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TERCER DÍA: JUEVES 23 DE ABRIL DE 2009

Resumen de prensa

La oficina del Fiscal de Distrito de Los Ángeles ha retirado todos los cargos pendientes por faltas para liberar personal, que deberá encargarse de la avalancha de demandas relacionadas con los saqueos posteriores al salto al futuro.

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El Departamento de Filosofía de la Universidad de Witwatersrand, Suráfrica, informa de un récord de solicitudes de matrícula.

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Amtrak de los EEUU, Via Rail en Canadá y British Rail han informado de un enorme aumento del volumen de pasajeros. Ninguno de los trenes de dichas compañías sufrió accidente alguno durante el salto al futuro.

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La Iglesia de las Sagradas Visiones, presentada ayer en Estocolmo, cuenta ya con 12.000 fieles en todo el mundo convirtiéndose en la religión de más rápida difusión de todo el planeta.

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La Asociación Americana de Abogados informa de un fuerte aumento de peticiones de nuevos testamentos, o de revisión de los ya existentes.

Al día siguiente, Theo y Michiko estaban trabajando en la creación de su página web para que la gente informara de sus visiones. Habían decidido llamarla Proyecto Mosaico, en honor del primer explorador popular (hace tiempo olvidado) de la red y como reconocimiento por el hecho evidente, dados los esfuerzos de investigadores y reporteros de todo el mundo, de que cada visión representaba una pequeña tesela en un vasto mosaico del año 2030.

Theo sostenía una taza de café, de la que bebió un sorbo.

—¿Puedo preguntarte algo sobre tu visión?

Michiko alzó la mirada hasta ver las montañas por la ventana.

—Claro.

—Es sobre la niña con la que estabas. ¿Crees que era hija tuya? —Estuvo a punto de decir «tu nueva hija», pero por suerte se censuró un segundo antes.

La mujer alzó un poco los hombros.

—Eso parece.

—Y... ¿era también de Lloyd?

Michiko pareció sorprendida por la pregunta.

—Por supuesto —dijo, aunque había duda en su voz.

—Porque Lloyd...

Michiko se tensó.

—Te ha hablado de su visión, ¿no?

Theo comprendió que había metido la pata.

—No, no exactamente. Es que como él estaba en Nueva Inglaterra...

—Con una mujer que no era yo. Sí, ya lo sé.

—Estoy seguro de que eso no significa nada. Estoy convencido de que las visiones no tienen por qué cumplirse.

Michiko volvió a observar las montañas, y Theo descubrió que también él lo hacía a menudo. Había algo en ellas... algo sólido, permanente, inmutable. Le resultaba reconfortante saber que había cosas que no durarían meras décadas, sino milenios.

—Mira —dijo ella—. Ya me he divorciado una vez. No soy tan estúpida como para pensar que todos los matrimonios duran eternamente. Puede que Lloyd y yo rompamos en algún momento. ¿Quién sabe?

Theo apartó la mirada, incapaz de enfrentarse a sus ojos, sin saber cómo reaccionaría ella a las palabras que se acumulaban en su interior.

—Sería un idiota si te dejara escapar —dijo.

Su mano estaba sobre la mesa, y de repente sintió la de Michiko sobre ella, dándole unas palmadas afectuosas.

—Muchas gracias —dijo. Theo la miró y la descubrió sonriendo—. Eso es lo más bonito que nunca me han dicho.

Michiko retiró su mano... pero no hasta pasados unos deliciosos segundos.

Lloyd Simcoe salió del centro de control del LHC y se dirigió hacia el edificio de administración. Normalmente el recorrido le llevaba quince minutos, pero aquella vez se convirtieron en treinta al tener que detenerse tres veces. Los físicos querían preguntarle sobre el experimento del LHC que podía haber causado el desplazamiento temporal, o para sugerir modelos teóricos que explicaran el salto al futuro. Era un hermoso día de primavera: fresco, pero con grandes montañas de cúmulo nimbos en el cielo azul, rivalizando con las cimas al este del campus.

Al fin llegó al edificio de administración y se dirigió al despacho de Béranger. Por supuesto, había solicitado una cita (a la que ya llegaba quince minutos tarde); el CERN era una instalación enorme, y no había otro modo de reunirse con su director general.

La secretaria de Béranger indicó a Lloyd que entrara directamente. La ventana del despacho, en la tercera planta, se abría al campus de la instalación. Béranger se levantó de su sillón y se sentó en la gran mesa de conferencias, gran parte de la cual estaba cubierta con informes experimentales relacionados con el salto al futuro. Lloyd se sentó en el lado opuesto.

¿Oui? —dijo el director—. ¿Sí? ¿De qué se trata?

—Quiero hacerlo público —respondió Lloyd—. Quiero explicarle a la gente nuestro papel en los hechos.

Absolument pas —le cortó Béranger—. Ni pensarlo.

—Maldita sea, Gaston, tendremos que hacerlo en algún momento.

—No sabes si somos los responsables. No puedes demostrarlo... ni nadie más. Los teléfonos están descolgados, por supuesto: imagino que todos los científicos del mundo están recibiendo llamadas de la prensa, pidiendo su opinión sobre el acontecimiento. Pero nadie ha contactado todavía con nosotros... y espero que así siga siendo.

—¡Oh, vamos! Theo me dijo que entraste como un huracán en el centro de control del LHC justo después del salto. Sabías que era culpa nuestra desde el primer momento.

—Eso era cuando creí que se trataba de un fenómeno localizado. Pero una vez descubrí que era mundial, lo reconsideré. ¿Crees que éramos la única instalación haciendo algo interesante en ese justo momento? Lo he comprobado. El KEK estaba desarrollando un experimento que comenzó cinco minutos antes del salto; el SLAC también estaba realizando colisiones de partículas. El Observatorio de Neutrinos de Sudbury detectó un estallido justo antes de las diecisiete; también justo antes de las cinco, en Italia se produjo un terremoto de tres punto cuatro en la escala Richter. En Indonesia, y justo a nuestras diecisiete, se activó un nuevo reactor de fusión. Y en la Boeing también estaban realizando pruebas con una serie de motores de cohete.

—Ni el KEK ni el SLAC pueden generar niveles de energía similares a los que podemos alcanzar en el LHC —respondió Lloyd—. Y los demás no son acontecimientos precisamente especiales. No tienes nada.

—Sí —dijo Béranger—. Estoy desarrollando una investigación apropiada. No estás seguro, no tienes la certeza moral de que fuéramos nosotros. Y hasta entonces no vas a decir una sola palabra.

Lloyd negó con la cabeza.

—Sé que te pasas los días moviendo papeles, pero creo que en tu interior sigues siendo un científico.

Soy un científico. Esto tiene que ver con la ciencia... con la buena ciencia, con el modo en que se supone que hay que trabajar. Tú quieres hacer una declaración antes de tener todas las pruebas. Yo no —se detuvo para coger aliento—. Mira —dijo—, la fe de la gente en la ciencia ya se ha sacudido lo bastante en los últimos años. Demasiadas historias han terminando siendo fraudes o supercherías baratas.

Lloyd lo miró con intensidad.

—Percival Lowell, que sólo necesitaba unas gafas mejores y una imaginación menos activa, aseguraba recibir canales de Marte. Pero allí no había nada. Aún soñamos con las secuelas de que un imbécil en Roswell decidiera declarar que lo que había visto eran los restos de una nave alienígena, en vez de un globo aerostático. ¿Recuerdas a los Tasadai, una tribu paleolítica descubierta en Nueva Guinea en los 70 que carecía de palabra para definir «guerra»? Los antropólogos cayeron sobre ellos para estudiarlos. Sólo hubo un problema: no existían. Pero los científicos tenían tanta prisa por aparecer en los programas de la noche que no se molestaron por buscar pruebas.

—Yo no intento salir en los programas de la noche —replicó Lloyd.

—Y entonces anunciamos al mundo la fusión fría —siguió Gaston, ignorándolo—. ¿Lo recuerdas? El fin de la crisis energética, ¡el fin de la pobreza! Más potencia de la que la humanidad necesitaría jamás. Salvo por que no era real, sino Fleishmann y Pons pasándose de listos. Y luego empezamos a hablar de vida en Marte: el meteorito antártico con supuestos microfósiles, prueba de que la evolución había comenzado en otros planetas además de la Tierra. Salvo por que los científicos hablaron de nuevo demasiado rápido, y los supuestos fósiles resultaron ser formaciones rocosas naturales —Gaston inspiró profundamente—. Tenemos que tener cuidado, Lloyd. ¿Has oído hablar alguna vez a alguien del Instituto de la Investigación de la Creación? Sueltan toda clase de jeroglíficos sobre el origen de la vida, y la audiencia asiente como si estuviera de acuerdo; los creacionistas dicen que los científicos no saben de lo que hablan, y tienen razón; la mitad de las veces es así. Abrimos la boca demasiado pronto, en una carrera desesperada por la supremacía, por el crédito. Pero cada vez que nos equivocamos, cada vez que decimos que hemos hecho un gran descubrimiento en la lucha contra el cáncer, o que hemos desentrañado un misterio fundamental del universo, y tenemos que aparecer una semana, un año, una década después para decir que vaya, la cagamos, no comprobamos los hechos, no sabíamos de lo que hablábamos; cada vez que eso sucede, damos un empujón a los astrólogos, a los creacionistas, a la nueva era y demás escoria, a los artistas y charlatanes, a los casos más perdidos. Somos científicos, Lloyd, se supone que somos los últimos bastiones del pensamiento racional, de la prueba verificable, reproducible, irrefutable, pero nos ponemos la zancadilla a nosotros mismos. Quieres decir que el CERN es responsable, que desplazamos la consciencia de la humanidad por el tiempo, que podemos ver el futuro, que podemos dar el don del mañana. Pero no estoy convencido de ello, Lloyd. No me crees más que un administrador tratando de cubrirse las espaldas, la espalda de todos nosotros, y la de nuestro seguro. Pero no es así; o, para ser sincero, no es completamente así. Maldita sea, Lloyd, lo siento, siento más de lo que puedas imaginar lo que le pasó a la hija de Michiko. Marie-Claire dio ayer a luz; ni siquiera debería estar aquí, gracias a Dios que su hermana está con nosotros, pero hay demasiado trabajo. Ahora tengo un hijo, y aunque sólo lo he disfrutado unas pocas horas, no podría soportar perderlo. Lo que Michiko ha sufrido, lo que tú sufres, no puedo ni imaginarlo. Pero quiero un mañana mejor para mi hijo. Quiero un mundo en que la ciencia sea respetada, en el que los científicos hablen con datos, y no con cavilaciones, en el que cuando alguien haga un anuncio científico, los presentes se sienten y tomen notas porque se acaba de revelar algo nuevo y fundamental sobre el modo en que funciona el universo; no quiero que miren al techo y digan: «Venga, a ver qué chorrada se les ocurre esta semana». No tienes pruebas, pruebas sólidas y palpables, de que el CERN tenga nada que ver con lo sucedido... Y hasta que las tengas, hasta que yo las tenga, nadie dará una conferencia de prensa. ¿Está claro?

Lloyd abrió la boca para protestar, la cerró y volvió abrirla.

—¿Y si puedo demostrar que el CERN tuvo algo que ver?

—No vas a reactivar el LHC, al menos a los niveles de 1150-TeV. Estoy corrigiendo la lista de experimentos. Cualquiera que quiera usar el colisionador para choques de protones con protones puede hacerlo una vez terminemos los diagnósticos, pero nadie va a disparar colisiones nucleares en el acelerador hasta que yo lo diga.

—Pero...

—No hay peros, Lloyd —sentenció Béranger—. Mira, tengo montañas de trabajo. Si no hay nada más...

Lloyd negó con la cabeza y dejó el despacho. Abandonó el edificio de administración y rehizo sus pasos.

Más gente lo detuvo en el camino de vuelta; parecía que cada pocos minutos surgía una nueva teoría y otra vieja era derribada. Al fin consiguió Lloyd regresar a su despacho. Esperando en su mesa estaba el informe inicial del equipo de ingeniería que había revisado los veintisiete kilómetros del túnel del LHC en busca de cualquier anormalidad a causa del desplazamiento temporal; de momento, no se había dado con nada fuera de lugar. Y los detectores ALICE y CMS también habían recibido el alta médica, superando todos los diagnósticos a los que habían sido sometidos.

También había una copia de la primera página del Tribune de Genève; alguien la había dejado allí, enmarcando con un círculo una noticia particular:

Muere un hombre que tuvo una visión «El futuro no es inmutable», dice un profesor.

Mobile, Alabama (AP): James Punter, de 47 años, murió hoy en un accidente de circulación en la I-65. Punter había comentado con anterioridad una visión precognitiva a su hermano Dennis Punter, de 44 años.

«Jim me había hablado de su visión», dijo Dennis. «Estaba en casa, en la misma en la que vivía hoy... pero en el futuro. Se estaba afeitando y se llevó el susto de su vida cuando se vio en el espejo, viejo y arrugado».

La muerte de Punter tiene serias implicaciones, asegura Jasmine Rose, profesora de Filosofía en la universidad estatal de Nueva York, en Broockport.

«Desde el momento de las visiones hemos estado discutiendo sobre si lo que mostraban era el futuro real, sólo uno de los posibles o, de hecho, si no serían más que alucinaciones», dijo.

«La muerte de Punter indica de forma clara que el futuro no está fijo; él tuvo una visión, pero ya no será capaz de verla convertida en realidad».

Lloyd aún estaba caliente por su encuentro con Béranger, y se descubrió haciendo una bola con la página y lanzándola al otro lado del despacho.

¡Una profesora de Filosofía!

La muerte de Punter no demostraba nada, por supuesto. Su historia era totalmente anecdótica. No había pruebas que la apoyaran, ningún periódico o televisión decía que pudiera relacionarse con otras historias de lo mismo, y al parecer nadie lo había visto en sus propias visiones. Un hombre de cuarenta y siete podía estar muerto fácilmente veintiún años después. Podía haberse inventado la visión (una bastante poco original, por cierto) por no revelar que no había tenido ninguna. Como Michiko había dicho, Theo probablemente había arruinado sus posibilidades de lograr nunca un seguro al revelar su falta de visión; Punter podía haber decidido que era mejor pretender haberla experimentado, antes que admitir que iba a estar muerto.

Lloyd lanzó un suspiro. ¿No podían haber hablado con un científico sobre el caso? ¿Con alguien que comprendiera de verdad lo que representaba una prueba?

Una profesora de Filosofía. Por el amor de Dios.

Michiko estaba llevando a cabo casi todo el trabajo relacionado con la página web; Theo estaba ejecutando simulaciones informáticas de la colisión del LHC en otro ordenador en la misma sala, ayudando cada vez que se le requería. Por supuesto, el CERN disponía de las últimas herramientas de creación, pero aún había que hacer mucho trabajo a mano, incluyendo la redacción de descripciones de diversas extensiones, para enviar a los cientos de motores de búsqueda disponibles en el mundo. Creía poder tenerlo todo a punto con un día más de trabajo.

En el monitor de Theo apareció una ventana que le anunciaba que tenía correo nuevo. Normalmente lo hubiera ignorado hasta un momento más adecuado, pero el asunto exigía su atención inmediata: «Betreff: Ihre Ermordung», el equivalente alemán de «Re: Su asesinato».

Ordenó a la computadora que mostrara el mensaje. Estaba todo en alemán, pero no tuvo problemas para leerlo. Michiko, que miraba por encima de su hombro, no sabía alemán, de modo que se lo tradujo.

—Es de una mujer en Berlín —dijo—. Dice algo como «Vi su mensaje en un grupo de noticias que consulto. Está buscando a gente que pudiera saber algo sobre su asesinato. Una persona que vive en el mismo edificio que yo sabe algo al respecto. Todos nos...», dice algo como reunimos, congregamos, algo así... «reunimos en el vestíbulo después del suceso, y compartimos nuestras visiones. Un tipo (no lo conozco bien, pero vive una planta más arriba) tuvo una visión en la que veía una noticia en la tele sobre el asesinato de un físico en, creo que dijo, Lucerne, pero al leer tu mensaje comprendí que había dicho CERN; confieso que nunca había oído hablar de ese lugar. En cualquier caso, le he mandado una copia oculta de tu mensaje, pero no sé si se pondrá en contacto contigo. Se llama Wolfgang Rusch, y puedes contactar con él en...». Eso es todo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Michiko.

—¿Qué voy a hacer? Hablar con él. —Descolgó el teléfono, marcó su número de cuenta para llamadas a larga distancia y después el número que aún brillaba en su pantalla.