Leo1

Round and round here we go again

Same old start, same old end.

Christina Vidal, «Take Me Away».

Acababa de terminar una de las últimas clases del curso de interpretación, en la que nos pedían actuar y sentir como una hoja de árbol, cuando mi móvil comenzó a sonar.

—Ni siquiera te voy a dar la oportunidad de explicarte —dijo Cora en cuanto descolgué. Su voz, ya de por sí autoritaria, parecía adquirir poder a través de las ondas telefónicas. Me quedé clavado donde estaba sin saber qué había hecho mal.

—No quiero saber ni por qué tuviste que ir tú a comprar preservativos ni cómo se te ocurrió que quedarían bien en esa foto. Simplemente te advierto de que como vuelva a suceder algo parecido, tú y yo hemos terminado.

No necesité más para atar cabos. Sabía que aquella inocente foto hecha a la puerta de la farmacia iba a traerme consecuencias. Maldito karma y maldita inocencia la mía. Sentí que me acaloraba, así que preferí sentarme en un banco cercano.

—No me di cuenta de…

—¿Qué te acabo de decir? —me interrumpió, sin darme oportunidad de explicarme—. Por suerte he podido detener parte de la catástrofe y ya he hablado con la marca para que no se les ocurra utilizar esa foto con fines publicitarios a menos que quieran una demanda judicial.

—¿Y te han hecho caso?

—A mí, Leo, todo el mundo me hace caso —dijo Cora con la seguridad que la caracterizaba—. ¿Tienes para apuntar? Te he conseguido una reunión esta tarde que no puedes perderte. Me gustaría ir contigo, pero me ha surgido una cita que no puedo aplazar.

—¿Esta tarde? Tenía pensado ir al gimnasio…

Cora guardó silencio unos instantes. Cuando estaba a punto de preguntarle si seguía al otro lado, dijo:

—Tenemos dos opciones, Leo. O vas a la reunión, o vas a la reunión arrastrado de las orejas. Pero presentarte, te vas a presentar. Deja de hacerme perder el tiempo y toma nota.

Y tomé nota.

Solo había visto una vez a mi agente: en una de las terrazas de la plaza de Santa Ana, frente al Teatro Español, el día que nos conocimos. Se trataba de una cuarentona que apenas levantaba un metro y medio del suelo, de expresión hosca y cabello ensortijado que llevaba esculpido por varias capas de laca. Por las fotos que había encontrado suyas en internet, siempre vestía como si tuviera una reunión crucial para su carrera. De primeras no parecía la típica agente en cuyas manos habría dejado mi futuro profesional, pero en cuanto nos reconocimos y se puso a hablar, se desvanecieron todas mis dudas.

Después de haberme reunido con una decena de interesados, algunos de ellos con despachos más grandes que mi nuevo piso, podía distinguir a la legua quien tenía un verdadero interés en ayudarme a triunfar como actor y quien, simplemente, buscaba tener mi nombre entre sus representados por si volvía a dar juego con lo de Play Serafin.

Cora Delarte era de los primeros. Tras exponerme con total sinceridad cuáles eran los puntos flacos y los fuertes de mi situación actual, sacó los papeles que traía consigo y que firmé sin dudarlo al final del encuentro.

Aun así, yo tampoco me libraba de su malhumor y poca paciencia cuando estaba estresada. Y la foto con aquella fan de la farmacia, que en ese momento estaba viendo enlazada en varios mensajes de mi cuenta de Twitter, la había estresado mucho.

Cuando salí de Develstar, pensé que no tendría que volver a preocuparme por ese tipo de cosas, y así se lo hice saber a Cora en nuestra primera reunión. Pero ella me hizo comprender que nada había cambiado en ese aspecto. Cualquier marca se aprovecharía de mi nombre siempre que pudieran, y más ahora que seguía en alza.

—La única diferencia radica en que ahora me tienes a mí para protegerte de que eso suceda, en lugar de a una empresa internacional —añadió.

Por alguna razón, me sentía más seguro con ella que con todo el departamento legal de Develstar a mi servicio.

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No había nadie en casa cuando llegué.

Después de la bronca (con final feliz) de hacía un par de noches, había terminado por aceptar que si lo que Sophie quería era marcharse a San Francisco, debía apoyarla y estar a su lado tanto si salía bien como si salía mal. Llegar a esa reflexión había sido fácil. Llevarla a la práctica no sabía si lo sería tanto…

Por cómo olía la casa a limpio, supuse que Yvette debía de haberse marchado hacía un rato. En la nevera encontré un cuenco con estofado de carne. Mientras lo ponía a calentar en el microondas, dejé las llaves sobre la mesilla de entrada, tiré la mochila en un rincón del salón y encendí el televisor. Ya fuera cosa del destino o una simple casualidad, de pronto me encontré mirando a mi hermano Aarón.

Para entonces debería haberme hecho a la idea de que ese sería el pan de cada día durante los próximos meses, quizá años, pero me era imposible.

Aquel no era un programa de música ni de famosos, era uno de esos contenedores de imágenes que se dedicaban a recopilar lo más patético y gracioso acaecido en televisión para después servirlo en una bandeja de despojos a los telespectadores. Y a mí me encantaban. Lo malo era que en ese momento era de mi hermano de quien se suponía que debía reírme. Aarón se encontraba disparando a un ciempiés e intentando pescar con los ojos vendados y muy mala suerte.

—Ay, Aarón… —musité cuando el timbre me avisó de que la comida ya estaba lista.

Mientras devoraba el plato de carne, me dediqué a buscar por internet sus últimas imágenes hasta dar con el programa del ciempiés. Tuve que hacer un esfuerzo para no reírme. Aquello me recordó que tenía que hablar con él pronto.

Hacía casi dos semanas desde la última vez que coincidimos por el Skype, y solo durante diez minutos. Nunca habíamos tenido una relación demasiado estrecha (y menos desde que me escapé de casa dos años atrás), pero la experiencia con Develstar lo había cambiado todo. Necesitaba desahogarme con alguien y contarle «lo bien» que me iba con Sophie y con mi agente y con la escuela de interpretación.

Por segunda vez en ese día quise pegarme un tiro.

Después de recoger la mesa, me eché un rato para ver si conseguía recuperar el ánimo para asistir a la reunión. Siempre podía decir que me encontraba mal y saltármela, pero, para qué negarlo, temía la represalia de Cora.

Por desgracia, no me quitaba de la cabeza el presentimiento de que sería una pérdida de tiempo, igual que el resto de castings y encuentros con productores que había tenido hasta el momento. Yo no era de los que se desanimaban con facilidad, ¡que el karma me librase!, pero la verdad es que empezaba a cansarme de que no saliera nada a derechas. Quizá, pensé antes de caer dormido, nos habría venido mejor dejar que la marca de condones me utilizara como reclamo publicitario, la verdad…

Cuando desperté, me dirigí a la dirección que me habían dado, cerca de la avenida de América. Cora no me había dicho que me preparase nada, así que no llevaba más que lo puesto. Al llegar al piso indicado, llamé al timbre y esperé a que me abrieran. La chica que apareció al otro lado, una morenaza de mi edad, abrió la boca sorprendida al verme allí (como era natural) antes de pedirme que esperase.

Cuando desapareció por la puerta, eché un vistazo al piso. Era el primero en llegar (¿o me habían citado solo a mí?) y no había a la vista ni una mísera revista que ojear. Por suerte, la secretaria volvió al momento y me pidió que la siguiera.

—Hasta el fin del mundo, si me lo pides —dije yo, y ella soltó una risita cantarina.

Me condujo por un pasillo hasta el despacho de quien me había llamado. El hombre que se levantó de su mesa para saludarme tenía la edad de mi padre y una barriga considerable.

—Encantado, soy Jaume Esbarra —dijo—. Supongo que Cora ya te lo habrá dicho.

Asentí y tomé asiento frente a él.

Mientras intercambiábamos algunos formalismos más y me hablaba de la buena relación que mantenía con mi agente desde hacía años, abrió una carpeta sobre la mesa y me mostró varias imágenes de la marca de yogures Nadiur. («¡Regula tu intestino, regula tu vida!»)

—¿Qué te inspira este producto, Leo?

—Emmm… ¿Buena salud? —dije yo extrañado.

—Sí. Buena salud. Para ancianos y para niños, ¿correcto? —Asentí—. El problema, Leo, es que queremos abrirnos a un nuevo mercado. El de los jóvenes. ¡Ellos también quieren estar sanos! Así que hemos pensado dar una vuelta de tuerca a nuestra campaña y contar contigo para ello. ¿Cómo lo ves?

—¿Queréis que sea la imagen de Nadiur?

—Mejor de un yogur saludable y lleno de vitaminas que no de una marca de productos nocivos para el medio ambiente, ¿no te parece?

Me encogí de hombros, suponiendo que tenía razón.

—Pero ¿no tengo que hacer una prueba antes… o algo?

Jaume negó con vehemencia.

—Te hemos visto trabajar y nos gusta tu estilo. —Me pregunté en silencio a qué estilo se refería—. Eres joven, dinámico, tienes presencia y te has convertido en un referente para tu generación.

Eh… ¿En serio?

—La idea sería grabar en unos días el spot que aparecerá en la campaña que la marca quiere lanzar en agosto. ¿Qué opinas? Cora ya ha dado su visto bueno, solo falta que tú aceptes.

—Vaya… os estoy muy agradecido —le aseguré, bastante sorprendido—. Si Cora ya ha dicho que lo ve bien, contad conmigo.

—Fantástico —dijo él acompañando su entusiasmo con una palmada—. En tal caso, le enviaremos a Cora el contrato y el plan de rodaje a lo largo de la semana.

Se puso en pie y me estrechó la mano.

En mi vida conseguir algo me había resultado tan sencillo. Si antes, que no tenía una sola buena noticia que darle a Aarón quería llamarle, ahora me moría de ganas. Iba a flipar cuando le contara aquello…