Con el pasar del tiempo, las pirámides de Gizeh se hicieron parte de la Red de Orientación de Aterrizaje que tenía como punto focal los picos del monte Ararat y comprendía Jerusalén en la condición de Centro de Control de la Misión, sirviendo para guiar los vehículos espaciales en dirección al espacio-puerto situado en la península del Sinaí. Pero, inmediatamente después de su construcción, cuando la plataforma de Baalbek era usada como espacio-puerto provisional, las propias pirámides servían como marcos de orientación debido a su localización, alineación y formato. Todas ellas, como ya vimos, son pirámides en escalones, o sea, iguales a los zigurates de la Mesopotamia. Sin embargo, cuando los «dioses que vinieron del cielo» hicieron pruebas con su modelo en escala (la Tercera Pirámide), deben haber constatado que la sombra proyectada por una pirámide en escalones en las rocas ondulantes y arenas siempre en mutación era poco nítida y borrosa para servir como un direccionador confiable. Revistiendo el núcleo en escalones, obteniendo una pirámide de caras lisas y empleando en esa capa externa el calcáreo blanco, reflector de luz, ellos consiguieron un perfecto juego de luz y sombra, capaz de proporcionar una clara orientación.
En 1882, mientras contemplaba las pirámides de Gizeh desde la ventana de un tren en movimiento, Robert Ballard percibió que podía determinar su propia localización y rumbo a través de la aparente variación en la alineación entre ellas (Fig. 154).
Fig. 154
Ampliando esa observación en su libro The Solution of the Pyramid Problem, Ballard mostró también que ellas están alineadas dentro de triángulos pitagóricos, cuyos lados mantienen siempre la proporción 3:4:5. Otros estudiosos de pirámides demostraron que ellas pueden servir como un gigantesco reloj de sol, pues a través de la sombra que lanzan es posible determinar la hora diaria y anual.
Más importante aún es como las siluetas y sombras de las tres pirámides aparecen para un observador localizado en el cielo. Como muestra la foto aérea (Fig. 155), ellas lanzan sombras en forma de flecha, sirviendo como inconfundibles puntos direccionales.
Fig. 155
Cuando llegó el momento de que los Anunnaki instalen el nuevo espacio-puerto, se hizo necesaria la determinación de un Pasillo de Aterrizaje mucho mayor que aquél que venía sirviendo a Baalbek. Para el pasillo del primer espacio-puerto terrestre —el localizado en la Mesopotamia—, los Nefilim de la Biblia habían escogido como punto focal la montaña más notable del Oriente Medio, el monte Ararat. Por eso, no es de sorprender que resolvieran mantenerla como el punto focal del nuevo corredor.
De la misma forma que mientras más se estudia la construcción y alineación de las tres pirámides más se descubren «coincidencias» de triangulación y perfección geométrica, encontramos interminables «coincidencias» de triangulación y alineación a medida que vamos descubriendo la Red de Aterrizaje proyectado por los Anunnaki.
Una vez escogido el punto focal del nuevo pasillo, se pasó a la determinación de lugares para que sirvieran de punto de anclaje para las líneas noroeste y sudeste del perímetro, que convergían en el Ararat. ¿Cuál sería la portería de entrada en la península del Sinaí?
El monte Santa Catarina queda en medio de una masa de granito donde hay muchos picos parecidos con él, aunque un poco más bajos. Cuando la misión inglesa dirigida por los hermanos Palmer, encargada de hacer el levantamiento topográfico de la región, comenzó su trabajo, inmediatamente fue constatado que ese monte, a pesar de ser el de mayor altitud, no se destacaba lo suficiente para funcionar como marco geodésico. Para eso, se escogió entonces el monte Umm Shumar (Fig. 156) que tiene 2608 metros, siendo por lo tanto casi de misma altura de Santa Catarina. De hecho, hasta el levantamiento oficial, muchos creían que él era el pico más alto de la península. El Umm Shumar se eleva sólo en el macizo, distinguido e inconfundible.
Fig. 156
Desde él se pueden avistar fácilmente los dos golfos y se tiene una visión libre en todas las direcciones. Fue debido a esas características que los ingleses lo escogieron sin vacilación para ser el punto focal de la medición y levantamiento topográfico de la península.
El monte Santa Catarina era adecuado para un Pasillo de Aterrizaje corto, con foco en Baalbek; pero, con el cambio del punto focal para el Ararat —mucho más distante—, se hacía necesaria una portería de entrada más nítida e inconfundible.
Creo que por los mismos motivos de los Palmer, los Anunnaki decidieron usar el Umm Shumar para anclar la línea sudeste del perímetro del nuevo Pasillo de Aterrizaje.
Existen muchos aspectos intrigantes en ese monte y en su localización. Para comenzar, su nombre, extraño o bastante significativo, quiere decir: «Madre de la Sumeria», un título usado en la ciudad de Ur para Ningal, la esposa de Sin…
Al contrario de Santa Catarina, que queda en el centro del macizo de granito y así es alcanzado con dificultad, el Umm Shumar está localizado en el bordillo de la masa de rocas. Las playas arenosas en el lado del macizo que da para el golfo de Suez se hallan varias fuentes naturales de agua caliente. ¿Sería allí que Asherah pasaba sus inviernos, cuando «residía a la riba-mar»? Esa parte de la costa está a sólo «un viaje en lomo de asno» del Umm Shumar —un trayecto vivamente descrito en los textos ugaríticos que relatan la visita de Asherah a la morada de EL, situada en una montaña.
Algunos kilómetros al sur de las fuentes termales, se localiza el puerto más importante de ese litoral —la ciudad de El-Tor. ¿Es el nombre otra coincidencia? —significa «El toro» que, como ya vimos, también era un epíteto de EL. Los textos ugaríticos se refieren a él como «Toro El» El-Tor viene manteniéndose como principal puerto de la península desde los tiempos más primitivos, lo que nos hace imaginar si él no sería la Ciudad de Tilmun (diferente de la Tierra de Tilmun) mencionada en los textos sumerios. Tal vez fuera él que Gilgamesh pretendía alcanzar viajando en navío con Enkidu. Su intención era dejar al amigo próximo a las minas, donde él iría a cumplir castigo por el resto de la vida, y enseguida dirigirse hasta el «Local de Aterrizaje donde se yerguen los Shem».
Los picos del macizo del granito que dan al golfo de Suez tienen nombres que nos hacen detenernos a pensar. Uno de ellos es el «monte de la Madre Bendecida»; otro, el más próximo a Umm Shumar, es el «monte Telman» («monte del sur»). El nombre nos trae a la mente las palabras del profeta Habacuc: «El vendrá de Telman… Cubriendo los cielos con su halo; su esplendor se esparce sobre la Tierra; La Voz va delante de él; centellas emanan de la parte inferior. Él hace una pausa para medir la Tierra»…
¿Estaría Habacuc refiriéndose al monte que aún es llamado Telman, el vecino del Umm Shumar situado al sur? Como no existe en la región ninguna montaña con un nombre parecido, la identificación parece más que plausible.
¿El monte Umm Shumar se ajusta a la Red de Orientación y red de local sagrados fundada por los Anunnaki?
Mi teoría es que ese monte sustituyó a Santa Catarina cuando fue determinado el corredor de aterrizaje definitivo, con foco en los picos del Ararat. Siendo así, ¿dónde quedaba el punto de anclaje para la línea noroeste del perímetro?
Creo que no fue por casualidad que fundaron Heliópolis en el lugar que ella ocupaba. Ella queda en la línea Ararat-Baalbek-Gizeh y está localizada de tal forma que la distancia de ella al Ararat ¡es exactamente igual a la que separa el Ararat del monte Umm Shumar! Sugiero entonces que su posición fue determinada cuando se midió la distancia en línea recta que separa el Ararat y el Umm Shumar, dos marcos naturales, y enseguida marca un punto equidistante en la línea Ararat-Baalbek-Gizeh.
Fig. 157
A medida que se descubre el impresionante conjunto de montañas naturales y artificiales que fueron incorporadas a la red de orientación y comunicaciones de los Anunnaki, se conjetura si ellas servían de porterías solamente debido a su altura y formato.
¿No sería lógico pensar que todos también estaban equipados con algún tipo de instrumentos de direccionamiento?
Cuando se descubrieron pares de conductos angostos saliendo de las dos cámaras de la Gran Pirámide y abriéndose al exterior, se imaginó que ellos servían como conductos de alimentos para los empleados del faraón que presumiblemente habían sido emparedados junto al cuerpo de su amo. Como la cámara del Rey se llenó de aire fresco así que el equipo del coronel Vyse desobstruyó el conducto norte, esos pasajes pasaron a ser llamados «ductos de aire». En 1964, esa designación fue irrefutada por respetados arqueólogos en una publicación conceptuada, el Mitteilungen des Instituts für Orientforschung der Deutschen Akademie der Wissenschaften zu Berlin, lo que es sorprendente, pues el establishment académico siempre evitó divergir de la teoría «las pirámide son tumbas». Escribiendo en varios boletines de aquel año, Virginia Trimble y Alexander Badawy presentaron su conclusión de que los «ductos de aire» tenían funciones astronómicas, «pues están irrebatiblemente inclinados en la dirección de las estrellas circumpolares, con un margen de error de sólo 1 grado».
Aún certificados de que la dirección e inclinación de los ductos fueron premeditados, es interesante notar que así que el aire penetró en la cámara del Rey, la temperatura en su interior se mantuvo constante en 20 grados centígrados, fuera cual fuera el clima. Esos descubrimientos parecen confirmar las conclusiones de Y. F. Jomard, miembro del equipo de científicos de Napoleón que pensaba que la cámara del Rey y su «sarcófago» no habían sido hechos para entierros, sino para guardar patrones de peso y medidas que, como se sabe, deben ser mantenidos en ambientes con temperatura y humedad estables.
Claro que en 1824 Jomard hablaba en términos de unidades como el metro y el kilogramo, y no podía imaginar los delicados instrumentos de orientación que son usados en la actualidad. Nosotros, empero, estamos familiarizados con ellos.
Muchos estudiosos que ponderaron sobre el propósito de la intricada superestructura de la cámara del Rey, con sus cinco compartimentos herméticamente lacrados, creen que ella fue construida para aliviar la presión de la masa de bloques de piedra. Sin embargo, la cámara de la Reina, que está más abajo y soporta una presión mucho mayor, no posee esas tales «cavidades de alivio». Cuando Vyse y sus hombres entraron en los compartimentos, se sorprendieron al oír con claridad cada palabra que era hablada en otras partes de la pirámide. Flinders Petrie (The Pyramids and the Temple of Gizeh) examinó minuciosamente la cámara del Rey y el «ataúd» de piedra y descubrió que ambos fueron construidos de acuerdo con las dimensiones de triángulos pitagóricos. Él también calculó que para cortar el ataúd de un solo bloque de piedra sería necesario el uso de una sierra con láminas de 2,75 metros de largo, con dientes de punta de diamantes. Y más, sólo un taladro con punta de diamante, aplicado con una presión de 2 toneladas, conseguiría excavar la piedra para formar el interior del ataúd.
Petrie se confesó incapaz de explicar cómo eso podría haber acontecido en la Antigüedad. El arqueólogo mandó levantar el ataúd de piedra para verificar si él contenía algún tipo de apertura. No encontró nada. Petrie constató también que, cuando se golpeaba en el ataúd, él emitía el sonido de una campana, que resonaba por toda la pirámide, característica que ya fuera relatada por investigadores del inicio del siglo XIX. Entonces viene la pregunta: ¿Será que la cámara del Rey y su «féretro» fueron construidos para servir como emisores de sonidos o cámaras de eco?
En la actualidad, los equipamientos de orientación y aterrizaje de los aeropuertos emiten señales electrónicas que los instrumentos de una aeronave en aproximación traducen en un zumbido agradable cuando ella mantiene el curso correcto. Si la aeronave sale del curso, el zumbido se transforma en un bip alarmante.
Con base en eso, podemos suponer con seguridad que así que fue posible, después de la destrucción causada por el diluvio, nuevos equipamientos de orientación fueron traídos a la Tierra. El dibujo egipcio que muestra los Divinos Portadores del Cordón (Fig. 121) indica que había Piedras del Esplendor instaladas en los dos puntos de anclaje del Pasillo de Aterrizaje. Mi teoría es que las cámaras en el interior de las pirámides servían para abrigar esos instrumentos de orientación y comunicación.
¿Y Shad El —la «montaña de El»— sería igualmente equipada?
Los textos ugaríticos invariablemente emplean la frase «penetrar en Shad El» al describirla venida de otros dioses a la presencia de El, que se encontraba «dentro de sus siete cámaras». Eso indica que esas cámaras quedaban en el interior de la montaña, tal como acontecía en la Gran Pirámide, una montaña artificial.
Los historiadores de los primeros siglos de la era cristiana contaron que el pueblo que habitaba el Sinaí y áreas adyacentes, como la Palestina y el norte de Arabia, adoraba el dios Dushara («Señor de las Montañas») y a su esposa, Allat, «la Madre de los Dioses». Se trata, claro, de El y Elat, el femenino de El, o sea, su mujer, Asherah. Por suerte, el objeto sagrado de Dushara, su reliquia adorada por los fieles, fue retratado en una moneda mandada acuñar por el gobernador romano de aquellas provincias (Fig. 158). Curiosamente, él se parece bastante a la enigmática cámara del Rey de la Gran Pirámide: una escalera inclinada (un Pasillo Ascendente), conduciendo hacia una cámara entre enormes bloques de piedra. Sobre ella, una pila de piedras que nos hace acordarnos de los «compartimentos de alivio».
Fig. 158
Una vez que los pasajes ascendentes de la Gran Pirámide —algo que sólo existe en ella— estaban perfectamente bloqueadas cuando los hombres de Al-Mamun las descubrieron, la pregunta es: ¿Quién, en la Antigüedad, conocía y copió, como vemos en la moneda, la construcción del interior de la pirámide? La respuesta sólo puede ser: los arquitectos y constructores de la Gran Pirámide. Sólo ellos serían capaces de reproducir esas estructuras, tanto en Baalbek como en el interior de la montaña de El.
Y fue así que, a pesar de que el monte del Éxodo quedara situado en la mitad norte de la península del Sinaí, los habitantes de la región sur transmitieron de generación a generación el recuerdo de montes sagrados en el macizo de granito. Ellos eran las montañas que, simplemente a causa de su altura y localización, más los instrumentos dentro de ellas, servían de porterías de orientación para los «Caballeros de las Nubes».
Cuando fue instalado el primer espacio-puerto terrestre, me quedaba en la Mesopotamia, la trayectoria de vuelo era una línea céntrica que dividía exactamente por la mitad el corredor de aterrizaje en forma de flecha. Las porterías de entrada, con sus faros de aproximación, parpadeaban sus luces y emitían señales acompañando las dos líneas de perímetro de la flecha. El centro de control de las operaciones quedaba situado sobre la línea de la trayectoria de vuelo y era allá que estaban todos los equipamientos que generaban señales de orientación y comunicación, y donde se almacenaban todas las informaciones sobre órbitas planetarias y vuelos espaciales.
Cuando los Anunnaki aterrizaron en nuestro planeta y decidieron construir en la Mesopotamia su espacio-puerto e instalaciones auxiliares, el Centro de Control de la Misión era Nippur («El Local de la Travesía»). El recinto «sagrado», o prohibido, de Nippur estaba bajo el absoluto control de Enlil y se llamaba KI.UR («Ciudad de la Tierra»). En la parte céntrica de ese recinto, en lo alto de una plataforma elevada, artificial, quedaba el DUR.AN.KI «El Vínculo entre el Cielo y la Tierra». Como cuentan los textos sumerios, él era «un alto pilar alcanzando el firmamento, vuelto hacia el cielo». Asentado sobre «una plataforma que no puede tumbar», el pilar era usado por Enlil para «pronunciar la palabra» en la dirección del cielo.
Podemos entender que todos esos términos eran tentativas sumerias de describir antenas e instrumentos de comunicación sofisticados cuando miramos hacia el nombre de Enlil «deletreado» en escritura pictográfica: un sistema de grandes antenas, radares y una estructura de comunicaciones. Dentro de esa «altísima casa» de Enlil estaba escondida una cámara misteriosa llamada DIR.GA, término que significa, en traducción literal, «cámara oscura en forma de corona». El nombre descriptivo inmediatamente nos trae al recuerdo la cámara del Rey, también oculta y misteriosa. En la DIR.GA, Enlil y sus asistentes guardaban las «Tablas del Destino», donde estaban escritas las informaciones sobre vuelos espaciales y orbitales.
Cuando un dios que podía volar como un pájaro robó esa tabla:
Suspensas se quedaron las Divinas Fórmulas.
La inmovilidad se esparció.
El silencio prevaleció…
El brillo del santuario fue robado.
En la DIR.GA eran guardadas también las cartas celestes y el dios y sus ayudantes «ejecutaban con perfección» el ME, término que tiene conexiones con la informática y la astronáutica. Esa cámara escondida era:
Tan misteriosa cuanto los éteres lejanos
Como el cenit celestial.
Entre sus emblemas… los emblemas de las estrellas;
El ME él ejecuta con perfección.
Sus palabras son murmullos…
Sus palabras son vehículos graciosos.
Un Centro de Control de la Misión, similar al que quedaba en la línea de trayectoria de vuelo en la Mesopotamia antediluviana, necesitaba ser instalado para servir al nuevo espacio-puerto en la península del Sinaí. ¿Dónde? Mi respuesta es: en Jerusalén.
Igualmente sagrada para judíos, musulmanes y cristianos, Jerusalén, cuya atmósfera parece cargada de algún misterio inexplicable, ya era una ciudad santa antes de que el rey David estableciera en ella su capital y de que Salomón construyera la Morada del Señor. Cuando Abraham llegó a sus puertas, Jerusalén era un centro de culto bien establecido de «EL, el Supremo, el justo del Cielo y de la Tierra». El nombre más antiguo de la ciudad es Ur-Shalem, la «Ciudad de Shalem» o, traduciendo el nombre propio, la «Ciudad del Ciclo Completado», que sugiere una asociación con El Dios de las órbitas o con asuntos orbitales. En cuanto a quién podría haber sido Shalem, los estudiosos proponen varias teorías. Unos, como Benjamim Mazer, en el artículo «Jerusalén before the David Kingship», dicen que se trata de Shamash, el nieto de Enlil.
Otros prefieren identificarlo con Ninib, el hijo de Enlil. Pero, en todas las teorías no existe impugnación de la conexión de las raíces de Jerusalén con el panteón mesopotámico.
La ciudad de Jerusalén, desde sus inicios, comprende tres picos de montaña. De norte a sur ellos son: monte Zofim, monte Moriah y monte Sión. Los nombres denuncian sus antiguas funciones. El más al norte es el «Monte de los Observadores» (actualmente llamado monte Scopus); el céntrico «Monte del Direccionamiento»; el más al sur «Monte de la Señal». Ellos mantienen esas denominaciones a pesar del paso de los milenios.
Los vales de Jerusalén también tienen nombres y epítetos intrigantes. Uno de ellos es llamado por Isaías Hizaion, «El valle de la Visión». El de Kidron era conocido como «El valle del Fuego». En el Hinnom (el Geena del Nuevo Testamento), según leyendas milenarias, había una entrada para el mundo subterráneo, marcada por una columna de humo que se erguía entre dos palmeras. Ya el valle Repha’im tenía ese nombre porque en él residían los Divinos Tutores que, como cuentan las leyendas ugaríticas, trabajaban bajo las órdenes de la diosa Shepesh. En las traducciones del arameo del Viejo Testamento, esos tutores son llamados de «Héroes»; la primera traducción griega llamó al lugar habitado por ellos «valle de los Titãs».
De los tres montes de Jerusalén, el Moriah fue siempre el más sagrado. El Libro del Génesis afirma explícitamente que Dios mandó a Abraham ir hacia allá en compañía de su hijo Isaac en la ocasión en que quiso probar la fidelidad del patriarca. Las leyendas hebraicas cuentan que Abraham reconoció el monte Moriah la distancia porque vio sobre él «un pilar de fuego yendo de la tierra hasta el cielo y una nube pesada donde se veía la Gloria de Dios». Ese lenguaje es casi idéntico al usado en la descripción bíblica sobre el descenso de Dios en el monte Sinaí.
La gran plataforma en lo alto del monte Moriah, que en su constitución básica nos hace recordar a Baalbek, aunque sea muy menor, hace mucho es llamada «El monte del Templo», pues era el lugar donde quedaba el templo de Jerusalén (Fig. 159) de la época de Salomón.
Fig. 159
Actualmente está ocupado por varios santuarios musulmanes, de los cuales el más famoso es el Domo de la Roca. Esa cúpula fue traída de Baalbek por el califa Abd-al-Malik el siglo VII y en Líbano ella adornaba una iglesia bizantina. El califa la mandó instalar como cobertura de un edificio octagonal que él hubo erigido para abrigar la Roca Sagrada, una enorme piedra a la cual, desde tiempos inmemoriales, eran atribuidas cualidades mágicas y divinas.
Los musulmanes creen que fue de la Roca Sagrada que Mahoma partió para visitar el Cielo. Según el Corán, el ángel Gabriel transportó al profeta de la Meca a Jerusalén, con una rápida parada en el monte Sinaí. Para subir al Cielo en compañía del ángel, Mahoma usó una «escalera de luz». Después de pasar por los Siete Cielos, él finalmente se vio en la presencia de Dios.
Recibió las instrucciones divinas y, enseguida, volvió a la Tierra por el mismo rayo de luz, posado de nuevo en la roca. De allí retornó a la Meca, con otra parada rápida en el monte Sinaí, montado en el «caballo alado del ángel».
Los viajantes de la Edad Media pensaban que la Roca Sagrada era un enorme bloque de piedra artificialmente cortado, en forma de cubo, cuyos cantos apuntaban para los cuatro puntos cardinales. Sin embargo, como sólo la parte superior de la roca es visible, la idea de que ella tiene la forma cúbica debe haberse originado de la tradición musulmana que afirma que la Gran Piedra Sagrada de la Meca, la Kaaba, es una réplica (hecha por orden divina) de la Roca Sagrada de Jerusalén.
A partir de la parte visible, queda evidente que la Roca Sagrada fue cortada de diferentes maneras en la cara superior y lados, perforados para formar dos embudos tubulares y excavada para crear un túnel subterráneo y cámaras secretas. Nadie sabe el propósito de esas obras, quién las proyectó y ejecutó.
Sin embargo, sabemos que Salomón construyó el Primer Templo en el monte Moriah siguiendo instrucciones precisas dadas por el Señor. El Santo de los Santos fue erigido sobre la Roca Sagrada.
La cámara más interior de ese santuario, toda revestida de oro, era ocupada por dos querubines, esculpidos en oro, con las alas tocando las paredes y unas a las otras. Entre ellos quedaba el Arca de la Alianza, del interior de la cual Dios habló a Moisés en el desierto. Aunque estuviera completamente aislado del exterior, el Santo de los Santos es llamado en el Antiguo Testamento Dvir, cuya traducción literal es «El Hablador».
La sugerencia de que Jerusalén era un centro de comunicaciones «divino», un lugar donde había una Piedra del Esplendor oculta, por la cual la Voz de Dios era irradiada para las áreas más remotas, no es tan absurda como puede parecer. De hecho, en la Biblia eso es loado en prenda de la supremacía de Yahveh y de la propia Jerusalén. «Responderé al Cielo y ellos responderán a la Tierra», garantizó el Señor al profeta Oseas. Amós profetizó que «desde Sión, Yahveh rugirá, de Jerusalén su voz emanará». Y el salmista afirmó que cuando Dios hablara desde Sión, sus pronunciamientos serían oídos en todos los confines de la Tierra y en el Cielo también:
A los dioses Yahveh hablará
Y a la Tierra Él clamará del Oriente al Occidente…
A los cielos él clamará y a la Tierra también.
Baal, el señor del complejo de Baalbek, se vanagloriaba de que su voz podía ser oída en Cades, la ciudad portal del recinto de los dioses en el centro de la península del Sinaí. El Salmo 29, dando la lista de algunos lugares de la Tierra que podían ser alcanzados por la voz del Señor de Sión, incluyó en ella tanto Cades como Líbano, donde queda Baalbek.
La voz de Yahveh cubre las aguas…
La voz de Yahveh despedaza los cedros…
La voz de Yahveh resuena en el desierto.
Yahveh sacude el desierto de Cades.
Las capacidades adquiridas por Baal cuando instaló las Piedras del Esplendor en Baalbek están descritas en los textos ugaríticos como la posibilidad de colocar «un labio en la Tierra, un labio en el Cielo». El símbolo para esos aparatos de comunicación, como vimos, eran las dos palomas. Tanto la terminología como el simbolismo están incorporados en los versos del Salmo 68, que describen la llegada del Señor, que se aproxima volando:
El Señor de la Palabra dará una orden,
Al oráculo de un ejército numeroso.
Los reyes de ejércitos corren y huyen;
Morada y hogar tú dividirás como despojos
Aunque que estén entre los dos Labios
Y la Paloma de alas cubiertas de plata,
Cuyas plumas son de oro verdoso…
El coche de Dios es poderoso,
Tiene miles y miles de años;
Dentro de él el Señor vino del sagrado Sinaí.
La Piedra del Esplendor de Jerusalén —la «Piedra del Testamento» o «Piedra de la Investigación» de los profetas— estaba escondida en una cámara subterránea. Sabemos de eso por medio de una Lamentación sobre la desolación de Jerusalén después que la ira del Señor cayó sobre su pueblo:
El palacio fue abandonado por los habitantes;
Olvidado está la cumbre del monte Sión (y)
El «sondador que testifica»
La Caverna del Eterno Testimonio
Es lugar de broma de asnos salvajes,
Pasto para rebaños.
Después de la restauración del templo de Jerusalén, prometieron los profetas, «la palabra de Yahveh de Jerusalén emanará». La ciudad volvería a ser un centro mundial, buscado por todas las naciones.
Transmitiendo la promesa del Señor, Isaías garantizó al pueblo que no sólo la «Piedra del Testimonio» sino también las «funciones de mediación» le serían devueltas.
Vean,
Asentaré bien firme una piedra en Sión,
Una piedra del Testimonio,
Una rara y altísima Piedra Angular,
Con cimientos profundamente fundamentados.
Aquél que tiene fe no se quedará sin respuesta.
La justicia será mi Cordón;
La integridad mi Medida.
Para poder servir como Centro de Control de la Misión, Jerusalén —tal como Nippur— tenía que quedar localizada en la línea que dividía el Pasillo de Aterrizaje por la mitad. Sus tradiciones confirman esa posición de peso y sugieren que era la Roca Sagrada que marcaba el centro geodésico de la ciudad.
Según las tradiciones judaicas, Jerusalén era el «ombligo de la Tierra». El profeta Ezequiel se refería al pueblo de Israel como «habitantes del ombligo de la Tierra». El Libro de los Jueces relata un incidente donde el pueblo descendía de las montañas venido del «ombligo de la Tierra». Ese término, como vimos anteriormente, señala a Jerusalén como siendo un punto focal, un centro de comunicaciones, del cual salían «cordones» (una línea continua de señales) en la dirección de otros puntos de la Red de Orientación. Por eso, no es mera coincidencia la designación para la roca en antiguo hebraico de ser Eben Sheti’yah, que los sabios judíos siempre afirmaron que puede ser traducida como «piedra de la cual el mundo es tejido». La palabra sheti es de hecho un término del arte del telar, que designa los cordones comprimidos y horizontales que son colocados en el telar para que, junto con los verticales, más cortos, formen la trama básica.
Por lo tanto, el nombre era bien adecuado para una piedra que marcaba el punto exacto de donde salían los Cordones Divinos que cubrían la Tierra como una tela.
Pero, por más sugestivos que sean todos esos términos y leyendas, la pregunta decisiva es: ¿Jerusalén de hecho quedaba en la línea que dividía igualmente el Pasillo de Aterrizaje, el ángulo formado por el monte Ararat, las pirámides de Gizeh y el monte Umm Shumar?
La respuesta incontestable es: ¡Sí, Jerusalén queda exactamente en esa línea!
Tal como vimos antes, en el caso de las Pirámides, a medida que vamos estudiando la posición de Jerusalén, más alineaciones y triangulaciones impresionantes van surgiendo.
Jerusalén, descubrimos, queda en el lugar exacto donde la línea Baalbek-Santa Catarina corta la línea de trayectoria de vuelo con foco en el Ararat. La distancia entre Heliópolis y Jerusalén es exactamente igual a la que separa Umm Shumar de Jerusalén.
¡Las líneas que unen a Jerusalén a la Heliópolis y Jerusalén al Umm Shumar forman un ángulo preciso de 45 grados! (Fig. 160)
Fig. 160
Esos vínculos entre Jerusalén, Baalbek (la Cresta de Zafón) y Gizeh (Menfis) eran conocidos y loados en tiempos bíblicos:
Grande es Yahveh y grandemente loada
Es la ciudad del Señor.
Su monte sagrado
En Menfis es embellecido.
La alegría de toda la Tierra,
De Monte Sión, de la Cresta de Zafón.
Jerusalén, según el Libro de los Jubileos, era uno de los cuatro «Lugares del Señor» en la Tierra, siendo los otros el «Jardín de la Eternidad», en la Montaña de los Cedros (Líbano), la «montaña del este», el monte Ararat, y el monte Sinaí. Tres de ellos quedaban en las «tierras de Sin» (o Shem), hijo de Noé del cual descendían los patriarcas de la Biblia. Y esos lugares estaban inter-ligados:
El Jardín de la Eternidad, el más sagrado,
Es la montaña del Señor;
Y el monte Sinaí, en el centro del desierto;
Y el monte Sión, en medio del ombligo de la Tierra.
Los tres fueron creados como lugares sagrados.
Mirando unos hacia los otros.
El espacio-puerto tenía que quedar en algún lugar de la «línea de Jerusalén», la central de vuelo anclada en el monte Ararat. Y, junto de él, necesitaba estar instalado el faro de localización final. Él quedaba en el monte Sinaí, en el centro del desierto.
Es aquí que la línea imaginaria que actualmente llamamos paralelo 30 norte entra en escena.
Sabemos, por los textos astronómicos sumerios, que el firmamento de la Tierra fue dividido en tres sectores o «vías»: una franja norte (la vía de Enlil), una franja sur (la vía de Ea) y la franja céntrica (la vía de Anu). Nada más lógico suponer que en la Tierra también existían líneas imaginarias separando los territorios de los hermanos rivales, cuya tradición se mantuvo después del diluvio, cuando la Tierra, ya extensamente colonizada fue dividida en cuatro regiones. Y todo indica que esas líneas eran los paralelos 30 norte y sur.
Las ciudades sagradas de las cuatro regiones citadas por los textos sumerios quedaban en el paralelo 30. ¿Esa localización es mera coincidencia o resultado de un acuerdo entre Ea y Enlil o sus descendientes, en constante disputa?
Los textos sumerios cuentan que, «cuando la monarquía descendió del Cielo», después del diluvio, «ella estaba en Eridu».
Ora, Eridu quedaba en el paralelo 30 norte, el más próximo a él permitido por el área pantanosa del alto del golfo Pérsico. Y a pesar de que el centro administrativo-secular de la Sumeria había cambiado de ciudad de tiempo en tiempo, Eridu continuó siendo siempre una ciudad sagrada.
La capital secular de la segunda región (el área del Nilo) varió de lugar, pero Heliópolis siempre se mantuvo como una ciudad sagrada. Los textos de las Pirámides reconocen sus vínculos con otros lugares santos y llaman a los antiguos dioses «Señores de los Santuarios Dobles». Esos santuarios tenían los nombres intrigantes y posiblemente pre-egipcios de Per-Neter («Lugar de la Llegada de los Guardianes») y Per-Ur («Lugar de Llegada de los Antiguos») y sus descripciones jeroglíficas transmiten una impresión de gran antigüedad.
Esos santuarios dobles desempeñaban un papel de gran importancia en la sucesión de los faraones. Durante esos rituales, liderados por el sacerdote Shem, la coronación del nuevo rey y su admisión al «Lugar de los Guardianes», en Heliópolis, coincidían con la partida del espíritu del rey fallecido por la Puerta Falsa, situada en el lado éste, en dirección al «Lugar de Llegada de los Antiguos».
Heliópolis también quedaba situada en el paralelo 30, el más próximo a él permitido por el área pantanosa del delta del Nilo.
La Tercera Región, la que comprende la civilización del valle de Indo, tenía su capital secular situada en el litoral del océano índico. Sin embargo, la ciudad sagrada, Harapa, quedaba a centenares de kilómetros al norte —bien sobre el paralelo 30.
Allá, en medio de la nada, fue construida una inmensa plataforma horizontal, sobre la cual fueron erigidos palacios, magníficas escaleras, santuarios y estructuras auxiliares —todo en honra del Disco Alado (Fig. 161).
Fig. 161
Los griegos llamaban a ese lugar Persépolis (Ciudad de los Persas). Las ruinas de esa ciudad sagrada aún hoy causan gran admiración. Sin embargo, nadie vivía allá. El rey y su séquito sólo iban a ese lugar especial para conmemorar la entrada del Año-Nuevo, el día del equinoccio de primavera. Y esa ciudad sagrada quedaba situada en el paralelo 30.
Nadie sabe de hecho cuando fue fundada Lhasa, la ciudad sagrada del budismo, situada en el Tíbet. Sin embargo, es un hecho incontestable que ella, como Eridu, Heliópolis, Harapa y Persépolis, se localizaba en el paralelo 30 (Fig. 162).
Fig. 162
Lo destacado del paralelo 30 se remonta a los orígenes de la Red Sagrada, cuando los Divinos Medidores, o topógrafos Anunnaki, determinaron la localización de las pirámides de Gizeh, en él situadas. ¿Tendrían los dioses en cuenta la «santidad», o neutralidad, de esa línea cuando escogieron el local para su instalación más vital —el espacio-puerto—, que quedaba en la Cuarta Región, la península del Sinaí?
Ahora debemos buscar la pista final en la parte restante del enigma de Gizeh —la Gran Esfinge. Ella tiene el cuerpo de un león sentado y la cabeza de un hombre usando el tocado real (Fig. 163).
Fig. 163
¿Quién la construyó?, ¿cuándo?, ¿con qué propósito?, ¿a quién ella retrata?, ¿y por qué está en aquel lugar, sola y única en el mundo? Las preguntas siempre fueron muchas y las respuestas, pocas. Una cosa, sin embargo, es correcta: la Esfinge mira hacia el este y la línea de su mirada sigue el paralelo 30.
En la Antigüedad, esa precisa alineación con El Divino Paralelo fue enfatizado por la construcción de una serie de estructuras que, saliendo de la Esfinge, se extendían en la dirección del Oriente, asentadas en un eje este-oeste (Fig. 164).
Fig. 164
Cuando Napoleón y sus hombres llegaron a la Esfinge en el inicio del siglo XVIII, ella estaba prácticamente cubierta de arena y sólo se veía la cabeza y parte de los hombros. Los artistas la retrataron en ese estado y por muchas décadas el público sólo la conoció así. Fueron necesarias repetidas y sistemáticas excavaciones para que el monumento se revelase en toda su grandiosidad (73 metros de largo, 20 metros de altura) y forma completa, confirmando lo que los historiadores griegos describieron: una escultura colosal, hecha de un único bloque de piedra natural. Y fue nuestro conocido capitán Caviglia, que más tarde sería expulsado de Gizeh por el coronel Vyse, que, en 1816-1818, dirigió las obras que revelaron no solamente el resto del cuerpo de la Esfinge, sino también los templos, santuarios, altares y estelas erigidos delante de ella.
Al limpiar el área delante del monumento, Caviglia descubrió una plataforma con una anchura prácticamente igual a la de la Esfinge, pero que parecía tener su lado mayor apuntando hacia el este. Excavando 30 metros en esa dirección, él llegó a una espectacular escalera de treinta escalones terminando en un nivel sobre el cual había ruinas que recordaban un púlpito. Con el proseguimiento de la obra, fue descubierta a finales del nivel, a unos 12 metros de la primera escalera, otra, con trece escalones, elevando así el nivel de la estructura completa a la misma altura de la cabeza de la Esfinge.
En la parte más alta de ese conjunto, había una estructura cuya función era soportar dos columnas, situadas en tal posición que la mirada de la Esfinge pasaba exactamente entre ellas (Fig. 165).
Fig. 165
Los arqueólogos creen que esas ruinas son de la época romana. Sin embargo, como es bien sabido y vimos en el caso de Baalbek, griegos y romanos tenían el hábito de embellecer monumentos de otras eras y construir templos en lugares considerados sagrados por las poblaciones de las regiones que dominaban. Actualmente está establecido que conquistadores griegos y emperadores romanos dieron continuidad a las tradiciones de los faraones de visitar la Esfinge para prestarle homenaje, dejando atrás de sí inscripciones apropiadas. Esas inscripciones confirman la creencia, que continuó hasta la época del dominio árabe, de que la Esfinge era obra de los propios dioses, siendo considerada el presagio de una futura era de paz mesiánica. Una inscripción del emperador Nero la llama Armaquis «Supervisor y Salvador».
Como la Esfinge queda situada cerca del camino elevado que conduce a la Segunda Pirámide, los estudiosos inmediatamente pensaron que ella fue construida por Chefra y, por lo tanto, debía retratarlo. Esa teoría no tiene la menor base factual, pero continúa presente en los libros sobre el asunto. Sin embargo, ya en 1904, Y. A. Wallis Budge, en la época guardián de las Antigüedades egipcias y asirias del Museo Británico, concluyó inequívocamente (The Gods of the Egyptians) que «ese maravilloso objeto ya existía en el tiempo de Kha-f-ra o Quefrén; es posible que sea muy anterior a su reinado y date del final del periodo arcaico».
Como atestigua la Estela del Inventario, la Esfinge ya estaba en Gizeh en la época de Khufu, antecesor de Chefra. En la inscripción, Khufu dice que mandó remover la arena que invadía la Esfinge —una afirmación que se repite en las inscripciones de otros faraones. Así, que es justo dedujéramos que ella ya era un monumento muy antiguo en la época de ese rey. Entonces, ¿quién fue el faraón, muy anterior a él, que la esculpió, dándole al rostro su propia imagen?
La respuesta es que el rostro no es el de un faraón cualquiera, sino el de un dios. Y más, todo indica que fueron dioses, y no mortales, que esculpieron la Esfinge.
De hecho, sólo ignorando lo que dicen las antiguas inscripciones es que alguien podría imaginar un origen diferente. Una inscripción romana, llamando a la Esfinge «Guía Sagrado», dice, «Tu forma magnífica es obra de los dioses inmortales». Un tramo de un poema griego afirma:
Tu forma magnífica,
Aquí los dioses inmortales amoldaron…
Junto a las pirámides lo colocaron…
Un monarca celestial que sus enemigos desafían…
Guía Sagrado de la Tierra de Egipto.
En la Estela del Inventario, Khufu llamó a la Esfinge «Guardián del Éter, que guía los vientos con su mirada» y deja bien claro que ella era la imagen de un dios:
Esta figura del dios
Durará hasta la eternidad;
Tiendo siempre su rostro vuelto hacia el este.
Khufu habla también de un viejo sicomoro que crecía al lado de la Esfinge y fue dañado «cuando el Señor del Cielo descendió en el Lugar de Hor-en-Akhet» (el dios-halcón del horizonte). Ése, en realidad, era el nombre más frecuente de la Esfinge en las inscripciones de los faraones, siendo sus epítetos, entre otros, ruti («el león») y hul («el eterno»).
Los excavadores del inicio del siglo XIX que trabajaron en el área de la Esfinge, conforme atestiguan los documentos de la época, estaban instigados por las leyendas árabes que afirmaban que existían dentro del monumento o debajo de él cámaras secretas llenas de tesoros u objetos mágicos. Cuando el coronel Vyse llegó a Gizeh, Caviglia trabajaba activamente en el interior de la Gran Pirámide a la busca de «cámaras ocultas». Parece que él se volvió para esa empresa después de fracasar en descubrir algo parecido en la Esfinge. Perring también intentó encontrar alguna cámara oculta, haciendo un agujero profundo en la espalda de la Esfinge.
Aún investigadores más responsables, como Auguste Mariette, en 1853, compartían la opinión generalizada de que existía un compartimiento secreto en el interior del monumento o bajo él, motivada por los libros del historiador romano Plinio, que escribió que la Esfinge contenía la tumba de un gobernante llamado «Harmaquis» y por el hecho de todos los antiguos dibujos que la muestran asentada sobre una gran estructura de piedra. Era justo pensar que las mismas arenas que habían cubierto prácticamente toda la Esfinge, acumulándose a lo largo de milenios, escondían también su parte inferior.
Las inscripciones más antiguas parecen sugerir que existían dos cámaras secretas, tal vez accesibles por una entrada escondida bajo las patas de la escultura. Además de eso, un himno de la época de la 18.ª Dinastía revela que las dos «cavernas» permitían que ella funcionara como un centro de comunicaciones.
Según ese cántico, el dios Amen, asumiendo las funciones del celestial Hor-Akhti, obtiene «percepción en el corazón, comando en los labios… cuando entra en las dos cavernas que están bajo sus pies». Entonces:
Un mensaje es enviado del cielo;
Ella es oída en Heliópolis,
Y repetida en Menfis por el Bello de Rostro.
Ella forma parte de un despacho en la caligrafía de Thot,
Que trata de la ciudad de Amen (Tebas)…
El asunto es respondido en Amen,
Una declaración es emitida… un mensaje enviado.
Los dioses están actuando de acuerdo con las órdenes.
En el tiempo de los faraones, se creía que la Esfinge, a pesar de ser esculpida en piedra, era capaz de oír y hablar. En una larga inscripción grabada en una estela (Fig. 166) erigida entre las patas del monumento por Tutmés IV y dedicada al Disco Alado, el rey cuenta que la Esfinge habló con él y le prometió un largo y próspero reinado si mandara retirar la arena que le cubría las patas. Un día, continúa el faraón, él estaba cazando fuera de Menfis y se encontró en el «sagrado camino de los dioses» que iba de Heliópolis a Gizeh. Cansado, se acostó para reposar a la sombra de la Esfinge. Aquel lugar, como revela la inscripción, era llamado el «Lugar Espléndido del Inicio de los Tiempos».
Fig. 166
Cuando Tutmés IV se adormeció junto a «esa gran estatua del Creador», ella —aquella «majestad del reverenciado Dios»— comenzó a hablar, presentándose como «Soy tu ancestral Hor-en-Akhet, aquel creado de Ra-Aten».
Muchas «tablas de oído» —objetos bastante raros— y dibujos de las Dos Palomas, el símbolo asociado a los lugares del oráculo, fueron descubiertas en los templos en torno a la Esfinge. Como las antiguas inscripciones, ellos también contribuyen a la creencia de que el monumento, de alguna forma, transmitía mensajes divinos. Aunque los esfuerzos para emprenderse excavaciones bajo la Esfinge hasta ahora no hayan sido exitosos, no se puede descartar la posibilidad de la existencia de cámaras subterráneas donde los dioses entraban con «comandos en los labios» y de que un día tal vez ellas sean descubiertas.
Está claro a partir de numerosos textos funerarios que la Esfinge era considerada el Guía Sagrado que orientaba los fallecidos del «ayer» para el «mañana». Encantamientos descubiertos en el interior de ataúdes, sirviendo para facilitar el viaje del muerto a lo largo de la «Senda de las Puertas Escondidas», indican que ésta comenzaba cerca de la Esfinge. Invocándola, esos encantamientos afirman que «El Señor de la Tierra ordenó, la Pareja Esfinge repitió». La jornada del fallecido sólo se iniciaba cuando Hor-en-Akhet (la Esfinge) decía: «¡Puede pasar!». Los dibujos del Libro de los Dos Caminos, que ilustran ese viaje, muestran que había dos caminos que, saliendo de cerca de la Esfinge, llevaban al Duat.
En la condición de Guía Sagrado, la Esfinge frecuentemente era mostrada guiando el Barco Celestial. A veces, como en la estela de Tutmés, ella aparecía como una Esfinge doble, guiando el Barco Celestial del «ayer» para el «mañana». En ese papel, ella era asociada al Dios Oculto, del reino subterráneo. Y es así, debe recordarse, que ella aparece guardando la cámara herméticamente cerrada del dios Seker, en el Duat.
De hecho, los textos de las Pirámides se refieren a la Esfinge como «el gran dios que abre las puertas de la Tierra» —frase que puede sugerir que además de la de Gizeh, que «mostraba el camino», existía otra Esfinge, cerca de la Escalera al Cielo, que «abría los portones de la Tierra». Esa posibilidad puede ser la explicación (la única, en la ausencia de cualquier otra hasta ahora), para un dibujo muy arcaico describiendo el viaje del faraón para la Otra Vida (fig 167).
Fig. 167
Él comienza con el halcón de Horus mirando hacia el País de las Palmeras y un navío raro, con cosas parecidas con grúas o dragas, y sobre él una estructura que nos hace recordar el dibujo sumerio para el nombre EN.LIL, representando un centro de comunicaciones. Son vistos también un dios saludando al faraón, un toro y un Pájaro de la Inmortalidad, seguidos de fortificaciones y una serie de símbolos. Finalmente viene la señal para «lunas» (una cruz inclinada dentro de un círculo), colocado entre el dibujo de la escalera y el de una Esfinge de espalda hacia la llegada del faraón, por lo tanto mirando para el otro lado.
Una estela erigida por un cierto Pa-Ra-Emheb, que dirigió obras de restauración en el área de la Esfinge en épocas faraónicas, contiene palabras delatoras en el tramo con versos sobre la adoración de la escultura. La similaridad con los salmos bíblicos es impresionante. La inscripción habla de extender cordones «para el plan», en fabricación de «cosas secretas» en el reino subterráneo, «cruzar el firmamento» en un Barco Celestial y de un «lugar protegido» en el «desierto sagrado». Ella inclusive usa el término Sheti.ta para designar el «Lugar del Nombre Oculto», en el «desierto sagrado».
Salve, rey de los dioses,
Aten, Creador…
Tú extiendes el cordón para el plan, tú formaste los países…
Hiciste secreto el mundo subterráneo…
La Tierra está bajo tu comando;
Hiciste alto el firmamento…
Tú construiste para ti un lugar protegido
En el desierto sagrado, con un nombre oculto.
Durante el día,
Tú te elevas cerca de él.
Subes maravillosamente…
Estás cruzando el firmamento con buen viento…
Atraviesas el firmamento en tu barco…
El firmamento se regocija,
La Tierra grita de alegría.
La tripulación de Ra loa todos los días;
Él viene en triunfo.
Para los profetas hebreos, el Sheti era la Línea Divina, la dirección que debía siempre ser contemplada «pues dentro de ella el Señor vino del sagrado Sinaí». Era, por lo tanto, la línea céntrica del corredor de aterrizaje, la trayectoria de vuelo que pasaba por Jerusalén.
Para los egipcios, empero, como dice la inscripción arriba, Sheti.ta era el «Lugar del Nombre Oculto», que quedaba en el «desierto sagrado», que es exactamente lo que significa el término bíblico «desierto de Cades». Y los «cordones del plan» se extendían de la Esfinge hasta él. En ese lugar, Paraemheb vio al «rey de los dioses» subiendo durante el día. Las palabras son casi idénticas a las de Gilgamesh cuando llegó al monte Mashu, «donde diariamente él observaba a los Shem, mientras iban y venían… vigilados por Shamash mientras asciende y desciende».
Aquél era el Lugar Protegido, el Lugar alcista. Los que querían alcanzarlo eran guiados por la Esfinge, pues su mirada quedaba vuelta para el este, acompañando con exactitud el paralelo 30.
Mi teoría es de que los Portones del Cielo y de la Tierra —el espacio-puerto de los «dioses»— quedaba en el lugar donde la Línea de Jerusalén cortaba el paralelo 30. Esa intersección está en el interior de la llanura céntrica de la península del Sinaí. Tal como el Duat pintado en el Libro de los Muertos, ella es realmente un terreno plano, oval, cercado de montañas. Esas montañas son separadas por siete desfiladeros —como es descrito en el Libro de Enoc. Siendo una vasta área con superficie rocosa natural, dura, ella suministraba pistas ya listas para los autobuses espaciales de los Anunnaki.
Nippur, como ya vimos (Fig. 122), era el foco, el punto céntrico, de los círculos concéntricos que unían lugares equidistantes del espacio-puerto situado en Sippar y otras instalaciones vitales.
Encontramos eso repetido en Jerusalén (Fig. 168): El espacio-puerto (SP) y el Local de Aterrizaje en Baalbek (BK) están en el perímetro de un círculo interno, uniendo un conjunto vital de instalaciones equidistantes del Centro de Control en Jerusalén (JM);
Fig. 168
El marco geodésico de Umm Shumar (US) y la portería de entrada de Heliópolis (HL) están en el perímetro del círculo externo, siendo por lo tanto equidistantes de Jerusalén; Conforme vamos completando nuestro gráfico, el magistral plan de los Anunnaki va revelándose delante de nuestros ojos y nos impresiona con su precisión, belleza y habilidosa combinación entre la geometría básica y los marcos naturales suministrados por la naturaleza;
Las líneas Baalbek-Santa Catarina y Jerusalén-Heliópolis se cortan en un ángulo básico y preciso de 45 grados; la trayectoria de vuelo, central, divide ese ángulo exactamente por la mitad, lo que resulta en dos ángulos de 22 y 1/2 grados; el gran pasillo de vuelo, por su parte, tiene la mitad exacta de ese ángulo, o sea, 11 y 1/4 grados… El espacio-puerto, situado en la intersección de la trayectoria de vuelo y el paralelo 30, es equidistante de Heliópolis y Umm Shumar.
¿Sería un mero accidente de geografía que Delfos (DL) esté equidistante del Centro de Control de la Misión en Jerusalén y del espacio-puerto en la llanura céntrica del Sinaí? ¿Será simple coincidencia que el ángulo creado por esas líneas (¿también un pasillo de vuelo?) tenga 11 y 1/4 grados? ¿Y el otro, conectando Delfos la Baalbek, también con 11 y 1/4 grados?
¿Será por mera coincidencia que las líneas que conectan Delfos, Jerusalén y el oasis de Siwa (SW) —centro del oráculo de Amón, que Alexander se apresuró a consultar— forman de nuevo el ángulo de 45 grados? (Fig. 169).
Fig. 169
¿Será que las otras ciudades y centros de oráculo de Egipto, como Tebas y Edfu, fueron fundadas en apacibles curvas del Nilo sólo atendiendo a los caprichos de un faraón cualquiera, o debido a posiciones determinadas por la Red de Orientación?
En realidad, si nos dispusiéramos a estudiar la posición de todos esos marcos naturales, centros de oráculo y antiguas ciudades, conseguiríamos demarcar toda la Tierra. ¿Pero no era eso lo que Baal ya sabía cuando instaló su equipo clandestino en Baalbek?
Su meta, como bien nos recordamos, era comunicarse no sólo con los territorios más próximos, sino también con toda la Tierra, para así dominarla.
El Dios de la Biblia también sabía de esa demarcación, pues cuando Job intentó deslindar «las maravillas de El», el Señor «hablando en medio de un remolino», respondió a las preguntas con preguntas:
Preguntarte he y me responde:
Donde estabas tú cuando yo
¿Lanzaba los fundamentos de la Tierra?
Dime, si es que tienes inteligencia:
Quién dio las medidas para ella,
¿Si es que lo sabes?
¿O quién sobre ella extendió el cordel?
¿Quién erigió sus plataformas?
¿Quién asentó la Piedra Angular?
Entonces Yahveh respondió a sus propias preguntas. Todos esos actos de medición de la Tierra, de instalación de plataformas, el asentamiento de la Piedra Angular fueron hechos, dijo Él: Cuando las estrellas de la mañana se regocijaban, Y todos los hijos de los dioses gritaban de alegría.
El hombre, por más sabio que pueda haber sido, no tuvo nada que ver con eso. Baalbek, las pirámides de Gizeh, el espacio-puerto, todos fueron construidos sólo para los dioses.
El hombre, sin embargo, buscando la inmortalidad, jamás dejó de seguir la mirada de la Esfinge.