Dream on, dream on teenage queen
prettiest girl we’ve ever seen
Johnny Cash, «Ballad of a Teenage Queen»
El director de Develstar se levantó de su enorme butacón para saludar a mi hermano con una impecable sonrisa.
—Me alegro de verte, Leo. ¿Cómo te va todo?
—Podría estar peor —respondió él, y se dieron un apretón de manos. Aunque seguramente Zoe no advirtiera nada, el ambiente se había cargado con una tensión más propia de un combate de boxeo que de una reunión.
—Por favor, tomad asiento —nos rogó el señor Gladstone sin cambiar un ápice la expresión apacible de su rostro.
Verle de tan buen humor me trajo a la memoria el recuerdo del día que lo conocimos, en aquella cena donde nos presentó al resto del equipo. Entonces no sabíamos lo despiadado y manipulador que podía llegar a ser. Ni que era el padre de Emma. En circunstancias como aquella era fácil olvidarse de por qué lo detestaba tanto. Por suerte, solo bastaba con obligarme a recordar la razón por la que seguía en Develstar para desconfiar de su perfecta sonrisa y de su trato impecable.
—Aarón ya nos dijo que estabas conforme con todas las cláusulas del contrato —comentó el hombre. Mi hermano asintió—. ¿Hay algo que quieras añadir o que no te haya quedado claro?
—No especificaba cuándo comenzaría el concurso. Aarón me dijo que nos daría esa información cuando ambos aceptásemos participar, y ya lo hemos hecho. ¿Se puede saber por fin?
—Por supuesto. En cuanto firmes —dijo, y colocó sobre la mesa tres tacos de hojas parecidos a los que yo tuve que estampar mi rúbrica dos días atrás—. No podemos arriesgarnos a que se filtre información que no provenga de nosotros.
—Y sin que podáis castigar a los culpables, imagino —añadió Leo enseñando los dientes en un gesto más agresivo que cordial. Después se acercó a la mesa y pasó las hojas de uno de los contratos concentrado. Todos menos Zoe habíamos captado la pulla del director.
Mientras, nosotros guardamos silencio y esperamos. Era tan extraño ver a Leo tan cerca, tan real, tan… en tres dimensiones.
Tenía un aspecto más desmejorado que cuando salió de Develstar. Aunque seguía en la misma buena forma que antes, la barba de dos días oscureciendo sus mejillas, las ojeras y el hecho de que llevara el pelo despeinado sin su gracia habitual, como un mortal cualquiera, delataban que no estaba pasando por su mejor momento. Prefería no preguntárselo, pero temía que no descansara bien y que el regreso a Nueva York para algo como un reality show no fuera lo que más le conviniera.
Leo terminó de comprobar que fuera lo mismo que le habían enviado por e-mail y comenzó a firmar página a página, por ambas caras, todos los tacos. Yo también los había hojeado el día anterior, cuando me los reenvió para asegurarse de que todo fuera tal y como me lo habían explicado a mí.
Si ganábamos, compartiríamos el premio, como el resto de los concursantes, con la salvedad de que a él no le afectaría en nada. Sería yo quien quedaría en libertad. Fin de la historia.
—Listo —anunció unos minutos más tarde sacándome de mi ensimismamiento. Le tendió las hojas al señor Gladstone y se cruzó de brazos—. La fecha, dispare.
El director le sonrió y se tomó su tiempo en guardar los papeles, como si estuviera castigando a Leo por su impaciencia. Mis nervios estaban a punto de saltar. A mi lado, Zoe se removió en la silla y miró su reloj.
—En serio, ¿por qué le gusta tanto hacerse de rogar? —dijo ella con una sonrisa.
—No me hago de rogar —contestó él rebuscando en una carpeta llena de hojas—. Es cuestión de disciplina. —Sacó un folio y comenzó a leer con el ceño fruncido. Puse los ojos en blanco y chasqueé la lengua—. De acuerdo. Todo correcto.
El señor Gladstone alzó la mirada y nos observó unos segundos antes de esbozar una sonrisa más amplia y decir:
— El concurso dará comienzo de aquí a una semana.
—¡¿Qué?! —Me incorporé y agarré el extremo de la mesa.
—¿Cómo que dentro de una semana? —preguntó mi hermano—. En los anuncios ponía «Próximamente». ¡Es imposible que sea tan pronto! ¿Y el guión?
—¿No vamos a recibir clases antes? —intervine yo—. ¿No vamos a conocer a los demás concursantes? ¿Cómo van a hacer que la gente se entere con tan poco tiempo?
Me volví a Zoe, pero ella permanecía impasible, jugueteando con el llavero con forma de cámara.
—¿No vas a decir nada? —le pregunté con el corazón en la garganta.
—¿Qué más da? —dijo ella con su habitual calma—. Cuanto antes comience, antes terminará.
—Gracias por poner algo de cordura a esta reunión, Zoe —dijo el director—. Chicos, calmaos, por favor. Todo tiene una explicación.
—Pues estoy deseando escucharla —replicó mi hermano.
—Para ofrecer a los espectadores la imagen más real de vosotros —y me miró a mí—, hemos preferido que no tengáis apenas margen de maniobra. Nadie ha recibido instrucciones previas ni clases que le preparen para las pruebas a las que os someterán, Aarón. A algunos se os da mejor cantar, mientras que otros destacan actuando, en el baile o con un instrumento en las manos. Todos, independientemente de eso, tendréis que enfrentaros a retos que os saquen de vuestra zona de seguridad y que os hagan resplandecer como auténticas estrellas. Si os hubiéramos dado indicaciones, lo habríamos amañado.
Esta vez fue Leo quien resopló al escuchar aquello, pero el señor Gladstone lo ignoró.
—A lo largo del día irán llegando los otros siete participantes, y pasado mañana se harán públicos vuestros nombres a los medios y se lanzarán los spots de publicidad a nivel mundial. Confiad en mí, cuarenta y ocho horas son muchas para el equipo de Develstar.
—Un momento —intervine—, ¿nadie sabe todavía quiénes vamos a estar dentro de la casa?
Eugene negó con la cabeza.
—No se ha dicho nada de manera oficial por el momento. El margen de error era demasiado grande como para arriesgarnos sin tener todos los contratos firmados.
Un sudor frío me recorrió la espalda. ¿Quiénes serían el resto de mis compañeros? Solo podía ser gente conocida de verdad como para que en menos de dos días se corriera la voz del reality y la gente se interesara por él… Sabía que todos serían artistas de Develstar, pero ¿quiénes?
—Entonces, ¿cuándo dice que vendrán los demás? —preguntó Zoe.
El señor Gladstone miró su reloj de muñeca.
—Los primeros deben de estar a punto de llegar. Sarah ha ido a buscarlos al aeropuerto. El resto irán aterrizando en las próximas horas. ¡Esperemos que no haya retrasos! —añadió con entusiasmo. Después se volvió hacia mi hermano—: Una última cosa, Leo. Mientras dure el programa, te hemos reservado una habitación en el hotel Princeton High, como al resto de guías. Creo que tu agente dio el visto bueno, pero quería confirmarlo contigo.
—Correcto —respondió él todo solemne.
Esbocé una sonrisa sabiendo lo mucho que le gustaba a Leo dormir en hoteles de lujo en los que hubiera bufé libre y servicio de habitaciones. Nadie me lo había confirmado, pero estaba seguro de que el Princeton High reuniría esas características.
Cuando todo estuvo hablado, el director nos permitió volver a nuestros quehaceres. Pero justo cuando estábamos a punto de cerrar la puerta de su despacho, recibió un mensaje y nos informó de que la señora Coen acababa de llegar al edificio y quería que recibiéramos a los recién llegados (fueran quienes fuesen) inmediatamente. Ninguno pusimos objeción; la curiosidad por desvelar parte del misterio era demasiado poderosa como para quejarse.
En menos de dos minutos salíamos del ascensor y nos encaminábamos a paso rápido al vestíbulo de entrada. Allí nos esperaban la señora Coen, atendiendo al teléfono, y dos chicas rubias vestidas a juego que se volvieron cuando oyeron nuestros pasos.
—¡Bianca y Melanie Leroi! —anunció mi hermano sin aliento, haciendo palpable la impresión que yo también sentí al reconocerlas.
Las hermanas Leroi habían sido muy populares cuando éramos unos adolescentes. Recordaba vagamente los detalles, solo que sus canciones se hicieron famosas durante un verano en el que, fueras a donde fueses, alguien las estaba pinchando. Nunca lo admitiría, pero, igual que tantos otros, yo también había tenido en mi habitación algún póster de ellas posando en biquini. Más tarde grabaron una serie que en España titularon Dos es impar y de la que no llegó a emitirse ni la primera temporada completa. Echando la vista atrás era fácil imaginar los tentáculos de Develstar tras su espontánea (y efímera) carrera.
Ambas esbozaron una sonrisa a la vez y se acercaron a saludarnos con un par de besos.
—Leo Serafin —comentó Bianca con un marcado acento francés (Lió Ségafin, oí yo). Después se volvió hacia mí y su perfume con olor a moras me desarmó. Mi yo de trece años estaba a punto de desmayarse—. Y Aarón, claro.
Aagón, ese sería mi nombre de ahí en adelante. Me lo haría cambiar. Para siempre. En mi pasaporte. En mi partida de nacimiento. En mi epitafio.
—¿Nos… conocemos? —logré decir cuando me recuperé. Enseguida me pareció la pregunta más estúpida del mundo.
—¡En este mundillo todos nos conocemos! —contestó Melanie, aunque por la mirada que le dedicó a Zoe quedó claro que ella no iba incluida en esa afirmación. Después se acercó para repetir los saludos de su hermana.
La señora Coen colgó en ese instante y se acercó al grupo.
—Disculpadme, está siendo un día de locos. Bueno, ya veo que os habéis presentado. —A continuación, miró a mi hermano—. Me alegro de verte de nuevo, Leo.
—Lo mismo digo, Sarah —contestó él con el mismo entusiasmo fingido.
—Chicas —dijo la señora Coen—, esta es Zoe, nuestra nueva futura estrella.
—Un placer —respondió Bianca sin tan siquiera molestarse en dejar de mirarme un segundo. A mi lado, Zoe alzó las cejas y se cruzó de brazos.
—Y esta de aquí es Melanie, la hermana de Bianca, como ya sabréis todos —concluyó Sarah.
Aunque Bianca era dos años más pequeña que su hermana, eran como dos gotas de agua. Si bien cada una llevaba un peinado diferente, las suaves facciones de sus rostros, los ojos claros, la forma puntiaguda de su nariz, el cabello platino y sus cuerpos esbeltos, sin apenas curvas, parecían salidos del mismo molde. Y su ropa no hacía más que acentuar esa sensación: mientras Bianca llevaba un vestido con tirantes de cuadros negros y blancos, y unos zapatos negros, Melanie vestía uno de rayas de los mismos colores y los zapatos blancos. Era evidente su intención de presentarse como un frente común unido. De soslayo miré a Leo para confirmar con decepción lo que ya sabía: que ni de lejos nadie habría supuesto que nosotros éramos parientes.
—¿Quién de las dos va a participar en el reality? —quiso saber mi hermano.
Bianca levantó el brazo con una sonrisa culpable.
—Seré yo —dijo—. ¿Y de vosotros?
—Yo —contesté.
—Así que a nosotros nos toca el duro trabajo de protegerles —comentó Melanie acercándose a Leo—. Pero ¿acaso no lo hemos hecho toda la vida?
Todos menos Zoe reímos el comentario cuando Sarah intervino y nos preguntó si nos apetecía relajarnos en uno de los salones.
Nos mostramos de acuerdo y, dado que los de Develstar ya se habían encargado del equipaje de las chicas, nos encaminamos a una de las amplias habitaciones con sillones que tenía el edificio, con los tacones de las chicas marcando el ritmo. En cuanto tomamos asiento (Bianca y yo en uno, Melanie, Leo y Zoe en el otro), un par de camareros nos ofrecieron una amplia variedad de bebidas no alcohólicas y un surtido de sándwiches y canapés. El teléfono de Sarah volvió a sonar y se excusó antes de abandonar el salón.
—Animemos esto un poco —dijo Bianca, y con un guiño de ojo sacó de su bolso una botellita de ron ya abierta que vació en su refresco. Cuando advirtió nuestras miradas, dijo con una sonrisa—: ¿Qué? Es solo lo que ha sobrado del avión. Además, con diecinueve ya se es mayor de edad, por mucho que le moleste al gobierno de este país.
—Amén, hermana —dijo Leo—. ¿Tienes para mí?
Bianca soltó una risita y sacó otra botellita sin empezar. Melanie, por el contrario, reprendió el comportamiento de su hermana con un chasquido de lengua. Mientras mi hermano echaba un chorro en su vaso, preguntó:
—¿Y cómo os va todo? ¿A qué os dedicáis ahora? ¿Seguís con Develstar?
Bianca se reclinó en el sofá y pasó un brazo por encima del respaldo, sus dedos a escasos centímetros de mi hombro.
—Hace tiempo que vamos por libre —dijo—. Después de los discos, de la serie y de las películas, ¿llegaron a España? En Japón fueron un éxito increíble. Decidimos comenzar nuestra propia línea de ropa interior para mujer, Délicat.
—Deberías echarle un ojo —añadió Melanie mirando a Zoe.
La interpelada no se molestó ni en contestar.
—Y aparte de las pasarelas y las sesiones de fotos tampoco tenemos mucho tiempo para más, ¿verdad? —le preguntó a su hermana mayor.
—No tenemos de qué quejarnos —contestó la otra, y le guiñó un ojo a Leo.
Hice como si no lo hubiera visto y pregunté:
—Bianca, ¿sabéis de alguien más que vaya a venir?
—Llámame Bi —replicó ella, y a mí se me olvidó cómo respirar—. Algo sé, ¡pero no puedo decirlo! —Y soltó otra risita—. ¡Va, venga! Si nos lo dirán enseguida. Pero que no salga de aquí, ¿eh? —Bajó el tono de voz y dijo con los ojos brillantes—: Three Suns.
La reacción fue unánime: todos nos quedamos boquiabiertos.
—¿Three Suns son de Develstar? —preguntó Leo visiblemente sorprendido.
—¡Chissst! —le susurró la francesa sin dejar de reír, como si fuera la cosa más graciosa y emocionante del mundo—. Sabía que os quedaríais muertos. Lo fueron, como todos nosotros.
—Yo soy amiga de Jack, ¡el moreno! —aclaró la mayor—. Coincidimos en un par de festivales hace algunos años y nos hicimos íntimos. Cuando le pregunté, me dijo que sí, que estaban dentro.
Three Suns eran grandes. Comenzaron su carrera discográfica poco después que las hermanas, pero eran una de las boy bands de pop australiano más famosas del mundo entero. Quizá nos había sorprendido tanto descubrir que pertenecían a Develstar precisamente por eso; porque, aunque hacía tiempo que no oía hablar de ellos, parecían seguir funcionando bien. Daba la sensación de que si habías sido un artista de la empresa, tenías los días contados.
—Por el momento, todos cantantes excepto yo —intervino Zoe.
—Y nosotras —corrigió Bianca sin achicar la sonrisa—. Que también somos actrices, diseñadoras y modelos.
—Es verdad, se me había olvidado —replicó la otra con cierta guasa.
Previendo lo que podía suceder, sugerí que aprovecháramos para descansar un rato y quedar después para encontrarnos con el resto de los concursantes. A todos les pareció una idea excelente. Nos terminamos nuestras bebidas y nos dirigimos a los ascensores.
Antes de separarnos, Bi se acercó a mí y me dijo en voz baja:
—Si quieres saber el número de mi habitación, pregunta en recepción por Blancanieves.
Cuando logré analizar sus palabras, dije:
—¿Y por qué no me lo das tú directamente?
Ella se hizo la sorprendida y sonrió.
—¡Pues porque no soy una chica fácil! —contestó antes de meterse en el ascensor—. Nos vemos esta noche.
Cuando hubieron desaparecido, me volví hacia Zoe para descubrirla fulminando la puerta de metal con los ojos. En cuanto advirtió mi mirada, se dio media vuelta y anunció que ella subiría por las escaleras.
Me volví hacia Leo y su sonrisa me puso los pelos de punta.
—Ahórratelo —le dije, pero sus labios siguieron curvándose hasta mostrar su dentadura completa.
—No me perdería ese reality show por nada del mundo —decidió.