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QUINTO DÍA: SÁBADO 25 DE ABRIL DE 2009

El edificio de administración del CERN disponía de toda clase de salas para seminarios y espacios de reunión. Para la conferencia de prensa iban a usar un salón con doscientos asientos, todos los cuales se llenaron. Lo único que había tenido que hacer el departamento de relaciones públicas era decir a la prensa que el CERN iba a hacer un importante anuncio sobre la causa del desplazamiento temporal, y los reporteros acudieron desde toda Europa, incluyendo un japonés, un canadiense y seis estadounidenses.

Béranger estaba siendo fiel a su palabra: iba a dejar a Lloyd el centro del escenario; si iba a haber una cabeza de turco, sería él. Lloyd se acercó hasta el lectern y se aclaró la garganta.

—Hola a todos —comenzó—. Me llamo Lloyd Simcoe. —Los de relaciones públicas le habían aconsejado que lo deletreara, de modo que lo hizo—: Es S-I-M-C-O-E, y «Lloyd» comienza con «elle»—. Todos los corresponsales recibirían un DVD con los comentarios de Lloyd y su biografía, pero muchos elaborarían sus crónicas de inmediato, sin posibilidad de revisar el material de prensa. Lloyd siguió—. Estoy especializado en el estudio del plasma de quarks-gluones. Soy ciudadano canadiense, pero trabajé durante muchos años en los Estados Unidos, en el Laboratorio Acelerador Fermi. Durante los dos últimos años he estado en el CERN, desarrollando un importante experimento para el Gran Colisionador de Hadrones.

Hizo una pausa para ganar tiempo, para que su estómago se calmara. No era que temiera hablar en público; había pasado demasiado tiempo como profesor universitario para ello. Pero no tenía modo de saber qué reacción tendría lo que estaba a punto de decir.

—Éste es mi asociado, el doctor Theo Procopides —siguió.

Theo se incorporó en su silla, cercana al lectern.

—Theo —dijo, con media sonrisa—. Llámenme Theo.

Una familia feliz, pensó Lloyd. Deletreó lentamente el nombre y el apellido de su colaborador e inspiró antes de proseguir.

—El 21 de abril, exactamente a las dieciséis horas del meridiano de Greenwich, estábamos desarrollando aquí un experimento.

Se detuvo de nuevo y miró algunos de los rostros. No pasó mucho antes de que los periodistas empezaran a preguntar a voces, y sus ojos se vieron asaltados por los flashes de las cámaras. Levantó las manos con las palmas hacia fuera, esperando a que se hiciera el silencio.

—Sí —dijo—, sí, sospecho que tienen razón. Tenemos motivos para creer que el fenómeno de desplazamiento temporal estuvo relacionado con el trabajo que estábamos desarrollando en el colisionador.

—¿Cómo es eso posible? —preguntó Klee, enviado de la CNN.

—¿Está usted seguro? —saltó Jonas, corresponsal de la BBC.

—¿Por qué no lo han hecho público antes? —decía el reportero de Reuters.

—Comenzaré por la última pregunta —respondió Lloyd—. O, para ser más exactos, dejaré que lo haga el doctor Procopides.

—Gracias —dijo Theo, poniéndose en pie y acercándose al micrófono—. La... eh... la razón por la que no lo hemos comunicado antes es que carecíamos de un modelo teórico para explicar el suceso. —Hizo una pausa—. Para ser sinceros, seguimos sin tenerlo; hay que tener en cuenta que sólo han pasado cuatro días desde el salto al futuro. Pero el hecho es que realizamos la colisión de partículas de mayor energía de la historia del planeta, y ésta se produjo exactamente en el momento en que comenzó el fenómeno. No podemos ignorar esta relación causal.

—¿Hasta qué punto están seguros de que las dos cosas están relacionadas? —preguntó una mujer del Tribune de Genève.

Theo se encogió de hombros.

—Somos incapaces de encontrar nada en nuestro experimento que pudiera haber causado el salto al futuro. Pero tampoco podemos pensar que otra cosa que nuestro experimento haya podido causarlo. Simplemente nos parece que nuestro trabajo es el candidato más probable.

Lloyd miró al doctor Béranger, cuyo rostro de halcón se mostraba impasible. Durante los ensayos de la conferencia de prensa, Theo había dicho «el culpable más probable», y a Béranger no le había gustado nada. Pero al final no hubo diferencia.

—¿Admiten entonces su responsabilidad? —preguntó Klee—. ¿Admiten que todas las muertes fueron culpa suya?

Lloyd sintió un nudo en el estómago, y pudo ver cómo el rostro de Béranger se endurecía. El director general parecía estar a punto de levantarse y tomar el control de la conferencia de prensa.

—Admitimos que nuestro experimento parece la causa más probable —respondió Lloyd, acercándose a Theo—. Pero afirmamos que no hay modo, absolutamente ninguno, de predecir nada remotamente parecido a lo que sucedió como consecuencia de nuestro trabajo. Fue por completo imprevisto... e imprevisible. No fue más que lo que el sector asegurador llama un acto divino.

—Pero todas las muertes... —gritó un reportero.

—Todo el daño a la propiedad... —decía otro.

Lloyd volvió a levantar las manos.

—Sí, lo sabemos. Créanme, nuestro corazón está con todos aquellos que resultaron heridos, o que perdieron a un ser querido. Una niña que me era muy cercana murió cuando un coche perdió el control; daría lo que fuera por recuperarla. Pero no había modo de prevenirlo...

—Claro que lo había —gritó Jonas—: si no hubieran hecho el experimento, nunca hubiera sucedido.

—Con el mayor de los respetos, señor, eso es irracional —replicó Lloyd—. Los científicos experimentan constantemente, tomando todas las precauciones razonables. El CERN, como bien sabe, tiene un récord de seguridad envidiable. Pero no se puede dejar de hacer cosas, la ciencia no puede detenerse. No sabíamos lo que iba a suceder; no podíamos saberlo. Pero estamos siendo honestos: se lo estamos diciendo al mundo. Sé que hay gente que teme que pueda volver a suceder, que en cualquier momento su conciencia será transportada una vez más hacia el futuro. Pero no será así; nosotros fuimos la causa, y podemos asegurarles, asegurarle a todo el mundo, que no hay peligro de que algo así vuelva a ocurrir.

Hubo, por supuesto, críticas desaforadas en la prensa, editoriales sobre científicos investigando cosas que los humanos no deberían conocer. Pero, por mucho que lo intentaron, ni siquiera el periódico más sensacionalista fue capaz de lograr que un físico con credibilidad asegurara que el CERN podía haber previsto los resultados del experimento: el desplazamiento de la conciencia en el tiempo. Por supuesto, eso engendró comentarios sobre el corporativismo de los físicos. Pero las encuestas pasaron rápidamente de culpar al equipo del CERN a aceptar que se trataba de algo totalmente imprevisible, algo nuevo por completo.

Fue un tiempo difícil en lo personal para Lloyd y Michiko. Ella había volado a Tokio con el cuerpo de Tamiko. Él, por supuesto, se había ofrecido a viajar con ella, pero no hablaba japonés. Normalmente, los anglohablantes hubieran tratado por educación de que se sintiera cómodo, pero en circunstancias tan extremas parecía claro que se quedaría fuera de casi todas las conversaciones. Además, la situación era incómoda: Lloyd no era el padrastro de Tamiko, ni el marido de Michiko. Era el momento de que Michiko y Hiroshi, por muchas diferencias que hubieran tenido en el pasado, lloraran a su hija y le dieran sepultura. Por mucho que también él estuviera destrozado por la muerte, tenía que admitir que no podía hacer mucho por ayudar a su prometida en Japón.

Así, mientras ella volaba hacia Oriente, él permaneció en el CERN, tratando de que un mundo atónito lograra comprender los fundamentos físicos del asunto.

—Dr. Simcoe —dijo Bernard Shaw—, ¿puede explicarnos lo que sucedió?

—Por supuesto —respondió Lloyd, poniéndose cómodo. Estaba en la sala de teleconferencias del CERN, con una cámara no mayor que un dedal mirándolo desde un trípode esquelético. Shaw, por supuesto, estaba en el centro de la CNN en Atlanta. Lloyd tenía programadas otras cinco entrevistas similares a lo largo del día, incluyendo una en francés—. Casi todos hemos oído los términos «espaciotiempo» o «continuo espaciotemporal». Se refiere a la combinación de las tres dimensiones clásicas, longitud, anchura y altura, con la cuarta, el tiempo.

Lloyd asintió a una técnica fuera de cámara, y la imagen parada de un hombre blanco de cabello oscuro apareció en un monitor tras él.

—Le presento a Hermann Minkowski —dijo Lloyd—, la primera persona que propuso el concepto de continuo espaciotemporal. Es difícil ilustrar el modelo de las cuatro dimensiones directamente, pero está más claro si simplificamos eliminando una dimensión espacial.

Asintió de nuevo y la imagen cambió.

—Éste es un mapa de Europa. Por supuesto, Europa es tridimensional, pero todos estamos acostumbrados a los mapas en dos dimensiones. Y Hermann Minkowski nació aquí, en Kaunas, en la actual Lituania, en 1864.

Una luz iluminó el país.

—Ahí está. Pero supongamos que la luz no está sobre la ciudad de Kaunas, sino sobre el propio Minkowski, naciendo en 1864.

La leyenda «1864 d.C.» apareció en la esquina inferior derecha del mapa.

—Si retrocedemos algunos años, podremos ver que no había Minkowski antes de ese punto.

La fecha del mapa cambió a 1863 d.C, después a 1862 d.C, a 1861 d.C, sin rastro de Minkowski, por supuesto.

—Ahora volvamos a 1864.

El mapa obedeció, con la luz de Minkowski brillante en la longitud y latitud de Kaunas.

—En 1878 —siguió Lloyd—, Minkowski se mudó a Berlín para acudir a la universidad.

El mapa de 1864 cayó como una hoja del calendario; el de abajo tenía por título 1865. En rápida sucesión, otros mapas fueron cayendo, desde 1866 hasta 1877, cada uno con la luz de Minkowski cerca de Kaunas o en la misma ciudad, pero, al llegar al de 1878, la luz se desplazó cuatrocientos kilómetros hacia el oeste, hacia Berlín.

—Pero no se quedó allí. En 1881 se marchó a Königsberg, en la moderna frontera polaca.

Tres mapas más desaparecieron hasta aparecer el de 1881, con la luz de su objetivo desplazada de nuevo.

—Durante los siguientes diecinueve años, nuestro Hermann pasó de una universidad a otra, regresando a Königsberg en 1894, viajando después a Zurich, aquí en Suiza, en 1896, y por fin a la universidad de Göttingen, en la Alemania Central, en 1902.

Los mapas cambiantes reflejaron sus movimientos.

—Permaneció en Göttingen hasta su muerte, el 12 de enero de 1909.

Más mapas volaron, pero la luz permanecía estática.

—Y, por supuesto, después de 1909 no hubo más Minkowski.

Los mapas titulados «1910», «1911» y «1912» cayeron, pero ninguno de ellos tenía luz.

—Bien —dijo Lloyd—. ¿Qué sucede si cogemos nuestros mapas y los apilamos en orden cronológico, inclinándolos un poco de modo que podamos verlos de forma oblicua?

Los gráficos informáticos de la pantalla a su espalda ya lo habían hecho.

—Como pueden ver, la luz trazada por los movimientos de Minkowski forman un rastro a través del tiempo. Comienza aquí, abajo, en Lituania, se desplaza por Alemania y Suiza y termina muriendo acá, en Göttingen.

Los mapas estaban situados el uno sobre el otro, formando un cubo; el rastro de la vida de Minkowski era claramente visible, como si un ardillón brillante estuviera ascendiendo por su madriguera.

—Esta clase de representación, que muestra la vida de alguien a través del espaciotiempo, se llama cubo de Minkowski: el buen Hermann fue el primero que los hizo. Por supuesto, se pueden realizar para cualquiera. Aquí está el mío.

El mapa cambió para mostrar todo el mundo.

—Nací en Nueva Escocia, Canadá, en 1964, me mudé a Toronto, después a Harvard para estudiar, trabajé años en el Fermilab, en Illinois, y terminé aquí, en la frontera franco-suiza, en el CERN.

Los mapas se apilaron, formando un cubo con un rastro luminoso.

—Y, por supuesto, es posible trazar la senda de otras personas en el mismo cubo.

Otras cinco luces, cada una de un color distinto, se abrieron paso por el cubo. Algunas empezaban antes que la de Lloyd, y otras terminaban antes de llegar hasta arriba.

—La parte superior del cubo —siguió— representa el día de hoy, 25 de abril de 2009. Y, por supuesto, todos estamos de acuerdo en que hoy es hoy. Es decir: todos recordamos ayer, pero aceptamos que ha pasado; y todos desconocemos el mañana. De forma colectiva estamos mirando esta rebanada superior del cubo.

La cara superior del mismo se iluminó.

—Imaginen el ojo colectivo de la humanidad valorando esta rebanada —el dibujo de un ojo, pestañas incluidas, flotaba fuera del cubo, paralelo a su cara superior—. Pero lo que sucedió durante el salto al futuro fue esto: el ojo se desplazó por el cubo hacia el futuro, y en vez de observar la rebanada de 2009, se encontró mirando la de 2030.

El cubo se extendió hacia arriba, y casi todas las sendas vitales coloreadas siguieron ascendiendo por él. El ojo flotante saltó, hasta que el plano iluminado se encontró muy cerca de la cara superior del bloque alargado.

—Durante dos minutos, nos encontramos observando otro punto de nuestras líneas vitales.

Bernard Shaw se movió en su asiento.

—Entonces, ¿está diciendo que el espaciotiempo es como un montón de fotogramas apilados, y que el «ahora» es el fotograma iluminado en ese momento?

—Esa es una buena analogía —respondió Lloyd—. De hecho, me ayuda a explicar mi siguiente punto: imagine que está viendo Casablanca, que resulta ser mi película favorita. Y que en ese momento, en la pantalla está este momento en particular.

Tras él, Humphrey Bogart decía: «La has tocado para ella, así que puedes tocarla para mí. Si ella pudo soportarla, yo también podré».

Dooley Wilson rehuía la mirada de Bogart. «No recuerdo la letra».

Bogart, con los dientes apretados: «¡Tócala!»

Wilson alzó la vista al techo y comenzó a cantar «El tiempo pasará», mientras sus dedos bailaban sobre el teclado.

—Ahora —dijo Lloyd, sentado frente a la pantalla—, que este fotograma sea el que estamos mirando en este momento —al decir «este», la imagen se congeló en Dooley Wilson— no significa que esta otra parte sea menos fija o real.

De repente, la imagen cambió. Un avión desaparecía en la bruma. Un pulcro Claude Rains miraba a Bogart. «Tal vez le conviniera desaparecer de Casablanca una temporada», decía. «Hay tropas de la Francia Libre en Brazzaville. Podría facilitarle un pasaje».

Bogey sonrió levemente. «¿Un salvoconducto? Me vendría bien un viaje, y gastarme el dinero de la apuesta. Aún me debe diez mil francos».

Rains enarcó las cejas. «Y esos diez mil francos cubrirán nuestros gastos».

«¿Nuestros gastos?», dijo Bogart, sorprendido.

Rains asintió. «Ajá».

Lloyd observó sus espaldas mientras se alejaban en la noche. «Louis», decía Bogart de fondo; Lloyd sabía que lo habían grabado en posproducción, «creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad».

—¿Ve? —dijo Lloyd, volviéndose hacia la cámara—. Podría haber estado viendo tocar a Sam «El tiempo pasará» para Rick, pero el final ya está fijado. La primera vez que se ve Casablanca, estás mordiéndote las uñas preguntándote si Ilsa se irá con Victor Laszlo o se quedará con Rick Blaine. Pero la respuesta siempre fue, y siempre será, la misma: los problemas de dos personas minúsculas no son nada en este mundo de locos.

—¿Está diciendo que el futuro es tan inmutable como el pasado? —preguntó Shaw, que parecía más indeciso de lo que en él era habitual.

—Exactamente.

—Pero Dr. Simcoe, con el debido respeto, eso no parece tener sentido. Es decir, ¿qué hay del libre albedrío?

Lloyd cruzó las manos frente al pecho.

—No existe el libre albedrío.

—Claro que sí —dijo Shaw.

Lloyd sonrió.

—Sabía que iba a decir eso. O, para ser exactos, cualquiera que viera nuestros cubos de Minkowski desde fuera sabía que usted iba a decir eso, porque ya está escrito en piedra.

—¿Pero cómo es eso posible? Tomamos millones de decisiones todos los días; cada uno de nosotros damos forma a nuestro futuro.

—Usted tomó millones de decisiones ayer, pero son inmutables; no hay modo de cambiarlas, por mucho que lamente algunas de ellas. Y probablemente tomará millones más mañana. No hay diferencia. Usted cree tener libre albedrío, pero no es así.

—Déjeme ver si le entiendo, Dr. Simcoe. Está usted asegurando que las visiones no son de un posible futuro, sino que son del futuro; del único que existe.

—Exacto. En realidad vivimos en un universo de Minkowski, y el concepto del «ahora» no es más que una ilusión. El futuro, el presente y el pasado son tan reales como inmutables.