Aaron1

Furthermore, I apologize for any skipping tracks

It’s just the last girl that played me left a couple cracks.

Gym Class Heroes, «Stereo Hearts»

En cuanto llegué a la casa, subí corriendo a mi habitación para comprobar que, en efecto, había un par de páginas de mi cuaderno arrancadas. Podría haber ido con ello como prueba a hablar con Viviana (si es que la encontraba), pero sabía que sería su palabra contra la mía. Solo podía esperar a que Leo encontrase la manera de hacérselo pagar a Jack desde fuera. Al menos, como había dicho Zoe en el coche, él no volvería a la casa.

—Lo peor que puedes hacer —añadió mi amiga— es aparentar que tienes celos y que la gente piense que te quejas por envidia.

Así que tuve que dejarlo correr.

Esa noche cené frugalmente antes de subir a la habitación a leer y a dormir. Había oído a Chris y a Owen discutir por algo en el salón y no tenía ganas de que, por alguna razón, me culpasen de la expulsión de su compañero. Me alegraba de que Chris pudiera desconectar esa noche y dormir sin cámaras ni micrófonos en la suite de abajo.

Ya en la cama, regresé a las aventuras de Ulises con la intención de no acostarme hasta llegar al final de la historia.

Sabía que cualquier comparación con el héroe griego sería pura coincidencia, pero no podía dejar de pensar en las similitudes que tenía mi odisea particular con la suya. No, yo no me había tenido que enfrentar a sus mismos peligros; pero sí comenzaba a pensar que por allí arriba existía algún dios que había decidido hacerme la vida imposible sin razón aparente. Y mientras Ulises contaba con la ayuda de la diosa Atenea, yo contaba con la de Leo… que, aunque no era lo mismo, nos apañábamos. Pero, sobre todo, su historia me recordaba a mí porque ambos queríamos regresar a casa. Solo esperaba no tener que alargar mi viaje veinte años como él.

Para cuando Owen subió, solo me quedaba el final del libro. Concentrado como estaba ni presté atención a los golpes que le dio a la puerta y seguí leyendo hasta terminarlo. Apenas lo cerré, las ansias por componer se apoderaron de mí.

Tomé el cuaderno de debajo de la almohada y la guitarra de la esquina de la pared y bajé al vestíbulo tan solo vestido con los pantalones del pijama. Pero en lugar de dirigirme al salón, como la otra vez, preferí escabullirme al jardín.

Una vez fuera, encontré un lugar apartado de la casa, sobre un montículo de rocas y cubierto por un frondoso sauce y allí me senté. Letra y música comenzaron a fluir de una manera natural de mi cabeza a los dedos y a mi voz. Cada pocos versos, me paraba y tomaba notas en el pentagrama. Sabía que en ese momento podía haber mil ojos puestos en mí y el doble de oídos pendientes de mi canción; sabía que estaba descubriendo en directo el secreto de mi cuaderno y lo que contenía, pero había decidido que de nada servía pasarme la vida preocupado por esas cosas. ¿De qué me había servido guardar con tanto celo mis canciones si, no una, sino dos veces, alguien me las había robado y las había utilizado en beneficio propio?

Al menos así, si alguien decidía robarme la canción, todos sabrían que me pertenecía.

Despierto como si me hubiera tomado un litro de cafeína, seguí tocando, escribiendo e improvisando hasta cerca de la medianoche, cuando de pronto noté una presencia detrás de mí y unas manos se escurrieron por mi pecho hasta darme un abrazo por detrás.

—¿Tú nunca duermes o qué? —preguntó Zoe sentándose a mi lado.

—¿Y tú siempre estás pendiente de cuándo me escapo?

—Sigue tocando, anda… —me pidió—. ¿Es nueva?

Asentí y retomé la canción desde el principio para ver cómo sonaba de un tirón. De repente, Zoe se unió en la repetición del segundo estribillo para complementar con su voz la melodía. Si hasta ese momento me había dado igual quién nos viera o escuchase, entonces fue como si el mundo realmente desapareciera. Ya no había ni jardín a nuestro alrededor, ni rocas, ni tupidas ramas sobre nuestras cabezas. Solo mis dedos rasgando la guitarra, la voz de Zoe acompañando la mía y su pie llevando el compás.

Cuando terminó la canción, nos quedamos en silencio escuchando los sonidos casi imperceptibles a nuestro alrededor.

—Me alegro de que no te hayan expulsado —dijo ella.

Al volverme para mirarla, descubrí que, aunque sonreía, una lágrima se escurría por sus mejillas. Parecía como si quisiera decirme algo más, pero después negó para sí, se secó la cara con la mano y se puso en pie.

—¿Ya te vas? —pregunté contrariado.

—Es tarde, y ya sabes lo mucho que me cuesta madrugar.

La agarré de la mano y le supliqué que se quedara unos minutos, que me dijera qué le rondaba por la cabeza.

Zoe me miró a los ojos unos segundos antes de resignarse y volver donde estaba.

—He estado pensando en lo que me dijiste —comentó en voz queda. No tuve que preguntar para saber a qué se refería—. Y creo que voy a hacerte caso: si ambos llegamos a la final, haré lo que me pediste.

—¿De verdad?

Ella asintió.

—Prefiero no tener nada y ser libre contigo que tenerlo todo y que me impidan estar a tu lado.

No supe qué responder. El corazón había comenzado a latirme a una velocidad descompasada, salvaje. La necesidad de acercarme y darle un beso en los labios me estaba volviendo loco, pero ya fuera por las cámaras que nos espiaban o por miedo a que ella se apartara, me quedé paralizado. Para mí, aquella declaración había sido más íntima que cualquier manifestación física.

«Si algún día llego a quedarme pillada por ti, lo sabrás.» ¿Sus palabras ocultaban una confesión de amor o una reflexión entre amigos? ¿Era esa la señal que debía interpretar como algo más? Turbado y consciente de todos los ojos que debían de estar pendientes de nuestra conversación, solo tuve ánimos para agradecerle con palabras el gesto.

Ella asintió conforme, y se sacó del bolsillo el llavero cámara.

—Inmortalicemos el momento —sugirió.

Después se pegó a mí, yo pasé un brazo por encima de sus hombros. Los dos miramos al objetivo falso. Cuando Zoe apretó el botón, el flash se tragó toda la oscuridad durante un instante.

Aquella foto, que nunca existiría, permanecería en mi recuerdo para siempre.

Aaron

La prueba semanal consistía en ser profesor y alumno de otro compañero. El jurado había decidido ponerme con Shannon y, mientras ella debía enseñarme a interpretar una escena de teatro, yo tenía que ser capaz de que aprendiera a tocar una canción en la guitarra. Zoe y Chris irían juntos, dejando a Kimberly y a Owen como tercera pareja.

En principio no parecía un reto demasiado complicado. La relación entre Shannon y yo parecía haberse suavizado desde la charla que tuvimos días atrás, y el hecho de que al final no me expulsaran me hacía sentirme feliz y relajado.

Así pues, no era de extrañar que el lunes, a pesar de haber pasado parte de la noche en vela con Zoe, me levantara de buen humor. Me duché el último de los tres chicos, me vestí mientras canturreaba el tema recién compuesto y bajé a desayunar. Saludé a todos mis compañeros con una sonrisa y me estaba preparando mi tazón de leche con cereales cuando Viviana irrumpió en el comedor.

Lo primero que advertí fue que la mujer agarraba entre las manos un taco de esas tarjetas para seguir el guión, lo segundo, que sonreía demasiado.

—Creí que esta semana estaríamos sin profesores… —comentó Zoe a mi lado.

Yo también, pensé. Esa era una de las principales razones por las que estaba tan alegre.

—Buenos días a todos, chicos —saludó la mujer—. Como ya os comentamos anoche, durante los próximos siete días vosotros seréis los tutores de vuestros compañeros. Sin embargo, y aunque tanto el jurado como los profesores y yo misma tenemos muchísima fe en vosotros, hemos decidido echaros una mano muy especial; un apoyo para que vuestra labor de maestros sea un poco menos ardua, más cómoda…

—Oh, oh… —musitó Chris a mi espalda.

Yo alcé la mirada, pero enseguida perdí el interés por lo que tuviera que contarnos. Resultaba patético verla leer las tarjetas cada tres palabras. Esperaba que a mí se me diera mejor que a ella eso de actuar o haría más el ridículo que durante el desfile de pasarela.

Quizá, de haber prestado un poco más de atención a su discurso en lugar de centrarme en contar los copos de maíz que flotaban en la leche, no me habría afectado tanto encontrarme de pronto ante Dalila Fes al levantar la vista.

En cuanto mi cerebro registró su presencia, el susto fue tal que el vaso de zumo que sostenía en las manos se escurrió entre mis dedos y se estrelló contra el suelo con un ruido seco.

Con los repentinos aplausos de mis compañeros, solo Zoe y Chris se agacharon para ayudarme a recoger los trozos más grandes de cristal. De nuevo en pie, la insoportable voz de la directora me devolvió a la realidad de un tortazo.

—¡Esto sí que es causar revuelo! —exclamó con una carcajada—. Bien, yo ya me marcho. Espero que cuidéis de nuestra invitada como se merece. Recordad que, antes que nada, estáis en esta casa para a-pren-der.

Y yo que pensaba que era para someternos a nuevos métodos de tortura y humillación…

En cuanto la directora desapareció por la puerta, mis compañeros se acercaron para saludar a la recién llegada y darle la bienvenida. Yo esperé a que llegara mi turno apoyado sobre la mesa, con los brazos cruzados y el estómago, de pronto, revuelto.

—Me alegro de verte, Aarón —dijo Dalila cuando llegó mi turno.

Fue a darme dos besos, pero yo me adelanté y le tendí la mano para que me la estrechase como a los demás. Ella pareció extrañada durante un microsegundo, pero enseguida respondió al saludo con una sonrisa.

—¿Cómo te va? —le pregunté.

—Bien, bien. Con mucho trabajo, ya sabes… de aquí para allá. ¿Y tú?

—No me puedo quejar —respondí con una sonrisa tirante.

No la veía desde la première de la película Castorfa y, para ser sinceros, hubiera preferido que siguiera siendo así otra larga temporada.

A juego con unos vaqueros negros, Dalila llevaba una camiseta azul oscura que remarcaba su vientre plano y su nada desdeñable delantera. A mi alrededor, el resto de mis compañeros habían dejado de prestarnos atención.

Me hubiera encantado poder comportarme como los demás y pasar de ella tras los saludos de rigor. Pero no podía. Y no porque siguiera sintiendo algo por ella, ni mucho menos, sino porque, para mi sorpresa, la sangre me estaba hirviendo solo de oírla hablar como si tal cosa después de todo lo ocurrido.

—Esta semana sale en DVD y Blu-ray la película, y la verdad es que contiene un montón de extras muy chulos —decía en ese momento, como si a alguien aparte de ella le importara lo más mínimo la penosa adaptación que habían realizado de la historia de Castorfa; como si no existiera una conversación pendiente entre ambos desde hacía más de un año.

Solo Zoe seguía nuestra conversación (o más bien su monólogo) hasta que le hizo un gesto para interrumpirla y comentó:

—Pero al final la peli no recaudó todo lo que se esperaba, ¿no? O, bueno, eso tengo entendido. Y no digo que fuera por tu actuación, ¿eh? Aunque tengo que confesarte que yo no la he visto. —Zoe arrugó la nariz como pidiendo disculpas y yo me atraganté por no soltar una carcajada—. Me han dicho que tú eras lo mejor de todo el proyecto.

Dalila no contestó. Ladeó la cabeza y la miró de una manera tan condescendiente, como sintiendo lástima por la pobre niña del violín, que no lo soporté más; se había convertido en una Whopper.

—Ha sido un placer volver a verte —mentí poniéndome en pie—, pero tenemos que ir a clase. Ya coincidiremos en otro momento.

Si contestó algo, no lo escuché. Salí del comedor con mi buen humor por los suelos y después al jardín de la entrada. Una vez fuera, me aparté el pelo de la frente con ambas manos y cerré los ojos sin dejar de dar vueltas en círculos.

¿Cómo se habían atrevido a meter a Dalila en el programa, a ponerme en aquella situación? Más aún, ¿cómo estaba siendo yo tan tonto de ofrecerles en bandeja la reacción que esperaban que tuviera?

Mi relación con Dalila no había llegado a salir en los medios; hasta donde yo sabía, seguía siendo un secreto. Si bien hubo ciertos rumores, ninguna de las partes llegamos a confirmarlas y al final todo quedó en agua de borrajas. ¿Qué necesidad había de provocar aquella situación y airear una historia olvidada por ambas partes?

Aquello era tan mezquino que solo podía significar una cosa: que estaban desesperados. No sabía por qué ni en qué sentido, pero era evidente que estaban perdiendo el control.

Era como en cualquier videojuego en el que, cuanto más daño infligías a los jefes finales, más crueles y despiadados se volvían sus ataques. Lo que el señor Gladstone no sabía era que yo no me rendía hasta llegar al vídeo final.

—Entonces, ¿es verdad que perdiste la cabeza por ella y que te utilizó?

Zoe bajó los tres escalones de la entrada de un saltito y se plantó a mi lado.

—¿Dónde has oído eso? —pregunté con el ceño fruncido. Sabía que era absurdo negarlo, pero tampoco pensaba reconocerlo públicamente. Y menos a ella.

—Ya te dije cuando nos conocimos que lo sabía todo sobre ti, Aarón Serafin —comentó, y su sonrisa de soslayo acabó con la poca paciencia que me quedaba—. Además, es evidente.

—No sé de qué hablas.

—Pues de que, solo con verla, has tirado un vaso, te has quedado sin habla y has salido del comedor hecho un manojo de nervios. ¿Cómo quieres que lo interprete?

—Preferiría que no interpretaras nada —le espeté con más contundencia de la que pretendía—. De hecho, me gustaría estar solo.

Zoe me miró dolida.

—No te preocupes. No te molestaré más. —Y se dio media vuelta de regreso a la casa.

Refunfuñé cabreado conmigo mismo y corrí tras ella. Lo que sentía por Zoe no era comparable a lo que sentía por Dal en esos momentos, y no podía permitir que se marchara con esa impresión. Antes de que llegara a la puerta, la alcancé y la tomé del brazo para que se girara. Tenía los ojos brillantes, a punto de llorar.

—Aarón, déjame —me pidió—. Quieres estar solo y pensar en ella. Lo entiendo.

—No. Lo que quiero es esto…

Me armé de valor, le acaricié los brazos y clavé mis ojos en los suyos. Sabía lo que estaba a punto de hacer, era consciente de lo que supondría, y sin embargo me dio completamente igual. Alcé su barbilla con la mano y me acerqué para besarla. Al principio Zoe hizo un ademán de apartarse, pero la atraje hacia mí y al final ella cedió a mis labios. En cuanto aquello sucedió, me olvidé de la cámara sobre nuestras cabezas y de los micrófonos que colgaban de nuestras camisetas. El enfado se deshizo en nuestras bocas.

El antiguo Aarón jamás habría permitido algo así; habría valorado antes los pros y los contras, los efectos que tendría fuera una sorpresa como aquella… el nuevo, sin embargo, tenía los cinco sentidos puestos en la piel de Zoe y en aquel beso que tendría que haberle dado la noche anterior.

—¿Qué hemos hecho? —preguntó ella con las mejillas sonrojadas cuando nos separamos.

—Darles algo de lo que hablar —contesté antes de volver a besarla.

Aaron

La primera clase de interpretación con Shannon no me cundió nada. Entre que yo tenía la cabeza flotando por la presencia de Dalila y el improvisado beso con Zoe, y que su mal genio había regresado sin motivo aparente, después de cuatro gritos mal dados por su parte, me harté y la dejé plantada.

Si alguien no se había enterado de que entre Dalila y yo había existido algo en el pasado, ya no podía quedar ninguna duda. Si hubiera sido capaz de esconder mis verdaderos sentimientos como me recomendó Leo, habría podido escapar como un campeón de aquella trampa tan evidente y darle en las narices a Develstar. Al menos esperaba que el beso con Zoe hubiera dejado claro a todo el mundo que lo de Dalila estaba más que superado.

Por mucho que lo intentara, no era fácil mantener la máscara del nuevo Aarón, y me veía incapaz de no preocuparme ahora por lo que pudieran estar diciendo sobre mí en internet, en la televisión. ¿Pensaría la gente que había utilizado de alguna manera a Zoe? Era mi última intención, pero…

Agobiado, subí a la habitación para ponerme el bañador y hacer algunos largos en la piscina antes de volver a enfrentarme a Shannon. Sin embargo, cuando estaba en la puerta, oí una voz amortiguada y me detuve en seco. Llamé con los nudillos, pero como nadie respondió, abrí una rendija y me asomé. El cuarto estaba vacío. Entré y al momento advertí que la conversación venía del cuarto de baño. Enseguida reconocí las voces de Chris y Owen, pero hablaban tan bajo que era imposible descifrar sus palabras. Habían abierto los grifos para camuflar sus voces, como Zoe y yo en su momento, pero habían dejado la puerta abierta sin darse cuenta y, además, el primero estaba hablando demasiado alto como para que yo, y, en consecuencia, los espectadores, no le oyéramos.

Pensé en irrumpir y avisarles, pero lo que oí me dejó paralizado donde estaba.

—¡Estoy harto de seguir escondiéndome! ¿Por qué te da tanto miedo aceptar tus sentimientos? Solo te pido que dejes de comportarte como un capullo.

Owen chistó a Chris para que bajara la voz y después le contestó algo que no llegué a oír, pero daba lo mismo: las implicaciones de lo que Chris acababa de decir no daban lugar a segundas interpretaciones. Al menos Chris estaba enamorado de Owen. La sorpresa me hizo levantar las cejas. Todavía recordaba lo sincero que había sonado mi amigo cuando, durante las entrevistas, le preguntaron sobre su tipo de chica.

—¡Deja de pedirme que tenga paciencia! —Chris sonaba cada vez más enfadado—. Entonces, ¿por qué te avergüenzas de mí?… No, no es cuestión de paciencia. Es cuestión de ser valiente… ¿Qué…? No. No me… Espera. Espera, por favor… ¡Owen!

Oí unos pasos al otro lado y yo me alejé de la puerta un segundo antes de que Owen saliera por ella hecho un basilisco, sin tan siquiera advertir mi presencia.

—¡Y a tomar por culo la prueba! —exclamó golpeando con el puño la puerta.

—¡Owen, espera! —le llamó Chris corriendo tras él. Pero se paró en seco tras el portazo que dio su amigo—. Joder.

Cuando se dio la vuelta, me descubrió.

—Lo siento, yo… —me excusé—. He venido a buscar el bañador y…

—¿Lo has oído? —preguntó.

—No era mi intención… Lo siento.

Chris me sonrió con resignación y se encogió de hombros.

—Me alegro. Eso significa que no has sido el único. Al menos, ya puedo dejar de fingir ser quien no soy.