Aaron1

My gift of self is raped

My privacy is raked.

Alice In Chains, «Nutshell»

El domingo llegamos al teatro unas horas después de comer. Yo apenas había probado bocado y, sin embargo, sentía el estómago tan pesado como si me hubiera metido entre pecho y espalda varios platos del cocido de mi abuela.

Sabía que era culpa de los nervios. Nervios al directo; a hacer el ridículo durante mi patético desfile; pero sobre todo, nervios a ser eliminado.

Durante toda la semana me había obligado a ignorar esa posibilidad, como si, con dejar de pensar en ella, fuese menos real.

Que mi prueba hubiera consistido en ver el vídeo en el que Jack y Owen me insultaban me había afectado los primeros días, pero después había podido olvidarme y centrarme en otras cosas. No como Jack, pendiente de limpiar los desperdicios de los demás como un Ceniciento con Converse.

También me había ayudado estar tan pendiente de Zoe. Cada vez que la ansiedad me invadía, me bastaba con rememorar los minutos que pasamos en la ducha para sentir otro tipo de nervios en la boca del estómago.

Mientras nos dirigían en rebaño de los camerinos a la sala de maquillaje, me di cuenta de que quizá aquella fuera la última vez que los recorría.

Había hecho la maleta esa misma mañana, igual que Jack. Y antes de abandonar la habitación para reunirme con los demás en el recibidor de la casa, sentí una inesperada mezcla de pena, alivio y vergüenza por no haber luchado con más ferocidad e ingenio, como los otros.

Una pequeña parte de mí deseaba que me echasen para acabar con todo aquello; al menos el infierno que me esperaba fuera con Develstar me era conocido, aceptable. Pero, por otro lado, advertí, para mi sorpresa, que iba a echar de menos muchas cosas en las que hasta ese momento ni me había detenido a pensar. Era cierto que los buenos momentos que había pasado allí podía contarlos con los dedos de una mano, pero del mismo modo sabía que no los olvidaría nunca, igual que tampoco olvidaría a mis compañeros.

Desconocía si el destino volvería a reunirnos, pero en aquellas cuatro semanas había aprendido de los otros ocho concursantes más de lo que podía imaginar o me atrevía a reconocer. Quizá ya no me sirviera de nada en el reality, pero sí para el resto de mi vida.

—¿Agobiado?

Quien me devolvió a la realidad fue Chris.

—Un poco —contesté, aunque debería haber respondido que mucho.

Como cada domingo, nos habíamos colocado en las sillas giratorias de la sala de maquillaje en la que un grupo de estilistas nos prepararían para la noche. Hasta ese momento no había sentido tanta aprehensión de ver dos de los nueve asientos vacíos. Quizá a la semana siguiente el mío correría la misma suerte.

—Estoy convencido de que no será a ti a quien eliminen —comentó en voz baja Chris, y después hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.

Jack acababa de entrar con la mirada torva. Cuando advirtió que le estaba observando, entornó los ojos y sonrió. No me dio buena espina.

—Ojalá tengas razón.

La sala de maquillaje era otro de los lugares en los que no había ni micrófonos ni cámaras, más allá de la de seguridad en una esquina del techo. A mi izquierda, Zoe tenía los ojos ya cerrados mientras una mujer extendía una base de maquillaje sobre su rostro. Sentí un repentino vértigo y tuve que apartar la mirada. ¿Qué ocurriría con ella si me eliminaban?

Sabía que ella podía cuidar de sí misma perfectamente, pero algo me impulsaba a querer protegerla, a cuidarla… Y, para mi sorpresa, no como a una amiga cualquiera.

Mi maquilladora llegó en ese momento. Me echó la cara hacia atrás y me recogió el pelo con una diadema para poder trabajar mejor. Obedecí a todas sus peticiones sin oponer resistencia y sin pensar lo que hacía.

Al final había ocurrido. Ya no veía a Zoe solo como a una amiga con derecho a roce. La atracción que sentía por ella había crecido exponencialmente desde aquella ducha improvisada y no parecía querer disminuir. Su imagen invadía mis pensamientos a todas horas. En ese momento, sin ir más lejos, era incapaz de dejar de pensar en lo bien que le quedaba aquella camiseta blanca de tirantes y escote, la falda corta y las botas de piel, con sus perfectas piernas al aire y sus brazos relajados sobre la silla, con sus delicados dedos acariciando el aire. Y sus labios, pequeños y sonrojados en comparación con su piel. Y las pecas, dibujando unas constelaciones sobre su rostro que casi me sabía ya de memoria…

—A ver, rey, cierra los ojos y no te muevas —me pidió la maquilladora, y eso me recordó dónde estaba, y que no me encontraba solo.

Lo que sentía por Zoe había dejado de ser un mero encaprichamiento, una ilusión. No era solo atracción física, ni la sed de sus besos lo que me llevaba a querer pasar con ella cada instante. Quería oírla hablar, verla fundirse con la música de su violín como si no existiera nada más importante en el mundo, escucharla reír…

Las cámaras habían dejado de importarme. ¿Y qué si quería demostrarle lo que sentía delante de todo el mundo? ¿Podría soportar la presión de tenerla día a día, noche tras noche, tan cerca y no poder besarla? El nuevo Aarón lo haría, me dije. El nuevo Aarón se olvidaría de las consecuencias y se limitaría a dejarse llevar. ¿ Y acaso no me había convertido en él cuando puse un pie en aquel reality?

La maquilladora terminó de retocarme los pómulos antes de darme el visto bueno. Mientras esperaba a Chris para irnos juntos (a Zoe, como al resto de las chicas, les dedicaban mucho más tiempo) me miré al espejo. El pelo me había crecido considerablemente, y para ese día habían optado por ponerme un tupé que dejaba la frente despejada.

—Me mola cómo te queda —dijo Chris cuando se volvió para mirarme.

A él le habían peinado el flequillo hacia la derecha. Parecía suelto y natural, pero por la cantidad de laca que todavía flotaba en el ambiente, estaría duro como una piedra.

Cuando salimos de la sala no me pasaron desapercibidas las miradas de Jack y Owen. Al menos las del primero, con algo de suerte, no volvería a tener que soportarlas al finalizar la noche.

Simon Cox me esperaba a la entrada del escenario. Chris, a quien le tocaría probar micrófonos y marcar posiciones para su actuación después de mí, se quedó sentado sobre unos bafles, en una esquina.

El profesor de modelaje procedió entonces a indicarme cuál sería el camino que tendría que recorrer en los diferentes pases. Dado que necesitaba un rato para cambiarme de ropa, mis tres apariciones serían entre las actuaciones de Shannon, Kimberly y Jack.

Tres paseos, cada vez con menos ropa hasta tener que realizar el último en bañador. Solo de pensarlo, sentí que me sonrojaba. Sí, había ensayado durante la semana con una ropa parecida a la que llevaría, y sí, imaginé que muchos ya me habrían visto en sus televisores de esa guisa, pero no era lo mismo que enfrentarse a los cientos de ojos que estarían atentos desde las gradas de aquel teatro, ahora vacío.

Me despedí de Chris y me dirigí a mi pequeño camerino, donde permanecí sin hacer nada hasta que me llamaron. Me moría por hablar con Oli y David. Y con mi familia, pero sobre todo con Leo. Al menos, si me expulsaban esa noche, podría hacerlo con ellos con total libertad…

—No, joder… —mascullé para mí enfadado. Me iba a salvar. Iba a ganar el programa. Tenía que ser positivo.

Si al menos pudiera ver a mis amigos diez minutos, ellos me infundirían las fuerzas que necesitaba. Me apetecía salir con ellos a dar una vuelta, cenar en el Jamburger y estar de cháchara a la puerta de mi casa hasta bien entrada la madrugada, como siempre que hacía buena noche.

Inconscientemente, me acaricié la pulsera que Oli me regaló por mi cumpleaños el año anterior.

Cuando los regidores vinieron a buscarme, me sentía más preparado de lo que había estado en todo el día. De lo que, en realidad, estaba. Me obligué a creer que esa noche todo saldría bien.

A varios metros del escenario, entre bastidores, ya se oían los gritos y aplausos del público. Me ordené no prestarles atención, y cuando Helena nos fue llamando uno a uno por nuestro nombre para salir al escenario, esbocé mi sonrisa más entusiasta. Saludé con toda la energía que fui capaz de acumular y me senté en mi lugar asignado con una postura tan distendida y relajada que parecía Leo.

Mi hermano, desde el otro lado del escenario, me hizo un gesto de saludo militar con dos dedos sin apenas variar el gesto. Se le veía preocupado, incluso algo distraído, y enseguida bajó los ojos para posarlos en el suelo. Como si no quisiera mirarme…

Supuse que todo eran imaginaciones mías, y que solo se sentía agobiado por la posibilidad de que me expulsaran. Aun así, me hubiera gustado que al menos él me ofreciera el consuelo que necesitaba, aunque fuera con una de sus habituales miradas divertidas.

La presentadora procedió entonces a contar por encima algunas de las anécdotas más señaladas de la semana, como el calvario que Jack había pasado teniendo que limpiar y recoger la casa a diario. Por último, emitieron mi escena con el cuaderno.

Hasta ese instante no había advertido que entre el público había pancartas en las que se leía «¡Yo te regalo mi cuaderno!» o «Aarón, te cambio tu cuaderno por mi corazón».

La seguridad que había conseguido reunir minutos antes de entrar en el escenario se me escapó por la boca. Mi arrebato había tenido más repercusión fuera de lo que había llegado a imaginarme (sobre todo, porque no me había parado a pensar que hubiera tenido ninguna).

—Menudo enfado te cogiste, ¿no, Aarón? —preguntó Helena acercándose a mí cuando el vídeo terminó—. Yo creo que todo el mundo se pregunta qué contiene ese misterioso cuaderno, ¿nos lo puedes contar?

—No —respondí. Y lo hice de una manera tan cortante y taxativa que el público se echó a reír. Leo me hizo un gesto para que añadiera algo más—. Quiero decir… son cosas que apunto de vez en cuando. Canciones y tal…

—Menos mal que al final lo encontró Kim, ¿no? ¿Qué habría pasado si no llega a aparecer?

—Le habría dado un soponcio —contestó Jack a mi espalda, provocando más risas.

Yo también amagué una sonrisa y contesté:

—Supongo que comprarme otro nuevo. Pero sí, me alegro de que Kimberly lo encontrara. —Y echándome hacia delante para mirarla, volví a darle las gracias. La gente soltó un sentido «Oooh».

Después de nuestras intervenciones, la mujer anunció que enseguida comenzaríamos con las pruebas que habíamos estado ensayando a lo largo de la semana.

En cuanto entramos en publicidad, nos levantamos y corrimos de vuelta a nuestros camerinos para prepararnos. Yo me puse el traje que tenía que lucir en mi primer desfile y dejé que Simon Cox comprobara que todo estuviera en su sitio.

—Acuérdate de mirar al frente, Aarón —me repitió por enésima vez.

Ya en la sala con sofás en la que teníamos que esperar a que nos llegara el turno, me informaron de que Zoe ya había salido al escenario. En la pantalla de plasma que teníamos delante podíamos ver cómo le iba.

Todos nos quedamos pasmados cuando la chica abrió la boca y comenzó a interpretar «How», de Regina Spektor. La voz de Zoe era suave, templada y no hacía vibrato en las notas largas, pero sonaba tan natural y clara que logró silenciar a todo el público.

Se había cambiado y ahora llevaba un vestido largo azul claro que resplandecía bajo los focos. No gesticulaba más de la cuenta ni gritaba de manera estrambótica para llegar a las notas agudas de la canción. Simplemente las soltaba con un trino y luego las recogía dulcemente para volver a lanzarlas al aire con una sencillez que ponía el vello de punta.

Cuando terminó, después de recibir la ovación del público, le tocó el turno a Chris, y llamaron a Shannon para que se fuera a preparar.

El chico de Three Suns había preparado una original coreografía con un grupo de bailarines, pero apenas le presté atención porque Zoe llegó en ese momento y me abalancé sobre ella para felicitarla.

—¿De verdad te ha gustado? —preguntó. Tenía la cara sonrojada y una toalla alrededor del cuello.

—Ha sido espectacular. Bailar, cantar, tocar el violín… ¿Hay algo que se te dé mal?

Hizo como que pensaba la respuesta y después negó divertida. Mientras los demás la felicitaban, Kimberly se puso a aplaudir con fuerza antes de agarrarla de los brazos y dar un par de vueltas histérica.

—¡Ha sido precioso! ¡Se me ha corrido el maquillaje y todo! —Le dio un par de besos y volvió a aplaudir. Cuando la dejó libre, Zoe me miró sin comprender nada.

—Aarón Serafin. —El regidor me hizo un gesto desde la puerta para que fuera a prepararme.

—¡Mucha mierda! —me dijo Chris cuando nos cruzamos por el pasillo.

A las puertas del escenario, me sorprendió encontrar a Shannon dándole bien fuerte a la batería y con una soltura digna de una profesional. La chica sabía cómo llevar el ritmo y la gente se había levantado de sus asientos para seguir el baile en pie. No pude por menos de acompañar al público con las palmas. Se me había olvidado que me tocaba el siguiente hasta que se levantó del taburete para saludar a todos y el tipo de antes me dio la señal.

La música y el ambiente cambiaron radicalmente. La iluminación se volvió azulada y, a la señal, salté al escenario. Me agarré del cuello de la chaqueta como Simon me había indicado que hiciera y después arranqué a andar. La energía de la música y los aplausos del público me hacían sentir como si levitara. Hice el recorrido que me habían marcado hasta el pasillo que atravesaba el público y allí me detuve. Di un giro completo y después di la vuelta para recorrer el resto del camino. Una parte de mí, para mi sorpresa, había asimilado los consejos de Cox y no tenía que pensar en ello.

No era una simple percha mostrando aquel traje, pero tampoco era el protagonista; la ropa lo era. Y con ello en mente, intentaba lucirla en su máximo esplendor. No supe si lo había conseguido hasta que terminé el paseo en el mismo lugar donde había comenzado. Me paré de espaldas al público, giré la cabeza y, por encima del hombro, guiñé un ojo.

Cuando las luces se apagaron, la gente estalló en vítores y aplausos. Salí del escenario sudando como un pollo, pero extasiado de felicidad. Sin nadie con quien celebrarlo, regresé a toda prisa a mi camerino para ponerme el siguiente modelo que me habían escogido para el segundo desfile: unos pantalones de pana, una camisa y un chaleco, y para la cabeza, un gorro con orejeras. Me sequé con la toalla el sudor sin estropearme demasiado el maquillaje y volví al escenario a tiempo de ver el final del baile de Kimberly.

En cuanto ella terminó y los aplausos se acallaron, volví a salir ante el público. La gente se mostró menos entusiasta con aquel desfile que con el primero, pero de igual modo aplaudieron y a mí me pareció de sobra satisfactorio.

Solo quedaba el último. El que más vergüenza me daba. El del bañador.

De camino por tercera vez a los camerinos, me llegaron los primeros acordes de la canción que Jack había compuesto para la ocasión. Quería darme prisa y escuchar qué había logrado hacer en tan pocos días. Por lo que Chris me había contado, sería la primera vez que interpretase una canción suya delante de la gente. Siempre que el chico había sugerido meter un tema original suyo en un nuevo disco, Owen y él no habían tenido más remedio que declinarlo por su poca calidad.

Me deshice de toda la ropa de leñador, me desnudé por completo y me puse el bañador antes de salir con el pecho al aire, descalzo y a toda prisa por el pasillo. Al menos, me dije, Simon me había permitido llevar uno de los que llegaban hasta las rodillas y no uno de slip ajustado.

La canción de Jack me llegó por el pasillo mientras corría hacia allí. La primera impresión que tuve fue que me sonaba de algo. Supuse que se habría inspirado en una decena de temas conocidos para hacer la suya. Pero según iba acercándome, descubrí que también conocía la letra. Un mal presentimiento me recorrió el espinazo y un disparo de adrenalina me hizo apretar el paso hasta llegar al escenario, donde pude corroborar mis peores sospechas.

Aquel tema no era de Jack. Era mío. Era una de las últimas canciones que había compuesto en mi cuaderno antes de que misteriosamente desapareciera. «Chains.» Me la había robado. El muy miserable había descubierto mi secreto y, ya fuera por venganza o por pura maldad, había cogido mi canción y la había hecho suya.

El tío se movía de un lado al otro del escenario mientras el público acompañaba la melodía que yo había creado con las manos en alto.

Creí estar sufriendo un déjà vu. O una apoplejía. O las dos cosas al mismo tiempo. Era lo mismo que me había hecho Leo, pero muchísimo más grave. ¡Y él no era mi hermano! Tuve que agarrarme a la barandilla de la escalera donde esperaba para no tirarme sobre él.

Cuando la canción llegó al final, estaba tan cabreado que pensaba esperarle para darle su merecido, pero el regidor de antes me hizo una señal y recordé que primero tenía que desfilar en bañador. Fantástico.

Al son de un tema de los Bee Gees, hice el tercer y último recorrido de la noche entre gritos y vítores, sobre todo de las chicas. En cualquier otra ocasión habría intentado disfrutar de los piropos que me dedicaban, pero no entonces. Por el contrario, me dediqué a pasearme con el gesto serio y los puños apretados a ambos lados de la cintura para contener las ganas de gritar y correr a por Jack.

Ya podía imaginarle rodeado de los demás en la sala de los sofás, agradeciendo las felicitaciones que no se merecía como si hubiera hecho algo que no fuera robar.

A mitad de camino, distraído como iba, casi tropecé con el escalón de la pasarela. La gente tomó aire a la vez, pero me recuperé enseguida y terminé el paseo. Después me di la vuelta, saludé con una rápida reverencia como me había dicho Simon Cox y me lancé a la sala de espera.

Cuando llegué, Jack estaba bebiendo una botella de agua junto a Kimberly y Owen. No pensé, solo actué. Me tiré a por él y lo empotré contra la pared, agarrándole del cuello con mi antebrazo, mientras que con la otra mano le aprisionaba el brazo.

—¡Eh! —exclamó alguien.

—¿Cómo puedes ser tan hijo de…? —le dije entre dientes. Jack intentó librarse, pero le golpeé con fuerza la cabeza contra la pared—. ¡Responde!

Enseguida sentí unos brazos que me separaban de él y que me retenían. Kimberly fue a socorrer a Jack, pero él la apartó.

—¿De qué estás hablando, tarado?

—Sabes muy bien de qué estoy hablando: la canción que has cantado estaba en mi cuaderno. Me la has robado. ¡Pienso denunciarte!

—Estás zumbado. ¿Qué pruebas tienes?

Iba a responderle que mostraría el cuaderno a todo el mundo si hacía falta, pero por cómo lo dijo imaginé que había sido más listo y se habría deshecho de las páginas. Y a mí no se me había ocurrido mirarlo antes.

La rabia volvió a apoderarse de mí, pero con un grito Zoe se interpuso entre los dos y Chris reforzó su abrazo alrededor de mi pecho.

—Cálmate —me tranquilizó mi amiga, y después me agarró del brazo y me sacó al pasillo.

—¡Ese cerdo me ha robado mi canción! —repetí con impotencia.

—Te creo —me dijo—, pero piensa en las consecuencias de tus actos. Aquí no hay cámaras, pero si Jack sale con el ojo morado tendrá en su mano expulsarte.

—Pero…

Una mujer con un pinganillo en la oreja y una carpeta en la mano se acercó a nosotros en ese instante, y yo guardé silencio.

—Chicos —dijo—, id preparándoos, que van a dar comienzo las nominaciones.

Después entró en la sala y repitió el anuncio. Todos nos miraron a Zoe y a mí al pasar por nuestro lado. Los orificios de mi nariz se abrían y se cerraban como los de un toro.

—Me las vas a pagar —le advertí a Jack cuando siguió al resto—. No sé cuándo ni cómo, pero me las vas a pagar.

Él, por respuesta, se dio la vuelta a medio camino y me sonrió.

Tuve que poner todo de mi parte para no volver a salir corriendo tras él y, esta vez sí, arrancarle esa sonrisa que tanto odiaba de un puñetazo.

—Vamos —me dijo Zoe, y me agarró de la mano—. Con un poco de suerte esta será la última vez que tengamos que aguantarle.