El 12 de diciembre Rachel dio a luz a nuestra hija. Le pusimos Samantha, abreviado en Sam. Yo estaba presente cuando nació. La cogí en brazos y olí la sangre en ella a la vez que presente y pasado se fundían, entrelazándose, combinándose, atándome a lo que fui y a aquello en lo que me había convertido.
Una niña nacida, otra salvada. Quizá Clem Ruddock tenía razón. Conmigo siempre hay niños de por medio, y hay una lógica, si decido buscarla con la debida atención. Hay una lógica, y yo formo parte de ella. Sam también tiene un lugar en ella, porque el cumpleaños de mi nueva hija coincide con el aniversario de la muerte de su hermanastra, y de la muerte de la mujer que en otro tiempo fue mi esposa.
Hay una lógica.
No tengo miedo.
Me digo que ya no tengo miedo.