La falsificación como medio de alcanzar fama y fortuna no es un hecho raro en el comercio y en los artes, la ciencia y reliquias de la Antigüedad. Cuando se descubre, la falsificación puede redundar en pérdidas y vergüenza. Cuando no es sancionada, ella puede alterar los registros de la Historia.
Un caso de falsificación, creo, aconteció con La Gran Pirámide y su supuesto constructor, el faraón llamado Khufu.
El re-examen arqueológico sistemático y disciplinado de las casas de campo arqueológicas en el área de Gizeh, que fueron apresuradamente excavados hace un siglo y medio, muchas veces por simples cazadores de tesoros, viene levantando incontables cuestiones relacionadas con algunas de las conclusiones anteriormente aceptadas. Se afirma que la Era de las Pirámides comenzó con la pirámide en escalones de Djoser y que hubo una progresión sucesiva hasta llegar, finalmente, a una pirámide «verdadera». Pero ¿por qué sería tan importante la conquista de una pirámide de caras lisas? Si el arte de las pirámides fue mejorándose con el pasar del tiempo, ¿por qué las posteriores a las de Gizeh eran inferiores, y no mejores, a ella?
¿La pirámide de Djoser habría sido el modelo para las otras o era una copia de algo ya existente? Los estudiosos creen que la primera pirámide en escalones que Imhotep construyó sobre la mastaba «tenía un revestimiento de bellas piedras de calcáreo blanco», como escribe Ahmed Fakhry en The Pyramids, añadiendo: «Sin embargo, antes de que el revestimiento quedase terminado, Imhotep planeó una nueva alteración, la superposición de una pirámide mayor». Pero, como sugieren nuevos indicios, aún esa segunda pirámide estaba también revestida para quedar «verdadera», o sea, de caras lisas. Una misión arqueológica de la Universidad de Harvard, dirigida por George Reisner, descubrió que ese revestimiento era de ladrillos de arcilla, que, es claro, inmediatamente se deshicieron con la intemperie, dejando la impresión de que Imhotep construyó una pirámide en escalones. Además de eso, otros equipos arqueológicos descubrieron que el revestimiento era encalado para imitar el calcáreo blanco.
¿A quién intentaba imitar Djoser? ¿Dónde él vio una pirámide verdadera ya erigida y completa, con las caras lisas y el revestimiento pulido? Y si, como dice la actual teoría, las tentativas de construir una pirámide lisa, con caras inclinadas en 52 grados, fracasaron y Snefru tuvo que «trapacear», disminuyendo el ángulo a 43 grados, con lo cual aquélla es considerada la primera pirámide verdadera, ¿por qué su hijo, Khufu/Kéops, tuvo la idea de erigir una pirámide con el difícil ángulo de 52 grados, lo que supuestamente consiguió sin mayores problemas?
Si las pirámides de Gizeh fueron sólo pirámides «comunes» en la cadena «una para cada faraón», ¿por qué el hijo de Khufu, Radedef, no construyó la suya próxima de la pirámide del padre?
Recordémonos de que supuestamente las otras dos no estaban allá, de modo que Radedef tenía un gran espacio libre para su obra. Y, si los ingenieros y arquitectos de su padre ya habían dominado el arte de la construcción de pirámides, pues habían hecho la Gran Pirámide de Gizeh, ¿por qué no lo ayudaron a construir una tan imponente como la de Khufu, en vez de erigir la pirámide muy inferior, que lleva su nombre, y que inmediatamente se deterioró?
Es importante destacar que sólo la Gran Pirámide posee un Pasillo Ascendente, el pasaje que fue encontrado bloqueado con perfección y permaneció escondido hasta el año de 820. ¿El hecho de que todas las otras pirámides construidas fuera de Gizeh no tuvieran ese pasaje no significaría que todos los que intentaron copiar la Gran Pirámide desconocían la existencia del Pasillo Ascendente?
La ausencia de inscripciones jeroglíficas en las tres pirámides de Gizeh también ha motivado especulaciones. Hace un siglo, en Pyramids, Facts and Fancies, James Bonwick ya indagaba: «¿Quién puede convencerse de que los egipcios dejarían tan soberbios monumentos sin por lo menos algunos jeroglíficos —ellos, que apreciaban una profusión de inscripciones en todos los tipos de construcciones?». Sólo existen dos explicaciones para esa ausencia: las pirámides fueron construías antes del surgimiento de la escritura jeroglífica o no fueron construidas por los egipcios.
Ésos son algunos de los puntos que fortalecen mi creencia de que cuando Djoser y sus sucesores iniciaron la costumbre de la construcción de pirámides, ellos intentaban copiar las ya existentes, las pirámides de Gizeh. Éstas no fueron un resultado del perfeccionamiento de los esfuerzos iniciados por Djoser, sino prototipos que él y los faraones siguientes intentaron imitar.
Algunos estudiosos del pasado sugirieron que las pequeñas pirámides satélites que se encuentran en Gizeh eran en realidad modelos en escala (1:5), usados por los antiguos de la misma forma que los arquitectos de hoy utilizan modelos en escala para evaluación y orientación. Actualmente se sabe que ellas fueron adiciones posteriores. Sin embargo, creo que hubo un modelo experimental, en tamaño menor, y que él era la Tercera Pirámide, con sus obvios experimentos estructurales. Enseguida, fueron construidas las dos mayores, reafirmo, para servir de marcos de orientación para los Anunnaki.
Y cuanto a Menkara, Chefra y Khufu, que, según nos relata Herodoto, fueron los constructores de esas tres pirámides.
Bien, los templos y el camino elevado que va hasta la Tercera Pirámide suministran indicios de que fueron construidos por Menkara, tales como las inscripciones con su nombre y las varias estatuas raras, mostrándolo abrazado por Hathor y otras diosas.
Sin embargo, todo lo que ellos atestiguan es que Menkara mandó erigir esas estructuras secundarias que lo asocian con la pirámide. Nada indica que él las construyó. Los Anunnaki, es lógico presumir, necesitaban sólo de las montañas artificiales y no construirían templos para adorarse a sí mismos. Sólo los faraones necesitaban de templos funerarios y otras estructuras relacionadas con su viaje hasta la morada de los dioses.
Dentro de la Tercera Pirámide propiamente dicha no existe ninguna inscripción, estatua o pintura mural. En ella sólo se muestra con austeridad y precisión. La única evidencia encontrada en su interior de que ella habría sido construida como un túmulo para Menkara probó ser falsa. Los fragmentos de un ataúd de madera donde estaba escrito el nombre del faraón, probados con métodos modernos de datación, muestran que ellos son de una época 2 mil años posterior a la del reinado de Menkara. La momia que lo «acompañaba» es del inicio de la era cristiana. Por lo tanto, no existe la menor indicación de que Menkara, o cualquiera otro faraón, tuvo algo a ver con la creación y construcción de la Tercera Pirámide.
La Segunda Pirámide también es completamente austera. Las estatuas con el cartucho de Chefra (la estructura oval indicando el nombre de un faraón) fueron encontradas sólo en los templos próximos a ella y no existe ningún indicio de que él fue el constructor de la pirámide.
¿Y en cuanto la Khufu?
Con una única excepción, que enseguida denunciaré como siendo una probable falsificación, el único indicio de que él construyó la Gran Pirámide es la afirmación de Herodoto (y de un historiador romano, que se basó en su obra). Herodoto describe a Khufu como un faraón que esclavizó a su pueblo por treinta años para construir el camino elevado y la pirámide. Sin embargo, por medio de otros cálculos, se infiere que ese faraón reinó sólo 28 años. Y más, si él era un constructor tan grandioso, bendecido con el auxilio de los mayores arquitectos, ingenieros y albañiles, ¿dónde están sus otros monumentos extraordinarios, dónde están sus estatuas?
No existe nada parecido y la ausencia de cualquier tipo de ruinas de obras de ese tipo sólo demuestra que Khufu era un constructor común, igual a tantos otros del Antiguo Imperio. Creo, sin embargo, que él tuvo una idea brillante. Al ver los revestimientos de ladrillos de las pirámides en escalones deshechos, la pirámide desmoronada en Meidum, la inclinación apresurada de la pirámide de Snefru, el ángulo inadecuado de la segunda construida por ese faraón, Khufu tuvo la gran idea. Allá, en Gizeh, estaban las pirámides perfectas e inigualables. ¿Por qué no pedir a los dioses permiso para asociar a una de ellas los templos funerarios necesarios para su viaje para la Otra Vida? No habría ninguna intromisión en la santidad de la pirámide en sí. Todos los templos construidos por Khufu, inclusive los del valle, donde él probablemente fue enterrado, quedaban del lado de afuera de la Gran Pirámide, próximos de ella, pero sin tocarla. Y es a causa de ellos que la construcción de la Gran Pirámide es atribuida a Khufu.
Habiendo sido testigo del fracaso de la pirámide de su antecesor, Radedef, Chefra prefirió usar la solución encontrada por Khufu.
Cuando llegó su hora de necesitar de una pirámide, él no vio ningún mal en apropiarse de la Segunda Pirámide, ya hecha, y la rodeó con sus templos y pirámides-satélites. Menkara, su sucesor, lo imitó, conectándose a la última pirámide disponible, la Tercera.
Como las pirámides ya listas habían sido hechas, los faraones siguientes se vieron obligados a conseguir las suyas por el modo más difícil, o sea, intentando construirlas… Tal como aconteció con sus antecesores que intentaron esa empresa antes (Djoser, Snefru, Radedef), sus esfuerzos terminaron en copias inferiores de las tres pirámides perfectas originales.
A primera vista, mi afirmación de que Khufu (como Chefra y Menkara) no tuvo nada a ver con la construcción de la pirámide conectada a su nombre puede parecer absurda. Pero no lo es.
La cuestión sobre Khufu como constructor de la Gran Pirámide comenzó a preocupar los egiptólogos serios hace más de un siglo, cuando fue descubierto el único objeto que menciona directamente a ese faraón como estando conectado a la Gran Pirámide. Lo más intrigante es que la inscripción en él existente afirma que Khufu no construyó la pirámide, que ella ¡ya existía en la época de su reinado!
Esa prueba contundente es una estela de piedra calcárea (Fig. 141), descubierta por Auguste Mariette alrededor de 1850, en las ruinas del templo de Isis, cerca de la Gran Pirámide.
Fig. 141
La inscripción identifica esa estela como un monumento auto-laudatorio, que Khufu mandó erigir para conmemorar la reforma del templo de Isis y restauración de las imágenes y emblemas de los dioses en él existentes, obra hecha bajo sus órdenes. Los versos de apertura lo identifican claramente por su cartucho:
Ankh Hor Mezdau Viva Horus Mezdau;
Suten-bat (al) Rei (del) Alto y Bajo Egipto
Khufu tú ankh Khufu, ¡es dada vida!
Fig. 141b
Esa obertura común, invocando al dios Horus y pidiendo larga vida para el rey, es seguida de las declaraciones explosivas:
Él fundó la casa de Isis,
Dueña de la Pirámide
Al lado de la casa de la Esfinge
Fig. 141c
Según la inscripción de la estela que se encuentra en el Museo del Cairo, la Gran Pirámide ya existía cuando Khufu entró en escena y ella pertenecía a la diosa Isis, y no al faraón. Además de eso, la Esfinge (que ha sido atribuida a Chefra, que la habría construido junto con La Segunda Pirámide) también ya estaba en su actual localización. La continuación de la inscripción describe la posición de la Esfinge con gran exactitud y registra que ella fue dañada por un rayo —evento perceptible hasta los días de hoy.
Khufu prosigue diciendo que construyó una pirámide para la princesa Henutsen «al lado del templo de la diosa». Los arqueólogos encontraron pruebas independientes de esa estela de que una de las tres pequeñas pirámides situadas al lado de la Grande, más al sur de ella, era de hecho dedicada la Henutsen, una esposa de Khufu. Así, todo lo que está grabado en la estela concuerda con los hechos conocidos y queda bien claro que en ella el faraón afirma sólo que construyó la pirámide pequeña. La Gran Pirámide y la Esfinge (y, por inferencia, las otras dos) ya estaban allá.
El apoyo a mis teorías se fortalece cuando leemos en otra parte de la estela la inscripción que dice que la Gran Pirámide también era llamada de «La montaña Occidental de Hathor».
Viva Horus Mezdau;
Al rey del Alto y Bajo Egipto, Khufu,
Es dada la vida.
Para su madre Isis, la Divina Madre,
Dueña de la montaña Occidental de Hathor,
Él hizo esta inscripción.
Él le hizo una nueva ofrenda sagrada.
Le construyó una casa [templo] de piedra,
Renovó los dioses encontrados en su [antiguo] templo.
Hathor, debemos recordar, era la señora de la península del Sinaí.
Así, si la Gran Pirámide era la montaña Occidental de Hathor, tenía que existir una montaña Oriental —el pico más alto de la península— y ambas funcionaban como porterías del corredor de Aterrizaje de los dioses.
Esa «Estela del Inventario», como ella vino a ser conocida, tiene todas las señales de autenticidad. Sin embargo, los estudiosos de la época de su descubrimiento y muchos otros desde entonces se mostraron incapaces de ajustarse a las ineludibles conclusiones que deben ser extraídas de ella. No deseando desbalancear toda la estructura del estudio de las pirámides, ellos la proclamaron como siendo una falsificación, una inscripción hecha «mucho después de la muerte de Khufu» (para citar a Selim Hassan en Excavations at Giza), invocando su nombre «para apoyar alguna afirmación ficticia de los sacerdotes locales».
James H. Breasted, cuya obra Ancient Records of Egypt es el trabajo guía sobre las antiguas inscripciones, escribió en 1906 que «las referencias a la Esfinge y al templo situado al lado de ella, en la época de Khufu, hicieron ese monumento (la estela), desde el inicio, objeto de gran interés. Ellas serían de máxima importancia si el monumento fuera contemporáneo de Khufu; sin embargo, las pruebas ortográficas que la sitúan en una fecha posterior son enteramente conclusivas». Breasted discordaba de Gastón Maspero, el más afamado egiptólogo de la época, que había afirmado que la estela, aunque tuviera una ortografía posterior a la usada en el tiempo de Khufu, era copia de un original más antiguo y auténtico. A pesar de sus dudas, Breasted incluyó la estela entre los registros de la 4.ª Dinastía. Maspero, cuando escribió su amplia obra The Dawn of Civilization, en 1920, aceptó el contenido de la estela como un dato factual sobre la vida y las actividades de Khufu.
Pero ¿por qué tanta renuencia en aceptar esa pieza como auténtica?
La Estela del Inventario fue sancionada como siendo una falsificación porque sólo una década antes de su descubrimiento la identificación de Khufu como constructor de la Gran Pirámide parecía haber sido inequívocamente establecida. Esas pruebas, aceptadas como concluyentes, eran inscripciones hechas en tinta roja, encontradas en pequeños compartimentos descubiertos sobre la cámara del Rey, que fueron interpretadas como siendo marcas hechas en las canteras, durante la extracción de los bloques, o por los albañiles, durante la construcción de la obra, en el 182.º año del reino de Khufu (Fig. 142).
Fig. 142
Como esos compartimentos estaban herméticamente cerrados, jamás habiendo sido penetrados hasta su descubrimiento en 1837, las 324 marcas sólo podrían ser auténticas y, por lo tanto, La Estela del Inventario tenía que ser una falsificación.
Sin embargo, cuando analizamos minuciosamente las circunstancias en que aparecieron las marcas en tinta roja y quienes fueron sus descubridores —una investigación que nunca nadie se preocupó en hacer—, la conclusión que emerge es la siguiente: si hubo una falsificación, ella no aconteció en la Antigüedad, sino en el año de 1837. Y los falsificadores no fueron «algunos sacerdotes locales», sino dos (o tres) ingleses inescrupulosos.
La historia comienza el 29 de diciembre de 1835, con la llegada a Egipto del coronel Richard Howard Vyse, la «oveja-negra» de una aristocrática familia británica. En esa época, otros oficiales del ejército de Su Majestad ya se habían destacado como «anticuarios», como eran llamados los arqueólogos de la época, presentando informes ante las más afamadas sociedades científicas y recibiendo la debida aclamación pública. Puede que Vyse haya o no ido a Egipto en busca de fama, el hecho es que al visitar las pirámides de Gizeh él fue inmediatamente arrebatado por la fiebre de los descubrimientos diarios que atacaba a legos y académicos. Vyse se cautivó en especial con las historias y teorías de un cierto Giovanni Battista Caviglia, que había estado buscando una cámara secreta dentro de la Gran Pirámide.
Pocos días después del encuentro entre los dos hombres, Vyse se ofreció para financiar a Caviglia en sus investigaciones, siempre que fuera citado como co-descubridor. Caviglia rechazó la propuesta en el mismo instante y Vyse, ofendido, partió para Beirut a finales de febrero de 1836, con el objetivo de visitar la Siria y el Asia Menor.
Sin embargo, el largo viaje no fue capaz de aplacar la ambición que había crecido dentro de él. En vez de volver a Inglaterra, Vyse desembarcó nuevamente en Egipto en octubre de 1836. En su estadía anterior, él había hecho amistad con un ardiloso intermediario llamado J. R. Hill, en esa época superintendente de una metalúrgica. En esa segunda visita, Hill lo presentó a un cierto «Sr. Sloane», que le confió que existían medios de obtener un firma —un aval— del gobierno egipcio, dando a su poseedor derechos exclusivos de excavación en Gizeh. Así orientado, Vyse buscó al cónsul británico, el coronel Campbell, para que lo ayudara a conseguir la documentación necesaria. Sin embargo, al recibir la firma, él se llevó una sorpresa al ver que él nombraba a Sloane y a Campbell como «co-autorizados» y designaba Caviglia como supervisor de las obras de excavación. El 2 de noviembre de 1836, Vyse, desalentado, pagó a Caviglia «mi primera parte de 200 dólares», como escribió él en sus crónicas, y partió disgustado a una visita al Alto Egipto.
Como es relatado por el propio Vyse en su libro Operations Carried on at the Pyramids of Gizeh, él volvió a Gizeh el 24 de enero de 1837 «ansioso por ver que adelantos habían sido hechos». Sin embargo, constató que Caviglia y sus hombres se dedicaban sólo a excavar las tumbas en torno a la pirámide para retirar las momias. La furia del coronel sólo disminuyó cuando el italiano le garantizó que tenía algo de peso para mostrarle: ¡inscripciones hechas por los constructores de las pirámides!
Las excavaciones en las tumbas mostraron que los antiguos canteros, los trabajadores que cortaban los bloques de roca en las canteras, a veces los marcaban con tinta roja. Caviglia afirmó que las había encontrado en la base de la Segunda Pirámide. Sin embargo, cuando llevó Vyse a verlas y los dos las examinaron más atentamente, vieron que la «tinta roja» no pasaba de manchas naturales en las piedras.
¿Y en cuanto a la Gran Pirámide? Caviglia, que trabajaba en su interior con la intención de descubrir hasta adónde iban los «ductos de aire» que salían de la cámara del Rey, se convencía cada vez más de que existían otros compartimentos secretos además del descubierto por Nathaniel Davison inmediatamente por encima de la cámara del Rey en 1765 (fig 143), que eran alcanzados por un pasaje mucho estrecho.
Fig. 143
Vyse exigió que los trabajos fueran concentrados allí, pero se quedó bastante frustrado cuando percibió que Caviglia y Campbell estaban más interesados en desenterrar momias y otros objetos deseados por todos los museos del mundo, y que la amistad entre los dos era tanta que el italiano le daría a la gran tumba que descubriría el nombre de «tumba de Campbell».
Decidido a ser la estrella del espectáculo que estaba financiando, Vyse dejó El Cairo, mudándose a un lugar próximo a las pirámides. «Naturalmente yo deseaba hacer algunos descubrimientos antes de volver a Inglaterra», confesó él en su diario, el día 27 de enero de 1837. Finalmente, estaba lejos de casa y ocasionando grandes gastos su familia hacía más de un año.
Las semanas siguientes, el desentendimiento y las acusaciones contra Caviglia fueron aumentando. El 11 de febrero de 1837, los dos tuvieron una discusión violenta. El día siguiente, Caviglia hizo importantes descubrimientos en la tumba de Campbell: un sarcófago con jeroglíficos y marcas en tinta roja en las paredes del sepulcro. El día 13, Vyse despidió a Caviglia y lo mandó dejar inmediatamente el lugar de las excavaciones. Éste sólo regresó una única vez, el día 25, para recoger sus pertenencias. Los años que siguieron, Caviglia hizo varias «acusaciones descalificadoras» a Vyse, según las palabras del propio coronel, pero cuya naturaleza él evita detallar.
¿Habría sido la pelea un desentendimiento legítimo o Vyse creó una situación insostenible para poder quitar a Caviglia del lugar de las excavaciones?
Acontece que Vyse visitó en secreto la Gran Pirámide en la noche de 12 de febrero, acompañado por John Perring, un ingeniero del Departamento de Obras Públicas de Egipto y diletante en egiptología, a quienes había conocido a través del despierto Sr. Hill. Los dos examinaron una hendidura intrigante que había surgido en un bloque de granito del techo de la cámara de Davison. Cuando metieron una varilla de sauce en el orificio, ella pasó libre, sin doblarse. Obviamente había un espacio libre por encima del techo.
¿Qué tramaron ellos dos durante aquella visita nocturna?
Podemos adivinarlo por los eventos que siguieron. El hecho es que Vyse despidió a Caviglia a la mañana siguiente y colocó a Perring en su hoja de pago. En su diario, el coronel confesó:
«Estoy decidido a hacer excavaciones por encima del techo de la cámara (de Davison) donde espero encontrar un apartamento sepulcral». Mientras él derramaba más dinero y hombres en su empresa, miembros de la realeza y otros dignatarios llegaban a Gizeh para admirar los descubrimientos hechos en la tumba de Campbell, pero había muy poco que ver dentro de la pirámide.
Vyse, frustrado, mandó a sus trabajadores perforar el hombro de la Esfinge, esperando por lo menos encontrar marcas de pedrería en ella. No obteniendo éxito, volvió nuevamente su atención a la cámara escondida.
Alrededor de mediados de marzo, Vyse se vio delante de un nuevo problema: sus hombres estaban siendo atraídos hacia proyectos más productivos. Él se ofreció, entonces, a doblar sus salarios, siempre que trabajaran día y noche, pues el tiempo estaba escaseando e pronto el permiso de excavación iba a expirar. Desesperado, Vyse se olvidó de la cautela y ordenó el uso de explosivos para reventar las piedras que bloqueaban su avance.
En 27 de marzo, los trabajadores consiguieron abrir un agujero en un bloque de granito. En una actitud irracional, Vyse despidió a su capataz, un cierto Paulo. El día siguiente, escribió en su diario: «Prendí una vela en la punta de una vara y la pasé por el pequeño agujero en el techo de la cámara de Davison; tuve el disgusto de descubrir que el compartimiento superior era igual al primero en construcción». Él había encontrado la «cámara sepulcral» (Fig. 144).
Fig. 144
Usando pólvora para ampliar el orificio, Vyse entró en la cámara recién descubierta el 30 de marzo, acompañado por el Sr. Hill, y los dos la examinaron minuciosamente. Ella estaba herméticamente cerrada, sin ningún tipo de entrada, el piso formado por el lado áspero de los bloques de granito que constituían el techo de la cámara de Davison. «Un sedimento negro se distribuía por igual sobre todo el piso, mostrando cada una de nuestras huellas». (La naturaleza de ese polvo negro «acumulado con alguna profundidad» jamás fue determinada). El techo estaba «finamente pulido» y tenía encajes de excelente calidad. No había dudas de que la cámara nunca había sido visitada antes, pero ella no contenía ni sarcófago ni tesoros.
Estaba completamente vacía y con las paredes desnudas.
Vyse ordenó que el agujero fuera aumentado aún más y envió un mensaje al cónsul británico comunicando que había dado al compartimiento recién descubierto el nombre de «cámara de Wellington».
Veamos ahora lo que el coronel habla en la continuación de su entrada en el diario de aquel día: «A la noche, cuando llegaron el Sr. Perring y el Sr. Mash, entramos en la cámara de Wellington y comenzamos a medirla. Mientras hacíamos las mediciones, ¡encontramos las marcas hechas en la cantera!». ¡Qué súbito y extraordinario golpe de suerte!
Esas señales eran similares a las marcas de cantera escritas en tinta roja encontradas en las tumbas del lado de afuera de la pirámide. Es extraño que Vyse y el Sr. Hill no las hubieran visto en la noche anterior, cuando examinaron minuciosamente la cámara. El singular descubrimiento sólo aconteció en la presencia de dos testigos, el Sr. Perring y el Sr. Mash, un ingeniero que estaba visitando la cámara a su invitación.
El hecho de que la cámara de Wellington era casi idéntica a la de Davison llevó Vyse a sospechar que podría existir algún otro compartimiento por encima de ellas. Por motivos ignorados, el 4 de abril, él despidió al otro capataz, un hombre llamado Giachino. El 14 de abril, el cónsul británico y el cónsul austriaco visitaron el lugar de las excavaciones y solicitaron copias de las marcas hechas en la cantera. Vyse entonces mandó a Perring y a Mash encargándoles ese trabajo, pero los instruyó a copiar primero las marcas descubiertas en la tumba de Campbell, dejando para después las de la Gran Pirámide.
Con la liberación del uso de la pólvora, el compartimiento por encima de la cámara de Wellington, que Vyse bautizó como «cámara de Nelson» en honor del almirante, fue abierta el 25 de abril. Estaba tan vacía como las otras y presentaba la misma misteriosa piedra negra.
Vyse relató haber encontrado «varias marcas de cantera escritas en tinta roja en los bloques de granito, en especial en la pared oeste».
Durante todo ese tiempo, el Sr. Hill entraba y salía de las cámaras recién descubiertas, ostensiblemente, para escribir en ellas los nombres de Wellington y Nelson. El día 27, el mismo Sr. Hill —no Perring o Mash— copió las marcas de cantera encontradas en ellas (Fig. 145a). Vyse reprodujo las de la cámara de Nelson en su libro.
El 7 de mayo, fue abierto el camino para un compartimiento más que Vyse bautizó de «cámara de lady Arbuthnot». En su diario, él no registra el encuentro de marcas de cantera, aunque más tarde ellas existieran allí en profusión (Fig. 145b).
Fig. 145
Lo sorprendente en esas nuevas marcas era que ellas incluían un gran número de cartuchos, que sólo podían significar nombres de reyes. ¿Habría Vyse encontrado una prueba irrefutable, del nombre del faraón que construyó la pirámide?
En 18 de mayo, un cierto dr. Walni «solicitó copias de los caracteres encontrados en la Gran Pirámide para enviarlas al Sr. Rosellini», siendo éste un eminente egiptólogo especializado en descifrar nombres reales. Vyse rechazó terminantemente a atender al pedido.
El día siguiente, acompañado de lord Arbuthnot, el Sr. Brethel y el Sr. Raven, Vyse entró en la cámara de lady Arbuthnot y los cuatro compararon «los dibujos del Sr. Hill con las marcas de cantera de la Gran Pirámide; enseguida, suscribieron un testimonio de su exactitud». Poco tiempo después, la última cámara fue abierta y más marcas, inclusive un cartucho, fueron descubiertas. Vyse entonces partió al El Cairo, donde presentó las copias autentificadas de las inscripciones a la Embajada británica, para que fueran oficialmente enviadas a Londres.
Vyse consideraba su trabajo en la Gran Pirámide como terminado. Él descubrió cuatro compartimentos hasta entonces desconocidos y hubo probado la identidad del constructor del monumento, pues dentro de los cartuchos estaba escrito el nombre Kh-u-f-u.
Y es en ese descubrimiento que los libros vienen basándose hasta los días de hoy.
El impacto de los descubrimientos de Vyse fue enorme y en poco tiempo él consiguió una confirmación de los peritos del Museo Británico, lo que garantizó su aceptación.
No se sabe de cierto cuándo las copias hechas por el Sr. Hill llegaron al museo y cuándo Vyse recibió el resultado del análisis de los peritos, pero en su crónica de 27 de mayo de 1837 él transcribió la opinión del Museo Británico (dada por el especialista en jeroglíficos Samuel Birch), que confirmaba sus expectativas: los nombres en los cartuchos podían ser leídos como Khufu o variaciones de él. Como había dicho Herodoto, Kéops había sido el constructor de la Gran Pirámide.
Sin embargo, en la emoción que siguió, poca atención le fue dada a los muchos «si» y «pero» del informe del museo. Además de eso, él contenía la pista que me llevó a creer en una confabulación: un error grosero del falsificador.
Para comenzar, el Sr. Birch no se entusiasmó mucho con la ortografía y el texto de muchas marcas. «Los símbolos y jeroglíficos pintados en rojo por el escultor o albañil en los bloques de las cámaras de la Gran Pirámide son aparentemente marcas hechas en la cantera», escribió él en el párrafo de apertura, y prosiguió: «Aunque no muy legible, porque fueron sido escritas en caracteres semi-hieráticos o lineal-jeroglíficos, ellas poseen puntos de considerable interés…».
Lo que intrigó el Sr. Birch fue que las marcas de cantera del inicio de la 4.ª Dinastía estaban claramente hechas en una escritura que sólo hubo comenzado a aparecer siglos después.
Habiéndose originado de la pictografía —escrita con figuras—, la escritura hieroglífica exigía gran habilidad y mucho tiempo de entrenamiento. Así, con el pasar del tiempo, comenzó a entrar en uso, especialmente en transacciones comerciales, una escritura más simple y rápida, más lineal, que es llamada como Hierática por los especialistas. Entonces, los símbolos encontrados por Vyse eran de otro periodo. El Sr. Birch también encontró gran dificultad en leerlos. Varios de ellos le parecieron «escritos en caracteres casi hieráticos», por lo tanto de un periodo muy posterior al surgimiento de los semi-hieráticos. Algunos símbolos eran raros, nunca habían sido vistos antes en cualquiera otra inscripción de Egipto: «El cartucho de Sufis (Kéops) es seguido por un jeroglífico para el cual sería difícil encontrar un paralelo». Otros símbolos eran «igualmente de difícil solución».
El perito también se quedó muy intrigado con «una curiosa secuencia de símbolos» de la cámara superior, con techo en V invertida, que Vyse había bautizado como «cámara de Campbell». En ella, la señal para el «bueno, bondadoso» estaba usado como un numeral, algo jamás visto antes. Esos numerales escritos de manera rara supuestamente significarían «18.º año» (del reino de Khufu).
Las señales que venían después del cartucho real (escritos «en la misma caligrafía lineal») también causaron extrañeza al perito.
Birch partió de la hipótesis de que ellos debían expresar un título cualquiera, algo como «Poderoso en el alto y Bajo Egipto», pero la única similaridad que pudo encontrar con esa hilera de símbolos fue una que deletreaba «un título que existe en el ataúd de la reina de Amasis», del periodo saítico. Birch no vio necesidad de añadir que el faraón Amasis reinó en el siglo VI a. C. —por lo tanto, ¡más de 2 mil años después de Khufu!
Sea que quién sea el autor de las marcas supuestamente descubiertas por Vyse, él empleó un método de caligrafía (lineal), escrituras (semi-hierático y hierático) y títulos de periodos varios —y ninguno de la época de Khufu o antes de él.
El autor tampoco era muy letrado, pues gran parte de los jeroglíficos estaban incompletos, fuera de lugar, poco claros o a la sazón eran completamente desconocidos.
(Analizando esas inscripciones un año después, el más famoso egiptólogo alemán de la época, Karl Richard Lepsius, también se mostró intrigado con el hecho de que ellas «hayan sido hechas con pincel y tinta roja en una escritura cursiva, de tal forma que se parecen a las señales hieráticas». Él afirmó también que algunos de los jeroglíficos que venían después del cartucho le eran completamente desconocidos y «soy incapaz de explicarlos»).
Volviendo a la principal cuestión sobre la cual le fuera solicitado dar una opinión —la identidad del faraón nombrado en las inscripciones—, Birch lanzó una bomba: ¡había dos nombres reales dentro de la pirámide!
¿Sería posible que dos faraones hayan construido la misma pirámide? Si fuera eso lo que aconteció, ¿quiénes eran ellos?
Según Birch, los dos nombres no eran desconocidos, pues «ya fueron encontrados en tumbas de operarios empleados por los monarcas de ésa dinastía» refiriéndose a la 4.ª Dinastía, a cuyos faraones eran atribuidas las pirámides de Gizeh. Uno de los cartuchos (Fig 146a) fue leído como Saufou o Shoufou; el otro (Fig 146b), por incluir el carnero, símbolo del dios Khnum, como Senekhuf o Seneshoufou.
Fig. 146
Intentando analizar el significado del nombre con el símbolo del carnero, Birch destacó que «un cartucho similar al primero encontrado en la cámara de Wellington fue publicado por el Sr. Wilkinson y el Sr. Rosellini, que leen en los elementos fonéticos que lo componen “Seneshufo”, que el Sr. Wilkinson supone significan “el hermano de Sufis”».
Que un faraón pueda terminar una pirámide comenzada por su predecesor es una teoría bien aceptada por los egiptólogos (como en el caso de la pirámide de Meidum). ¿Ello no explicaría la presencia de dos nombres reales en una misma pirámide? Tal vez, pero ciertamente no serviría para explicar el caso que estamos analizando.
En la Gran Pirámide eso es imposible debido a la localización de los varios cartuchos (Fig. 147).
Fig. 147
El de Kéops/Khufu fue encontrado solamente en el compartimiento superior, el que tiene el techo en V invertida, que Vyse bautizó cámara de Campbell. Los varios cartuchos con el segundo nombre (actualmente tenido como Khnem-Khuf) estaban en la cámara de Wellington y en la de lady Arbuthnot (en la de Nelson no había cartuchos). En otras palabras, los compartimentos inferiores tenían el nombre de un faraón que vivió y reinó después de Kéops/Khufu. Como no existe otro medio de construirse una pirámide que no sea de abajo para arriba, la localización de los cartuchos significaba que Kéops había terminado la pirámide iniciada por un faraón que vivió y reinó después de él. Lo que, claro, es imposible.
Aceptando que los dos nombres encontrados en la pirámide podrían ser de faraones que en la antigua Lista de Reyes eran llamados como Sufis I (Kéops) y Sufis II (Quefrén), Birch intentó resolver el enigma imaginando si los dos, de alguna forma, pertenecían a Kéops, siendo uno su nombre verdadero y el otro «un sobrenombre». Sin embargo, su conclusión final fue que «la presencia de un segundo nombre de las marcas de cantera de la Gran Pirámide es un enredo adicional». Uno más entre tantos otros aspectos engorrosos encontrados en las inscripciones.
El «problema del segundo nombre» continuaba sin solución cuando el más notable egiptólogo inglés, Flinders Petrie, cincuenta años después del descubrimiento de Vyse, pasó varios meses haciendo mediciones en las pirámides. «La teoría más fallida sobre ese rey (Khnem-Khuf) es la que afirma que él y Khufu son la misma persona». En The Pyramids and Temples of Gizeh, él da los muchos motivos presentados por otros egiptólogos contra esa idea y muestra que los nombres pertenecían a dos reyes diferentes. Entonces, ¿cómo explicar las localizaciones de los cartuchos en la Gran Pirámide? Para Petrie, la única explicación plausible sería que Kéops y Quefrén habían sido co-regentes, reinando juntos.
Como no se encontró ningún indicio que pudiera apoyar la teoría de Petrie, Gastón Maspero, casi un siglo después del descubrimiento de Vyse, escribió que la existencia de los cartuchos Khufu y Khnem-Khuf en un mismo monumento causó grandes enredos para los egiptólogos (The Dawn of Civilization). Y el enigma, a pesar de todas las teorías sugeridas, continúa siendo embarazoso para ellos.
Yo, sin embargo, creo que existe una solución definitiva, siempre que dejemos de atribuir las inscripciones a los albañiles de la Antigüedad y comencemos a encarar los hechos.
Las pirámides de Gizeh son singulares, entre otras cosas, debido a la ausencia de cualquier tipo de ornamento o inscripción —con excepción de las encontradas por Vyse. Si los albañiles no tuvieron el menor reparo en pincelar con tinta roja los bloques escondidos en los compartimentos por encima de la cámara del Rey, por qué ninguna inscripción fue hecha en el primero de ellos, ¿el compartimiento descubierto por Davison en 1765?
Además de las inscripciones supuestamente descubiertas por Vyse, existen en los compartimentos verdaderas marcas de albañiles —flechas, líneas de posicionamiento y pequeñas señales. Todas diseñadas en horizontal, como sería de esperarse, pues, cuando fueron hechas, las pequeñas cámaras aún no estaban cubiertas y se podía quedarse en pie, caminar de un lado para otro y pintar las marcas sin trabas. Sin embargo, las inscripciones —pintadas por encima o en torno a las marcas verdaderas— están de cabeza para abajo o en la vertical, como si quién las diseñó necesitara inclinarse o agacharse dentro de los compartimentos bajos (la altura varía de 0,40 la 1,34 metro en la cámara de lady Arbuthnot y de 0,67 la 1,10 metro en la de Wellington).
Los cartuchos y títulos reales pintados en las paredes de los compartimentos eran borrosos, groseros y excesivamente grandes.
La mayoría de los cartuchos tenía de 80 a 90 centímetros de largo y cerca de 30 centímetros de ancho, a veces ocupando la mayor parte del bloque de piedra —como si el escriba necesitara de todo el espacio disponible. Ellos contrastan fuertemente con la precisión, delicadeza y perfecto sentido de proporción de los jeroglíficos egipcios, evidentes en las verdaderas marcas encontradas en esos compartimentos.
Salvo algunas marcas en el canto de la pared éste de la cámara de Wellington y algunas líneas sin sentido y el contorno parcial de un pájaro en la pared éste de la cámara de Campbell, Vyse no encontró ninguna inscripción en las paredes éste de los compartimentos.
Eso es bastante extraño, en especial cuando se considera que fue excavando un pasaje en el lado éste que Vyse consiguió penetrar en los compartimentos. ¿Será que los albañiles de la Antigüedad anticiparon que un día un inglés iría a entrar por ese lado y tuvieron la gentileza de no escribir en ellas para que las inscripciones no fueran dañadas? ¿O será que la persona que las diseñó prefirió usar las paredes intactas, olvidando las destruidas?
En otras palabras: no es un hecho que todos los enigmas se muestran de fácil solución cuando partimos de la hipótesis de que ¿las inscripciones no fueron hechas en la Antigüedad, cuando la pirámide estaba siendo construida, sino solamente después que Vyse explotó un pasaje para alcanzar los compartimentos?
La atmósfera que cercaba las operaciones de Vyse aquellos días frenéticos está bien descrita en sus relatos. Descubrimientos importantes eran hechos diariamente en las excavaciones en torno a las pirámides, pero dentro de ellas nada se encontraba. La tumba de Campbell, descubierta por el detestado Caviglia, generaba no sólo las piezas tan deseadas por los museos de todo el mundo sino las marcas de cantera y jeroglíficos que despertaban gran interés por parte de los egiptólogos. Vyse estaba desesperándose, no veía la hora de destacarse, haciendo su propio descubrimiento. Finalmente él consiguió penetrar en las cámaras hasta entonces desconocidas, pero descubrió que eran exactamente iguales a la primera, encontrada por Davison, y que ellas estaban vacías, sin cualquier tipo de ornamento en las paredes. ¿Era sólo eso lo que tenía para exhibir al mundo después de tantos esfuerzos y gastos?
Sabemos, a partir de las crónicas en su diario, que durante el día Vyse mandó el Sr. Hill a escribir en las cámaras los nombres del duque de Wellington y del almirante Nelson, héroes de las victorias sobre Napoleón. A la noche, desconfío, el Sr. Hill volvió a los compartimentos para «bautizar» la Gran Pirámide con los cartuchos de su supuesto constructor.
Como Samuel Birch destacó, «los dos nombres reales ya fueron encontrados en tumbas de operarios empleados por los monarcas de ésa dinastía». A buen seguro, los artesanos de los faraones conocían el nombre correcto de su rey. No era ése el caso de los arqueólogos del inicio del siglo pasado, pues alrededor de 1830 la egiptología aún estaba en su infancia y nadie sabía de hecho cual sería el dibujo jeroglífico correcto para el faraón que Herodoto había llamado «Kéops».
Con eso en mente, vamos ahora a lo que sospecho aconteció inmediatamente después de la entrada en las cámaras. El Sr. Hill, al amparo de la noche, probablemente solo, entró en los compartimentos. Usando la tinta roja obligatoria, a la luz de velas, agachándose en el espacio limitado, se empeñó en copiar símbolos jeroglíficos venidos de otros lugares. Pintó en las paredes intactas las marcas que le parecieron ser las apropiadas.
Y terminó escribiendo, tanto en la cámara de Wellington como en la de lady Arbuthnot, el nombre errado.
¿Con tantas inscripciones de nombres de la 4.ª Dinastía saltando diariamente de las tumbas en torno a las pirámides, cual era el cartucho que el Sr. Hill debería reproducir? Poco familiarizado con la escritura jeroglífica, él debe haber llevado consigo algún libro escrito por un especialista en el asunto, del cual copiaría los símbolos tan intrincados. La única obra de ese contenido mencionada a menudo en las crónicas de Vyse es Materia Hieroglyphica, de sir John Gardner Wilkinson. Como declaraba el autor en el frontispicio, la meta del libro era informar el lector sobre el «panteón y sucesión de los faraones desde los tiempos más primitivos hasta la conquista de Alexander». Publicada en 1828 —nueve años antes del asalto de Vyse a las pirámides—, la obra era considerada básica para los ingleses interesados en egiptología.
Recordemos de que Samuel Birch afirmó en su informe que «un cartucho de la cámara de Wellington fue publicado por el Sr. Wilkinson en Materia Hieroglyphica». Por lo tanto, tenemos una clara indicación de la probable fuente del cartucho escrito por Hill en el primer compartimiento encontrado por Vyse. (Fig. 146b).
Al consultar el libro de Wilkinson, sentí hasta una cierta pena de Vyse y Hill. Además de la completa desorganización en la presentación y en el texto, las ilustraciones que reproducen los cartuchos son pequeñas y apenas impresas. El autor parecía tener dudas no sólo en lo que decía respeto a la lectura de los nombres sino también sobre la manera correcta de transcribir los jeroglíficos entallados en piedra. El problema más serio era la relación con la señal del Disco, que en los monumentos aparecía como un círculo sólido o una esfera vacía
y en la escritura a mano era un círculo con un punto en medio. En el libro, él a la vez transcribe la señal encontrada en los cartuchos de los monumentos como un disco sólido y en otros como un círculo con el punto en medio.
Hill debe haber copiado el libro de Wilkinson, pero todos los cartuchos en él mostrados son de la variedad Khnum, los que contienen el símbolo del carnero. Eso explica el hecho de que, alrededor de 7 de mayo de 1837, sólo hubieran sido encontrados en los compartimentos los cartuchos de ese tipo. Sin embargo, el 27 de marzo, cuando se penetró en la última cámara, la de Campbell, surgió el cartucho vital y concluyente, deletreando Kh-u-f-u. ¿Cómo explicar ese acontecimiento?
Una pista está escondida en un segmento bastante sospechoso de las crónicas de Vyse, donde él habla sobre las piedras de la capa de revestimiento de la Gran Pirámide, «que no muestran el menor vestigio de inscripciones u ornamentos, exactamente como todas las otras pertenecientes a la pirámide» (con excepción de las marcas de cantera supuestamente descubiertas por él). Pero, según Vyse, había otra excepción: «parte de un cartucho de Sufis, grabado en una piedra marrón de 10 por 20 centímetros. El fragmento fue desenterrado en 2 de junio, en el lado norte». (Fig. 148a)
Fig. 148
¿Cómo el coronel podría saber ese día —mucho antes del comunicado oficial del Museo Británico— de que aquello era «parte de un cartucho de Sufis»? El hecho es que él deseaba que sus lectores creyeran en eso porque una semana antes (el 27 de mayo) había sido encontrado el cartucho completo en la cámara de Campbell (Fig. 148b).
Pero ahora viene la parte aún más sospechosa. Vyse afirma que la piedra con parte del nombre de Sufis o Khufu fue encontrada el 2 de junio. Sin embargo, ¡su crónica tiene fecha del 9 de mayo!
Obviamente él escribió con la intención de llevar a sus lectores a creer que el pedazo de cartucho encontrado fuera de la pirámide, corroboraba el descubrimiento del nombre completo encontrado en el interior de ella algunos días antes. Sin embargo, las fechas sugieren que lo que aconteció fue lo contrario: En 9 de mayo, dieciocho días antes del descubrimiento de las marcas en la cámara de Campbell, él ya sabía como debería ser escrito el cartucho vital. De alguna forma, alrededor del 9 de mayo, Vyse y Hill se dieron cuenta de que tenían escrito erróneamente el nombre de Kéops.
Ese descubrimiento tal vez explique las frecuentes idas y venidas al Cairo inmediatamente después del descubrimiento de la cámara de lady Arbuthnot, que Vyse relata en su diario. Parece muy extraño que él y Hill viajen cuando eran tan necesarios en las pirámides y las crónicas no explican el motivo de todo ese movimiento. Creo que la «bomba» que cayó sobre ellos fue un nuevo libro de Wilkinson, una obra en tres volúmenes, intitulada Manners and Customs of the Ancient Egyptians.
Publicado en Londres en 1837, el libro debe haber llegado al Cairo durante aquellos días tensos y dramáticos. Y en él, ahora nítido y bien impreso, estaban reproducidos, en un capítulo comentando esculturas anteriormente descubiertas, tanto el cartucho con el carnero que la pareja hubo copiado, como otro, que Wilkinson leía como «Shufu o Sufis» (Fig. 149).
Fig. 149
1. a, b. Nombre de Shufu o Sufis
2. Numba-Khufu o Chembes
3. Assekaf o Shepsekaf
4. Shafra, Khafra o Quefrén
5. 6. Nombre de Menfis
7. 8. (Menfis o) Ptah-el, la morada de Ptah
De las tumbas próximas de las pirámides
Esa nueva publicación del gran especialista debe haber sido un choque enorme para Vyse y Hill, porque él había cambiado de idea sobre el cartucho del carnero (Núm. 2 en la ilustración de su libro). Ahora se leía «Numba-Khufu o Chembes», en vez de «Sen-Sufis». Esos nombres, añadía el autor, habían sido encontrados en tumbas en las vecindades de la Gran Pirámide y era en el cartucho «1.º» de la ilustración que «percibimos a Sufis o, escrito en jeroglíficos, Shufu o Khufu, nombres fácilmente convertidos en Sufis o Kéops».
Entonces era así que tenía que ser el cartucho, deben haber pensado Vyse y Hill.
Pero ¿de quién sería el cartucho con el carnero, que ellos habían colocado en las cámaras? Explicando las dificultades de interpretación, Wilkinson confesaba no ser capaz de decidir «si los dos primeros nombres aquí presentados son ambos de Sufis o si el segundo es el del fundador de la otra pirámide».
¿Y que podrían Vyse y Hill hacer delante de esa noticia perturbadora? El propio libro de Wilkinson les daba una salida, que ellos se apresuraron a aprovechar. Según el especialista, los dos nombres «ocurren de nuevo en el monte Sinaí».
De manera poco exacta —fallo común en sus obras—, Wilkinson se refería a las inscripciones encontradas no en el monte Sinaí, sino en las minas de turquesa de la península. Esos jeroglíficos habían llegado al conocimiento del público a través del libro Voyage de L’Arabie Pétrée, de Léon de Laborde et Linat, publicado en 1832, con dibujos extraordinarios mostrando los monumentos y reproduciendo las inscripciones encontradas en el wadi Maghara, que llevaba a las áreas de minería. En ese lugar, los faraones mandaron tallar en las paredes rocosas del cañón recuerdos de sus acciones contra asiáticos saqueadores. Es en una de esas ilustraciones que están los dos cartuchos mencionados por Wilkinson.
Vyse y Hill no deben haber tenido dificultad en encontrar un ejemplar del libro de Laborde en el Cairo, pues la lengua más hablada allá era el francés. Y aquel dibujo en especial parecía responder a la duda de Wilkinson, porque indicaba que el faraón tenía dos nombres, uno con el símbolo del carnero y el otro que se deletreaba Ku-u-f-u. Por eso es que alrededor del 9 de mayo, el trío Vyse, Hill y Perring ya sabía que se hacía necesario un más cartucho y como él debería ser escrito.
En la visita de la cámara de Campbell el 27 de mayo, los tres vieron su oportunidad de reparar el error cometido antes. Fue así que el último y conclusivo cartucho apareció en la parte superior del compartimiento recién-descubierto. La fama estaba garantizada para Vyse. El Sr. Hill, como veremos, no salió de la empresa con las manos vacías.
¿Cómo puedo mostrarme tan seguro de mis acusaciones un siglo y medio después de acontecido?
La respuesta es fácil. Como la mayoría de los falsificadores, el Sr. Hill cometió una serie de errores. Y, entre ellos, uno que ningún escriba de la Antigüedad habría cometido.
Acontece que los dos libros en que la pareja Vyse-Hill se basó contenían errores de ortografía. Ambos, sin sospecharlo, los reprodujeron en las paredes de las cámaras.
El propio Samuel Birch, en su informe, destacó que el jeroglífico para Kh (la primera consonante del nombre Kh-u-f-u), representa pictóricamente un tamiz, «aparece en la obra del Sr. Wilkinson sin distinción del símbolo del Disco Solar». Ahora que el jeroglífico Kh del nombre Khnem-kh-u-f tendría que estar escrito en todos los cartuchos de las cámaras inferiores (cuyas copias fueron enviadas al Museo Británico para análisis). Sin embargo, el símbolo del tamiz, que sería el correcto, no fue empleado en ninguno de ellos. En todos, el Kh estaba representado por el símbolo del Disco Solar. Por lo tanto, quien escribió esos nombres repitió el mismo error cometido por Wilkinson…
La ilustración que Vyse y Hill encontraron en el libro de Laborde sólo sirvió para aumentar sus equívocos. Ella reproducía la inscripción encontrada grabada en las rocas y tenía el cartucho de Khufu a la derecha y lo de Khnem-kh-u-f a la izquierda. En ambos casos, Laborde, que siempre confesó su ignorancia en jeroglíficos y no hizo ninguna tentativa de leer los símbolos, copió la señal Kh como una circunferencia vacía (Fig 150).
Fig. 150
Pero, como fue verificado por las más afamadas autoridades (Lepsius en Denkmaler, Kurt Sethe en Urkunden des Alten Reich y A. H. Gardiner y T. Y. Peet en The Inscriptions of Sinai) en el original la consonante está escrita correctamente con el símbolo del tamiz . El francés tampoco fue totalmente exacto al copiar la figura: él la diseñó como siendo la inscripción de un único faraón con dos nombres lo que de hecho eran dos inscripciones vecinas, separadas por una hendidura y grabadas en escrituras diferentes, de dos faraones (Fig. 151).
Fig. 151
Vyse y Hill, con base en ese dibujo, decidieron colocar el cartucho crucial con el nombre de Khufu en la última cámara que fuera descubierta y lo escribieron, copiando a Laborde, con el símbolo del Disco Solar. Pero, al hacer eso, el escritor estaba empleando el símbolo jeroglífico y sonido fonético para RA, ¡el dios supremo de Egipto!
Inadvertidamente, la persona que pintó los cartuchos en las cámaras escribió Khnem-Rauf y no Khnem-Khuf, y Raufu en vez de Khufu, o sea, usó el nombre del gran dios de forma incorrecta y vanamente: una blasfemia en Egipto Antiguo.
Un error así sería inconcebible para un escriba del tiempo de los faraones. Como se puede ver en todos los monumentos e inscripciones de la época, el símbolo para Ra y lo para Kh eran siempre correctamente empleados, tanto en inscripciones diferentes como en las hechas por un mismo escriba.
Reafirmo, por lo tanto, que la sustitución de Kh por Ra es un error que no podría haber sido hecho en la época de Khufu o cualquiera otro faraón. Sólo quien no conocía jeroglíficos, no conocía a Khufu y la fuerza de la adoración de Ra podría cometer tal herejía.
Añadido a todos los aspectos extraños e inexplicados del descubrimiento comunicado por Vyse, ese error final, en mi opinión, establece finalmente que el coronel y sus ayudantes, y no los constructores de la Gran Pirámide, escribieron las marcas y cartuchos encontrados en las cámaras.
Pero, alguien podría preguntar, ¿no habría el riesgo de que los visitantes —como los cónsules británico y austriaco o lord y lady Arbuthnot— notaran que las inscripciones tenían un aspecto mucho más fresco que las verdaderas marcas de cantera? Esa pregunta fue respondida por uno de los propios implicados, el Sr. Perring, en su libro The Pyramids of Gizeh. Según él, la tinta usada para las inscripciones era «un compuesto de ocre rojo llamado moghrah, que continúa en uso». Entonces, no solamente la misma tinta roja de los originales estaba disponible sino era —citando las palabras del autor— «tal el estado de conservación de las inscripciones que es difícil distinguir una marca hecha ayer de una hecha hace 3 mil años».
Los falsificadores, por lo tanto, no tenían dudas sobre su tinta. ¿Serían Vyse y Hill —posiblemente con la connivencia de Perring— moralmente capaces de hacer una tal falsificación?
Las circunstancias del inicio de la aventura de Vyse, el modo como trató a Caviglia, la cronología de los eventos, su determinación en conseguir un descubrimiento importante en ocasión en que tiempo y dinero estaban escaseando —denuncian un carácter capaz de tal hecho. En cuanto al Sr. Hill —a quién Vyse agradece profusamente en el prefacio de su libro—, el hecho es que, siendo empleado de una metalúrgica de cobre cuando conoció al coronel, él acabó comprando el Lujoso Cairo Hotel poco antes de la partida definitiva de Vyse de Egipto. En lo que concierne al Sr. Perring —un ingeniero civil que se volvió egiptólogo—, los eventos subsecuentes hablan por sí. Pues, animados con el éxito de la falsificación ellos hicieron una más y tal vez otra…
Mientras trabajaba en la Gran Pirámide, Vyse, sin gran entusiasmo, continuó las excavaciones iniciadas por Caviglia en torno a las dos otras. Sin embargo, después del descubrimiento de las inscripciones, incentivado por la fama recién-adquirida, él resolvió aplazar su vuelta a Inglaterra y se envolvió en los esfuerzos concentrados para descubrir los secretos de la Segunda y Tercera Pirámides.
Con excepción de algunas marcas en tinta roja encontradas en piedras sueltas, que peritos del Cairo determinaron como siendo provenientes de las tumbas o de otras estructuras fuera de la pirámide, nada de importancia fue descubierto en la Segunda.
Pero, dentro de la Tercera los esfuerzos de Vyse se mostraron productivos.
A finales de julio de 1837 —como ya mencioné anteriormente—, sus trabajadores consiguieron penetrar en la «cámara sepulcral», encontrando allá un «sarcófago» (Fig. 152) con bellísimos tallados, pero vacío. Inscripciones en árabe en las paredes y «el piso de cámaras y pasillos gastados por el pasar constante de gran número de personas» dejaron claro que «la pirámide había sido muy frecuentada».
Aún en esa «pirámide frecuentada» y a pesar del ataúd de piedra vacío, Vyse consiguió encontrar pruebas de quien fuera su constructor —un hecho equivalente al realizado dentro de la Gran Pirámide.
Fig. 152
En otra cámara rectangular, que Vyse llamó «el gran apartamento», fue encontrada una gran cantidad de basura, juntamente con los graffiti en árabe. El coronel concluyó que la cámara «era probablemente usada en ceremonias fúnebres, como las otras existentes en Abu Simbel, Tebas etc.». Cuando se retiró la basura:
Encontramos quebrada la parte mayor de la tapa del sarcófago…
cerca de ella, sobre un bloque de piedra, descubrimos fragmentos de una tapa de féretro de momia
(inscrita en jeroglíficos, entre ellos el cartucho de Menkara) junto con partes de un esqueleto,
consistiendo en vértebras y costillas, y huesos de piernas y pies
envueltos en un tejido de lana grosero, de memoria amarillenta…
Más pedazos de madera y tejido fueron retirados de la basura.
Así, concluyeron que, como el sarcófago no pudo ser removido, el féretro de madera conteniendo a la momia fue llevado al gran apartamento para ser examinado.
Veamos entonces el escenario esbozado por Vyse: Siglos antes los árabes entraron en la cámara, encontraron el sarcófago y abrieron la tapa.
Dentro de él estaba la momia en su féretro de madera —el cuerpo del constructor de la Segunda Pirámide. Los invasores llevaron el féretro con la momia para el gran apartamento con la intención de examinarlo a la busca de tesoros, quebrándolo durante el transporte.
Ahora él había encontrado los restos de ese robo y, por suerte, justamente el pedazo de la tapa del féretro (Fig. 153) donde estaba grabado el cartucho donde se leía Men-ka-ra —nada más y nada menos que el propio Miquerinos de Herodoto.
Con eso, ¡Vyse comprobaba la identidad de un constructor más de las pirámides de Gizeh!
Fig. 153
El sarcófago se perdió en el mar por ocasión del naufragio del navío que lo transportaba para Inglaterra, pero el pedazo de féretro y los restos de momia llegaron intactos al Museo Británico y Samuel Birch pudo leer las propias inscripciones y no sólo copias de ellas, como en el caso de las cámaras de la Gran Pirámide. Él inmediatamente expresó sus dudas, diciendo que «el féretro de Miquerinos muestra una considerable diferencia de estilo cuando es comparado con monumentos de la 4.ª Dinastía».
Wilkinson, sin embargo, aceptó el fragmento como prueba auténtica de la identidad del constructor de la Tercera Pirámide, pero se quedó en duda sobre la momia porque el tejido que la envolvía no le pareció ser de la antigüedad alegada. En 1883, Gastón Maspero concluyó que «la tapa de madera del rey Menchere no es de la época de la 4.ª Dinastía». En 1892, Kurt Sethe resumió la opinión de la mayoría de los egiptólogos de su tiempo diciendo que la tapa «sólo podría haber sido hecha después de la 20.ª Dinastía».
Como actualmente está científicamente probado, tanto el féretro como los huesos no son restos de un sepelio original. En las palabras de L Y. S. Edwards (The Pyramids of Egypt): En la cámara del entierro original, el coronel Vyse descubrió algunos huesos humanos y la tapa de un ataúd de madera donde estaba escrito el nombre de Miquerinos. Esa tapa, que actualmente se encuentra en el Museo Británico, no puede haber sido hecha en la época de ese faraón, pues es de un modelo no usado antes del periodo saítico. Las pruebas con radio-carbono mostraron que los huesos son del inicio de la era cristiana.
Esa afirmación niega la autenticidad del hallazgo pero no va al centro de la cuestión. Si los restos no eran del entierro original, sólo podían ser de un sepelio intruso. Pero entonces, momia y féretro tendrían que ser del mismo periodo. Como no era éste el caso, sólo existe una única explicación: alguien colocó dentro de la Tercera Pirámide una momia y un féretro desenterrados en lugares diferentes. Y la conclusión ineludible es que ese descubrimiento fue un fraude arqueológico deliberado.
¿La falta de combinación entre las dos piezas habría sido una coincidencia, siendo ellas restos de dos sepelios intrusos? Se debe dudar de esa hipótesis en vista de que en el pedazo de féretro estaba inscrito el nombre de Men-ka-ra. Ese cartucho fue encontrado en estatuas y templos en torno a la Gran Pirámide y es probable que el ataúd o parte de él haya venido de esa área. La atribución del féretro a periodos posteriores tiene origen no solamente en su modelo sino también en la elección de palabras de la inscripción: se trata de una plegaria a Osiris quitada del Libro de los Muertos, por lo tanto, del tiempo del Nuevo Imperio y su presencia en un féretro de la 4.ª Dinastía pareció raro hasta para el ingenuo (aunque erudito) Samuel Birch (Ancient History from the Monuments). En cuanto al ataúd en sí, él no necesitaría ser «una restauración» hecha en la 26.ª Dinastía, como sugirieron algunos especialistas, intentando explicar el cartucho, pues sabemos, a partir de la Lista de Reyes del túmulo de Séti I, encontrada en Abydos, que el octavo faraón de la 6.ª Dinastía (cuyos reyes eran enterrados en las inmediaciones de las pirámides de Gizeh) también se llamaba Men-ka-ra y su nombre, a pesar del cambio de la escritura con el pasar de los tiempos, era deletreado de modo similar.
Está claro entonces que alguien descubrió el pedazo de féretro en los alrededores de las pirámides y Vyse, a buen seguro, inmediatamente se dio cuenta de la importancia del hallazgo.
Como cuentan sus crónicas, cerca de un mes del descubrimiento en la Tercera Pirámide, él hubo encontrado el nombre Men-ka-ra (Miquerinos) escrito en tinta roja en el techo de una de las tres pirámides pequeñas situadas al sur de la Tercera. Debe haber sido la suma de los dos hechos que le dio la idea de crear un importante hallazgo arqueológico dentro de la propia pirámide… Vyse y Perring se quedaron con el crédito por el descubrimiento.
¿Cómo pueden haber perpetrado el fraude, con o sin la ayuda del despierto Sr. Hill?
Una vez más, las crónicas de Vyse insinúan la verdad: «No estando presente cuando las reliquias fueron encontradas, solicité al Sr. Raven, cuando se encontraba en Inglaterra, que escribiera un relato sobre el descubrimiento». Ese «testigo independiente», que de alguna forma fue invitado a estar presente en el momento correcto, es un tal Sr. H. Raven, que, dirigiéndose al coronel como «Sir» y suscribiendo su testimonio «su criado obedientísimo», atestiguó lo siguiente:
En la retirada de la basura del gran salón de entrada,
después de que los hombres habían estado trabajando allí por varios días
y que habían avanzado alguna distancia en la dirección del punto sudeste,
fueron encontrados algunos huesos bajo la pila de basura;
inmediatamente fueron descubiertos los huesos restantes y partes del ataúd.
Nada más de ellos fue hallado en el salón.
Por eso, mandé que toda la basura ya retirada fuera cuidadosamente reexaminado,
y entonces fueron hallados varios pedazos del ataúd y del tejido que envolvía a la momia;
pero en ningún otro lugar de la pirámide fueron encontrados otros restos,
aunque todo haya sido minuciosamente examinado para hacer el ataúd lo más completo posible.
Ahora tenemos una idea mejor de lo que aconteció. Por varios días los hombres trabajaron retirando la basura del Gran Apartamento y apilándolo en algún lugar próximo. Aunque la basura haya sido examinada, no se encontró nada de diferente.
Entonces, el último día, cuando sólo faltaba limpiar el punto sudeste del salón, fueron descubiertos los huesos y pedazos de ataúd. «Nada más de ellos fue encontrado» en el interior de la pirámide. Entonces alguien sugirió que la basura colocada del lado de afuera —una pila de 1 metro de altura— fuera «cuidadosamente reexaminada», lo que significa que ya había sido examinada antes, y he ahí que surgen más huesos y principalmente ¡el pedazo del ataúd con el cartucho!
¿Dónde estarían el resto del esqueleto y ataúd? «Aunque todo haya sido minuciosamente examinado para hacer el ataúd lo más completo posible», nada más fue encontrado en el interior de la pirámide. Por lo tanto, a no ser que creamos que huesos y pedazos de ataúd hayan sido llevados como souvenirs en el pasado, sólo podemos imaginar que la persona que colocó los restos en la pirámide llevó sólo los fragmentos necesarios para crear el descubrimiento. Una momia completa o un ataúd entero no estaban disponibles, o sería incómodo pasarlos de contrabando al gran salón.
Aclamado por ese segundo descubrimiento, el coronel Vyse, que inmediatamente sería promovido a general, y el Sr. Perring, partieron para producir en la casa de campo arqueológica de la pirámide de Djoser, una piedra con el nombre de ese faraón escrito en tinta roja. No existen detalles suficientes en las crónicas de Vyse para determinar si allá también hubo una falsificación, pero es increíble que haya sido nuevamente el mismo equipo el que consiguió desenterrar pruebas de la identidad de otro constructor de pirámides.
(Mientras la mayoría de los egiptólogos aceptó sin mayores investigaciones la afirmación de que el nombre de Khufu estaba escrito en la Gran Pirámide, las obras del célebre sir Alan Gardiner sugieren que él tenía dudas sobre el asunto. En su libro, Egypt of the Pharaohs, están reproducidos los cartuchos reales con una clara distinción entre los jeroglíficos para Ra y Kh.
Hablando del nombre de Kéops, él escribió que «el cartucho es encontrado en varias canteras, en las tumbas de sus parientes y nobles de la corte, y en algunos escritos de fechas posteriores».
Es muy significativa la ausencia de la inscripción encontrada en la Gran Pirámide en esa lista…
En sus obras, Sir Alan tampoco hace cualquier mención a los descubrimientos de Vyse y ni aún cita su nombre.
Ante la destrucción de las pruebas de la construcción de las pirámides por faraones, ya no existen motivos para que desconfiemos de la autenticidad de la estela del Inventario, donde se afirma que las pirámides y la Esfinge ya estaban allá cuando Khufu aparece en escena reformando el templo de Isis y homenajeando Osiris.
No resta nada para contradecir mi afirmación de que las tres pirámides de Gizeh fueron construidas por «dioses». En ellas no existe nada que indique que hayan sido concebidas por hombres para que fueran utilizadas por hombres.
Mostraré ahora que esos monumentos formaban parte de la Reja de Orientación que servía para facilitar las operaciones de aterrizaje en el espacio-puerto de los Nefilim.