de salírseme de las órbitas cuando reconocí entre ellos de Los Beatles, de Elton John o del propio Elvis Presley. En el extremo opuesto, frente a varios sillones, había un gigantesco armario de madera pintado de azul con la forma de una antigua cabina de policía inglesa en cuya parte superior podía leerse «Police Public Call Box» y que incluso contaba con una sirena sobre su techo. En los diferentes estantes de su interior, además de un enorme televisor de plasma, había expuestas una colección de figuritas irreconocibles para mí y un buen montón de libros de fotografía.

Las paredes del salón estaban cubiertas por varias fotos panorámicas enmarcadas. Una de ellas era de un grupo de niños jugando en un poblado africano, otra de una pagoda rodeada de un bosque de cerezos en flor y una tercera de las cataratas del Niágara, tan nítida y clara que parecía una ventana.

Pero, sin lugar a dudas, lo más espectacular de todo era la pared opuesta: la cristalera que ocupaba de un extremo a otro de la pared permitía contemplar todo el skyline de Nueva York, el río y los puentes que unían las islas. Aquellas eran las privilegiadas vistas que aparecían en todas las películas y series ambientadas en la ciudad, e Ícaro las tenía gratis para disfrutar de ellas a cualquier hora.

—No creas que todo son ventajas —dijo tras pasarme una lata de cerveza—. Por las mañanas y a la hora de la comida es imposible conectarse al wi-fi. Ni te imaginas la de red que chupan los puñeteros equipos de rodaje.

Cuando le pregunté a qué se refería, me contó que de lunes a viernes la zona se llenaba de productoras, que, como ya había adivinado, grababan en los alrededores y que necesitaban disponer de internet para descargar archivos y documentos.

—Por suerte, como no hay día que me levante antes de las once, rara vez tengo problemas —añadió justo cuando sonaba el timbre.

Esa noche Emma se había puesto unos pantalones rojos, tacones y una camisa blanca, y además se había maquillado lo suficiente como para llamar mi atención.

Mientras esperábamos a que nos trajeran la comida india, Ícaro nos enseñó el resto de la casa: su cuarto, con una cama king-size y baño particular junto al salón, una segunda habitación para invitados y un despacho aparentemente tan poco utilizado como la cocina. En el segundo piso, al que se accedía por unas escaleras de caracol tras la cocina y que además era el último del edificio, había el gimnasio, la piscina y una zona de relax con pufs.

—Decidme si no soy el hijo de papá que mejor invierte su dinero.

Por respuesta, Emma le aplaudió con desgana.

—Parece que hayas hecho un máster.

Fui incapaz de recordar ninguno de los nombres de los platos que Ícaro había pedido, pero no dejamos ni una sola miga. Ternera, pollo, cordero, todo acompañado de salsas rojas, naranjas, azules, verdes; pan relleno de queso y cebolla, múltiples arroces… Pero lo que más disfruté, sin duda, fue que nadie sacara el tema del reality en toda la cena.

Mientras comíamos, Ícaro nos contó lo especial que era aquella mesa alrededor de la que nos encontrábamos y cómo su padre y su abuelo habían conseguido que todos aquellos artistas les firmaran los vinilos para él.

—La idea era colgarlos en las paredes, pero nunca me ha gustado poner nada excepto las fotos tomadas por mí. Llamadme egocéntrico si queréis.

No pude evitar preguntarle si de verdad aquellas fotos las había sacado él.

—Todas —contestó orgulloso—. Pero no se lo digáis a mi padre; prefiero que siga pensando que soy un inútil. —Los tres nos reímos—. La cuestión es que, cuando me dieron los vinilos, se me ocurrió guardarlos en un sitio donde estuvieran protegidos y pudiera verlos a diario, y como el cuarto de baño me parecía poco apropiado, decidí ponerlos aquí.

—¿Y qué hay de la TARDIS —quiso saber Emma. Yo me volví para advertir que señalaba el armario donde se encontraba el televisor.

—¿Whorian tú también? —preguntó Ícaro visiblemente ilusionado.

—He oído hablar de la serie, pero no la he visto. Es uno de mis grandes asuntos pendientes.

—¡¿Que no…?! —Las palabras quedaron colgando de sus labios antes de volverse hacia mí y descubrir que no tenía ni idea de qué estaban hablando—. ¡Venga ya! ¡Es imperdonable que haya alguien que no haya oído hablar de los Señores del Tiempo!

—No sé qué llevaba la comida, pero me gustaría saber por qué a mí no se me ha subido como a ti —comenté con una sonrisa.

—Ya retomaremos el tema —dijo amenazadoramente. Después se volvió hacia Emma y añadió—: Podía esperarlo de Leo, pero no de ti.

Por respuesta, ella se encogió de hombros y yo fingí un gruñido de ofensa, todavía sin entender nada.

Cuando terminamos, Ícaro sacó una tarrina enorme de helado de dulce de leche y propuso subir a la terraza a tomarlo y a disfrutar de la buena noche que hacía.

Ya en la azotea, tirados en los pufs y con un tarro de helado en las manos, Emma me preguntó por Sophie.

—Ve a verla —me ordenó Ícaro tajante cuando terminé de resumirles lo ocurrido—. Si de verdad quieres salvar vuestra relación haz un último esfuerzo: lárgate hoy mismo.

—Tiene la gala… —le recordó Emma.

—¡Pues el domingo por la noche, en cuanto termine el programa!

—¿Sin avisarla? —Dudé—. A lo mejor la pillo en mal momento…

—¿Y eso desde cuándo ha sido un problema para ti, Leo Serafin? —quiso saber Emma.

Cierto. ¿Cuándo, en materia de amor, me había vuelto tan inseguro y cobarde como mi hermano? (O, mejor dicho, como mi hermano en el pasado.)

Pero precisamente por eso tenía que demostrar que yo seguía siendo el más temerario, el más atrevido, el más loco. E Ícaro estaba en lo cierto: Sophie podía no cogerme el teléfono o responder a los e-mails, pero no me negaría una respuesta en persona.

—Decidido entonces. Sacaré un billete de avión para esa misma noche.

—No será necesario —comentó Ícaro tecleando a toda velocidad en su móvil—. Ya lo he hecho yo por ti y… ¡listo!

Mi teléfono anunció que me había llegado un nuevo e-mail a la bandeja de entrada de mi correo. Cuando lo abrí vi que se trataba de un billete a San Francisco a mi nombre y en primera clase.

Enseguida le ordené que lo cancelara, que no podía permitir que se gastara esa pasta, pero Ícaro se negó en rotundo. Insistí un par de veces más, pero al final tuve que darme por vencido y se lo agradecí.

—De la vuelta te encargas tú —dijo.

Aunque el enfado que sentía por Sophie estaba lejos de desaparecer, al menos las perspectivas de verla pronto me animaron como para pedirles que me contaran el plan que habían pensado para comunicarle a mi hermano la quiebra de Develstar.

—Utilizaremos un libro —dijo Emma.

—¿Y cómo piensas dárselo? —pregunté—. Más aún, ¿qué te hace pensar que no mirarán página por página para ver que no haya nada escrito en él?

—A tu primera pregunta —intervino Ícaro—, tendrás que dárselo tú en la próxima gala. Por lo que me han chivado, el programa ha preparado uno de esos momentos emotivos para hacer llorar a los artistas y subir audiencia. Mañana seguramente os pedirán que el domingo llevéis un elemento que tenga un valor sentimental para ellos.

—Lo bueno es que será en directo —añadió Emma—, por lo que no van a poder negarse a que les deis lo que hayáis llevado sin armar un escándalo.

—¿Y qué libro se supone que le voy a entregar?

—Este —contestó la chica, y sacó de su bolso un libro gordo y verde.

—¿El catalejo lacado? Eh, ¡está en español!

Ella asintió antes de contarme lo mucho que había tardado en dar con la edición española. Algo avergonzado, tuve que preguntarle si ese era el libro favorito de mi hermano.

—Claro que no —replicó ella casi ofendida—. Es por los agradecimientos. Échale un ojo a la última página.

Hice lo que me decía y me encontré con un par de páginas en las que Pullman, como cabía esperar, daba las gracias a todos los que le habían ayudado a escribir su trilogía.

—¿Y encima es una tercera parte? Esto no se lo va a creer nadie… —dije completamente contrariado.

—¡Ellos no tienen que creerse nada! —intervino Ícaro—. Tú se lo das y punto.

—¡Pero es que ni Aarón se lo va a creer! Y todavía no me habéis dicho dónde habéis escondido el mensaje…

—¡En los agradecimientos! —contestaron los dos a la par.

Después Emma me quitó el libro de las manos, volvió a abrirlo por la última página y señaló con el dedo una frase. Cuando me acerqué a mirar con detenimiento advertí un diminuto punto hecho con lápiz sobre la letra «D». Sorprendido de no haberme percatado antes, recuperé el volumen y fui buscando el resto de caracteres marcados.

Cuando terminé, leí de carrerilla la frase entera:

—«Dstar está en quiebra. No habrá ganador. Díselo a los demás.»

Tras releerlo una vez más, les miré asustado.

—Nos pillan fijo.

—No seas pesimista —dijo Ícaro—. El libro está en castellano, seguro que le echan un ojo por encima y se olvidan de él.

—Ya, claro. ¿Y por qué habéis tenido que dejar el mensaje en la última página? ¿Y si no lo termina en el tiempo que queda? ¡¿Y si no se ha leído las otras dos partes?!

Emma se echó a reír y yo la fulminé con la mirada; esta vez no estaba de broma.

—Leo, no te cabrees. Si conocieras mejor a tu hermano sabrías que hay algo que siempre lee antes que el libro propiamente dicho. Las dedicatorias… y los agradecimientos del final.

Sentí que se me encendían las mejillas, aunque no tenía por qué: seguro que él tampoco sabía ni cuál era mi color favorito, así que estábamos empatados.

—Cuando se lo des, dile que haga lo de siempre —sugirió Emma—. Creo que lo pillará enseguida.

—Solo espero que no estés equivocada o que Aarón te dijera lo de los agradecimientos para impresionarte.

Ella sonrió con tristeza.

—Eso parece más bien algo que harías tú, no él…

Touché.

En ese momento sonó el teléfono de Emma. Tras leer el mensaje se puso en pie casi de un salto.

—Ica, un ordenador.

—¡A sus órdenes! —replicó él haciendo el saludo militar antes de salir corriendo.

Yo también me puse en pie y le pregunté a Emma qué sucedía. La chica, sin quitar los ojos de la pantalla de su móvil, contestó:

—Aarón y Dalila están hablando.

—¡¿Qué clase de alerta tienes puesta que te avisa de lo que ocurre en el programa?!

—Es desde el foro. Hay moderadores que me avisan cuando pasa algo importante.

—¡Ya estoy aquí! —Ícaro dejó el ordenador en el suelo y todos nos apiñamos delante de la pantalla. Emma tecleó a toda velocidad la web del programa y todos esperamos a que se cargara el vídeo en streaming.

Mi hermano y Dal se encontraban en la puerta trasera de la casa, la que daba al porche. Aarón estaba sentado en uno de los sillones con un libro en las rodillas, así que imaginé que había estado leyendo, como en todos los ratos libres que había tenido desde la bronca con Zoe. Dalila, por el contrario, estaba de pie y con la cabeza gacha en actitud casi suplicante.

—«Preferiría que me dejaras seguir leyendo tranquilamente» —decía él en ese momento.

«Aarón, por favor. No lo hagas más difícil. Sé que estás enfadado conmigo… —La chica se acercó y apoyó las manos en la mesa—. Siento haberte hecho daño. Siento… haberte roto el corazón.»

«¿Qué?» Ese fue Aarón.

—Venga ya… —Esa fue Emma.

—¿Traigo palomitas? —Ese fue Ica.

«No me has roto el corazón, Dalila —replicó mi hermano con una sonrisa cansada—. Desapareciste sin dar señales de vida, eso fue todo. Lo nuestro no fue para tanto.»

La chica se llevó una mano a la boca, como ofendida.

«¿Cómo puedes decir eso? —musitó tan bajo que el micrófono casi no recogió el sonido—. Yo te quería, pero me tuve que ir por todo lo de Castorfa y… y quise mantenerte alejado de toda aquella locura para protegerte.»

—Qué valor… —dije ofendido.

«Qué considerada eres… —ironizó mi hermano, con una tranquilidad pasmosa. ¿Cuándo había aprendido a mentir de esa forma?—. Sinceramente, Dalila, ¿qué hay que perdonar? Fuimos buenos amigos en el pasado, nos liamos un par de veces. Después tú te hiciste famosa y te olvidaste de todo el mundo. Incluyéndome a mí. Fin de la historia.»

Dalila se secó los ojos como si estuviera llorando, aunque desde esa distancia y al ser de noche no se advertía ninguna lágrima. Quizá no las hubiera.

«¿Tanto me odias?», preguntó.

Mi hermano suspiró y se masajeó la cabeza.

«¿En serio no vas a dejarlo estar? —replicó—. Dime, ¿cuánto te han pagado por venir aquí e intentar hablar conmigo? ¿Tan mal va tu carrera?»

—Toma ya —exclamó Emma con una sonrisita—. Es una suerte que estemos viendo el directo, porque fijo que esa parte la editan y no sale.

«Aarón…» Dalila se acercó a mi hermano para sentarse a su lado, pero él se levantó de un salto e intercambiaron posiciones.

«Mira, Dalila, es fantástico que por fin hayas reunido el valor suficiente para pedirme disculpas, pero creo que ambos estaremos de acuerdo en que ya es demasiado tarde. Además, ¿qué más da en realidad? No importaba hace unos meses, menos ahora, ¿no? —Se encogió de hombros—. Espero que no hayas terminado creyéndote tu mentira y que, como yo, llegues a olvidarte de lo que hubo entre nosotros.»

Con aquella respuesta, mi hermano abandonó el porche y regresó a la casa. La imagen fue cambiando de cámara a cámara hasta ver cómo subía al segundo piso. Una vez allí se detuvo un instante frente a la puerta cerrada del cuarto de las chicas, pero después siguió hacia el suyo. Dalila, por el contrario, permaneció en el jardín mirando a la nada en silencio.

—¿Dónde dices que se pueden comprar camisetas de apoyo? Me he hecho fan —confesó Ícaro.

—Yo también —dije orgulloso de poder decir que era mi hermano.