Raise your hopeful voice you have a choice
You’ll make it now.
Glen Hansard, «Falling Slowly»
El tema de Once estaba salvándome la semana. Y de qué manera.
Desde que volvimos de la gala se había instalado en la casa una atmósfera extraña y asfixiante por encima de la opresión de las cámaras y de los micrófonos, de los miles de ojos que nos observaban.
Ahora nosotros también nos mirábamos de manera distinta, esperando que en cualquier momento alguno se abalanzara sobre los demás con un cuchillo en las manos o decidiera comenzar a insultar al resto sin razón (ambas opciones poco probables, lo sé, pero tenía la imaginación disparada). Y es que lo peor era la incertidumbre.
Shannon, ya de por sí fría y distante, se había vuelto de repente intratable. Las pocas veces que intenté entablar conversación con ella me replicó con un cortante «Si no lo sabes tú, no sé por qué debería saberlo yo» o «A veces se te olvida que esto es un concurso. Deberías preocuparte más por ti y menos por los demás».
Intenté no tomármelo como algo personal, pero después de unos cuantos dardos envenenados más preferí desaparecer de su radar. El problema era que no solo ella parecía haberse transformado: Camden cada vez se comportaba de una manera más extraña con Zoe, aprovechando cualquier oportunidad para arañar minutos al día y quedarse a solas con ella. Y dado que no había nada entre nosotros, me comporté de la manera más prudente y les dejé espacio para ver si el inglés reunía el valor para decirle lo que tuviera que decirle a Zoe, no sin sentir, desde luego, cierta quemazón en la boca del estómago.
Por otro lado, estaba Chris, quien daba la sensación de estar en un continuo estado de alerta, dispuesto a salir corriendo al menor enfrentamiento. Sus compañeros, por el contrario, parecían uña y carne, y rara vez se mostraban en bandos separados cuando se desataba algún conflicto. Incluso aquello me pareció sospechoso. ¿Había sido Owen siempre así de pesado? Y Jack, ¿no se estaba esforzando por ser aún más desagradable? Como si hubiera algo que le preocupara y lo pagara con todos, y en particular con Chris.
Como era de esperar, la única que parecía ajena a todos los malos rollos de la casa era Kimberly, que revoloteaba de un lugar a otro con su perenne sonrisa y sus buenas intenciones de intentar solucionar todo lo que estuviera en sus manos (y lo que no) para que reinaran la paz y la armonía. Sabía que la chica lo hacía con buena intención, pero tanto positivismo rayaba en lo absurdo.
Al menos podía seguir componiendo mis canciones y escribirlas en el cuaderno de partituras para desconectar del mundo. La música siempre actuaba como un bálsamo para mis nervios. Al menos aquellas eran unas reglas que entendía y que podía asimilar con facilidad. Corcheas, semicorcheas, blancas, negras, escalas, arpegios… Incluso los sentimientos eran algo soportable y comprensible cuando aparecían limitados en compases y pentagramas, troceados en sílabas y repartidos entre las notas de una canción.
Durante el desayuno del viernes, la directora, Viviana Morrison, irrumpió en el comedor vestida de punta en blanco con un traje de falda negro. No veíamos a la directora desde el domingo anterior, y era extraño cruzarse con ella en los pasillos de la mansión. Todos suponíamos que, o bien se pasaba las horas en su despacho, o bien su presencia en la escuela era más simbólica que otra cosa y la mayor parte de la semana estaba fuera disfrutando de la libertad que a nosotros se nos negaba.
—Buenos días a todos —dijo con tono serio y con las manos en la cintura—. Quiero que os reunáis conmigo en la sala de baile dentro de veinte minutos.
Sin tiempo a preguntarle qué ocurría, giró sobre sus tacones y se marchó por donde había entrado. Quienes no habíamos terminado de desayunar nos miramos con extrañeza.
—Esto va a ser divertido… —masculló Zoe a mi lado con voz sombría.
Cuando terminamos, nos dirigimos al lugar indicado y esperamos sentados en las sillas que había pegadas a la pared de espejo hasta que estuvimos los ocho concursantes. Nadie hablaba, nadie preguntaba a qué venía esa reunión sorpresa ni si eso supondría que las clases terminarían más tarde. Entonces entró la directora con una carpeta en la mano, avanzó hasta el centro de la sala y, al vernos, chasqueó la lengua.
—No, quiero que os sentéis en círculo, a mi alrededor, en el suelo. Como amigos, porque eso es lo que sois: amigos, sí, también sois compañeros y contrincantes, pero por encima de todo, amigos. Así que, venga, deprisa, colocaos aquí. —Y dio una vuelta completa sobre sí misma por si a alguien le cabía alguna duda de qué era un círculo.
Con reticencia, y no sin algún que otro gruñido, nos colocamos como quería. Zoe se sentó a mi izquierda y Owen a mi derecha. La única que parecía encantada con aquella actividad improvisada era, una vez más, Kim-Kim, que no dejaba de sonreír y de frotarse las manos como si nos fueran a entregar un premio. Puse los ojos en blanco y me pregunté una vez más si no le faltaría algún tornillo.
—Me entristece ver cómo el ambiente parece haberse enrarecido entre vosotros durante la última semana —dijo Viviana pasando su mirada de uno a otro e impostando la voz con la misma sutileza del primer día—. Lo que la primera noche me pareció un grupo sólido de artistas dispuestos a aprender y a mostrar al mundo de lo que eran capaces se ha deshecho, ¡ha desaparecido! Por eso les he pedido a los profesores que me dejaran convocar esta reunión de urgencia para intentar solucionar la situación.
Respiré hondo y apoyé la barbilla en mis manos. Era tan patético ver cómo la mujer era incapaz de aprenderse ni un par de frases y que tuviera que leer todo el discurso en sus tarjetas…
—Para ello —prosiguió—, quiero que cada uno de vosotros se vaya poniendo en pie y diga en voz alta el problema que más le afecta en este momento, y que el resto intentemos ayudarle a solucionarlo.
—¿Y si el problema es una persona…? —preguntó Shannon examinándose las uñas distraída. Incluso de chándal o recién terminada una actividad agotadora, aquella chica siempre parecía lista para conceder una entrevista por televisión de lo natural y bien maquillada que iba siempre. Supuse que la desbordante confianza que tenía en sí misma hacía la mayor parte del trabajo.
—¡Si el problema es una persona, razón de más para que intentemos resolverlo cuanto antes! —respondió la directora entusiasmada ante la idea. Por supuesto, ¿qué mejor oportunidad para conseguir audiencia? A punto estuve de volverme hacia la cámara más cercana y saludar con energía—. Venga, ¿quién empieza?
La sensación de estar en un campamento volvió a asaltarme como la primera noche. Aquello parecía una de esas actividades que los monitores organizaban alrededor de la hoguera.
—Vamos, chicos, no os dé vergüenza. Estamos en familia, y una familia resuelve las cosas así.
Mentira, las familias resolvían las cosas callando y dejando que el tiempo limase las asperezas; al menos la mía.
—¿Sí, Kimberly?
Me volví a mi izquierda, donde la chica había levantado la mano al son de las pulseras de corazones que llevaba en la muñeca.
—Yo… yo estoy así porque echo de menos a Bianca —confesó—. Ha sido como encontrar un alma gemela y sé que me va a costar mucho seguir adelante sin ella.
La última parte la había dicho llorando. Viviana se acercó a ella y, poniéndose de rodillas a su lado de una manera bastante ortopédica por culpa de la ajustada falda que llevaba, la abrazó.
—Todos te comprendemos, Kimberly. Pero precisamente por eso, ¿no crees que deberías poner todas tus energías en ganar este concurso?
Ella se sorbió los mocos y asintió. Este ejercicio resultaba cada vez más patético… y acabábamos de empezar.
—¿Alguien más quiere compartir sus problemas? Por favor, chicos, hablad con total franqueza. Estamos aquí para ayudarnos entre nosotros.
El siguiente en alzar la mano fue Jack. Con voz grave contó que desde hacía varios días estaba viendo cómo algunos de nosotros nos oponíamos a cualquier idea que él u Owen propusiesen.
—En los ratos libres he intentado organizar competiciones en la piscina o con los juegos de mesa que el programa nos cedió amablemente durante la primera semana, pero siempre que intento reunir a todo el mundo, hay quienes se niegan a participar.
Sus ojos se posaron en Zoe y en mí. Tuve que morderme la lengua para no responder que, si la mayoría de las veces Zoe y yo nos escabullíamos de sus grandiosos planes, era porque a nadie le gustaba tener que soportar en silencio los insultos velados e injustificados de ellos dos. Pensé que, dejando atrás el Diógenes Laercio, había dejado allí también las últimas confrontaciones con matones, pero intuí que sin su ración de abusones, aquel lugar solo sería una casa y no una casa-escuela.
Parecía como si a Jack le molestara que hubiéramos trabado tan buena amistad con Chris y prefiriésemos su compañía a la de él y Owen. Tampoco ayudaba que durante las clases que coincidíamos, o en el comedor, o en la misma habitación antes de dormir, siempre tararease la melodía del tema de Castorfa y, cuando le mirase, dibujara un corazón con los dedos. Y por si todo eso fuera poco, aprovechaba cualquier oportunidad para recordarle a Zoe la suerte que tenía de ser una desconocida y lo duro que era ser tan famoso como ellos. Lo peor de todo era que lo hacía en momentos en los que sabía que las cámaras no grababan o en voz muy baja cuando se quitaba el micrófono para dormir.
—Aarón, ¿quieres añadir algo al respecto?
Mi nombre me sobresaltó.
—¿Yo? No. Estoy bien.
Viviana chasqueó la lengua, como decepcionada.
—¿No entiendes que estamos aquí para corregir los errores de los últimos días?
Comprendía que estábamos allí para provocar una situación tensa que después pudieran comentar en otros programas de la cadena, nada más. Por supuesto, aquello me lo guardé para mí, y en su lugar me encogí de hombros y dije:
—Puede que a veces dé la sensación de que no quiero pasar tiempo jugando, pero a veces prefiero aprovechar los ratos libres para practicar con la guitarra y componer. Dado que se trata de nuestros ratos libres… creí que no habría ningún problema en ello.
Intenté modular la voz para que sonara inocente y dolida, aunque no sabía si el gallo que me había salido casi al terminar había resultado convincente.
—Y no lo hay —me aseguró la directora apiadándose de mí—, pero hay una línea muy fina entre querer estar solo y ofender a alguien con tu indiferencia.
—¡Yo no me he mostrado indiferente! —repliqué.
—Aarón, por favor, cálmate. Es una manera de hablar, no me refería a ti.
Detrás de la directora, Jack me guiñó un ojo. Fue algo tan rápido que creí que lo había imaginado.
—¿Puedo añadir algo?
Todos nos volvimos hacia Kimberly, que parecía haberse calmado de su ataque anterior. Cuando Viviana le dio permiso, dijo:
—Estoy de acuerdo en que si Aarón quiere pasar tiempo a solas, debería poder hacerlo… Pero creo que es mi deber decir la verdad, ya que Aarón puede que tenga miedo. —Mis cejas se unieron en un gesto interrogante al oír aquello. ¿De qué estaba hablando esa tarada? ¿Miedo de qué?—. Creo que todo el mundo debería saber que Jack no ha dejado de atacar a Aarón desde que comenzó el concurso a base de insultos y bromas crueles, invisibles al ojo incluso del espectador más avispado.
La boca se me quedó seca de repente. Sin tiempo a reaccionar, prosiguió con su discurso:
—Pero a mí me parece que no es culpa ni de uno ni de otro. Creo… —y aquí hizo una pausa dramática en la que toda la piel se me puso de punta— que Aarón muchas veces se niega a participar en las actividades que Jack propone porque existe una rivalidad casi física entre sus auras. Son como… como dos machos alfa destinados a enfrentarse y a rechazarse sin saber muy bien por qué. —Todos estábamos tan alucinados con lo que escuchábamos que ninguno dijimos nada, así que ella continuó hablando—. O sea, que si no me equivoco, su enfrentamiento es algo ancestral, algo que trasciende el momento y espacio actuales, algo casi animal y que en el fondo ninguno puede controlar. Y como Aarón es evidentemente más débil que Jack, dado que, no te ofendas, tu parte femenina está mucho más desarrollada que la masculina, parece que Jack es el opresor cuando ambos son en realidad víctimas. Víctimas de una situación que escapa a la razón.
En el silencio que siguió a su intervención fuimos capaces de oír cómo las cámaras de las esquinas zumbaban suavemente enfocando nuestras caras.
—Pero qué dice esta puta loca…
Las palabras saltaron de mi boca casi con vida propia, sin darme cuenta de que lo había pensado en voz alta. Enseguida me di cuenta del error.
—¡Aarón! —exclamó la directora horrorizada.
—Lo siento —musité lívido. Pero no sirvió de nada. Al tiempo que Jack y Owen me fulminaban con la mirada, como si hubiera insultado a sus propias madres, Kimberly comenzó a llorar.
Primero fue un suave gemido, pero enseguida se convirtió en un sollozo que fue a más. Tragué saliva, sintiéndome de pronto el ser más cruel y despiadado del universo. Pero no me moví, ni dije nada. Me quedé en mi sitio, mirándola avergonzado. Cuando se levantó a trompicones del suelo bajé la vista.
—Solo quería ayudar —dijo ella secándose con el dorso de la mano las lágrimas—. Perdona por preocuparme por vosotros…
Y dicho esto, se marchó corriendo.
Viviana dio por concluida la reunión y nos pidió que nos dirigiéramos a la clase que tuviéramos. Pero antes de llegar a la puerta me pidió que me acercara.
—Lo que acaba de ocurrir… —dijo negando con la cabeza—. Así no se resuelven las cosas, Aarón. Así, no.
No parecía que lo pensase de verdad. Más bien era como si estuviera encantada de poder improvisar un papel que no había esperado interpretar esa mañana. Para hacer más patente su fingida frustración, se llevó una mano a la frente y cerró los ojos.
—En nombre del programa y de la casa-escuela, solo espero que vayas cuanto antes a pedirle disculpas a Kimberly por lo que le has dicho.
Asentí sin mirarla. Esperé unos segundos hasta que me dijo que podía irme y, con la cabeza gacha, salí de la sala de baile y enfilé el pasillo camino de la habitación de los chicos.
—¡Aarón!
No me volví. Seguí andando hasta que Zoe me cortó el paso y tuve que parar.
—¿Adónde vas? ¿Qué te ha dicho? —preguntó asustada.
—Déjame pasar, Zoe.
La esquivé y seguí mi camino.
Como imaginaba, mi amiga no se dio por vencida y la oí entrar en la habitación detrás de mí.
—¿Qué vas a hacer?
—¿No tienes clase ahora?
—A mí no me hables así, Aarón —me advirtió, y yo me sentí incluso peor que hacía unos segundos—. Además, no puedo dar clase si mi único compañero está… ¿haciendo la maleta? ¡¿Qué estás haciendo?! —repitió más alterada.
—Me marcho —respondí con brusquedad.
—¿Adónde?
—¿Adónde va a ser? ¡A casa! Lo dejo. No lo soporto más. Estoy hasta las narices de esta locura. ¡Hasta las narices!
Mientras alzaba la voz, iba empacando toda mi ropa de cualquier forma.
—Aarón, por favor, para y habla conmigo. No puedes irte. No puedes…
—¡Sí que puedo! ¡Sí que puedo! —repetí, como para convencerme a mí mismo—. ¡Puedo hacer lo que me dé la maldita gana!
Cuando me volví hacia ella, sentí que el corazón me latía desbocado en el pecho. Las manos me temblaban entre los dobleces de la camiseta que arrugaba entre los dedos, pálidos por la fuerza. De repente sentí miedo de mí mismo. De la furia desbocada que parecía envenenar cada gota de mi sangre, de mi respiración entrecortada…
Quería pensar que me daban igual las cámaras y los micrófonos, pero no era así. Me habría gustado tranquilizarme por Zoe o por mí mismo, pero me obligué a hacerlo por esos miles de ojos invisibles que ahora debían de estar pegados a sus pantallas disfrutando del espectáculo que les estaba ofreciendo.
Zoe se acercó a mí y, sin pronunciar palabra, me quitó de las manos las zapatillas que intentaba meter a presión en la maleta. Después me hizo girarme y me abrazó. La diferencia de estatura era evidente, pero por un momento me sentí protegido por un gigante.
Ella siguió sin decir nada. Se limitó a acariciarme la espalda en círculos y yo me concentré en ellos, temeroso de volver a dejarme llevar otra vez por la cólera.
—Ya está… —musitó a mi oído entonces.
Pero no estaba, y yo lo sabía. Era una bonita mentira que me habría gustado poder creer. Sabía que nada estaría hasta que acabara el programa y yo hubiera ganado y pudiera escapar de la cadena perpetua en la que se había convertido mi vida. Y después de lo que acababa de suceder, era posible que eso no ocurriera nunca. La había fastidiado pero bien. Podía imaginarme a Leo ahogando un grito y tirándose de los pelos ante mi estupidez. ¿Cómo podía haber perdido los papeles de esa manera? ¿Cómo había podido insultar a esa chica sin ton ni son? ¿Y a qué veían aquellos alaridos a Zoe? ¿Quién era yo y qué habían hecho conmigo?
—Lo siento… —musité poco después—. No debería haber… No sé qué me ha pasado.
—Chissst. Aarón, ya lo sé. Todos estamos igual.
—Me quiero ir —confesé en voz muy baja, aunque imaginé que el micrófono habría recogido mi sonido—. Esto no es para mí…
Zoe esperó unos instantes antes de preguntar quién me lo impedía.
—Yo —contesté tras unos segundos—. No puedo marcharme. Por mí, por Leo y por todos los locos que confían en que puedo ganar… Por ti también.
Ella esbozó media sonrisa y me acarició la mejilla despacio.
—Y yo te lo agradezco.
Nos quedamos en silencio, mirándonos y diciéndonos con los ojos todo lo que no queríamos que escuchara el mundo entero. Al menos eso quise pensar. Al menos eso hacía yo. Por un segundo me planteé la posibilidad de inclinarme, atraerla hacia mí y acercar mis labios para besarla con la intensidad que ahora me ardía en las venas. Pero en ese instante, Chris entró a coger algo de su armario y Zoe y yo nos separamos como si nos hubiera pegado una descarga.
—¿Interrumpo algo? —preguntó mi compañero de habitación.
—Nada —contesté yo, amagando una sonrisa. Cuando volvimos a quedarnos solos, Zoe dijo:
—Alegremos un poco el día, ¿te parece?
Cogí mi guitarra y bajé tras ella camino del aula de canto.