Theo regresó a Nueva York y le relató a Lloyd su encuentro con Cheung. El canadiense se quedó tan perplejo como Theo ante la información recibida. Los dos permanecieron en la ciudad ocho días más, mientras las Naciones Unidas seguían debatiendo de forma acalorada su propuesta.
China estaba a favor de la moción que autorizaba la repetición de los experimentos. Aunque ya estaba claro que el futuro no era fijo, el hecho de que durante las primeras visiones el gobierno totalitario chino siguiera allí con su mano de hierro había hecho mucho por acallar a los disidentes internos. Para China, aquel era un asunto capital. Sólo había dos versiones posibles del futuro: la continuación o no de la dictadura comunista. Las primeras visiones apuntaban a la primera opción. Si las segundas lo corroboraban, si a pesar de la maleabilidad del futuro el Comunismo no sería derribado, el espíritu disidente quedaría hecho trizas: un ejemplo perfecto de lo que el New York Times había llamado, en un chiste de gusto cuestionable, «taking a Dim view of the future»[1], en honor de Dimitrios Procopides, quien, roto su espíritu por lo que había visto en su porvenir, dio todo cuanto tenía para cambiarlo.
¿Y si las segundas visiones mostraban que el Comunismo había caído? Entonces China no estaría peor que antes del primer salto al futuro, con su destino en cuestión. Era una jugada que, desde el punto de vista de Pekín, merecía la pena.
Los embajadores de la Unión Europea también iban a votar claramente a favor de la repetición, por dos motivos. Si la réplica fracasaba, la interminable riada de demandas contra el CERN y sus países miembros remitiría con toda probabilidad. Si tenía éxito, el segundo vistazo del futuro sería gratis, pero los posteriores podrían venderse al resto de la humanidad por miles de millones de euros. Sí, otras naciones podrían tratar de construir aceleradores capaces de producir las mismas energías liberadas en el LHC, pero la primera visión había mostrado un mundo lleno de colisionadores de taquiones-tardiones, y parecía que, a pesar de todo, no era tan fácil producir visiones. Si el CERN era responsable, era al parecer el responsable de algún modo único: alguna combinación específica de parámetros, imposible de lograr en otro acelerador, había hecho posible el fenómeno.
Las objeciones a la reproducción eran más vehementes en el hemisferio occidental, en los países cuyas gentes habían estado en su mayoría despiertas cuando la conciencia viajó al 2030 d.C, y en los que por tanto se había producido el mayor número de muertos y heridos. Las protestas tenían como base principal los daños del primer suceso, y el miedo a que una segunda visión viniera acompañada por una carnicería y una destrucción similares.
En el hemisferio oriental el daño había sido relativamente pequeño; en muchas naciones, más del noventa por ciento de la población había estado dormido, o al menos a salvo dentro de la cama, cuando se produjo el salto al futuro; había habido muy pocas bajas, y muy pocos daños a la propiedad. Argumentaban que, evidentemente, el anuncio por adelantado de una réplica no pondría en peligro a mucha gente. Denunciaban como emocionales las protestas contra el experimento. De hecho, las encuestas en todo el mundo mostraban que aquellos que habían tenido visiones estaban enormemente satisfechos por ellas, aunque al final no hubiesen reflejado un futuro inmutable. De hecho, ahora que el mundo estaba seguro de que el destino podía cambiarse, aquellos que habían visto algo que consideraban negativo estaban, en la media, más satisfechos por la visión que aquellos que habían descrito su futuro como positivo.
Aunque no tenía voz formal en la deliberación de la ONU, el Papa Benedicto XVI entró en el debate asegurando que las visiones eran totalmente consistentes con la doctrina católica. El espectacular aumento de la asistencia a misa desde el fenómeno había sido, sin duda alguna, un factor en la postura del pontífice.
El primer ministro de Canadá apoyaba igualmente las visiones, ya que mostraban que el Quebec seguía formando parte del país. El presidente de los Estados Unidos estaba menos entusiasmado; aunque su país seguía siendo la principal potencia mundial dentro de dos décadas, sus consejeros mostraban una gran preocupación por que el primer destello ya hubiera provocado graves daños en la seguridad nacional, pues personas (incluso niños) que no estaban atadas por juramentos de secreto tuvieron acceso a toda clase de información comprometedora. Y, por supuesto, a los demócratas les escocía que el republicano Franklin Hapgood, en esos momentos profesor de ciencia política en Purdue, pareciera estar destinado a ser presidente en 2030.
Así que la delegación estadounidense seguía peleando contra la repetición. «Aún estamos enterrando a nuestros muertos», decía un embajador. Pero los japoneses respondían asegurando que, aunque las visiones no hubieran mostrado un futuro real, claramente enseñaban uno factible. Los EE.UU., un país en el que la mayor parte de la población había tenido visiones diurnas, trataba de atesorar los beneficios tecnológicos obtenidos por el fenómeno. El primer salto se había producido a las 11:21 en Los Ángeles, a las 14:21 en Nueva York y a las 3:21 en Tokio; casi todos los japoneses habían tenido visiones poco más emocionantes que ellos mismos soñando en el futuro. América capitalizaba las nuevas invenciones y tecnologías advertidas por sus ciudadanos; Japón y el resto del hemisferio oriental habían quedado detrás de forma injusta.
Aquello incendió de nuevo a la delegación china; al parecer, habían estado esperando el momento de que alguien sacara aquel mismo asunto. El fenómeno se había producido a las 2:21 horas en Pekín; la mayoría de los chinos no habían visto más que a sí mismos durmiendo en el futuro. Si se invocaba otro salto, argumentaban, sin duda debería comenzar con un desfase de doce horas respecto al original. De ese modo, si el salto se desfasaba doce horas respecto a los veintiún años, seis meses, dos días y dos horas fijos del primer experimento, aquellos en el hemisferio oriental se beneficiarían más esta vez, equilibrando las cosas.
El gobierno japonés apoyó de inmediato al chino en este asunto, así como el indio, el pakistaní y el de las dos Coreas, que reclamaban igualdad.
Los orientales podían tener razón sobre que América trataba de lograr la superioridad tecnológica; si se iba a producir una réplica, los Estados Unidos insistían con vehemencia en que se produjera a la misma hora del día, alegando criterios científicos: la repetición era precisamente eso, y todos los parámetros experimentales debían ser iguales, dentro de lo humanamente posible.
Lloyd Simcoe fue llamado para aconsejar a la Asamblea General sobre ese punto.
—Recomendaría no variar ningún factor de forma innecesaria —dijo—, pero como aún carecemos de un modelo funcional del fenómeno, no puedo afirmar de forma categórica que realizar el experimento de noche, y no de día, vaya a representar una diferencia. Después de todo, el túnel del LHC está muy bien escudado contra la filtración de radiaciones, y esa protección tiene el efecto de mantener también fuera la radiación solar y cualquier otro elemento externo. A pesar de todo, recomendaría no variar la hora.
Un delegado de Etiopía señaló que Simcoe era estadounidense, y que por tanto estaba tratando de proteger los intereses de su país. Lloyd replicó diciendo que en realidad era canadiense, pero aquello no impresionó al africano; Canadá también se había beneficiado de forma desproporcionada de los destellos del futuro de sus ciudadanos.
Mientras tanto, el mundo islámico había abrazado en su mayoría las visiones como ilham, guía divina ejercida directamente sobre la mente y el alma, en vez de wahi, revelación divina del futuro, ya que, por definición, sólo los profetas eran capaces de lo segundo. Que las visiones pertenecieran a un futuro maleable parecía conformarse a la visión islámica y, aunque estos dirigentes no invocaron la metáfora de Scrooge, el concepto de recibir conocimientos que permitieran la mejora personal por líneas religiosas y espirituales era interpretada por muchos como totalmente congruente con el Corán.
Algunos musulmanes sostenían, no obstante, que las visiones eran demoníacas, parte de la destrucción del mundo, y no divinas. Pero, en cualquier caso, los líderes espirituales islámicos rechazaban por completo la noción de que un experimento de física pudiera ser la causa: aquella era una interpretación errónea, secular y occidental. Las visiones tenían un origen claramente espiritual, y la materia era irrelevante en las mismas.
Lloyd había temido que los musulmanes se opusieran a la repetición del experimento del LHC con esta base. Pero primero el Wilaiar al-Faqih de Irán, después el Shaik al-Azhar en Egipto y más tarde todos los shaik e imanes del mundo, terminaron por admitir la repetición, precisamente para que, al fallar, los infieles vieran demostrado que el origen del suceso original había sido espiritual, y no seglar.
Por supuesto, los gobiernos musulmanes no coincidían a menudo con los fieles a los que gobernaban. Para aquellos países que no inclinaban la cabeza ante Occidente, apoyar la repetición, aunque fuera diferida en doce horas como exigían los asiáticos, era un escenario de gano-ganas: si fracasaba, los científicos occidentales terminarían humillados y la perspectiva materialista del mundo sufriría un gran golpe; si tenía éxito, la economía de las naciones musulmanas se vería beneficiada al lograr sus ciudadanos visiones de tecnología futura, como ya había pasado con los americanos.
Lloyd había esperado que aquellos que no tuvieron visiones, los que al parecer estarían muertos en el futuro, se opusieran también a la repetición, pero, en realidad, la mayoría estuvo a favor. Los jóvenes sin visión, bautizados como «Ungrateful Dead»[2] por el Newsweek, solían alegar que querían demostrar que había otra explicación que la muerte a su falta de experiencia. Los mayores, que casi se habían resignado al hecho de que estarían muertos dentro de veintiún años, simplemente sentían curiosidad por descubrir más, aunque fuera a través de otros, sobre el futuro que nunca vivirían para ver.
Algunos países, Portugal y Polonia entre ellos, solicitaban que se retrasara la repetición al menos un año, ante lo que se presentaron tres poderosas réplicas: primero, como Lloyd había señalado, cuanto más tiempo pasara, más probable era que algún factor externo cambiara lo bastante como para impedir el experimento; segundo, la necesidad de una seguridad absoluta durante la réplica era evidente para la opinión pública en ese momento. Cuanto más se difuminara la gravedad de las consecuencias en la mente de todos, menos estrictos serían en su preparación; tercero, la gente quería nuevas visiones que confirmaran o negaran los acontecimientos de las primeras, permitiendo a aquellos que habían visto cosas inquietantes comprobar si ya estaban en el buen camino para evitar esos futuros. Si las nuevas visiones fueran también de un tiempo veintiún años, seis meses, dos días y dos horas en el futuro del momento del experimento, cada día que pasaba disminuía las probabilidades de que la segunda visión tuviera la relación suficiente con la primera como para poder hacer comparaciones.
También había un buen argumento económico a favor de una rápida repetición, si es que al fin se producía. Muchos negocios operaban en aquellos momentos con capacidades reducidas, debido al daño en equipo y personal producido durante el primer salto. Un paro general en el futuro cercano para acomodar un segundo salto resultaría en una pérdida menor de productividad que otro realizado dentro de meses o años, cuando los comercios y fábricas operaran de nuevo a toda máquina.
Los debates se centraban en incontables asuntos: economía, seguridad nacional (¿y si una nación lanzaba un ataque nuclear contra otra justo antes de la pérdida de consciencia?), filosofía, religión, ciencia y principios democráticos. ¿Podía una decisión que iba a afectar a todo el planeta realizarse con un voto por nación? ¿No deberían los votos depender del peso demográfico de cada país, de modo que la voz china fuera la más importante? ¿O había que pensar en un referéndum global?
Al fin, tras muchas discusiones y tensiones, la ONU tomó su decisión: se repetiría el experimento del LHC, aunque desplazado, como muchos habían exigido, doce horas respecto al primero.
Todos los embajadores de la Unión Europea insistieron en una condición antes de permitir que el CERN intentara reproducir el experimento; no habría demanda gubernamental alguna contra el instituto, contra los países que lo formaban o contra su personal. Se aprobó una resolución de la ONU impidiendo que se presentara esta clase de demandas ante el Tribunal Mundial. Por supuesto, nada podía impedir las demandas civiles, aunque tanto el gobierno francés como el suizo habían declarado que sus tribunales no atenderían dichas reclamaciones, y era difícil establecer la jurisdicción de otras cortes.
El Tercer Mundo representaba el problema logístico más importante: las regiones sin desarrollar o en vías de desarrollo, a las que las noticias llegaban lentamente, si es que llegaban. Se decidió que la repetición no se produciría hasta dentro de seis semanas, tiempo más que suficiente para que todo el mundo pudiera darse por enterado. De ese modo, la humanidad comenzó los preparativos para echarle otro vistazo al mañana.
Michiko lo bautizó como Operación Klaatu. En la película Ultimátum a la Tierra, Klaatu, un alienígena, neutralizaba toda la electricidad del mundo durante treinta minutos precisamente al mediodía de Washington, para demostrar la necesidad de la paz mundial. Pero lo hizo con un gran cuidado, de modo que nadie saliera herido. Los aviones permanecieron en el aire y las salas de operaciones mantuvieron su energía. Aquella vez iban a intentar ser tan cuidadosos como Klaatu, aunque, como Lloyd señalaba, en la película el alienígena era acribillado por sus esfuerzos. Por supuesto, al ser de otro planeta había conseguido resucitar...
Lloyd se sentía frustrado. La primera vez, por algún motivo, el experimento no había conseguido producir el bosón de Higgs; quería tocar los parámetros ligeramente con la esperanza de alcanzar la discreta partícula, pero sabía que la reproducción tenía que ser exacta. Probablemente nunca tuviera una ocasión para refinar la técnica, para generar el Higgs. Y, por supuesto, eso significaba que nunca conseguiría el Nóbel.
Salvo que...
Salvo que diera con una explicación física para lo que había sucedido. Pero aunque era su experimento el que al parecer había causado el salto de veintiún años, y aunque él, y todo el personal del CERN, se habían estrujado el cerebro para determinar la causa, no tenía ni idea de por qué había pasado. Cualquier otro, incluso alguien que no fuera físico de partículas, tenía las mismas posibilidades de averiguar las razones.