Just a kiss on your lips in the moonlight
Just a touch in the fire burning so bright
And I don’t want to mess this thing up.
Lady Antebellum, «Just a Kiss»
A la mañana siguiente tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarme. Una vez duchado y vestido, salí del cuarto de baño para descubrir que Jack estaba terminando de hacer mi cama.
—Ni se te ocurra decir una sola palabra —me advirtió antes de que abriera la boca.
Yo obedecí, y salí al pasillo.
Kimberly y Zoe estaban terminando de desayunar cuando bajé al comedor. Al levantar los ojos de su plato, Zoe me dirigió la misma mirada de los últimos días. Sabía que quería hablar conmigo y terminar la conversación que habíamos dejado a medias, pero yo no dejaba de evitarla aposta.
Desde que me había dicho cuál sería su premio, mi mente no dejaba de sopesar que la única buena opción era que perdiera el concurso. No podría soportar verla ganar y vender su alma como habíamos hecho Leo y yo en su día.
Comimos en silencio, cada uno inmerso en sus cavilaciones. De vez en cuando levantaba la mirada de mi tazón y me encontraba con la de Zoe. No necesitaba decir nada para saber lo que estaba pensando. Quería respuestas, igual que yo. Respuestas a las mismas preguntas que yo le había hecho, una explicación…
Ya en la sala de entrenamiento, Simon Cox hizo que dejara de pensar en Zoe, en Shannon y en cualquier otra cosa que no fuera su entrenamiento. Después de cinco días practicando cómo caminar, cómo seducir a las masas (palabras textuales del hombre) o cómo hacer una vuelta perfecta al final de una pasarela, el excéntrico profesor consideró que ya era hora de verme desfilar con ropa de verdad. Yo, que siempre había pensado que era lo mismo caminar en traje que en bañador o en chándal, pude comprobar lo confundido que estaba.
Aquel pensamiento me llevó a replantearme de nuevo si no había sido la intención de Develstar mantenerme en la ignorancia de todos esos aspectos fundamentales de la vida del artista para poder aprenderlos de cero en el reality. Pero, de ser así, eso significaría que la idea del programa llevaba gestándose más tiempo del que pensaba. Y que, aún peor, habían sabido desde que echaron a mi hermano que yo aceptaría entrar en él.
Darme cuenta de lo bien que me conocían y lo fácil que les había resultado manipularme me sumió durante el resto de la mañana en un estado de vergüenza y rabia que ni siquiera el profesor logró corregir con sus amenazas e insultos velados.
—¡Así no se puede trabajar! —exclamó a veinte minutos de terminar la clase—. ¡Parece como si hubiéramos vuelto al principio! Y no, ¿eh, Aarón? Conmigo, esto no. Ya te dije el primer día que los modelos no fingen, lo llevan dentro. ¡En su modo de vida! Espero que mañana vengas con otra actitud, porque como no sea así seré yo mismo quien vote para que te echen.
En cualquier otro momento, su comentario me habría resultado excesivo, pero no entonces. Totalmente apático, me dejó marchar y yo subí a la habitación. Estaba empapado en sudor después del entrenamiento y el calor me estaba provocando dolor de cabeza. Viendo que no me daría tiempo a darme un chapuzón en la piscina, opté por una ducha rápida. Pedí que volaran las cámaras mientras me desnudaba, entré en el baño, puse a correr el agua fría y me metí dentro.
Mientras me enjabonaba me planteé las opciones que tenía con Zoe.
Me moría por contarle la verdad sobre Develstar, pero sabía lo mucho que había peleado por llegar hasta allí y lo mucho que deseaba la vida que la empresa le prometía. Me asustaba pensar que, si decidía contarle la verdadera historia de Play Serafin, se desmoronase o, peor aún, que no me creyese.
Sin saber qué decisión tomar, opté por desconectar y quedarme bajo el agua con los ojos cerrados.
De pronto oí la puerta cerrarse. Fui a ver quién era, pero en el tiempo que abría los ojos y me apartaba el agua de los párpados, sentí que alguien abría la mampara de la ducha, me empujaba contra la pared y me tapaba la boca. Desesperado, con el chorro de agua cubriéndome la cara, intenté quitarme al intruso de encima.
—¡Estate quieto, soy yo!
Abrí los ojos para encontrarme con Zoe tan empapada como yo y con una sonrisa aviesa en los labios.
Me sacudí el pelo y fui a apagar el agua, pero la mano de ella me lo impidió.
—¿Qué estás haciendo?
—No pienso irme de aquí hasta que hablemos —me advirtió, como si con eso explicara su comportamiento.
Sin poder contenerme, bajé la mirada para comprobar que no estuviera desnuda. No lo estaba, llevaba unas braguitas y un sujetador blancos, pero para el caso daba igual. Yo sí. Y podía sentir cada centímetro de su piel suave y clara, pegada a la mía, sin más separación que la de las gotas de agua escurriéndose por ellas. Me obligué a concentrarme en cualquier otra cosa, pero era difícil no advertir que a ella comenzaba a transparentársele todo por el agua. Sin darme cuenta estaba memorizando los lunares y las manchitas oscuras que adornaban su piel. La situación me estaba superando de tal manera que ya ni sentía el agua helada.
—¿Por qué me preguntaste el otro día esas cosas? —dijo en voz baja. Incluso con el pelo totalmente pegado a la cara parecía brillar.
—¿De verdad tenemos que mantener esta conversación aquí?
—No me has dado otra opción. Ni micrófonos ni cámaras. Como a ti te gusta.
—¿Y si nos ve alguien? ¡Puede que ya estén subiendo a por ti o algo!
Zoe se apartó el agua de la cara con la mano y su brazo quedó entre nuestros pechos.
—He entrado en vuestra habitación antes de que volvieran a bajar las cámaras. Hasta donde ellos saben, estás solo. Y ahora responde.
Aquello era surrealista. ¿Cómo quería que me concentrara estando los dos tan cerca y tan mojados? No quería hablar, no quería pensar, ni siquiera me veía con fuerzas para preocuparme.
En un arrebato, enredé mis dedos en su cabello empapado, me incliné sobre ella y devoré sus labios con ansiedad. Zoe, lejos de amedrentarse, me agarró de la cintura y de la espalda y me atrajo hacia ella. Nuestras lenguas parecían luchar por recuperar terreno en la boca del otro. La saliva se mezclaba con el agua que se colaba por nuestros labios. Mis manos se deslizaban por su piel como una gota más. Pronto los besos dejaron de parecerme suficiente. Quería más, lo necesitaba.
Pero ella se apartó. Yo me quedé unos instantes boqueando, como si me faltara el aire.
—Aarón, por mucho que me esté gustando esto, y evidentemente a ti también —añadió bajando los ojos—, estoy aquí porque quiero que me digas qué está pasando. Si es tu prueba, puedes contármelo, nadie se va a enterar. Pero necesito la verdad.
¿De qué hablaba? ¿Pruebas? ¿Verdad? Mi mente seguía a la deriva en el beso interrumpido.
—No era nada más que curiosidad —le mentí, deseando que aquella respuesta le bastase y pudiéramos seguir con lo que estábamos haciendo. Aunque nuestras lenguas se hubieran separado, nuestras manos seguían acariciando la piel del otro sin descanso.
Zoe ronroneó suave cuando metí la mano debajo del sujetador.
—Aarón, para… para un momento…
¿Que parase? ¿Se daba cuenta de lo que me estaba pidiendo? Ella se apartó y dejamos de tocarnos. Tuve que hacer un esfuerzo titánico para estarme quieto. Poco a poco fui recuperando la razón. ¿Cuántos minutos llevábamos allí dentro? Pronto alguien se daría cuenta de nuestra ausencia. Llamarían a la puerta. Nos descubrirían. Me concentré en lo que quería decirle.
—Te lo pregunté porque necesito ganar —respondí—. Mi premio es quedar libre de Develstar. Romperán mi contrato con ellos.
—¿Y por qué quieres romperlo? —me preguntó contrariada.
—Zoe, esta gente no es lo que parece. Son crueles y despiadados.
—¿Te han hecho daño? —De pronto parecía asustada. Tuve que contenerme para no abrazarla.
—No van por ahí con cuchillos y mordazas, si es lo que te preocupa —le dije con una sonrisa—. Pero nos engañaron a mi hermano y a mí para echarle a él y que yo me quedara. Me amenazaron: o permanecía con ellos los próximos diecinueve meses restantes, o denunciarían a Leo.
De pronto el agua me pareció fría de verdad, pero no quería moverme; no quería despegarme de Zoe.
—Me aseguraron que si ganaba el concurso… me dejarían libre —repetí—. Esa fue la única razón por la que acepté.
Ella guardó silencio unos instantes con el rostro compungido, como si estuviera valorando la gravedad de la situación. Ya no quedaba ni rastro del deseo que había brillado en sus ojos unos instantes antes.
—Estoy diciendo la verdad —insistí agarrándola suavemente de los brazos. No me atreví a mirarla cuando dije—: Por eso necesito que abandones el programa, como hizo Camden.
Zoe levantó la mirada, pero fui incapaz de descifrarla. ¿Estaba ofendida por mi insinuación? ¿Dolida?
—Aarón, no voy a marcharme —me aseguró tácita. Su voz sonó tan fría como el agua que nos envolvía—. He luchado mucho por llegar hasta aquí, y cada minuto que paso en este programa es un minuto más que la gente se queda con mi nombre, con mi cara… con mi música.
—Pero ¿no lo entiendes? ¡Si ganas serás suya! ¡Te explotarán como han hecho con el resto de nosotros!
—Que a ti te haya ido mal no significa que al resto les trataran igual. No veo que ninguno se queje…
Su comentario me perforó el pecho.
—¡A lo mejor es que no conoces todas sus historias! ¡A lo mejor es que Develstar ya no es como era antes! Tú no sabes de lo que son capaces… —repetí. Para mí esa frase contenía todas las razones por las que querer huir, ¿por qué ella no podía verlo?—. Te lanzan al estrellato, eso es verdad, pero al final acabas perdiendo el control de la situación y de tu vida. Después solo te queda cumplir órdenes y más órdenes. Zoe, escúchame, por favor: me importas demasiado como para ver cómo te hundes en este agujero. Develstar te regalará una vida nueva, pero te robará todo lo que eres.
—¡Pero es que yo no soy nada! ¡No tengo nada! —exclamó en voz baja, sonriendo con tristeza—. Aarón, esto es un billete dorado para mí. ¡Yo no era nadie hasta que comenzó el programa! Solo una cría que bailaba y tocaba el violín en su cuarto; que vivía con una mujer a la que no le importaba lo más mínimo si entraba en la universidad o moría de hambre debajo de un puente mientras ella siguiera recibiendo las ayudas del Estado. El señor Gladstone me ofreció la oportunidad de brillar y no pienso desaprovecharla.
Una parte de mí entendía perfectamente lo que decía, pero la otra… la otra no podía aceptarlo.
—No voy a permitirlo —le aseguré, y me sentí un traidor—. Te aprecio demasiado como para ver cómo te convierten en otra persona.
Zoe negó en silencio antes de buscar mi mirada con sus ojos tristes.
—Voy a luchar por ganar, Aarón. Con uñas y dientes. Tú has cometido tus errores. Al menos déjame tener la oportunidad de cometer los míos.
Y sin darme tiempo a responder, abrió la mampara de cristal y salió de la ducha. Se secó un poco el cuerpo con una toalla y se puso la ropa. No volvió la mirada ni una sola vez. Salió por la puerta y yo me quedé allí solo, mirando mi reflejo en el cristal y aterido de frío.
Al menos, me dije, podía dejar de pensar que Zoe era un cebo que me habían puesto los de Develstar para mí. Igual que todos, era una víctima, aunque no quisiera creerlo.
Aún con el pelo húmedo y de camino al piso de abajo me crucé con Shannon. Tal y como llevaba haciendo las últimas semanas, me saludó con un movimiento de cabeza sin dirigirme la palabra y siguió su camino. En cualquier otra ocasión lo habría dejado correr, pero no entonces. No sé si fue porque me sentía con las pilas cargadas después del beso con Zoe o si, simplemente, estaba cansado de despertar cada mañana en un campo de batalla. El caso es que, antes de que ella llegara a las escaleras, la agarré del brazo y le pedí que esperase un momento.
Shannon se volvió hacia mí y respiró hondo, como si el hecho de que le dirigiera la palabra le produjese urticaria.
—Quiero saber si tienes algún problema conmigo —respondí cuando me preguntó qué quería—. Si te he hecho algo de lo que no sea consciente me gustaría arreglarlo ahora.
La chica apretó los labios como un ratón antes de contestar. Supe que, debido a las cámaras, meditó la respuesta antes de hablar.
—Pues sí, sí que tengo un problema. Pero me temo que es algo que solo me atañe a mí.
—No cuando lo único que haces es ponerme malas caras y soltar un gruñido cada vez que tengo que hablar contigo. Y no pienso dejarte sola hasta que me digas qué pasa.
Volvió a aguardar unos instantes, pero yo no aparté la mirada de la suya. Todavía.
—Digamos que mi mayor defecto y mi mayor virtud es que soy muy competitiva. Demasiado, a veces. —Asentí en silencio. Ella me miró y frunció el cejo—. ¿Qué? ¿No es suficiente con eso?
—No. Eso no explica por qué te caigo mal desde que nos conocimos.
Ella suspiró y levantó en el aire el mechón de pelo que llevaba suelto sobre la frente.
—No me caes mal. Es solo que… —Se miró el micrófono de la solapa y después me agarró de la mano—. Acompáñame a mi habitación un momento.
Una vez allí, abrió la maleta y sacó una bolsa de pipas. ¿Le había entrado hambre de pronto? Nos sentamos en su cama.
—No es que me… caigas mal… —repitió en voz muy baja y mordiendo una pipa cada pocas palabras. Enseguida advertí que con aquella táctica tan simple, mordiendo las cáscaras, estaría camuflando su voz—. Es que… os veo a todos… como contrincantes. Me gustaría… poder ocultarlo mejor… pero soy incapaz… de ir por la espalda… Así que antes… que mentirte… prefiero dejarte claro… desde el principio… que no vamos… a ser amigos. No aquí dentro. Necesito ganar.
Escupió en la mano la cáscara del último fruto seco y me miró. Realmente Develstar había hecho un trabajo perfecto escogiendo a los concursantes del programa y ofreciéndoles premios que no pudieran rechazar y por los que harían cualquier cosa para alzarse como ganadores. Me pregunté qué le habrían prometido a alguien como Shannon, que aparentemente tenía todo lo que podía querer y necesitar.
—Así que nada de ser amigos, ¿eh? —dije. Ella se encogió de hombros—. Pero no porque te caiga mal, ¿correcto?
—Correcto —dijo.
—En tal caso, dejaremos nuestra amistad en «Pause», y ya hablaremos cuando esto acabe.
Le acerqué mi mano libre y ella, tras unos instantes, me la estrechó. Su sonrisa me confirmó que, aunque le fastidiara, ya había empezado a cambiar de opinión.
Bajamos juntos al comedor justo cuando los demás estaban terminando de almorzar.
Mientras Zoe charlaba y reía y comía con su habitual voracidad, yo sentía un nudo en el estómago y la boca seca cada vez que revivía los instantes que habíamos compartido bajo el agua apenas unos minutos antes. Solo quería volver a la ducha con ella y terminar lo que habíamos dejado a medias. El recuerdo de su cuerpo semidesnudo pegado al mío me nublaba la mente y me secaba la garganta. Incluso el dilema de Develstar y el reality habían pasado a ocupar un segundo plano.
No me avergonzaba particularmente reconocer que, a mi edad, seguía siendo virgen. Sabía que hoy día lo habitual era estrenarse a los dieciséis años, si no antes. Pero en mi caso, ya fuera por mi vergüenza innata o porque, directamente, apenas había salido con chicas (y las pocas por las que había sentido algo especial habían durado a mi lado un suspiro), no había tenido oportunidad.
Todavía recuerdo el día que Leo intentó contarme cómo había sido su primera vez. No recordaba el nombre de la chica (y estoy seguro de que él tampoco), pero sé que fue en su cuarto, una tarde en la que mis padres se habían llevado a mis hermanas a no sé qué sitio y yo me fui con David y Oli a ver una película. Lo sé porque me lo dijo él mismo cuando llegué a casa y le pregunté a qué venía esa sonrisa triunfante y engreída. En qué momento… En cuanto comenzó con los detalles, me encerré en mi cuarto y subí el volumen de la música hasta ahogar sus palabras.
Sin embargo, de vuelta al presente, a la ducha, bajo el agua, con Zoe agarrada a mi espalda y yo a su cintura, no había sido capaz de imaginar ni desear nada que no estuviera relacionado con fundirnos en un solo cuerpo. Me sorprendí al descubrir que, de no haber sido en aquellas circunstancias, habríamos hecho el amor. Lo habríamos hecho sin ningún reparo ni vergüenza ni duda por mi parte. Lo había necesitado y deseado tanto como lo necesitaba y lo deseaba entonces, sentados uno junto al otro en la mesa del comedor. Y solo la impotencia de saber que era un deseo inalcanzable me abrasaba por dentro. De hecho, apenas terminé el café, pedí que me disculparan y subí a toda prisa a mi habitación en busca del cuaderno de partituras para desahogarme.
Sin embargo, mi angustia no hizo más que aumentar cuando metí la mano bajo la almohada y descubrí que no había nada debajo.
Hecho una furia y temiéndome lo peor, salí de allí echando humo y desde la barandilla del piso de arriba grité con todas mis fuerzas quién me lo había robado.
—¡¿Quién tiene mi cuaderno?! —repetí al borde de un ataque—. ¡¡¡Devolvédmelo!!!
El resto de mis compañeros aparecieron de diferentes lugares de la casa, alertados por los gritos.
—Quiero que me lo devolváis —dije con la misma rabia contenida.
—Aarón, tranquilízate. Podemos ayudarte a buscarlo… —sugirió Zoe desde abajo.
Cuando apareció Jack, le señalé con el dedo.
—Sé que has sido tú. ¡¿Qué coño te crees que haces?! ¿No sabes lo que es la propiedad privada?
El muy cínico levantó las manos en gesto de paz e inocencia.
—Tío, se te ha ido la olla. No sé de qué cuaderno me hablas, pero te va a estallar la vena del cuello como no resp…
—¡Déjate de gilipolleces y devuélvemelo! ¡Sé que lo tienes tú!
Y me dirigí a las escaleras dispuesto a pegarme si era necesario cuando Kimberly apareció con gesto serio.
—¿Es este? —preguntó. En sus manos llevaba mi cuaderno.
Bajé deprisa, arrastrando conmigo a Shannon y no me detuve hasta tener en las manos mi particular diario.
—¿Dónde lo has encontrado?
—Un «gracias» sería suficiente —dijo ella. Pero al ver mi gesto, respondió—: Estaba entre los cojines del salón. Se te debió de caer.
—No es verdad —le espeté—. El cuaderno estaba en mi habitación.
—¿No lo has bajado ninguna vez? —preguntó Chris con tono apaciguador.
Iba a responder que no, pero entonces recordé que durante la noche sí que lo había bajado. ¿Y si Kimberly no mentía? ¿Y si, por culpa del cansancio, lo hubiera dejado allí sin darme cuenta?
Todos me miraron aguardando una respuesta. A falta de pruebas concluyentes, tuve que admitir que sí.
—Muy bien, ya has montado el numerito de la semana —comentó Jack—. ¿Vas a pedirnos disculpas ahora o esperamos a la gala del domingo?
Me temblaban los puños cuando les pedí perdón. Una vez satisfechos, cada uno regresó a sus quehaceres y yo me quedé a solas con Zoe, Chris y Shannon.
—Esta casa me está volviendo loco… —dije sentándome en los primeros peldaños de la escalera.
Chris se sentó a mi lado y me pasó un brazo por encima de los hombros.
—Créeme, no eres el único.