El día 15 de diciembre de 1895, los hombres de la columna de invasión cubana se despertaron antes del amanecer, subieron a sus monturas y se pusieron en marcha de nuevo hacia el oeste. Los exhaustos caballos marchaban lentamente con la cabeza baja y una sensación de pavor flotaba en el ambiente. El día anterior, habían dejado atrás las montañas de Santa Clara y ahora entraban en campo abierto en torno a Cienfuegos, donde el régimen colonial era fuerte y abundaban los leales a España. Uno de los ayudantes de Gómez bromeó diciendo que avanzar hacia el oeste en dirección a Matanzas era como ir a «cruzar los Pirineos y a meternos en España»[1]. Los hombres de la columna de oriente eran conscientes de que allí podían considerarse extranjeros. Gómez y Maceo planearon cruzar la región lo más deprisa posible y evitar el contacto con los españoles siempre que pudieran. El general Quintín Bandera y sus mil soldados de infantería tomaron una ruta por el sur, algo menos expuesta, para que los tres mil jinetes bajo el mando de Gómez, Maceo y el general Serafín Sánchez pudieran moverse con mayor libertad. Ninguno de ellos podía imaginar que, al mediodía, la caballería cubana se encontraría en Mal Tiempo luchando —y venciendo— en la batalla más importante de la guerra.
Alrededor de las diez de la mañana, la columna pasa por un ingenio y una plantación llamada Santa Teresa. Maceo va al frente, y Gómez y Serafín Sánchez marchan en el centro, mientras cientos de mulas y sus guías los siguen en la retaguardia. La minúscula guarnición de Santa Teresa se había refugiado en uno de los sólidos edificios del ingenio y se limitaba a observar mientras los cubanos incendiaban la caña y reunían el ganado. Unos hombres que se adelantaron a inspeccionar el terreno llevaron a dos jóvenes de la localidad ante Gómez para que los interrogara. Tenían noticias de importancia: habían visto por la zona una fuerza española de mil quinientas unidades de infantería al mando del coronel Salvador Arizón, aparentemente ignorante de la presencia del grueso del ejército cubano en las cercanías. Mejor aún, Arizón había dividido sus fuerzas en tres columnas para poder localizar con más facilidad al enemigo. Una de ellas, formada por unos trescientos hombres al mando del teniente coronel Rich había marchado por la carretera de Palenque hacia Mal Tiempo y se dirigía al centro de la columna cubana. Con esta información, Gómez se apresuró a avanzar para informar a Maceo y juntos idearon una trampa. El plan requería que Maceo, en el flanco izquierdo, y Gómez, en el centro, atacaran a la vez a la desprevenida columna de Rich. Contando con su superioridad numérica y el elemento sorpresa, esperaban aniquilar a la infantería española con una carga a machete antes de que Rich pudiera situarse en formación.
Sin embargo, el combate no transcurrió así. Los testimonios de los testigos varían, pero parece que los exploradores de la avanzadilla cubana, en lugar de esperar, desmontaron y comenzaran a disparar sobre la columna española que se aproximaba. Esto eliminaba todo el elemento sorpresa, pero, con sólo trescientos hombres, Rich carecía de la potencia de fuego necesaria para resistir el ataque de los cubanos. Además, su posición a lo largo de una carretera que atravesaba los bosques y los campos de caña le limitaba la visión. Incluso armadas con rifles de repetición, las estrechas filas españolas no podrían detener una repentina carga de caballería que surgiera de la maleza.
Cuando Gómez y Maceo oyen los disparos esporádicos realizados por su avanzadilla, son conscientes de que su presa ha sido alertada del peligro. No obstante, deciden seguir con el plan. Los testimonios de varios testigos indican que Gómez se encontraba al frente de sus hombres, cargando precipitadamente sobre los españoles. Maceo, obstaculizado por un barranco y por un tendido de alambre de espino, llegó más tarde y rodeó a los españoles por el flanco derecho. En teoría, los rifles de repetición de los españoles tendrían que haber provocado estragos en la caballería enemiga. Pero, por razones que explicaremos más adelante, los españoles eran tiradores muy deficientes. Los cubanos hicieron caso omiso a este fuego ineficaz e irrumpieron en las filas españolas, a las que pasaron a machete en quince minutos de dura lucha. Manuel Piedra Martel, un ayudante de Maceo que recibió tres heridas en Mal Tiempo, recordaba que los soldados españoles habían perdido hasta el más mínimo sentido de la disciplina. Algunos tiraron sus armas y echaron a correr, lo que sólo les valió para ofrece un mejor blanco a la caballería cubana y a sus machetes; otros se encogieron paralizados por el miedo, se pusieron a rezar y cerraron los ojos ante la perspectiva de una muerte segura[2]. Esteban Montejo, que también combatió en Mal Tiempo, relató después cómo él y sus camaradas acuchillaron a docenas de soldados españoles y dejaron en los bosques montones de cabezas cortadas, como testimonios macabros de la eficacia de sus machetes en el combate cuerpo a cuerpo[3].
Batalla de Mal Tiempo, 15 de diciembre de 1895.
El coronel Arizón apareció en medio de esta matanza al frente de una segunda columna de infantería, intentando evitar el desastre total. Con su ayuda y con la llegada de refuerzos por ferrocarril, lo que quedaba de las fuerzas de Rich pudo retirarse a una posición más defendible, mientras los cubanos se mantenían en el campo de batalla. Los cubanos mataron a sesenta y cinco soldados en Mal Tiempo e hirieron a otros cuarenta, según el coronel Arizón. Si atendemos a las fuentes cubanas, el Ejército Libertador se hizo con diez mil cartuchos de munición y numerosos rifles, junto a las banderas y los archivos del batallón Canarias, mientras en sus filas contabilizaron sólo seis bajas y cuarenta y seis heridos[4].
Mal Tiempo fue una victoria clara de los insurgentes y un punto de inflexión en la guerra. Abrió el camino para la invasión de Matanzas, La Habana y Pinar del Río, donde el Ejército Libertador empezó a hacer buena la promesa de Gómez de interrumpir las exportaciones de Cuba incendiando todo lo relacionado con la producción comercial de azúcar y tabaco. Martínez Campos, que había intentado defender a la vez muchos lugares aislados, dividiendo y subdividiendo sus fuerzas para proteger cada ciudad, plantación o ingenio, descubrió en Mal Tiempo que no había reservado las fuerzas suficientes para detener a los veloces cubanos en el campo de batalla. Unos pocos días después de los acontecimientos de Mal Tiempo, en un lugar llamado Coliseo, Martínez Campos lideró un ataque sobre una parte de la columna de invasión comandada por Maceo. Aunque el general español hizo lo que pudo ese día y mantuvo su posición, carecía de los recursos y de la confianza necesarios para perseguir a los cubanos después de la batalla. Un estado de ánimo sombrío se apoderó del viejo general, y su relevo, que tanto había ansiado, se hizo realidad. Tras la batalla de Coliseo, Martínez Campos telegrafió a Madrid: «Mi fracaso no puede ser mayor. Enemigo me ha roto todas las líneas, columnas quedan atrasadas. Comunicaciones cortadas. No hay fuerzas entre enemigo y La Habana». Por culpa de Mal Tiempo y Coliseo, Martínez Campos acabó su carrera militar con deshonra[5].
La batalla de Mal Tiempo ha sido objeto de un gran interés popular en Cuba, y con razón, ya que fue la más significativa de la guerra antes de la victoria estadounidense en Santiago, en julio de 1898. Pero el protagonismo de Mal Tiempo ha ayudado a perpetuar uno de los mitos más duraderos de la guerra de Cuba: el de que los cubanos derrotaron a la infantería española usando sólo sus machetes. De hecho, tras la experiencia de Mal Tiempo y alguna más, Bernabé Boza, que sirvió como ayudante de Gómez, escribía en 1924 que «los históricos machetes de los cubanos» habían sembrado el terror entre los españoles y que éstos huían desesperadamente cuando escuchaban a las tropas cubanas gritar «al machete». Según Boza, los soldados españoles que habían experimentado alguna vez una carga de machete ya no podían olvidar el escalofriante sonido que esta arma producía al cortar los cuellos[6]. El aspecto icónico del machete, evidente en la expresión «los históricos machetes de los cubanos», se enquistó en la literatura cubana hasta el punto de que ciertos estudiosos han llegado a considerar el machete como una especie de talismán, contra el cual poco podían hacer ni siquiera los más avanzados rifles españoles[7]. Ramón Barquín, por ejemplo, decía que los macheteros cubanos caían «como demonios sobre los cuadros enemigos», y que éstos se venían abajo ante la arremetida[8].
A los historiadores americanos también les ha atraído el machete como sujeto histórico. Uno de los primeros testimonios en inglés obsequiaba a su audiencia americana con excitantes visiones de cargas a machete, en las que los cubanos, «aullando como un millar de hienas», se estrellaban contra una masa de indefensos infantes españoles[9]. Philip Foner describe a los cubanos cayendo «de improviso sobre el enemigo, blandiendo en alto los machetes desenfundados y cortando el aire con fieros mandobles», una visión que, según Foner, paralizaba incluso a los mejores soldados españoles[10]. Joseph Smith sugiere que el machete era «más letal que las balas del rifle más moderno»[11]. En resumen, el machete vino a ser un rasgo distintivo de la osadía de los cubanos y de la incompetencia de los españoles. Herramienta de cortadores de caña y de campesinos, el machete era el arma omnipresente del insurrecto, un fetiche que parecía tener el poder de parar las balas españolas, y el símbolo más reconocible de la Guerra de Independencia cubana como una «guerra del pueblo».
En cualquier caso, aunque la idea de unos hombres ululantes blandiendo machetes a lomos de sus caballos y arrollando a la infantería española es una imagen bélica persuasiva, cualquier persona familiarizada con el armamento y las tácticas militares reconocerá que hay algo que falla en esta visión. Por un lado, parece claro que los cubanos usaban el machete para muchos fines y que, en ciertas condiciones, era un arma formidable en el cuerpo a cuerpo; pero la idea de que unos hombres a caballo armados con machetes puedan derrotar a la infantería en formación es poco verosímil, e incluso insultante para la reputación de jefes militares como Maceo y Gómez, que no eran tan insensatos como para mandar cargar a sus hombres con machetes bajo una lluvia de fuego. De hecho, hay pruebas abundantes de que los cubanos los usaban sólo en circunstancias especiales, como en Mal Tiempo, y de que el arma principal en el campo de batalla era, como para los españoles, el rifle. Un examen del tipo de combate que se libraba en Cuba lo confirma.
En Peralejo, en Iguará, en todas las batallas importantes a excepción de Mal Tiempo, los cubanos combatieron según un guión predefinido, donde el machete jugaba un papel poco importante. Como los cubanos solían rehuir el combate abierto, eran los españoles los que tenían que buscar ese enfrentamiento en el terreno de los insurgentes, y esto era una baza a favor de los cubanos. Usando su red de espionaje, los comandantes cubanos podían predecir con facilidad los movimientos de las tropas españolas: sus hombres adoptaban así la posición defensiva adecuada en lugares elevados, vados de ríos, caminos estrechos y senderos a través de la jungla, que preparaban con barricadas y trincheras. Los españoles avanzaban a ciegas hacia estas trampas porque no tenían buenos mapas, y apenas recibían información de primera mano sobre el terreno, pues disponían de pocos espías rurales —no digamos ya de partidarios— y ninguna caballería para apoyar su avance. Los cubanos viajaban a caballo, pero normalmente desmontaban para disparar sus rifles a cubierto sobre una infantería española sorprendida en campo abierto. Si las cosas se ponían mal, los insurgentes tenían los caballos preparados para escapar al galope[12].
Los cubanos habían desarrollado este método de combate durante la Guerra de los Diez Años. Adolfo Jiménez Castellanos, un veterano español de la guerra, recordaba que los cubanos usaban los caballos para moverse rápidamente por el campo. Una vez en posición, sin embargo, emboscaban a los españoles a pie. «Toda su táctica», escribía Jiménez Castellanos, «se reducía a hacer fuego, ocultos con los árboles o las desigualdades del terreno» pero «ni tomaban la ofensiva al arma blanca ni esperaban nuestros ataques a la bayoneta», sino que preferían disparar desde la distancia a las filas en formación de la infantería española y luego se retiraban antes de que los españoles pudieran responder. Estas tácticas explican la baja mortalidad en ambos bandos durante la guerra[13].
Puede que los cubanos descubrieran este sistema en la batalla de La Sacra, que tuvo lugar el 9 de noviembre de 1873[14]. Un mes después, Gómez usó la misma táctica en Palo Seco, su mayor victoria en la Guerra de los Diez Años. La caballería de Gómez obligó a la unidad de choque contrainsurgente, los Cazadores de Valmaseda, a formar en cuadro. Acto seguido, Gómez ordenó a los suyos desmontar y disparar a los españoles desde detrás de una valla, junto a la carretera[15]. En lugares como éste, se preferían los rifles a la carga a caballo con los machetes; ésta resultaba útil al comienzo de un combate, ya que al cargar contra las columnas españolas, éstas adoptaban una formación compacta. Una vez que esto ocurría, el machete dejaba de hacer falta, pero los españoles ya eran vulnerables al fuego certero de las tropas cubanas desmontadas y a cubierto.
Antonio Maceo también era un maestro en estas tácticas. El 4 de octubre de 1895, José Escudero Rico, comandante del batallón Alcántara, abandona Bayamo con quinientos ochenta españoles y raciones para cinco días. Su objetivo era marchar describiendo un amplio círculo a través de Baire, Jiguaní y otras ciudades en torno a Bayazo, para hacer sentir la presencia española en una zona donde Antonio Maceo estaba reclutando hombres con vistas a la próxima invasión del oeste. Maceo había dispuesto una trinchera y una barricada en la carretera que conducía a Baire y, cuando la columna de Escudero se aproximó, los cubanos abrieron fuego desde detrás de la barricada y desde posiciones elevadas y escondidas a ambos lados de la carretera. El combate duró menos de una hora y, finalmente, los españoles tomaron la trinchera a punta de bayoneta. Los cubanos habían tenido la prudencia de abandonar la posición antes de que se llegara al combate cuerpo a cuerpo. Escudero siguió avanzando y se encontró con la caballería cubana, que cargó contra su columna de infantería varias veces sin acercarse demasiado y la expulsaron a tiros antes de que pudiera causar ningún daño. En cada una de estas ocasiones, la columna de Escudero tuvo que detenerse y formar en un cuadro defensivo que era objetivo fácil para los cubanos. El avance se ralentizó hasta que, finalmente, los cubanos se retiraron a las montañas, perseguidos, por poco tiempo y sin mucha convicción, por los hombres de Escudero. En estas batallas ocho españoles fueron heridos por disparos de rifle y uno murió a consecuencia de las heridas. Otros seis sufrieron contusiones menores, pero ninguno sintió el filo del machete. Las columnas españolas gastaron 4.539 cartuchos de munición que produjeron «numerosas bajas» entre los cubanos según Escudero, que no tenía forma de saberlo.
Llegados a este punto, es necesario hacer una pausa para tratar brevemente acerca de la fiabilidad de las cifras de bajas. Lo indeciso de los combates era un tema delicado para los oficiales españoles. Los «frentes» no avanzaban y nunca se ganaba terreno, al menos no durante mucho tiempo, así que resultaba complicado medir el éxito de un combate. De ahí que se diese mucha importancia al recuento de cadáveres, al igual que en la guerra de Vietnam, donde las condiciones eran parecidas también en otros aspectos. Por encima de todo, los oficiales españoles querían que la relación de bajas fuera lo más favorable posible, esto es, que el número de cubanos muertos fuera alto en relación a los muertos españoles. Las promociones y los incentivos económicos que recibían los oficiales dependían de que las proporción entre el recuento de cadáveres cubanos y las bajas propias fuera favorable. Los detalles de las miles de escaramuzas se publicaban en el Boletín Oficial de la oficina del capitán general en La Habana, para que todos pudieran verlos. Por desgracia, la presión para obtener cifras favorables convirtió a los oficiales en unos mentirosos que declaraban grandes bajas entre los cubanos a partir de «rastros de sangre» o de rumores que propagaban los no combatientes. Peor aún, a veces calculaban las bajas enemigas según los cartuchos disparados. Por esta peculiar lógica, si se disparan miles de cartuchos contra la jungla, incluso a ciegas, a alguien se alcanzará al otro lado. Este juego de adivinanzas continuó durante toda la guerra e hizo que las estimaciones españolas de las bajas cubanas fueran peor que inútiles[16]. Por ejemplo, en el caso que acabamos de ver, Escudero descubrió los cuerpos de ocho cubanos cuando tomó la trinchera enemiga en el asalto a bayoneta, pero no podía conocer el resto de bajas de los cubanos.
Estos también exageraban las pérdidas españolas. Los insurgentes raramente podían aproximarse, y mucho menos entrar en contacto con las columnas de infantería españolas, por lo que casi nunca tomaban las posiciones que atacaban. De esta forma, sus estimaciones de las bajas enemigas son tan poco fiables como las de los españoles. A veces informaban de cientos de bajas españolas a partir del número de camillas que veían sus informadores en ciudades españolas tras una batalla. Incluso en el caso de victorias claras, los comandantes cubanos tendían a exagerar. Después de Mal Tiempo, por ejemplo, Antonio Maceo sostenía que los españoles «dejaron sobre el campo 210 cadáveres», cuando la cifra real era mucho más reducida, como hemos visto[17]. Dada esta tendencia a inflar el número de bajas enemigas, es conveniente, siempre que sea posible, utilizar las fuentes de cada bando para cuantificar bajas propias, que es lo que he intentado hacer en este libro. Este procedimiento, por supuesto, no es perfecto, ya que ambos bandos también tendían a subestimar sus propias pérdidas, pero es más probable que nos acerque más a la verdad que otros métodos.
La infructuosa persecución de Maceo que hizo Escudero es un paradigma de lo que fue la guerra de Cuba. Un oficial español recordaba que apenas llegó a ver al enemigo y, mucho menos, el filo de un machete, debido a que los cubanos disparaban siempre a cubierto y huían cada vez que los españoles estaban en condiciones de responder[18]. No se trataba de batallas reales, y raramente surgía la oportunidad de un combate cuerpo a cuerpo con el mítico machete cubano. Esto ayuda a explicar por qué ambos bandos sufrieron tan pocas bajas en el campo de batalla[19]. Gómez describía esta táctica de emboscada-huida en su diario. Su ventaja, dice él mismo, consistía en que sus soldados, «ocultos siempre en las malezas y quebraduras que ofrece el terreno», hacían algunos disparos y escapaban a continuación a lomos de sus caballos. Esto era «lo que nunca pudieron hacer los españoles», no sólo porque iban a pie, sino porque ellos eran siempre los atacantes y, en una guerra como la librada en Cuba, «las ventajas resultan para el que espera, y no para el que avanza»[20].
Los españoles tenían ventaja en lo que respecta a sus rifles. España equipaba a su infantería con el Mauser, el mejor rifle del mundo por entonces[21]: un arma elegante que precisaba menos entrenamiento y mantenimiento que diseños anteriores. El Mauser era un rifle de repetición que disparaba balas revestidas de acero niquelado, lo que aumentaba su poder de penetración. Frederick Funston, un estadounidense que luchó junto a los cubanos, casi muere al recibir un disparo de Mauser, pero la bala atravesó limpiamente su cuerpo y un árbol que había detrás, matando a uno de sus camaradas cubanos[22]. El Mauser tenía un alcance de más de dos kilómetros, cuatro veces más que el alcance efectivo del Remington, el arma más usada por los insurgentes. El Mauser era también más resistente a la humedad y a la suciedad que pudiera entrar en la recámara. Además, al usar pólvora sin humo, no producía las densas nubes de otros sistemas más antiguos. Un individuo provisto de esta arma podía, por tanto, permanecer oculto y tener un mejor campo de visión.
Paradójicamente, en un aspecto importante, esta superioridad hacía del Mauser un arma menos eficaz que los viejos Remington, Springfield o Winchester que poseían los cubanos: al disparar a tanta velocidad, producía heridas más limpias, mientras que los rifles antiguos disparaban proyectiles que realizaban trayectorias erráticas y mortales dentro del cuerpo de la víctima. Bernabé Boza llamaba a los Mauser «armamento humanitario» porque producían heridas que «o matan en el acto o curan pronto»[23]. Por ello, la principal ventaja tecnológica de España quedaba, al menos en parte, neutralizada. Esto sucedió especialmente después de que los cubanos empezaran a usar balas explosivas (dum-dum), que convertían incluso a los viejos Winchester en armas extremadamente letales. Las balas explosivas estaban ya prohibidas por las convenciones internacionales y su uso posterior por parte de los ingleses en Sudáfrica nos puede parecer hoy reprobable, pero los cubanos reivindicaban su derecho a emplear cualquier medio —dinamita, fuego y balas explosivas— para superar en el campo de batalla a un enemigo que disfrutaba de tantas ventajas materiales[24].
Las tropas cubanas tenían reputación de ser buenos tiradores a pesar de lo obsoleto de sus armas, y trataban sus rifles con gran cuidado, como bienes preciados. Los oficiales inspeccionaban las armas cada tres días para asegurarse de que estaban limpias y lubricadas[25]. Hablando de los hombres y sus rifles, Gómez decía «se pasan horas enteras manoseándolo, montándolo y desmontándolo, apuntando con él a todo lo que se les ocurre y, en fin, haciendo todo el día un ejercicio sui géneris». Opinaba incluso que practicaban demasiado y le preocupaban los accidentes[26].
Entretanto y, por diferentes razones, los españoles usaban mal sus Mauser. El rifle, a diferencia del mosquete, es un arma de fuego que se podría definir como democrático-liberal: premia la iniciativa y la habilidad del soldado de a pie. Los cubanos parecían adaptarse de manera instintiva al rifle y combatían en formaciones dispersas, individualmente o en pequeños grupos. Usaban sus armas de forma que obtenían de ella el máximo partido, apuntando cuidadosamente y disparando a su propia discreción. En cambio, los españoles parecían estar esperando siempre la orden de disparar, marchaban y luchaban en líneas cerradas y en cuadro, como mandaba la instrucción recibida, y disparaban en salvas, anulando la ventaja que les ofrecía la superior precisión del Mauser.
No obstante, no había nada en el «carácter» español, asumiendo que éste existiera, que les descalificara como tiradores. Como ya hemos visto, la tendencia española a formar en cuadros defensivos tenía mucho que ver con el uso que hacían los cubanos de la caballería. Si los españoles hubieran tenido un número suficiente de unidades de caballería para proteger a su infantería, seguramente no habrían sido tan proclives a adoptar formaciones defensivas en el campo de batalla. Las formaciones cerradas, con la infantería disparando en salvas, ayudaba a neutralizar ciertos problemas que los oficiales españoles tenían que solucionar.
Por diferentes motivos, los soldados de la infantería española tenían, de hecho, reputación de malos tiradores. Los españoles no estaban en general familiarizados con las armas de fuego, a diferencia de los americanos, que, con la connivencia del Gobierno estadounidense, los fabricantes de armas y la Asociación Nacional del Rifle, tenían una disposición casi natural para el uso de armas de fuego desde finales del siglo XIX. Los españoles sabían poco de armas y no las apreciaban en la misma medida[27]. El Gobierno español hizo lo que pudo para evitar la diseminación de armas entre la población, ya que tenía motivos para temer que se usaran en los conflictos civiles, las revoluciones sociales, la violencia industrial y en el separatismo regional cada vez mayor que vivía. Y a pesar de lo frecuente de las guerras civiles en el siglo XIX en España, el Gobierno tuvo bastante éxito en este aspecto.
Los soldados raramente practicaban el tiro con munición real, y no sólo por ahorrar cartuchos. Los oficiales y el propio Estado español simplemente no se fiaban de unos reclutas con las armas cargadas. Los oficiales alemanes confiaban en que incluso sus reclutas socialistas amaran al Kaiser, y entrenaban a sus soldados durante ocho horas al día permitiéndoles practicar con munición real. Otros ejércitos europeos actuaban de forma parecida, pero los españoles, en cambio, apenas practicaban. De hecho, la mayoría nunca llegaba a entrar en contacto ni siquiera con las armas. El Ejército sólo suministraba rifles a los soldados cuando llegaban a Cuba y el entrenamiento consistía principalmente en desfilar con las armas descargadas y realizar la instrucción, y a veces ni eso[28]. Incluso cuando marchaban hacia situaciones potencialmente peligrosas, mantenían los rifles sin munición hasta que comenzaban las hostilidades. El motivo era evitar los disparos accidentales a los que eran tan dados los soldados novatos, especialmente en ejércitos de reclutas. Todo esto implicaba que, aunque el Mauser era más sencillo de manejar que los rifles más antiguos, los soldados a menudo cargaban los cartuchos a tientas, bajo el atronador fuego enemigo, y realizaban sus primeros disparos ya en combate real. Naturalmente, erraban el tiro. De hecho, la decisión de introducir el Mauser después de que empezara la guerra había obligado a los veteranos a cambiar de sistema en mitad de campaña: hasta los tiradores más experimentados tenían que acostumbrarse a él, como novatos. Todos estos inconvenientes se intentaban solucionar formando a los hombres en la anacrónica línea de infantería para fines ofensivos y en cuadro para fines defensivos. Los oficiales españoles ordenaban formar a sus hombres y hacer fuego en descargas cerradas usando el Mauser como si fuera un mosquete Brown Bess. Ésta, razonaban, era la única manera de asegurarse de que sus hombres acertarían algún disparo[29].
Esas descargas tenían poco impacto en los tiradores cubanos que se ocultaban en los bosques. De hecho, funcionaban mejor contra cargas de caballería con machete. En resumen, no resulta sorprendente que, en la mayoría de ocasiones, cuando los cubanos realizaban ataques frontales a machete y la infantería española formaba en cuadros defensivos, ésta sufriera gran cantidad de bajas. En Coliseo, el 23 de diciembre de 1895, una semana después de los sucesos de Mal Tiempo, los cuadros españoles rechazaron tres cargas a machete consecutivas, con lo que la caballería cubana no logró acercarse a más de cincuenta metros[30]. El 1 de febrero de 1896, en Paso Real, Maceo, quizá intentando revivir la gloria de Mal Tiempo, envió a dos mil hombres contra novecientos soldados de infantería españoles. Sin embargo, los españoles se habían asentado en una magnífica posición defensiva y causaron 262 bajas en el enemigo por sólo 46 propias[31]. Una semana después, en el puente de Río Hondo, Maceo intentó de nuevo una carga contra la infantería española. En esta ocasión no tenía alternativa, pues los españoles amenazaban con tomar la ciudad de San Cristóbal, que Maceo necesitaba conservar. Al final, los cubanos perdieron a cien hombres y también la ciudad. Las nuevas tropas de Pinar del Río —donde Maceo había estado reclutando en enero de 1896— sufrieron pérdidas especialmente graves. De los cincuenta pinareños que realizaron la carga, veinticinco fueron descabalgados a tiros: fue una prueba de su valor, pero también de su confianza excesiva en el machete[32].
Dos ejemplos más de lo inútil de este método: en uno se vio implicado Gómez y en el otro Maceo. El 8 de octubre de 1896, Máximo Gómez lideró la carga de 479 hombres contra un gran número de infantes españoles al mando del general Jiménez Castellanos en El Desmayo. Frederick Funston, presente en el acontecimiento, recordaba que los cubanos perdieron cerca de la mitad de los hombres implicados en la carga y todos los caballos salvo a cien, mientras el daño causado a la infantería española fue mínimo. Una vez más, los Mauser demostraron ser más mortales que los hombres armados con machetes[33]. El 1 de mayo de 1896, en la batalla de Cacarajícara, que tendremos ocasión de examinar en detalle más adelante, las tropas de Maceo combatieron desde posiciones atrincheradas e infligieron muchas bajas en la infantería española atacante. Un grupo de cubanos armados únicamente con machetes jugó un breve papel en el combate: cabalgaron hasta estar cerca de la infantería española blandiendo sus machetes, recibieron una salva que mató a algunos, y se retiraron. Tal y como testimoniaba amargamente uno de los veteranos españoles presentes en la batalla, «los macheteros mambises sólo se portan heroicamente en sus batallas con lecheros y forrajeadores», pero «ante el empuje de la infantería española, el machete no resulta»[34]. Por supuesto, ésta es una valoración parcial de un enemigo acérrimo de la revolución cubana, pero no era del todo incierta. Los españoles no sufrieron ni una sola herida de machete en Cacarajícara.
De hecho, cuanto más se observa la experiencia real en el campo de batalla durante la guerra de Cuba, más se ven algunas cargas de machete como tremendos errores, amagos tácticos para forzar a los españoles a formar en cuadro, o actos de desesperación fruto de la carencia de munición y de la necesidad de proteger lo propio retrasando el avance de las tropas enemigas. La carga con machete, definitivamente, no era la primera opción táctica.
Hay pruebas médicas de informes de batalla españoles y de hospitales que ofrecen más evidencias acerca de cómo se combatía en Cuba. Por ejemplo, como hemos mencionado antes, ningún soldado español sufrió heridas de machete ni otro tipo de corte en Cacarajícara, mientras que cuarenta y nueve resultaron heridos de rifle y uno por perdigones de escopeta. Unos pocos meses más tarde, en junio, en la batalla de Loma del Gato donde cayó el hermano de Antonio Maceo, José, murieron dos soldados españoles y treinta y cuatro resultaron heridos, pero sólo dos de ellos por machete. El 4 de octubre de 1896, en la batalla de Ceja del Negro, los españoles perdieron a treinta hombres, mientras que ochenta y cuatro resultaron heridos, todos por disparos de rifle. Las balas explosivas les causaron terribles daños en esta batalla, pero ni una sola baja fue por machete[35].
Los datos publicados por los principales hospitales durante 1896 muestran que, de los 4.187 hombres a los que trataron sus heridas, sólo el trece por ciento eran de machete. Los disparos de rifle eran los causantes del setenta por ciento de las heridas[36]. Otros datos más detallados de ciertos hospitales y clínicas refuerzan lo expuesto en el material publicado. Según sus registros, el hospital de La Habana trató a 776 soldados heridos en 1896: sólo quince habían sido acuchillados o habían recibido cortes de machete, mientras que 740 hombres (el noventa y cinco por ciento) habían sido víctimas de disparos (véase la tabla 2).
Un informe distinto de las heridas tratadas en diferentes hospitales y clínicas en torno a La Habana, desde febrero a junio de 1896, indica que 320 hombres fueron tratados de sus heridas, 286 de ellos a causa de fuego de rifle y sólo trece por machete. En el mes de febrero de 1897, 242 españoles fueron heridos por disparo de rifle en toda Cuba, de los que 88 murieron. Ocho hombres sufrieron heridas de machete en el mismo mes, y de ellos murieron tres. Los datos de otros catorce hospitales de diferentes partes de Cuba en distintos periodos de la guerra, indican que el ochenta y ocho por ciento de las heridas fueron causadas por disparos de rifle y menos del siete por ciento por instrumentos cortantes de cualquier tipo[37]. Hay registros detallados de los tres principales hospitales de oriente durante el año 1895 que apoyan la misma conclusión (véase la tabla 3).
Los informes de bajas mensuales realizados por cada una de las unidades confirman la información de los hospitales y clínicas: el machete apenas se utilizó en combate. Por ejemplo, en el mes de marzo de 1897, los informes procedentes de toda Cuba indican que 496 hombres resultaron muertos o heridos por rifle y solamente treinta por machetes[38].
Lo que no reflejan los datos es la impresión subjetiva de las heridas. La mayor parte de ellas no eran mortales y, de hecho, pocas lo suficientemente graves como para enviar al herido a casa. Las heridas de machete, en concreto, solían ser insignificantes y a veces se las causaba el propio soldado, ya que los españoles también los llevaban, si no para el combate, sí para abrir caminos en la jungla. Los cortes accidentales durante esta tarea eran bastante frecuentes. Los médicos clasificaban la mayoría de estos cortes como leves y normalmente no requerían otro tratamiento que su vendaje in situ. Las heridas por escopeta, por otro lado, eran clasificadas como graves con mayor frecuencia. De los datos médicos también se deduce que muchas de estas heridas por corte o punción, especialmente las mortales, se producían después de que los individuos hubieran sido alcanzados por disparos, haciéndose así más vulnerables a un ataque con machete. En muchos casos, éste simplemente habría dado el golpe de gracia.
Pero hay que decir que, siempre que los machetes entraban en juego, existía la posibilidad de que se produjeran heridas terribles. Los cirujanos del hospital militar de Manzanillo fueron testigos de un paciente con diez heridas de machete, seis en las manos y antebrazos, lo que indicaba el intento de defenderse de los golpes, tres en la espalda que indicaban la huida, y una mortal que le abrió el cráneo. Estos mismos médicos trataron a otro hombre con una mano colgándole del brazo por una delgada tira de piel. Otro hombre llegó al hospital de Sagua la Grande con cortes tan terribles que los doctores tuvieron que intentar volver a meterle los pulmones en la caja torácica y parte del cerebro en el cráneo, antes de tratarle las heridas del cuello, la cara y los brazos. Evidentemente, no sobrevivió mucho tiempo. La visión de estas heridas sin duda tenía que impresionar a los nuevos reclutas, y es posible que un ataque con machete desmoralizara a las tropas españolas de manera difícilmente recuperable[39]. No obstante, todos los datos disponibles apuntan en la misma dirección: el rifle, y no el machete, fue el arma más importante de los cubanos. Asimismo, debido a que los cubanos usaban frecuentemente balas explosivas, las heridas causadas por un rifle cubano podía ser tan horripilantes como las del machete y, generalmente, mortales más a menudo.
¿Cómo, entonces, se explican los sucesos de Mal Tiempo? Maceo y Gómez optaron por atacar con machetes en Mal Tiempo por tres motivos. Primero, porque el coronel Arizón había creado una situación que permitía que el machete fuera eficaz. Como hemos visto, Arizón tenía a su disposición mil quinientos hombres para enfrentarse a los tres mil de la columna invasora, y dividió su pequeño ejército en tres columnas a pesar de la superioridad enemiga. A continuación, envió a la más pequeña de estas columnas, al mando del coronel Rich, para que marchara a través del bosque, por un sendero que no había sido reconocido previamente.
Estos errores estaban provocados por la ignorancia. Los oficiales no creían que los cubanos, a quienes denominaban colectivamente «Pancho», fueran enemigo para los soldados españoles[40]. Esta falta de respeto hacia quienes otro oficial llamaba la «chusma miserable e indisciplinada» del Ejército Libertador cubano posiblemente contribuyó a la decisión de Arizón de frAGMentar su columna[41]. Además, a Arizón, como al resto de los oficiales españoles, le exasperaba la falta de combate «real» en Cuba. Los cubanos se habían especializado en rehuir el combate para poder concentrarse en su objetivo principal, que eran las propiedades. El humo de los campos de caña, ingenios, trenes descarrilados y ciudades en llamas indicaba a los españoles dónde se encontraban los insurgentes, pero éstos iban a caballo y los españoles a pie, con lo cual ni siquiera era factible hablar de persecución. Esta frustrante situación hizo a los oficiales españoles proclives a arriesgar la vida de sus hombres con la esperanza de atraer a los cubanos a un combate frontal. De ahí que Martínez Campos y Santocildes tomaran la arriesgada decisión previa a la batalla de Peralejo, y que Arizón dividiera en tres su ya poco adecuada columna en Mal Tiempo. Arizón esperaba que los cubanos se enfrentaran a una parte de sus fuerzas, lo que le daría el tiempo necesario para atacar con las otras dos y forzar un encuentro general y decisivo. La primera parte del plan funcionó: los cubanos atacaron. Pero, con una abrumadora superioridad, el machete se convertía en un arma mortal, y la batalla acabó antes de que Arizón pudiera reaccionar[42].
Un segundo factor que ayuda a explicar cómo se desarrolló la batalla de Mal Tiempo es el hecho de que los cubanos andaban escasos de munición después de defender los altos de Manacal algunos días antes. Según ciertas fuentes, Gómez había considerado incluso la posibilidad de retrasar la invasión del oeste debido a la falta de cartuchos, y ésta sólo se mantuvo porque se impuso la opinión de Maceo. Esta descripción de un Gómez cauto resulta difícil de creer porque no va con su carácter, pero, aun así, se puede decir que tanto Maceo como Gómez se preocuparon por ahorrar toda la munición posible a medida que avanzaban por la zona de Santa Clara, en Cienfuegos. Al mismo tiempo, eran bien conscientes de que detrás de la pequeña fuerza de Rich había más de un millar de soldados españoles y que una batalla larga y acotada en el terreno hubiera sido desastrosa. Todas estas preocupaciones ayudan a explicar la orden que dio Gómez a los hombres encargados de explorar el terreno para que evitaran alertar a la columna de Rich con sus rifles y cargaran con los machetes al primer contacto. Como ya hemos visto, la orden fue desobedecida, quizá por lo extraña que resultaba. Las cargas sólo con machete contra la infantería española no eran en absoluto comunes[43].
La tercera razón por la que Gómez decidió ordenar ese ataque fue su conocimiento de que una parte de la columna de Rich estaba formada por reclutas sin formación y que posiblemente no resistirían una carga de hombres montados blandiendo el machete; y esto es exactamente lo que ocurrió. El ataque principal se realizó directamente sobre dos compañías de reclutas inexpertos y, cuando éstos se volvieron para huir, algunos de los veteranos del batallón Canarias hicieron lo mismo. Hubo hombres que ni siquiera tuvieron tiempo de cargar sus Mauser. Otros lo hicieron pero, como carecían de la instrucción adecuada, dispararon demasiado alto. La caballería cubana se encontró entre ellos antes de que se percataran de lo que estaba ocurriendo. El combate ya estaba decidido. En Mal Tiempo, el machete vivió su momento de gloria, pero la batalla fue producto de una serie de errores y circunstancias que nunca volverían a repetirse.
A finales de diciembre de 1895, pese a la repercusión de la derrota de Arizón, Martínez Campos seguía cometiendo el mismo error. Empeñado como estaba en proteger las propiedades a toda costa, ordenó a sus comandantes que dividieran sus fuerzas y que operasen «por compañías protegiendo ingenios», en lugar de unirlas para enfrentarse a la columna de invasión cubana[44]. Durante la semana siguiente, Maceo y Gómez hicieron pagar a los españoles esta disposición de las tropas atacando plantaciones y pequeñas ciudades cuyas guarniciones eran demasiado débiles como para montar una defensa adecuada. Por regla general, los cubanos tenían éxito, pero no siempre. El 23 de diciembre, la caballería cubana se encontró en Coliseo con fuerzas españolas al mando de Martínez Campos. Los insurgentes ya se habían enfrentado a esta guarnición y, en consecuencia, su munición volvía a escasear, así que decidieron intentar otra carga con machetes. Esta vez, no obstante, la infantería española mantuvo sus posiciones y causó enormes bajas entre los cubanos[45]. En La Habana, la gente pensó que finalmente Martínez Campos había hecho algo para detener la invasión, pero lo cierto es que el viejo general no aprovechó esta ventaja y, a renglón seguido, cometió uno de los mayores errores de su carrera.
Gómez y Maceo se habían retirado del campo de batalla, aparentemente para que sus hombres se recuperaran de las heridas y retroceder de nuevo al este, pero se trataba sólo de una artimaña. Y Martínez Campos mordió el anzuelo: viendo que los cubanos retrocedían hacia Cienfuegos, envió a miles de soldados por tren y barcos de vapor para bloquearles mientras volvían a su seguro territorio oriental. Pero, tras cuatro días de «retirada», los cubanos volvieron sobre sus pasos en dirección a La Habana. La carretera hacia el oeste había quedado expedita de tropas españolas por la decisión de Martínez Campos. En Mal Tiempo, Gómez y Maceo le habían derrotado. Tras Coliseo, habían sido de nuevo más listos que él y consiguieron engañarle para que dejara el oeste cubano abierto a la invasión[46].