Before you came into my life
I missed you so bad.
Carly Rae Jepsen, «Call Me Maybe».
Yo no era de los que pensaban que los sueños guardaban significados ocultos. A diferencia de Leo, era incapaz de creer que las respuestas del universo pudieran estar contenidas en una bola 8. Sin embargo, cuando aquella mañana me desperté sofocado y bañado en sudor, tuve un presentimiento.
En la pesadilla de la que acababa de despertarme, me encontraba sobre un escenario, con un foco dirigido a mis ojos y risas a mi alrededor, muchas risas. Terribles y atronadoras carcajadas que me perforaban los tímpanos y que me impedían saber qué se esperaba de mí. Cuando creía que me iba a volver loco, sentí un temblor bajo mis pies y el escenario y los alrededores comenzaron a venirse abajo. Justo antes de precipitarme al vacío, advertí la sombra del ser que estaba provocando el terremoto, pero no pude distinguir su silueta. Después el mundo se desintegró y yo abrí los ojos con la garganta seca.
El daruma que el profesor Haru me había regalado me miraba impertérrito desde la mesilla de noche con una única pupila pintada. ¿Qué me hacía pensar que podía haber algún significado oculto en aquella pesadilla? Ni idea, pero no pude quitarme esa sensación de encima hasta horas más tarde, cuando me encerré en el estudio a trabajar.
Lo más habitual era que dedicara los domingos a avanzar en mis lecturas, ver alguna película en mi habitación o, si lograba convencer a Sarah, asistir a algún espectáculo de Broadway, siempre bajo la vigilancia de Hermann, por supuesto.
Sin embargo, esa mañana preferí quedarme en las oficinas trabajando a mi aire en los pocos temas que llevaba del nuevo disco. Uno de ellos, del que más orgulloso me sentía, lo había titulado «Brothers» y estaba dedicado a Leo, claro. El resto, para mi desesperación, eran demasiado deprimentes como para que pasaran ni mi primera criba. Cuando no me salían letras sobre corazones rotos, se me ocurrían otras sobre mentiras y traiciones, jaulas de oro y falsas apariencias.
A Haru no le disgustaban y les veía bastante potencial, pero yo me negaba a convertirme en uno de esos cantantes cuyos discos eran una invitación al suicidio. Si alguna vez me decidía a salvar alguno de esos temas sería cuando ya lo hubiera superado. Mientras, los dejaría reposar en mi cuaderno de partituras a modo de diario, como había hecho desde que aprendí a escribir en pentagramas.
Me colgué la guitarra al cuello y comencé a puntear los acordes que rondaban por mi cabeza. Había quien necesitaba un paraíso para relajarse; a mí me bastaba con tener la guitarra entre las manos y cerrar los ojos. Al menos eso Develstar no había podido arrebatármelo.
Después me dediqué a probar diferentes opciones hasta componer una melodía que describiera exactamente el malestar que me había provocado el sueño. Y con cada nueva nota que garabateaba en el papel, más tranquilo me sentía. Era como desahogarse, pero sin necesidad de molestar a un amigo… o pagar a un psicólogo.
A punto de terminar, la puerta del estudio se abrió y por ella apareció el profesor Haru. Ambos nos miramos sorprendidos.
—No esperaba encontrarte aquí —dijo él, sonriente como siempre.
—Ni yo a ti tampoco. ¿Cómo es que has venido? Ya sabes lo poco que le gusta a Maeko que trabajes el fin de semana… —bromeé. Hacía poco que me había presentado a su mujer y desde entonces no dejaba de pincharle con eso de que trabajaba demasiado.
Él se rió y se sentó en la silla de la mesa de mezclas.
—Hoy se ha llevado a la niña a un cumpleaños…
—… y como no tienes nada mejor que hacer, has decidido pasar el día aquí.
—Lo mismo podría decir de ti. ¿Qué haces que no estás disfrutando de la estupenda mañana que hace? —quiso saber.
Miré por la ventana y suspiré.
—¿Me creerías si te dijera que le he cogido un poco de manía a eso de salir y que Hermann me persiga allá donde vaya? No puedo ni ojear un cómic sin que chasquee la lengua porque se aburre. ¡Es desesperante!
Haru soltó una carcajada y me aseguró que me creía.
—Al menos te lo pasas bien cuando te llevan a esos programas tan entretenidos de la televisión, ¿no? ¿Cómo era? ¡Uno, dos, tres, dispara al ciempiés! —exclamó.
—¡Ni me lo recuerdes! —le advertí sonrojándome—. ¿Fue vergonzoso? Lo fue. Lo sé. No he querido ni verlo en internet…
—Estuvo gracioso.
—Fue patético.
Tal y como había sucedido con mi hermano, las muestras de afecto hacia mí se habían disparado desde que se reveló la verdad sobre Play Serafin, pero también se habían multiplicado las de odio y decepción al descubrir que Leo no volvería a aparecer en nada relacionado con el grupo. Le había cogido tanto pavor al asunto que era incapaz de googlear mi nombre siquiera, por miedo a lo que pudiera encontrarme.
—En realidad he venido porque el señor Gladstone me ha llamado para… una cosa y he aprovechado para coger estos papeles —me explicó Haru agarrando unos folios de la mesa.
—¿Una cosa? —pregunté intrigado—. ¿Algo supersecreto? ¿Mi finiquito quizá?
—Me temo que no —respondió con una sonrisa triste—. Me encantaría poder contártelo, pero me advirtieron de forma explícita que no lo hiciera.
—¡¿Y desde cuándo seguimos sus órdenes?! —exclamé yo de broma. Aunque en el fondo me estaban comiendo por dentro la preocupación y la curiosidad. En silencio no dejaba de repetirme: «Lo sabía, sabía que pasaría algo».
El profesor Haru se puso en pie y me dio una palmada en la espalda.
—No te preocupes. Estoy seguro de que te lo dirán a lo largo del día. Sigue practicando y mañana me enseñas ese nuevo tema que estabas tocando. Sonaba bien.
Se despidió con la mano y volví a quedarme solo, con la guitarra sobre las piernas y la mirada perdida en la pared.
Odiaba las sorpresas. Desde los diez años ya les decía a mis padres qué quería que me regalasen por mi cumple o por Navidad. No me gustaban los paquetes ni las noticias bomba que de pronto alguien soltaba en mitad de la cena. Supongo que esa manía se había intensificado después de lo que Develstar nos había hecho. ¿Qué sería lo nuevo?
Me tiré en la silla giratoria sin más ganas de tocar la guitarra y la cabeza bullendo de posibilidades, a cada cuál peor que la anterior. ¿Y si habían encontrado una tercera cara para Play Serafin? ¿Y si anunciaban que, a partir de ahora, me encargaría de componer las canciones de otros y no tendría tiempo para las mías? Imposible, me repetí. Eso podía hacerlo cualquiera y por mucho menos dinero del que me pagaban por estar allí. Además, habían peleado demasiado por que el escándalo manchase lo menos posible la firma de Play Serafin como para deshacerse de ella tan pronto. No, tenía que ser otra cosa. Pero ¿qué?
Molesto y agobiado, me levanté y comencé a dar vueltas por la habitación como un león enjaulado. Estaba harto de tener que aguardar siempre a que fueran ellos los que decidieran cuándo darme las noticias. Quería saber lo que tramaban, y quería saberlo ya.
Salí del estudio y me encaminé al ascensor. Lo único que me preocupaba era meter en problemas al profesor Haru, pero dejaría claro que no era culpa suya.
Una vez en el piso donde se encontraba el despacho del señor Gladstone, aminoré la marcha hasta detenerme. ¿Y si no estaban allí? A fin de cuentas, era domingo. Aparte, ¿cuál era el plan? ¿Llamar y preguntar cuál era la sorpresa que estaban preparándome? ¿Irrumpir sin avisar y cazarles con las manos en la masa?
De pronto la puerta del despacho se abrió y se escaparon unas carcajadas de su interior. Sin tiempo para dar la vuelta, me encontré mirando de frente al director de la empresa, a la señora Coen y a una mujer y una chica que no conocía de nada.
Lo primero que pensé fue que se trataban de madre e hija, pero no por el parecido, sino más bien por las diferencias tan acusadas que había entre ellas. La mayor parecía una mujer seria con esos zapatos oscuros y la chaqueta y la falda grises. Era regordeta y su risa resultaba demasiado forzada. La joven, por el contrario, era delgada y esbelta, un palmo más baja que yo.
La chica llevaba una camiseta negra sin mangas hasta los muslos, una chupa de cuero, medias finas de diversos tonos de rojo y botas altas. Sus manos, decoradas con diferentes anillos, jugaban distraídas con un bombín negro. Era singularmente guapa. Su rostro, cubierto por una fina capa de pecas oscuras sobre la nariz, resplandecía con unos enormes ojos verdes y una sonrisa de labios finos y pómulos altos. Llevaba el pelo corto, con un atrevido flequillo de puntas desiguales y la nuca despejada. De haber sido cualquier otra persona me habría burlado en silencio sobre cuánto habría tardado en peinarse tan casual y al mismo tiempo tan cuidada, pero con ella fui incapaz. En parte porque, hasta que no supiera quién era y qué hacía allí, la consideraba una amenaza… aunque no supiera de qué tipo.
—¡Aarón! —exclamó Eugene Gladstone al reparar en mí—. Justo hablábamos de ti. ¿Necesitabas algo?
—¿De mí? Eh… No, solo quería… Nada, no importa. De hecho, ya me iba —añadí, y señalé a mi espalda con el pulgar.
—Espera un momento. Ya que estás aquí, quiero presentarte a tu nueva compañera de aventuras: Zoe.
—¿Qué hay? —saludó ella tendiéndome la mano para que se la estrechase. Las pulseras de su muñeca tintinearon con el apretón—. Un placer conocerte, al fin.
—Zoe es una joven con muchísimo talento, ya lo verás. Se quedará con nosotros una temporada. ¿Por qué no le enseñas el edificio, ya que estás aquí? Seguro que tenéis muchas cosas de las que hablar.
No pude evitar fruncir el ceño contrariado. ¿Quién era esa chica? ¿Y por qué estaba tan interesada en conocerme? ¿Se trataba de la nueva apuesta de Develstar? ¿Tan poco había durado Play Serafin?
—Si tienes cosas que hacer no quiero entretenerte… —dijo ella malinterpretando mi gesto.
—No, para nada —le aseguré—. De hecho… pensaba dar una vuelta.
—¡Estupendo! —intervino el director acercándose para darme una palmada en la espalda (empezaba a creer que el gesto traía buena suerte)—. Así podremos terminar de revisar el papeleo con la señora Tessport. ¿Me acompaña? —Y se volvió hacia la mujer de gris. Ella asintió y fue tras él, seguida por Sarah, que me dedicó una mirada de advertencia al pasar.
—Bueno… —dije cuando nos quedamos solos—. ¿Qué te apetece hacer? ¿Has visto algo ya o…?
—Nada —contestó colocándose el sombrero sobre su pelo rojizo—. Quiero que me lleves a todas partes, incluso a las prohibidas.
Yo reí la broma, aunque su mirada me hizo dudar de si no hablaba en serio, y le indiqué el camino.
Tal y como la señora Coen hizo en su día con Leo y conmigo, recorrimos las diferentes plantas del edificio mientras le iba explicando quién trabajaba en cada una de ellas. En lugar de coger el ascensor, ella prefirió ir por las escaleras.
Aunque al principio parecía estar entretenida, cuando llegamos al tercer piso sentí que había perdido por completo el interés por lo que le estaba contando. Mientras intentaba explicarle a qué se dedicaba el departamento legal y burocrático, Zoe se paró en seco y me puso una mano en el hombro.
—¿Quieres que lo dejemos? —pregunté, consciente de lo aburrido que estaba siendo hasta para mí.
—Nop —dijo—. Tengo una idea mejor. ¿Por qué no me cuentas un recuerdo de cada uno de los lugares a los que me lleves?
—¿Un recuerdo? ¿Real?
Ella se encogió de hombros y sonrió.
—Puedes mentirme, siempre que te curres la mentira.
—Pero ¿por qué quieres que hagamos eso? —pregunté extrañado.
Ella se apoyó en la pared y se quitó el sombrero.
—Primero, porque ya sé para qué sirve un departamento legal —dijo divertida—, y segundo porque, si voy a estar aquí una temporada, me gustaría olvidar todo lo que los medios me han enseñado sobre ti y empezar de cero. Sería lo justo, ¿no te parece? Como tú a mí. Lo que me recuerda que todavía no te has presentado.
Me quedé un par de segundos en silencio, digiriendo sus palabras. ¿Sería una periodista encubierta?
—Eh… soy Aarón. Aarón Serafin —dije finalmente. Le tendí la mano y me sentí bastante idiota y algo avergonzado al no saber si estaba hablando en serio, pero Zoe me la estrechó con entusiasmo.
—Encantada, Aarón. Yo soy Zoe Tessport. Aunque en realidad ese es el apellido de mi madre adoptiva y no me gusta.
Pensé que debía pedir disculpas, sin saber muy bien la razón, pero ella parecía tan feliz y despreocupada que me guardé mi conmiseración y las preguntas para más tarde.
A continuación, me preguntó de dónde era. Cuando le respondí que de España, aunque mi padre había nacido en Chicago, me dijo que siempre había querido visitar ese país.
—Cuando sea rica pienso gastarme la mitad de mi fortuna en viajar. Hasta el momento, me temo que tendré que conformarme con seguir en Boston…
Resultó que Zoe tenía mi misma edad, aunque yo le sacaba un par de meses.
—Acuario y Aries —añadió divertida—. Nos llevaremos bien.
Me reí con aquel comentario y ella bajó la voz antes de acercarse un poco con actitud misteriosa.
—Se te da bien fingir que no nos conocemos —dijo.
Yo también bajé la voz como un espía y le di las gracias. Después le pregunté si estaba lista para continuar con la visita turística.
—Será un placer. —Y sin darme tiempo a reaccionar, se agarró de mi brazo y me dirigió al ascensor.
Durante la siguiente hora pude comprobar que Zoe era pura energía. No se estaba quieta en ningún momento. Siempre que podía, abría ventanas, toqueteaba en los ordenadores que hubiera encendidos o cogía los instrumentos desperdigados por las diferentes salas para probarlos. Cuando llegamos a la sala del croma, me suplicó que le hiciera una foto o vídeo con un fondo digital. Después de asegurarle que no tenía ni idea de cómo funcionaba se encogió de hombros y se aseguró de tomar nota de dónde estaba para volver cuando hubiera alguien que supiera manejar los programas necesarios.
También advertí los muchísimos recuerdos que guardaba en ese edificio de mi estancia en Develstar con Leo y Emma. Zoe no me preguntó por la segunda, y yo evité mencionar su nombre todo lo posible. Le hablé de los extenuantes ensayos de baile a los que sometieron a Leo, las incursiones que hacíamos a la cocina del restaurante en busca de comida solo por la emoción de ver si no nos cazaban, o las horas que pasábamos en la sala de proyección jugando a las videoconsolas que le regalaron a mi hermano los patrocinadores.
—Pero mi verdadero reino es este —dije orgulloso cuando un rato después abrí la puerta al estudio de grabación.
—¡Venga ya! ¡Es una pasada! —exclamó Zoe corriendo a revisar la mesa de mezclas. Cuando le pregunté si sabía cómo manejarla, negó con la cabeza y dijo—: Pero siempre me han fascinado. ¿Tú sí?
—Algo. Pero normalmente mi profesor de canto es quien se encarga de ella.
—¿Haru Zao? —preguntó ella—. Lo he conocido esta mañana.
—¿Tú también cantas?
Zoe no contestó. Entró en el cuarto contiguo, el de los micrófonos, y pasó la mano con delicadeza sobre los diferentes instrumentos que reposaban colgados de la pared y en los estantes.
—Toco el violín. Y bailo —dijo.
—¿A la vez?
—Al mismo tiempo, sí. Soy incapaz de tocar y estarme quieta en un sitio sin moverme. En una orquesta tendría serios problemas —añadió, y se rió.
—Suena… curioso.
Ella se volvió y se colocó las manos en la cintura.
—Seguro que te estás imaginándome tocando música lenta y aburrida.
Me hubiera gustado decir que no, pero…
—Sí que toco piezas clásicas, pero sobre todo creo mis propias composiciones e intento que sean movidas, perfectas para bailar. ¿Conoces a Lindsey Stirling? Búscala en YouTube. De mayor quiero ser como ella.
—Le echaré una ojeada más tarde.
—Tengo un amigo en Boston que después se encarga de prepararme las bases de batería. Supongo que el señor Haru me echará una mano con eso ahora, ¿no?
—Entre otras cosas —dije, y me sorprendí al sentir una sutil punzada de celos que enseguida reprimí—. Oye, quizá podamos trabajar juntos más adelante. Me encantan los temas con violín. Creo que los hacen mucho más… especiales.
Su sonrisa se ensanchó.
—Cuenta con ello. —A continuación, volvió a bajar la voz y dijo—: Se te ha olvidado decirme que cantas y tocas la guitarra, pero te lo perdono.
—Eres muy considerada.
—Qué, ¿vamos ya a comer?
—Antes quiero enseñarte mi lugar favorito, si te parece.
—¡Uau! —exclamó ella alzando las manos al aire—. ¿No querrás llevarme tan pronto a tu habitación?
Su pregunta me pilló tan desprevenido que me entró un ataque de risa.
—¡Pues claro que no! —contesté.
—Bien, porque debes saber que a una dama no se la…
Sin dejarla terminar, la agarré de los hombros y la saqué del estudio con una confianza poco usual entre dos personas que se habían visto por primera vez hacía poco más de una hora. Tenía la sensación de conocerla de siempre.
Una vez fuera, la guié hasta la azotea por la escalera de servicio.
Sin hablar, me siguió hasta el borde del tejado, donde los miles de cristales de los edificios colindantes reflejaban la luz del sol en un delirante espectáculo caleidoscópico.
—Estoy sin habla —dijo Zoe en un susurro.
—Ambos sabemos que eso es imposible. Y solo te conozco de hace un rato.
Me apoyé en la barandilla y respiré la leve brisa que corría. ¿Quién me iba a decir esa mañana que el sueño sí había sido premonitorio? Había esperado una catástrofe, un nuevo cambio que desmoronase la poca tranquilidad que había logrado acumular en las últimas semanas. Sin embargo, en su lugar, la suerte había traído consigo a una chica con la que, al menos, sabía que no tendría tiempo de aburrirme.
—¿Vienes aquí muy a menudo? —me preguntó ella.
—Siempre que puedo, aunque ahora en verano es demasiado agobiante y espero que se haga de noche.
—Cuesta creer que allí abajo haya caravanas de coches y gente corriendo de un lado a otro, ¿verdad? Nunca habría creído que Nueva York pudiera parecer una ciudad tan… tranquila.
Asentí en silencio.
—Pues gracias por enseñarme tu secreto —dijo Zoe con sinceridad, volviéndose hacia mí—. Creo que esto nos convierte oficialmente en amigos.
—Me temo que sí —respondí yo divertido—. Me temo que sí.