Streetlight people,
living just to find emotion
Hiding, somewhere in the night
Journey, «Don’t Stop Believing»
Llevábamos una semana y la tensión en la casa amenazaba con hacernos perder los nervios a todos. Tanto era así que hasta me veía incapaz de concentrarme en las clases de canto.
Si antes de entrar sabía que lo de actuar no era lo mío, en aquellos seis días pude corroborar que, además de no ser lo mío, lo odiaba con todas mis fuerzas. No ayudaba tampoco que el profesor Thomas Miller pensara que estábamos en una base militar y solo se dirigiera a nosotros de malhumor y a gritos. En un principio pensé que estaba interpretando el típico papel de profe malo, pero enseguida vi que el desprecio que profesaba hacia el resto de la raza humana era algo tan innato y natural en él como las canas de su cabello. Solo con Camden mostraba la suficiente misericordia como para pedirle las cosas por favor.
Por suerte, en esa primera semana apenas tuve clases de interpretación y de modelaje, dado que mi prueba semanal consistía en cantar. Sabía que mi dicha no duraría demasiado, pero quería aprovechar lo único bueno de mi estancia en la casa-escuela desde que entré.
Cada mañana, antes incluso de abrir los ojos y de advertir la cámara de vídeo que había sobre mi cama registrando todos mis movimientos, debía recordarme por qué había regalado de ese modo mi privacidad y cuál sería mi premio si salía victorioso. Ahora que estaba leyendo La Odisea, me sentía como un Ulises moderno, con cámaras de vigilancia, miradas afiladas y pruebas agotadoras en lugar de sirenas, cíclopes y la esperanza de regresar a casa.
Pero sin duda, lo peor de todo era tener que soportar la presencia de Bianca. Ella era la principal culpable de que se produjeran los silencios incómodos durante las comidas, que los ejercicios en equipo acabaran siempre en bronca o que, directamente, yo no pudiera mantener una simple conversación con Zoe.
Bianca había pasado de ignorarnos a hacerse la víctima, para después volver a ignorarnos y terminar, como todos esperábamos, estallando y amenazando a la pobre Zoe de intentar robarle el chico. Todo en un tiempo récord de cuatro días.
—¡Estoy harta! ¡¿Por qué me tiene que pasar esto a mí?! En serio, ¿qué le he hecho?
Sus gritos volvían a inundar toda la casa. Dondequiera que te escondieras, podías oírla. A Bianca le había vuelto a dar una rabieta después de comer y se encontraba en su habitación llorando en la cama como si le hubieran cortado un brazo.
El único lugar en el que de verdad llegaba a sentirme protegido y libre de gritar, llorar o golpear cosas a placer era dentro de las duchas del baño. El resto de la mansión era como si tuviera las paredes de cristal. Pero lo más desesperante de todo era el modo en que se transmitía el sonido a poco que estuviera todo en silencio y te concentraras. Más aún si la persona que hablaba lo hacía a gritos.
—¡¡¡Yo solo quería ser su amiga!!! —seguía gritando la francesa.
—Jo, Bi, cálmate, porfa —me llegó la voz amortiguada de Kimberly, que la estaba intentando consolar—. ¿Quieres que te traiga un batido de chocolate? A mí eso siempre me anima.
Zoe se encontraba en el salón, sentada conmigo en el sofá, con Camden y Shannon. Tras el último grito, resoplé y me puse un cojín en las orejas. El inglés esbozó una sonrisa de comprensión.
—¿Alguien me puede recordar una vez más por qué estamos en esta situación? —preguntó Zoe mientras reemplazaba las cuerdas más desgastadas de su violín.
—No te hagas la tonta —dije yo con socarronería—. Intentaste seducirme tirándome a la piscina hace unos días. Menos mal que soy un tipo duro y no me dejé engañar. Por desgracia, Bianca no lo ve igual.
—Ah, sí, tu novia, ¿no?
—Correcto. Mi novia.
Ambos nos quedamos en silencio tras mi respuesta antes de echarnos los cuatro a reír en voz baja. La situación, definitivamente, no podía ser más absurda. A nadie le cabía ninguna duda de que lo que Bianca buscaba era atraer toda la atención posible del público, pero ¿en serio no se daba cuenta de que estaba cavando su propia tumba? Desde el día anterior me pregunté si no le estaría afectando otra cosa. Cuando se lo comenté a los que estábamos en el salón, Camden preguntó:
—¿En serio crees que tiene… mono?
—Tampoco suena tan descabellado —intervino Shannon a su lado pintándose las uñas—. Si antes de entrar en la casa dices que no paraba de beber y aquí no ha probado ni una sola gota de alcohol, no me extraña que se suba por las paredes.
—¿Y por qué tiene que pagarlo conmigo? —quiso saber Zoe mosqueada—. ¿Qué culpa tengo yo de que su familia haya decidido encerrarla en esta casa en lugar de llevarla a un centro donde de verdad puedan ayudarla?
No bromeaba. Su mirada era franca y me pregunté si su intención no era darle que pensar a la madre de las hermanas.
—Zorra manipuladora.
Los cuatro dimos un respingo y nos dimos la vuelta. El bote de esmalte se derramó por la mesa y Shannon se apresuró a limpiar el desastre.
—Bianca, relájate… —la tranquilicé poniéndome en pie junto a Zoe.
—¡Ni se te ocurra decirme que me relaje! ¿De qué se cree que va esta? ¿Qué mentiras estás diciendo ahora para ponerlos a todos en mi contra? ¡¿Crees que soy una borracha?! ¡Dímelo a la cara si te atreves!
A cada frase, Bianca daba un paso hacia Zoe. Temiendo lo que podía suceder, salté por encima del sofá y me interpuse en su camino.
—Zoe no ha dicho nada.
—¡¿Ahora resulta que también estoy sorda?! —gritó la chica. No sabía si era parte de su disfraz, pero las ojeras, la falta de maquillaje y su escuálida figura daban verdadera lástima—. ¿Qué tienes que decir tú de mi familia?, ¿eh?
—He sido yo quien lo ha sugerido, Bianca —confesé.
—¿Que tengo problemas con la bebida? ¿Que necesito tratamiento? —Su mirada vidriosa se volvió de hielo cuando la dirigió a mí—. ¡Tú no me conoces! ¡Ninguno de vosotros me conoce! —Tras decir aquello, se echó a llorar. Pero su cuerpo, más allá de relajarse, pareció tensarse aún más y me preocupó que fuera a abalanzarse sobre alguien.
Kim fue tras ella para agarrarla del brazo y llevársela de allí, pero Bianca se zafó de un tirón. Aún no había terminado.
—¿Qué te he hecho yo? —preguntó con la voz desgarrada, buscando mi mano y agarrándola entre las suyas. Solo por un instante, me sentí el culpable de todas sus penas. Por un instante.
—Bianca, no me has hecho nada. Ni yo tampoco a ti. Por favor, olvídalo todo e intenta dormir. Come algo, ve afuera a que te dé el aire. Estás sacando las cosas de quicio.
Aquella última frase no tuvo el efecto sedante que había esperado, sino todo lo contrario. Soltó mis dedos y apretó las manos en puños.
—¡¿Ah, sí?! ¿Te parece que estoy sacando las cosas de quicio cuando esta niñata le está diciendo a todo el mundo que soy una borracha y que mi familia debería meterme en un centro de desintoxicación?
Puse los ojos en blanco, agotado de ella y del drama que estaba montando por algo que, ahora sí, se había vuelto más que evidente.
—Bianca, siento lo que he dicho. No debería haberme metido…
—No, no deberías haberte metido —la interrumpió con rabia contenida—. Porque no tienes ni idea de lo que es una madre que se preocupe por ti porque eres una estúpida huérfana que no le importa a nadie. Si quieres pensar que mi madre me ha metido aquí para corregir un problema con el alcohol, allá tú. Al menos no tengo que cargar con la conciencia de que ni siquiera mi familia adoptiva me soporta y me ha encerrado aquí para deshacerse de mí.
Toda la compostura que Zoe había mostrado desde el primer día con Bianca se vino abajo con aquellas palabras. Sus ojos se llenaron de lágrimas y las manos comenzaron a temblarle. Enseguida, la agarré de los brazos, le cogí el violín para que no se le cayera al suelo y me la llevé de allí antes de que la situación empeorara.
—Ni se te ocurra volver a dirigirme la palabra —le advertí a Bianca cuando pasé por su lado. No fue más que un susurro, pero esperaba que el micrófono de mi camiseta lo hubiera recogido sin problemas.
Con aquellas palabras, Bianca había firmado su sentencia. Ya fuera porque se había metido con quien no debía, o porque el público había dejado a un lado el morbo para castigarla, todos supimos que la francesa sería la primera expulsada.
La gala se desarrolló sin incidentes. Todos interpretamos nuestros papeles con suficiente calidad como para resultarme imposible decidir quién lo había hecho mejor. A pesar de ser solo la segunda vez que pisábamos el teatro, me embargó una relajante sensación de rutina. Ya sabíamos cuál era nuestro camerino, dónde nos maquillarían y peinarían, cuál era nuestro asiento, por dónde debíamos entrar al escenario o qué sensación provocaba tener a más de quinientas personas observándote en vivo…
Para no aburrirnos mientras llegaba nuestro turno, habían acondicionado una sala en la que podíamos disfrutar de las actuaciones de los demás, sentados en sillones y con un variado surtido de bebidas y comida a nuestra disposición.
Ese domingo, Zoe nos sorprendió a todos interpretando con el violín una canción de lo más marchosa que había compuesto a lo largo de la semana y que levantó al público de sus asientos. Si seguía dolida por las palabras de Bianca, no dio muestras de ello. El día anterior, cuando me la llevé al jardín para que se le pasaran los nervios tras la pelea se echó a llorar. Cuando paró, me pidió que no se lo volviera a recordar, y después sonrió con tanta intensidad que llegué a creerme que lo anterior había sido una mera ilusión.
Una vez que hubieron terminado las diez actuaciones y la parte de tertulia, donde mostraron algunos vídeos resúmenes de la semana, Helena Weils abrió el sobre rojo de las expulsiones y leyó en voz alta el nombre de la francesa.
—Con un setenta y seis por ciento de los votos, eres la primera estrella expulsada de T-Stars.
¿El setenta y seis por ciento? ¿Y qué había pasado con el otro veinticuatro? ¿Cómo podía haber gente que considerase que cualquiera de los otros ocho teníamos más razones que Bianca para abandonar el programa?
La chica, como cabía esperar, se echó a llorar, recibió los abrazos de Kimberly y después cruzó la pasarela para reunirse con su hermana. Desde mi asiento, miré a Leo y él me guiñó un ojo. Aparentaba estar tan tranquilo con aquella camisa azul, los vaqueros negros y su postura que tuve que contenerme para que no se me notara la envidia que me producía. También lo mucho que le echaba de menos.
Verle allí me reconfortaba infinitamente, pero sabía que solo podría hablar con él si me eliminaban. Así que sería buena señal si nos limitábamos a cruzar miradas desde esa distancia hasta que terminara el programa.
A continuación, el jurado nos sorprendió diciendo que para la siguiente gala tendríamos que actuar en parejas. El corazón me dio un vuelco de alegría cuando me tocó con Zoe. Supuse que no había sido casualidad, pero me daba igual. Era la mejor noticia desde que entramos en la casa.
Cuando terminaron de repartirse las parejas, Helena dio paso a publicidad y yo aproveché el descanso para ir al baño de los camerinos. Unos minutos después, de vuelta a la zona entre bastidores donde habían preparado un frugal piscolabis, oí unas voces susurrando que me hicieron pararme en seco. Oculto entre las sombras, me asomé para descubrir que se trataba de Owen y de Chris. Mientras el primero se encontraba apoyado en la pared, con los brazos cruzados y aparentemente tranquilo, el otro gesticulaba mucho, como si algo le preocupara.
—¿Cuánto tiempo más quieres que esperemos?
—El que haga falta. Ten un poco de paciencia…
—No me pidas paciencia. Tú no, por favor —le advirtió el chico rubio con el dedo en alto—. Solo necesito saber que el plan sigue en pie. Jack…
Owen le miró ofendido.
—No metas a Jack en esto. Dame tiempo, ¿de acuerdo? No es una decisión para tomar a la ligera.
—No, claro… —reconoció el otro—. Perdona, de acuerdo. Paciencia. Tienes razón.
—Como siempre —replicó el otro, y sin añadir nada más, se marchó de vuelta al plató. Yo me quedé allí en silencio sin moverme hasta que también Chris desapareció de mi vista.
¿De qué hablaban? ¿Qué querían hacer que tenían que esperar? Habían mencionado a Jack, pero solo de pasada. ¿Estarían pensando en echarle del trío y convertirse en un dúo? Sabía que no se llevaban muy bien con él, pero de ahí a acabar con los Three Suns…
En cualquier caso, ¿a mí qué más me daba? ¿No tenía ya suficiente con lo mío que ahora iba a preocuparme sin razón de lo que les sucediera a mis contrincantes?
Contrincantes. La palabra se me atragantó. ¿Cuándo había empezado a considerarlos de esa manera? Con Owen y Jack no había tenido apenas relación, pero sí con Chris. ¿También a él le consideraba un mero contrincante al que eliminar? Me obligué a dejar de darle vueltas a todo aquello y regresé al calor de los focos.
El aviso del regidor por los altavoces nos ordenó que regresáramos a nuestros puestos. Con la melodía del programa a todo volumen, Helena saludó de nuevo a la audiencia mientras el público agitaba desde sus asientos las pancartas y banderas que habían hecho. No muy lejos de mí se veía un póster en el que podía leerse:
¡AARÓN, PARA MÍ YA ERES LA ESTRELLA GANADORA!
Sonreí al descifrar el mensaje y pasé a leer uno que había en las gradas de más arriba:
AARÓN & ZOE. AMOR SIN COMPASES. AMOR SIN BARRERAS.
Me volví de inmediato hacia donde se encontraba Zoe, pero estaba entretenida hablando con Chris. Esperaba que no lo hubiera visto. Las mejillas se me tiñeron de rojo y tuve que mirar a otro lado. La necesidad de saber qué estaba ocurriendo fuera se intensificó. ¿Qué imagen estaban dando de mí las televisiones? ¿Se estarían burlando de lo que había ocurrido con Bianca? ¿Nos habían emparejado a Zoe y a mí sin que hubiera llegado a ocurrir nada? Aquello me estaba pareciendo un mal plagio de lo sucedido con Emma cuando rompimos, escasos tres meses atrás.
El estómago me dio un vuelco al recordar a Emma. Por primera vez desde que comenzó la locura del reality me pregunté qué estaría haciendo. ¿Lo estaría viendo? ¿Habría sido una de las personas de ese veinticuatro por ciento que había votado contra mí u otro de mis compañeros en vez de contra Bianca? Lo más lógico era pensar que se había mantenido al margen de la nueva locura de Devel-star y que, tal vez, ni siquiera supiera de la existencia del programa, pero…
Helena me trajo de vuelta a la realidad cuando mencionó, de nuevo, el incidente con Bianca y se acercó para hablar con nosotros sobre el tema. Aquel era el momento que más había temido. El momento de dar explicaciones.
—¿Cómo te encuentras, Aarón? —me preguntó sentándose a mi lado. De pronto noté todas las miradas puestas en mí y las cámaras apuntándome como metralletas.
—Bien —contesté. Sus ojos me indicaron que debía ser más explícito—. Eh… Creo que todos lo hemos pasado muy mal con esta situación, pero en el fondo es culpa de la tensión que se vive en la casa. Seguramente, fuera no habría ocurrido nada de esto. No lo sé…
—¿Es muy frustrante ver cómo dos amigas se pelean por ti?
Su pregunta me dejó completamente descolocado. ¿Amigas? ¿Zoe y Bianca?
—Bueno, sí, claro. Pero no creo que su amistad…
—Ahora que no está Bianca, ¿qué ocurrirá entre Zoe y tú? ¿Ya lo habéis hablado?
—¿No crees que te habrías enterado si lo hubiéramos hecho? Si estamos rodeados de cámaras y micrófonos hasta cuando vamos al baño… —Mi respuesta desató la risa del público.
Al otro lado del plató supuse que Leo no estaría aprobando mi comportamiento, pero si la mujer (o quien le hubiera escrito el guión) no tenía ninguna consideración, por qué iba a tenerla yo.
Helena sonrió comprensiva y se puso en pie sin añadir nada más. Yo miré a Zoe y ella me esbozó una sonrisa tensa. Esperaba que la presentadora se acercara a ella, pero en lugar de eso, anduvo hasta el centro del plató y anunció que había llegado el momento de conocer quiénes habían sido los dos nominados por el público para abandonar la casa en la siguiente gala. Quiénes serían, en otras palabras, los que tendrían que fingir y llevar a cabo las pruebas que los espectadores impusiesen.
—En primer lugar, anunciaremos quién ha sido el favorito de esta semana y se salvará de las nominaciones. A continuación, se le comunicará a cada una de las estrellas de manera privada y a través de sus pantallas si ha sido salvado o si está nominado —explicó mientras aparecía en el escenario una especie de pared con cabinas individuales similar al locutorio que había cerca de la casa de Oli, donde comprábamos chucherías de pequeños—. Una vez que lo sepan, deberán permanecer en el habitáculo hasta que se les avise. Mientras tanto, los guías escogerán el tipo de prueba que quieren que lleven a cabo sus artistas nominados y se les informará de ello. Ya sabéis que si vuestra prueba sale escogida podréis asistir a la próxima gala, ¡con todo pagado! ¿Estáis listos? ¿Sí? ¡Pues allá vamos! Artistas, por favor, tomad posiciones.
Con cierta reticencia, cada uno de nosotros nos metimos en uno de los huecos en los que solo había una pantalla plana. Cogí los auriculares que colgaban en un extremo de la pared y me los puse. Imaginé que también había una cámara oculta grabando cada uno de mis movimientos, por lo que me obligué a quedarme quieto.
Las cuatro estaciones de Vivaldi ahogaban cualquier sonido. Supuse que la presentadora estaría dando emoción al momento antes de revelar el nombre del favorito. Quizá ya se hubiera anunciado. Probablemente alguno de los otros concursantes estaría aplaudiendo su suerte y dando las gracias.
Una gota de sudor descendió lentamente por mi frente hasta mis ojos, pero yo no me moví. Ni aparté los ojos de la pantalla que tenía delante, ni respiré… No al menos hasta que, de pronto, la palabra FAVORITO apareció en letras verdes. Entonces ya sí respiré y parpadeé y me sequé el sudor de la frente, todo de golpe. Favorito. Era el favorito de la gente. Me habían votado… ¡a mí!
El atronador hilo musical de mis cascos se cortó de golpe y en la pantalla apareció Helena con el público de fondo vitoreando y aplaudiendo.
—¡Enhorabuena, Aarón! —exclamó la mujer—. El público considera que has sido el mejor artista de esta semana, ¿quieres decir algo a tus fans?
Todo aquello me había pillado tan desprevenido, y hacía tanto calor ahí dentro que, con la frente perlada de sudor, solo fui capaz de dar las gracias repetidas veces a la gente que me había votado.
Helena animó al público a que redoblara sus vítores mientras pedía a sus compañeros de producción que conectaran con la plaza de España, en Madrid.
La imagen me dejó congelado en mi sitio: cientos de personas, con pancartas y camisetas y rostros pintados, aplaudían y vitoreaban sin dejar de gritar mi nombre a coro. La cámara recorrió la zona antes de detenerse en una reportera con un micrófono que aguardaba su entrada al lado de David y Oli.
En cuanto los reconocí, me llevé la mano a la pulsera de tela, conteniendo las lágrimas.
—Nos encontramos con los presidentes del club de fans de Aarón en España —explicaba la chica del programa—. ¿Emocionados por haber logrado que vuestro amigo haya salido escogido como favorito en esta primera nominación?
—¡Muchísimo! —respondió Oli—. ¡Se lo merece totalmente!
—Estamos seguros de que va a ganar —añadió David con su habitual sonrisa de soslayo.
—¿Qué le queréis decir a Aarón, ahora que os está escuchando?
—¡Que no se rinda! —dijo mi amiga.
—Y que no se preocupe por nada, que nosotros nos encargaremos de que todo el mundo siga votándole. ¡Muchos ánimos!
La gente a su espalda volvió a gritar y yo tragué saliva emocionado. A continuación, devolvieron la conexión a Helena y ella me pidió que aguardara mientras informaban a los nominados de las pruebas que tenían que realizar esa semana.
En cuanto la pantalla se oscureció y la música regresó a mis auriculares, cerré los ojos con una sonrisa de oreja a oreja y me concentré en que mi corazón dejara de latir tan deprisa. Entonces me pregunté si Zoe habría quedado libre o si, por el contrario, se vería obligada a actuar de una manera determinada durante los próximos días. También me pregunté si sería capaz de distinguir quiénes de mis compañeros estarían fingiendo y quiénes no. Seguramente, Leo calaría a los mentirosos en un parpadeo, pero ¿y yo? Siempre me habían tachado de demasiado confiado (no había más que ver mi historial con Dalila Fes).
La música de los auriculares se interrumpió unos minutos después. Ya estaba. Los nominados ya sabían que lo estaban, y qué pruebas tendrían que llevar a cabo.
—Concursantes, podéis salir de vuestras cabinas —dijo Helena.
Hicimos lo que nos pedía y volvimos a nuestros asientos en el plató. Sentí que nuestras miradas se volvían escrutadoras, desconfiadas, interrogantes. Nuestros guías, el público, el mundo entero sabía quién de nosotros tendría que mentir y de qué manera. Pero el resto… el resto seríamos solo objeto o daño colateral de aquella burla.
Ahora por fin, comprendí, comenzaba el juego de verdad.