You’ll be a pop star,
All you have to change
is everything you are.
Pink, «Don’t Let Me Get Me»
Llamé con los nudillos a la puerta del despacho del señor Gladstone y, cuando nos dio permiso, entré con la cabeza gacha. Zoe venía detrás, distraída con los papeles que habíamos recibido la tarde anterior. Los míos permanecían encima de la mesilla de noche, en mi habitación, y ahí seguirían hasta que tomara una decisión. Solo había ido para acompañar a mi amiga.
El señor Gladstone, con una sonrisa imperturbable y una mirada que nada tenía que ver con la que nos dedicó cuando nos sacó del metro, se puso en pie y nos pidió que tomáramos asiento frente a él. La señora Coen llegó unos segundos después con una tableta digital en las manos y su habitual gesto de desagrado. No nos saludó ni tampoco nos dirigió la mirada. En silencio, tomó asiento cerca del director y siguió martilleando el aparato con los dedos.
—¿Traéis los contratos? —preguntó el señor Gladstone—. ¿Alguna duda?
—Por mi parte, está todo bien —contestó Zoe, y le tendió su taco de hojas.
El director las revisó por encima.
—¿Has puesto a la señora Tessport como tu guía? —preguntó él arqueando una ceja. A continuación la miró—. ¿Estás segura?
Zoe se encogió de hombros sin añadir nada.
Yo la miraba consternado. ¿Cómo había podido darse tanta prisa? ¿Había valorado todas las implicaciones? ¿Tan desesperada estaba por entrar? Me obligué a no juzgarla y volví la vista al frente.
—Solo quedas tú, Aarón. ¿Has hablado con Leo?
—Sí, se lo está pensando —mentí. Cuando me desperté esa mañana ya tenía un e-mail con la respuesta de mi hermano diciéndome que podía contar con él.
Yo era el único que seguía con dudas. Pero estaba en mi derecho, ¿no? Quiero decir, ¿acaso era el único que veía terrorífico que el público, además de vernos día y noche, pudiera gobernar de una manera tan clara sobre nuestras decisiones?
Según ponía, cada semana, los dos nominados para abandonar la casa tendrían que llevar a cabo una prueba enviada por el público y categorizada como atrevimiento o verdad.
Con el atrevimiento estaba claro: el concursante al que le tocase debía llevar a cabo el reto que le impusiese un desconocido. Fingir una enfermedad mental, no pronunciar palabra durante toda una semana, andar siempre con los tobillos atados por una cuerda, dormir en una cama de agujas, ¿probar una Nimbus 2000 desde un quinto piso?… Mi mente se disparaba cada vez que me ponía a valorar opciones, por lo que me tenía que obligar a parar.
Con la verdad, por otro lado, el nominado tendría que ver algo que hubiera sucedido durante los siete días previos, que las cámaras hubieran recogido y que el implicado desconociera. Conversaciones a sus espaldas, traiciones, advertencias… cualquier cosa, en resumen, que pudiera crear conflicto.
Leo, mientras, estaría fuera, asistiendo a los programas y tertulias que hablasen sobre T-Stars. Y, durante las galas, se encargaría de escoger las pruebas que enviasen los espectadores. No tendría más contacto conmigo que ese, excepto en ocasiones puntuales en las que el programa lo considerara oportuno.
Cuando el señor Gladstone me preguntó cuáles eran mis dudas al respecto le dije que, además del hecho de estar monitorizado a todas horas, no estaba preparado para soportar los retos que me impusieran los espectadores.
—Pero, Aarón —contestó él—, eso solo les sucederá a quienes salgan nominados. Juega bien tus cartas y no te verás en esa situación. Además —añadió mirando de soslayo a Zoe—, no sé de qué te quejas. De todos los concursantes, eres quien sale con más ventaja: el mundo entero te adora y te quiere conocer. Por no hablar de las condiciones de tu premio, que estamos terminando de valorar…
Zoe me dedicó una mirada de extrañeza al escuchar aquello, pero yo la ignoré. Como le había dicho a Leo, quien ganara se embolsaría una importante suma de dinero como adelanto por el relanzamiento de su carrera. Aparte, por supuesto, estaba mi «extra»: la libertad.
—Piénsatelo —añadió el director—; me parece que es una gran oportunidad para ambas partes. ¿Estás seguro de que quieres desaprovecharla sin tan siquiera intentarlo?
Llegados a ese punto, ya no estaba seguro ni de cómo me llamaba, pero, por mucho que me fastidiara, tenía razón: solo dos tendrían que sufrir los castigos cada semana. Sabía que era casi imposible, pero ¿y si lograba aguantar hasta el final del programa sin una sola nominación?
Cuando pensé que la reunión había concluido y fui a levantarme, la señora Coen carraspeó y tomó la palabra para resaltar las consecuencias de nuestro concierto improvisado en el metro. A continuación, nos pasó la tableta gráfica para que pudiéramos leer de primera mano los titulares que se hacían eco del «terrible caos en el metro de Nueva York».
El señor Gladstone, en el papel de poli bueno, procedió a explicarnos con mejor humor lo peligroso que había resultado aquel incidente y lo mucho que se podría haber complicado de no haber intervenido las fuerzas de seguridad a tiempo.
—Lo único que queríamos era dar un concierto para quienes no pueden pagar las entradas —explicó mi compañera sonrojada.
—Pero para eso debéis pedirnos permiso —respondió el director—. De todos modos, he de decir que nada de esto habría ocurrido si tú, Aarón, hubieras sido más responsable.
«Ah, por supuesto.» Suspiré con incredulidad y me hundí en la silla.
—Tranquilos, no volverá a suceder.
Satisfecho con mi respuesta, el señor Gladstone asintió y, entonces sí, dio por concluida la reunión. Develstar se encargaría de mandar uno de sus famosos comunicados de disculpa que se haría público en las próximas horas. Antes de marcharnos, me recordó que para el día siguiente debía tener una respuesta sobre el reality.
—Que sepas que el programa nos ha salvado de terminar flagelados en las mazmorras del edificio —le dije a Zoe, ya en el pasillo, aún malhumorado.
—¿De verdad hay mazmorras en este edificio? ¡¿Y qué haces que todavía no me las has enseñado?! —bromeó ella—. Y que sepas que hay un dato que se les ha olvidado mencionar: esta mañana el número de jóvenes que han usado el metro en la ciudad ha aumentado un diez por ciento con respecto al resto del mes. ¿Qué te dice eso?
—¿Que te lo acabas de inventar? —pregunté al tiempo que pulsaba el botón del ascensor.
—¡Que la idea triunfó y esperan que volvamos a hacerlo en cualquier momento! Y no, no me lo he inventado. —Acompañó el comentario con un suave empujón—. Lo he visto en una web.
Subimos al ascensor y, sin consensuarlo, nos dirigimos al último piso del edificio, y de allí a la azotea por las escaleras de servicio. Fuera, el sol, semicubierto por las nubes, coronaba el cielo. Por suerte, una suave corriente de aire hacía soportable la estancia allí.
Caminamos entre los humeantes escapes de gas y chimeneas hasta el borde. Allí, Zoe se sentó con las piernas por debajo de la barandilla, colgando sobre el vacío. Yo me apoyé con los brazos y estudiamos en silencio el paisaje que tan bien conocíamos, cada uno inmerso en sus pensamientos.
—Gracias por lo de ayer —le dije pasados unos minutos—. Aunque al final se complicara, fue increíble.
—Gracias a ti por dejarte embaucar —respondió ella dándome una palmada en la pierna—. Habrá que repetirlo.
Me reí.
—Lo digo en serio —me aseguró—. No ahora, ni quizá en los próximos meses, pero ¿por qué no en el futuro?
—Hecho. Es una cita.
Zoe alzó la cabeza para mirarme.
—¿Aarón Serafin acaba de pedirme una cita? —preguntó haciéndose la sorprendida.
Volví a soltar una carcajada, pero no contesté. Con todo lo que había sucedido en las últimas horas no había tenido tiempo de volver a pensar en lo nuestro.
¡Vaya!, eso de referirme a ello como «lo nuestro» era nuevo. Y no me gustaba. No había nada «nuestro». Me negaba a volver a cometer el mismo error de siempre: lo que había entre Zoe y yo no tenía etiqueta, y quería que siguiera siendo así. Ambos estábamos cómodos de ese modo, y me moriría si aquello cambiara por mi culpa.
—Oye, ¿cómo es que has firmado tan deprisa las hojas del reality? —le pregunté por cambiar de tema—. ¿No has tenido ninguna duda al respecto?
—Sí, claro. Pero era lo que tenía que hacer.
—¿No te preocupa que te graben todo el día, no poder salir, que te juzguen…?
Se encogió de hombros.
—Me gusta lo que hago, y mentiría si dijese que no deseo llegar al mayor público posible. Por eso estamos aquí, al fin y al cabo, ¿no? Lo del reality es solo una diminuta parte del camino. Además, ya sabes cómo van estas cosas, luego la gente se olvida. Pero, si les gustas, puedes triunfar aunque no ganes.
—Supongo… —mascullé.
—Soy la primera a la que no le hace ninguna gracia que la graben a todas horas, Aarón. Pero no me parece un precio demasiado alto para lo que puedo conseguir a cambio.
Suspiré y me senté a su lado como ella, con las Converse flotando por encima de la Gran Manzana. Zoe apoyó la cabeza sobre mi hombro y buscó mi mano con la suya.
—Si quieres mi opinión, no creo que haya nada de lo que debas avergonzarte. Esta será la oportunidad perfecta para que la gente te conozca a ti realmente y no al Aarón que sale en las fotos y en los conciertos.
—Eso no me tranquiliza —bromeé—. Además, ¿de verdad crees que habrá gente a quien le interese? Quiero decir, los realities son un formato ya quemado, ¿no? Vamos, yo nunca he visto ningún Gran Hermano, y me desenganché pronto de Operación Triunfo. ¿Eso lo teníais aquí también?
—La Academia, se llamaba —contestó tras explicarle a qué concurso me refería—. Y los dos sabemos lo que va a llamar la atención del público en este, aparte de los concursantes, claro.
—Cada vez lo veo más negro… —concluí tras unos segundos en silencio.
—Piensa en el premio —sugirió ella—. ¿A qué se refería el señor Gladstone? ¿Qué les has pedido aparte?
—Nada importante —contesté, y Zoe no insistió.
Todo aquello estaba sucediendo tan deprisa como cuando tuvimos que decidir si queríamos venirnos a Nueva York, meses atrás. Estaba completamente seguro de que no aceptaría a no ser que me prometiesen la libertad, pero ¿y si lo hacían? ¿Y si me decían que aceptaban mis condiciones? ¿Estaba preparado para decirles que sí? En realidad, el programa no duraría más de dos meses. Siete semanas. ¿Qué eran siete semanas a cambio de poder escapar de allí?
—La Tierra llamando a Aarón —dijo Zoe con una sonrisa—. ¿Qué es lo que de verdad te preocupa?
¿Además de las pruebas? ¿De tener millones de ojos puestos en mí noche y día? Pues que no ganara. Porque no podría soportar seguir allí, bajo las órdenes de Develstar, casi dos años más.
E intentarlo, estar tan cerca de conseguirlo y fracasar, me destrozaría.
Pero eso no podía decírselo a Zoe. Ella no merecía cargar con mis preocupaciones. Hasta el momento la empresa se había portado bien con ella, y eso no tenía por qué cambiar. En el fondo me moría por decirle lo mucho que nos habían jodido a Leo y a mí, pero ella ya estaba allí, quería ser conocida, y Develstar la ayudaría a lograrlo. Su situación era diferente, era más sencilla, y ella, mucho más fuerte.
—Supongo que el miedo escénico, como siempre —respondí al final, tras meditarlo. Era una verdad a medias.
—Pues eso se soluciona con un poco más de confianza en ti mismo —dijo—. Y, por si sirve para que te decidas, yo también estaré allí y no dejaré que te pongas en ridículo.
Horas más tarde, después de comer y de entrenar un rato en el gimnasio, me encontré con un correo electrónico del propio Eugene Gladstone en el que me confirmaba que aceptaban rescindir mi contrato en caso de que fuera el ganador del concurso. No añadía nada más, pero tampoco tenía por qué.
Sabía que se trataba de una pequeña victoria, que no debía confiarme, porque, primero, tenía que decidir si merecía la pena el esfuerzo y, segundo, si estaba dispuesto a pagar el precio en caso de no ganar. Pero me hizo sentirme bien haber logrado doblegar a la empresa en aquella minucia.
Me metí en la bañera y encendí el hidromasaje dispuesto a darme el baño más largo de la historia. Me daba igual si no tenía tiempo de pasarme por el estudio con Haru; nos habían dado luz verde para meditar con calma lo del reality, y pensaba hacerlo a conciencia.
Bajo el agua, con la piel enjabonada y los chorros machacando mi cuerpo molido por el entrenamiento, cerré los ojos y me concentré en la nueva canción que ahora vibraba entre mis neuronas. «Chains», me dije. Podría titularla «Chains». Y dejé que mi mente sopesara entre los pros y los contras sin prestarles demasiada atención.
Cuando salí, me puse un chándal y me tiré en el sofá del salón. Hacía poco que me había enganchado a la serie 30Rock y ahora solo me apetecía hacer una maratón de episodios mientras cenaba.
Acababa de colgar al maître del restaurante para que me subiera un plato de pasta cuando llamaron a la puerta. Con un gruñido, me levanté para ver quién era.
—Dime que no tienes pensado nada para esta noche, por favor —le supliqué a Zoe cuando abrí.
—Nada que implique salir del edificio. ¿Y tú?
—Ver todos los episodios de 30Rock que pueda hasta que me caiga de sueño. ¿Te apuntas?
—Nunca me había sonado tan bien un plan tan sencillo.
Le saqué un refresco de la nevera y llamamos de nuevo al restaurante para que le subieran una pizza cuatro quesos.
Después, nos entregamos a Tina Fey y a su genialidad.
Cuando la alarma de mi móvil sonó, no tenía ni idea de dónde me encontraba. Sentía el cuerpo como si me hubieran dado una paliza y un peso muerto sobre el pecho.
Aturdido, abrí los ojos y volví a cerrarlos. El sol entraba a raudales por la ventana del salón. ¿Del salón…?
Me incorporé y miré a mi alrededor confundido. Zoe descansaba plácidamente sobre mí, imperturbable a la melodía de Zelda que tronaba a modo de alarma en mi teléfono. Alargué el brazo y la apagué. Después volví a tumbarme en el sofá derrotado.
Los recuerdos de la noche fueron llegando en procesión, invocados por mi perezosa memoria. La cena, las meditaciones acerca del reality, los episodios que nos tragamos, uno tras otro, sin dejar de reír y repetir las bromas en voz alta… y después, el vacío.
Me sonaba que había mencionado que me quería ir a la cama y que ella me lo había impedido. Después de intentarlo un par de veces más, me rendí y me quedé allí. Juraría que antes de perder la conciencia, ella se acercó y me dio un beso. Pero aquello era mucho suponer.
Zoe ronroneó en ese instante y estiró el brazo, estampándome el puño en la cara sin querer. El alarido que proferí terminó de desvelarla por completo.
—¡Lo siento! ¡Lo siento! —dijo sentándose y tapándose la boca para que no la viera sonreír.
Me froté la ceja, donde me había dado, y bostecé sonoramente.
—Buenos días a ti también —dije.
Ella se puso en pie y se estiró. La curva de su cadera y el vientre plano quedaron a la vista, a escasos centímetros de mis ojos. Aparté la mirada un segundo más tarde y ella se dio cuenta, aunque no comentó nada.
—Será mejor que me vaya a cambiar —dijo—. Hoy es el gran día y no quiero llegar tarde a nuestra reunión con el mandamás. —Llevó los vasos y los platos a la cocina y me preguntó—: ¿Ya has tomado una decisión?
Me tumbé sobre el sofá y me estiré.
—Supongo que sí —dije.
—Pues no me hagas el spoiler. Ya me enteraré dentro de un rato.
Después me apretó la rodilla y salió de mi habitación bostezando. Yo todavía me quedé unos segundos más con los ojos cerrados pensando que, con Leo fuera de la casa y Zoe dentro, no tendría de qué preocuparme.