Como todos los físicos, Theo esperaba con interés todos los años la lista de los honrados con el Premio Nóbel, para saber quién se uniría a las filas de Bohr, Einstein, Feynman, Gell-Mann y Pauli. Los investigadores del CERN habían logrado más de veinte galardones a lo largo de los años. Por supuesto, cuando vio ese encabezado en su bandeja de entrada, no tuvo que abrir el mensaje para saber que su nombre no estaba en la lista de premiados de aquel año. Sin embargo, le gustaba ver si lo había conseguido alguno de sus amigos y colegas. Apretó el botón de ABRIR.
Los premiados eran Perlmutter y Schmidt, por el trabajo, de hacía casi una década, que demostraba que el universo se iba a expandir eternamente, en vez de terminar por colapsarse en una gran explosión. Era típico que el premio se concediera a trabajos completados años atrás: era necesario dar tiempo a la reproducción de los resultados y a la consideración de las ramificaciones.
Bueno, pensó Theo, los dos eran buenas elecciones. Sin duda habría amargura en el CERN; se rumoreaba que McRainey ya estaba planeando la fiesta de celebración, aunque sin duda se trataba de calumnias. A pesar de todo, Theo se preguntó, como hacía todos los años por esas fechas, si alguna vez vería su nombre en esa lista.
Theo y Lloyd pasaron los dos días siguientes trabajando en su informe sobre el Higgs. Aunque la prensa ya había anunciado (aunque sin mucho entusiasmo) la generación de la partícula, aún tenían que poner por escrito los resultados para publicarlos en revistas científicas. Lloyd, como era su costumbre, garabateaba en el tablero de datos mientras Theo paseaba arriba y abajo.
—¿Por qué la diferencia? —preguntó el canadiense por duodécima vez—. ¿Por qué no conseguimos el Higgs la primera vez, pero sí ésta?
—No lo sé —dijo Theo—. No cambiamos nada. Por supuesto, tampoco pudimos reproducirlo todo a la perfección. Han pasado semanas desde el primer intento, de modo que la Tierra se ha desplazado millones de kilómetros alrededor de su órbita, y, por supuesto, el sol también se ha desplazado en el espacio, como siempre hace, y...
—¡El sol! —gritó Lloyd. Theo lo miró confuso—. ¿No lo ves? La primera vez que lo hicimos el sol estaba en el cielo, pero en la segunda era de noche. Puede que en el primer experimento los vientos solares interfirieran con el equipo.
—El túnel del LHC se encuentra a cien metros bajo tierra, y tiene la mejor protección contra radiaciones que existe. No hay modo de que una partícula ionizada pueda atravesarlo.
—Hmm. ¿Pero qué hay de las partículas contra las que no podemos escudarnos? ¿Qué hay de los neutrinos?
Theo frunció el ceño.
—Para ellos, no hay diferencia entre que nos encaremos al sol o no.
Sólo uno de cada doscientos millones de neutrinos que alcanzaba la Tierra llegaba a golpear algo; el resto se limitaba a atravesarla hasta el otro lado.
Lloyd apretó los labios, pensativo.
—Pero puede que la cantidad de neutrinos fuera especialmente alta aquel día. —Algo resonaba en su cabeza, algo que había dicho Gaston Béranger cuando enumeraba todas las demás cosas que habían sucedido a las cinco de la tarde del veintiuno de abril—. Béranger me dijo que el observatorio de neutrinos de Sudbury había detectado una gran descarga justo antes de que comenzara nuestro experimento.
—Conozco a alguien en el ONS —dijo Theo—. Wendy Small. Hicimos juntos el posgraduado. —El observatorio de Sudbury, abierto en 1998, situado bajo dos kilómetros de roca precámbrica, era el detector de neutrinos más sensible del mundo.
Lloyd señaló el teléfono y Theo se acercó a él.
—¿Conoces el prefijo regional?
—¿De Sudbury? Probablemente sea el 705, el de casi todo el norte de Ontario.
Theo marcó un número, habló con el operador, colgó y marcó de nuevo.
—Hola —dijo en inglés—. ¿Wendy Small, por favor? —Una pausa—. Hola, Wendy, soy Theo Procopides. ¿Qué? Ah. Qué graciosa, qué graciosa eres. —Theo cubrió el micrófono y le dijo a Lloyd—: me ha dicho que si no estaba muerto. —Lloyd pugnó por no soltar una carcajada—. Wendy, te llamo del CERN. Estoy aquí con Lloyd Simcoe. ¿Te importa que ponga el altavoz?
—¿Es de verdad Lloyd Simcoe? —dijo la voz de Wendy desde el altavoz—. Encantada de hablar con usted.
—Hola —respondió Lloyd débilmente.
—Mira —dijo Theo—; como sabes, intentamos reproducir ayer el experimento temporal, pero no funcionó.
—Eso he notado —respondió Wendy—. ¿Sabes? En mi visión, estaba viendo la televisión, pero era tridimensional. Parecía el clímax de una película de detectives. Me muero por saber quién era el asesino.
Y yo, pensó Theo. Pero dijo algo distinto:
—Lamentamos no haberte podido ayudar.
—Tengo entendido —dijo Lloyd— que el observatorio de neutrinos de Sudbury captó un influjo de neutrinos justo antes del experimento original, el 21 de abril. ¿Podía deberse a manchas solares?
—No. Aquel día el sol estaba tranquilo; lo que detectamos fue una descarga extrasolar.
—¿Extrasolar? ¿Te refieres a procedente de fuera del sistema solar?
—Así es.
—¿Cuál era la fuente?
—¿Recuerdas la supernova 1987A?
Theo negó con la cabeza.
Lloyd respondió, sonriendo.
—Ése era el sonido de Theo negando con la cabeza.
—Ya oía como un sonajero —dijo Wendy—. Bueno, escuchad: en 1987 se detectó la mayor supernova en trescientos ochenta y tres años. Una supergigante azul de tipo B3 llamada Sanduleak-69°202 saltó por los aires en la Gran Nube de Magallanes.
—¡La Gran Nube de Magallanes! —exclamó Lloyd—. Eso queda bastante lejos de aquí.
—A ciento sesenta y seis años luz, para ser exactos —respondió Wendy—. Eso significa, por supuesto, que en realidad Sanduleak reventó en el Pleistoceno, pero no vimos la explosión hasta hace veintidós años. Pero los neutrinos viajan sin impedimento casi por toda la eternidad, y, durante la explosión de 1987, detectamos una descarga de neutrinos que duró unos diez segundos.
—De acuerdo —dijo Lloyd.
—Y Sanduleak era una estrella muy extraña; normalmente esperas que sea una supergigante roja, no azul, la que entre en supernova. Pero bueno, después de explotar como tal, lo que sucede normalmente es que los restos de la estrella se colapsan en un agujero negro. Pues si Sanduleak se hubiera colapsado en un agujero negro, nunca deberíamos haber detectado los neutrinos, ya que no hubieran tenido oportunidad de escapar. Pero, con veinte masas solares, pensamos que Sanduleak era demasiado pequeña como para formar un agujero negro, al menos de acuerdo con la teoría aceptada.
—Ajá —dijo Lloyd.
—Y bien, en 1993, Hans Bethe y Gerry Brown presentaron una teoría sobre condensaciones de kaones que permitirían a una estrella de poca masa colapsarse en agujeros negros; los kaones no obedecen al principio de exclusión de Pauli.
Ese principio decía que dos partículas de un tipo dado no podían ocupar de forma simultánea el mismo estado energético. Wendy siguió con su exposición.
—Para que una estrella se colapse en una estrella de neutrones, todos los electrones deben combinarse con protones para formar neutrones, pero como los electrones sí se adhieren al principio de exclusión, cuando tratas de juntarlos lo que hacen es ocupar niveles energéticos cada vez superiores, provocando una resistencia al propio colapso; ése es parte del motivo por el que tienes que comenzar con una estrella lo bastante masiva como para lograr un agujero negro. Pero si los electrones se convierten en kaones, todos podrían ocupar los niveles de energía inferiores y ofrecerían una resistencia mucho menor, haciendo teóricamente posible el colapso de estrellas pequeñas en agujeros negros. Garry y Hans dijeron «mirad, suponed que eso es lo que ha ocurrido en Sanduleak, que los electrones se han convertido en kaones». De ese modo, podríamos tener agujero negro. ¿Y cuánto tiempo llevaría la conversión de electrones en kaones? Calcularon que unos diez segundos, lo que significa que los neutrinos podrían escapar durante los primeros diez segundos de supernova; pero, después, serían engullidos de vuelta por el agujero negro recién formado. Y, por supuesto, diez segundos es el tiempo que duró la descarga de neutrinos de 1987.
—Fascinante —dijo Lloyd—. Pero ¿qué tiene esto que ver con la descarga que se produjo cuando realizamos por primera vez el experimento?
—Bueno, el objeto que se forma de una condensación de kaones no es en realidad un agujero negro —respondió Wendy—. Es más bien una parasingularidad de inestabilidad inherente. Ahora los llamamos «agujeros marrones», por Gerry Brown. En realidad debería rebotar en un momento dado, reconvirtiéndose de forma espontánea los kaones en electrones. Cuando esto sucede, el principio de exclusión de Pauli debería entrar en funcionamiento, provocando una inmensa presión contra la degeneración y obligando a ese objeto a expandirse de forma casi instantánea. En ese punto, los neutrinos tendrían otra ocasión para escapar, al menos hasta que el proceso se revirtiera y los electrones volvieran a convertirse en kaones. Sanduleak rebotó en algún momento y, al parecer, cincuenta y tres segundos antes de vuestro desplazamiento temporal original nuestro detector registró una descarga procedente de la estrella; por supuesto, el detector, o al menos su equipo de grabación, se detuvo en cuanto comenzó el efecto temporal, de modo que no sé cuánto duró la segunda descarga; pero, en teoría, debiera de ser más larga que la primera, puede que de unos dos o tres minutos. —Su voz se hizo pensativa—. De hecho, al principio pensé que era la descarga de rebote de Sanduleak lo que había causado el desplazamiento temporal. Ya estaba lista con mi billete para Estocolmo cuando aparecisteis y dijisteis que todo era cosa de vuestro colisionador.
—Puede que al final fuera la descarga —dijo Lloyd—. Puede que por ese motivo no fuéramos capaces de reproducir el efecto.
—No, no —replicó Wendy—. No fue la descarga de rebote, al menos sola; recuerda que la lluvia comenzó cincuenta y tres segundos antes del desplazamiento, y que éste coincidió de forma exacta con el comienzo de vuestras colisiones. Sin embargo, puede que la coincidencia de la descarga de neutrinos sobre la Tierra con vuestro experimento causara la condición extraña que permitió el desplazamiento. Y sin esa descarga en el momento de intentar replicar el experimento, no sucedió nada.
—Por tanto —dijo Lloyd—, básicamente creamos en la Tierra condiciones que no habían existido desde una fracción de segundo después del Big Bang, y simultáneamente fuimos alcanzados por una lluvia de neutrinos escupidos por el rebote de un agujero marrón.
—Sí, más o menos es así —dijo Wendy—. Como podrás imaginar, las posibilidades de que eso suceda son increíblemente remotas... lo que puede que no sea una mala noticia.
—¿Rebotará Sanduleak de nuevo? —preguntó Lloyd—. ¿Podemos esperar otra descarga de neutrinos?
—Probablemente. En teoría rebotará varias veces más, oscilando entre el estado de agujero marrón y de estrella de neutrones, hasta que alcance la estabilidad y se establezca como una estrella de neutrones permanente, pero sin rotación.
—¿Cuándo se producirá el siguiente rebote?
—Ni idea.
—Pero si esperamos a la próxima descarga y repetimos el experimento en ese momento preciso, puede que logremos replicar el efecto de desplazamiento temporal.
—Eso no va a suceder —dijo Wendy.
—¿Por qué? —preguntó Theo.
—Pensadlo, chicos. Necesitasteis semanas para preparar la repetición, porque todo el mundo tenía que ponerse a salvo. Pero los neutrinos apenas tienen masa. Viajan por el espacio prácticamente a la velocidad de la luz. No hay modo de saber con antelación cuándo van a llegar, y como el primer chorro del rebote no duró más de tres minutos, pues había terminado para cuando mi detector comenzó a registrar de nuevo, nunca podríais anticipar el comienzo de la lluvia. Cuando ésta comenzara, sólo tendríais tres minutos o menos para enchufar el acelerador.
—Mierda —dijo Theo—. Maldición.
—Siento no traer mejores noticias —dijo Wendy—. Oíd, me espera una reunión dentro de cinco minutos, tengo que colgar.
—Muy bien —respondió Theo—. Adiós.
—Adiós.
Theo desconectó el altavoz y miró a Lloyd.
—Irreproducible —dijo—. Al mundo no le va a gustar eso. —Se acercó a una silla y se sentó.
—Mierda —dijo Lloyd.
—Dímelo a mí. ¿Sabes? Ahora que sabemos que el futuro no es fijo creo que no me preocupo tanto por lo del asesinato, pero, a pesar de todo, me hubiera gustado ver algo. Lo que fuera. Me siento... Dios, me siento marginado, ¿sabes? Como si todo el planeta estuviera viendo el ovni mientras yo me echaba una siesta.