TARIQ de Lascow era alto para ser charynita. Y atractivo. Froi no esperaba a alguien alto y atractivo. Por alguna razón, quería que el querido Tariq de Quintana fuera bajo y feo. El heredero tocó la mejilla de Quintana con ternura y después les llevó por un frío y húmedo pasillo de piedra, salpicado de una sustancia que iluminaba el camino. Le siguieron hasta una sala grande, cuyos suelos y paredes estaban adornados con hermosas alfombras azules, doradas y rojas. Había libros, dibujos y lápices para escribir desparramados por la cama y en el suelo. Una mandolina en un rincón. Y un pequeño altar en el centro de la sala, hecho con una pieza de roca que se alzaba del suelo. Tallados en la piedra había unos símbolos que Froi había visto en los libros de Gargarin sobre los dioses. Tariq de la Citavita adoraba a Agora, la diosa charynita de la sabiduría. Un poeta, un músico, un pacificador. Froi quería odiarle.
Tariq apartó los libros y los bocetos de su cama y cogió a Quintana de la mano.
—Prima, habla. Te lo ruego —dijo, mientras Quintana miraba a Froi.
Tariq la tapó con una manta y ella se tumbó.
—¿Estarás aquí cuando me despierte? —le preguntó a Froi con la voz quebrada.
—Claro —mintió.
Quintana cerró los ojos y se volvió hacia la pared. Tariq se quedó allí y Froi vio lágrimas en los ojos del heredero. Y cólera.
—¿Por qué no la sacaste a tiempo? —preguntó—. Llevamos semanas esperando.
—He sido descuidado —respondió Froi— y siempre lo lamentaré.
Tariq se quedó mirándolo un momento. Muchas cosas parecían arremolinarse en su cabeza y Froi se preguntó si el heredero de Charyn tendría que contar hasta diez para controlar su furia. ¿O era un buen hombre que podía ir por la vida sin una promesa?
—Pues perdónate, pues no necesitamos lamentos de culpa en el ambiente.
Froi le echó un último vistazo a Quintana y luchó contra las ganas de llevar una mano hacia su cuello en carne viva.
—Me marcho —dijo con voz ronca, saliendo de la cámara.
En el túnel salpicado de luz, Tariq apareció detrás de él.
—Quédate —dijo el heredero—. Come con nosotros.
No era una orden, pero Froi terminó dándose la vuelta hacia Tariq porque se dio cuenta de que no tenía dónde ir.
En una habitación contigua, Tariq le presentó a Froi a su niñera de la infancia, una mujer llamada Jurda, que se quedó atónita al oír la historia de su huida y corrió hacia donde estaba tumbada Quintana. Froi contempló a Quintana mientras se despertaba de su medio sueño con un resoplido y un gruñido. Entró en la habitación, pero Tariq le detuvo.
—Jurda era mi niñera en el palacio. Ya sabe… cómo es Quintana.
Froi siguió a Tariq por los rincones y túneles subterráneos de la aldea subterránea de Lascow en el exilio. Pasaron junto a unas mujeres que tejían y unos hombres que trabajaban en un horno. En una cámara estaba el ganado y en otra almacenaban el grano. En la cocina reinaba el caos y lo de siempre. El pan se hacía en un gran horno, cuyo humo subía por un túnel hacia el piso de arriba. La cocinera insultaba mientras lanzaba instrucciones a un hombre que ordeñaba una cabra en un rincón. Unas mujeres pelaban huevos y se rieron tontamente entre ellas cuando vieron a Froi. Tariq alargó la mano por encima del hombro de la cocinera malhumorada y ella le pegó en la mano para que la apartara, pero él cogió el pan de todas formas y le dio un beso rápido en la mejilla.
Froi estaba confundido por su manera de hablar. Aunque oía trozos en charynita, parecía cantar otra tonada.
—¿Qué dicen? —preguntó.
—Hablamos un dialecto de las montañas del norte, distinto al turlan del pueblo montés al este —dijo Tariq.
Las mujeres continuaron hablando y mirando en su dirección. Tariq ocultó una sonrisa.
—Mis primas dicen que para ser tan tonto es bueno que tengas una complexión tan agradable a la vista. Tienes las espaldas de buey, según Liona.
—¿Tus primas son sirvientes? —preguntó, sonrojado por toda aquella atención.
—Esta es mi familia. Por parte de mi madre. Somos veintisiete en total. No nos hemos atrevido a volver a casa porque sabemos que si el rey me encuentra allí, no se pensará dos veces aniquilar a mi gente de la montaña.
Tariq señaló un cojín en el suelo y Froi se sentó. Al cabo de un instante, le colocaron delante una bandeja con pan ácimo, pepinillo, queso blando, huevos cortados y olivas. Froi esperó con educación a que Tariq empezara.
—No pareces de los que siguen el protocolo —apuntó Tariq.
—Sigo un compromiso que dice que he de coger la comida después del anfitrión —dijo Froi con toda sinceridad, mirando al pequeño festín con hambre. Tariq volvió a sonreír.
—Yo tengo una norma que dice que quien sea tan estúpido como para no comenzar a comer, se merece morir de hambre.
Froi sonrió y cogió queso.
—¿Puedo preguntaros, señor —dijo Tariq, después de limpiarse la boca con el dorso de la mano—, si habéis tenido noticias de Gargarin de Abroi?
Froi recordó las palabras de De Lancey. Que Gargarin había sido el mentor de Tariq.
—No soy ningún señor —dijo Froi, después de tragar el último huevo—. Me llamo Froi y en respuesta a tu pregunta, De Lancey de Paladozza pagó un rescate y soltaron a Gargarin. No puedo prometer que su cuerpo esté de una pieza, pero ahora está a salvo.
Tariq suspiró, aliviado.
—¿No es el hombre más honorable con el que te hayas topado? —preguntó.
Froi no respondió al momento.
—Cuesta conocerlo.
—Pero cuando lo conoces, cuesta olvidarle —dijo Tariq—. Nunca había visto a tantas mujeres con ojos de cordero siguiéndole por el complejo el año que se quedó con nosotros. «Gargarin, ¿quieres que te frote tus huesos retorcidos? —las imitó. La cocinera vino a poner unos trozos de cerdo asado en el plato de Froi—. Gargarin —continuó Tariq, mirándola y fingiendo seriedad—, ¿quieres que te frote el hueso que no está retorcido?».
Froi se rio. La cocinera cogió a Tariq de la cara.
—¿Quieres que te lave esa lengua sucia que tienes? —le soltó.
—Hasta la prima Jurlista no era inmune a su modesto encanto.
Tariq imitó tan bien la torpeza de Gargarin que ni siquiera Arjuro podría haber igualado. Uno de los ancianos se sentó delante de ellos.
—¿Qué noticias traes de arriba? —preguntó—. ¿Está tan mal como dicen?
—Está muy mal —contestó Froi.
Tariq hizo una mueca de dolor y se aclaró la garganta.
—A pesar de mis sentimientos por el rey y los parientes de mi padre, ¿es cierto que están… todos muertos?
Froi asintió.
—Salvo Quintana.
—Gracias a los dioses. Es mi prometida, ¿sabes?
Froi asintió. Al cabo de un rato se aclaró la garganta.
—Creo que es mejor que retires el compromiso —dijo. Los ojos de Tariq se entrecerraron y Froi se le quedó mirando.
—¿Y por qué sugieres tal cosa?
—Porque el pueblo que vas a gobernar clama su sangre —respondió Froi con enfado—. Estaban en la plaza del mercado y aplaudieron cuando le colocaron la soga alrededor del cuello. ¿Por qué ibas a someterla a una vida en palacio después de lo que ha tenido que soportar? ¿Por qué no ibas a querer verla libre?
Tariq parecía arrepentido.
—Porque nos hicimos una promesa —dijo—. Ella rompería la maldición y yo haría todo lo posible por mantenerla a salvo.
—Olvídate de la maldición —dijo uno de los parientes de Tariq—. La gente de este reino te aceptará como legítimo heredero, pero no querrán ver a tu lado la cara del mayor fracaso de Charyn.
—Lo será para ti, Gisotte —le reprendió Tariq suavemente—. En mi opinión, es mi querida novia, a pesar de lo jóvenes que éramos cuando nos prometimos.
—¿Cómo escapó de la soga? —preguntó una de las primas sirvientas mientras molía el grano.
Froi le contó la historia, aunque no mencionó la parte en que todos se rieron de los últimos nacidos, y para cuando había terminado, un grupo se había reunido a su alrededor, atónito.
—Sois unos héroes —dijo una de las mujeres, sonriendo con gracia.
Froi se sintió incómodo por toda aquella atención y Tariq sonrió abiertamente.
—Ven —dijo el heredero, poniéndose de pie—. Déjame que te enseñe esto.
Abandonaron la habitación entre gritos de «quédate un rato más».
Tariq se rio mientras bajaban por un pasillo húmedo.
—Te confieso que no hemos visto a muchas personas de fuera en los últimos cuatro años —dijo— y, aparte de mi correspondencia con Grij y Satch, a veces me siento como si fuera un anciano que no sabe nada excepto de libros y de cómo mantenerse fuera de peligro.
—No te hace falta saber mucho del mundo —dijo Froi—, salvo cómo usar una espada y confiar en muy pocos.
Tariq se quedó callado un momento.
—Bueno, algo me dice que tanto mi prometida como yo podemos confiar en ti.
Llegaron al final del túnel y Froi vio que los ojos de Tariq se encendían con determinación.
—Tienes que venir al palacio con la reina y conmigo, para protegerla como has hecho hoy. Para ser su guardia personal, para no tener que preocuparme por su seguridad.
Froi negó con la cabeza y la boca se le quedó seca de repente ante la idea de que Tariq y Quintana estuvieran juntos noche tras noche. Apartó la vista, con ganas de cambiar de tema.
—¿Cómo habéis sobrevivido aquí? —preguntó.
—Perabo de la Citavita nos envía comida. Nos visita una vez al mes. Tenemos un manantial, un curandero y fe en que los dioses otorgarán a Charyn un nuevo comienzo ahora que el rey está muerto.
—¿Solo se puede entrar por el túnel de Perabo? —preguntó Froi.
Tariq negó con la cabeza.
—Sígueme.
Froi le siguió cuando su corazón le decía que se marchara. Pero, con Tariq, creía que el pueblo de Charyn encontraría esperanza. Era curioso, pero no veía semejanza entre el nuevo rey y Finnikin o Lucian, pero sí se parecía a un chico que había conocido en uno de sus viajes con Finnikin e Isaboe por Yutlind. Jehr, heredero al trono de Yutlind Sur había sido el primero en enseñarle cómo usar el arco y la flecha. Era un joven con mucha fuerza y Froi vio la misma consideración en el carácter de Tariq. Necesitaba creer que había bondad en Charyn después de la carnicería, así que fue tras el heredero por el mundo subterráneo de la Citavita y escuchó sus historias.
Sobre el hueco en el que estaba, Tariq colocó la mano debajo y Froi hizo lo mismo.
—¿Notas el aire? Este es el otro modo que hay de salir del complejo. Gargarin lo tuvo que abrir para la ventilación y para bajar mercancías y mensajes.
—¿De quién? ¿En quién confiáis?
—El pueblo de Lascow tiene un enviado que vive en la provincia de Paladozza. Es un ardiente defensor de mi gente y viaja a la Citavita todos los meses para traernos noticias, entre otros regalos. Cuando Bestiano dejó el palacio con los jinetes, nuestro enviado nos informó de que el provincaro de Paladozza nos prometía un ejército si hablábamos cara a cara.
Froi le miró, confundido.
—¿El provincaro no habría enviado un mensaje a través de su hijo Grijio?
Tariq volvió a reírse.
—De Lancey de Paladozza mataría a su hijo si se enterara de que estaba arriesgando su vida.
—Bueno, después de la demostración de hoy, creo que el provincaro lo sabe todo. Cuéntame más de la promesa de Paladozza.
—Acepté y dentro de una semana, un enviado de Paladozza se reunirá con nosotros en lo alto de este pozo bajo la promesa de protección. Nos sacarán de la Citavita e iremos al centro de Charyn en busca del ejército. Luego regresaremos a la Citavita y exigiremos el palacio. —Tariq echó un vistazo a su alrededor—. Y me despediré de mi hogar subterráneo.
—Un hogar muy sólido —dijo Froi, impresionado.
—En su mayoría gracias a los planos de Gargarin. —Tariq señaló hacia otra habitación—. El retrete. Una idea de Gargarin, por supuesto.
—Por supuesto. —Froi se rio por primera vez en semanas—. Tiene sus obsesiones, ¿no?
Froi siguió a Tariq hacia un grupo de cuevas pequeñas.
—El hospital —dijo Tariq—. ¿Te puedo presentar a mi prima? —le preguntó en voz baja—. Hace tiempo que tiene una enfermedad del corazón. La enfermera dice que le queda poco tiempo de vida, así que todos rezamos porque pronto descanse en paz con aquellos que fallecieron ante nosotros.
Se llamaba Ariel. Habría sido una chica guapa. Se le hicieron hoyuelos en las mejillas en cuanto vio a su primo pequeño y dio unos golpecitos sobre la cama para que Tariq se sentara.
—He oído la extraña historia sobre el salvaje rescate en la Citavita —dijo, esforzándose por respirar, mirando a Froi—. Creo que la prima Ortense está atolondrada por nuestra visita.
Levantó una mano y Froi se la cogió.
—¿Y la princesa? —preguntó.
—Es excepcionalmente fuerte… de espíritu —dijo Froi.
—Porque tiene dos —añadió Tariq, y miró a Froi, avergonzado—. ¿Te costó mucho acostumbrarte?
Froi negó con la cabeza. Se dio cuenta de que no le había costado acostumbrarse a nada relacionado con Quintana de Charyn, salvo la idea de tener que dejarla.
—¿Vendrá a visitarme? —preguntó Ariel y Froi detectó la ternura que desprendía su voz—. Soñé con ella no hace mucho. En mi sueño le decía que si deseaba algo era morir con esperanza y no desesperada por este reino. Le dije que soñé que entraba en la otra vida con una sonrisa para saludarlos a todos. «¡Buenas noticias!», grité, «buenas noticias para todos».
—Le gustará ese sueño —dijo Froi con tristeza porque la bondad moría cuando la vileza prevalecía.
—Iremos a buscarla, Ariel —dijo Tariq, que se puso de pie al instante—. Y esta noche cenaremos aquí contigo, todos juntos, mi amor.
Tariq pareció salir a toda prisa de la habitación y Froi le siguió, pero el heredero se detuvo un momento y apoyó la cabeza en la pared de piedra. Froi sabía que el muchacho lloraba por Ariel y se quedó atrás un rato, dándole a Tariq el tiempo que necesitaba para recuperarse antes de seguirle hasta otra caverna.
Froi notó el frío al instante y se dio cuenta de que estaba en una especie de depósito de cadáveres. Había dos losas de piedra en el centro de la sala, una de ellas con un cuerpo envuelto en tela blanca de pies a cabeza.
—Es la tradición de Lascow para los muertos —le explicó Tariq—. Perdimos a uno de nuestros mayores hace dos días. Esto es lo que haremos con Ariel. La envolveremos en lino blanco y gritaremos su nombre para que los dioses la reciban. Después los enviaremos por el río subterráneo y prenderemos fuego a la balsa para que los dioses los vean y guíen a sus espíritus hacia nuestro pueblo en las Montañas de Lascow. Tan solo entonces podrán llegar a casa con nuestros antepasados.
Froi asintió, enternecido por el ritual.
—¿Lo hacéis así en el lugar de donde vienes? —preguntó Tariq. Froi negó con la cabeza.
—Para los lumateranos es importante formar parte de la tierra. La tierra es la diosa, por eso nos entierran al morir, para regresar a sus brazos.
—¿Os entierran?
Tariq se estremeció, pero luego se dio cuenta de lo que Froi había dicho. El heredero se lo quedó mirando, intrigado.
—¿Y qué hace un lumaterano por aquí? —preguntó—. Creía que nos odiabais por lo que nuestros hombres le hicieron a tu pueblo.
Froi no respondió. Se maldijo a sí mismo por las palabras que había pronunciado, pero había algo en Tariq que le tranquilizaba.
—Cuando esté en el palacio, Froi, y en Charyn reine la calma, mi primer deber será enviar una invitación de paz a vuestra reina y su consorte —prometió Tariq—. La desesperación de Lumatere es una mancha en el alma de Charyn.
—Y cuando eso suceda —dijo Froi—, haré todo lo posible para garantizar vuestra seguridad en mi reino.
Más tarde, comieron con Quintana y Ariel, y Froi observó a las dos chicas sentadas la una al lado de la otra. Quintana no había hablado mucho y tenía los ojos clavados en Froi todo el rato. Si se levantaba, ella también se ponía en pie, como si esperara seguirle allá adonde fuera.
Froi vio que Ariel cogía a Quintana de la mano y Quintana la apartaba. Hizo un gesto de dolor al ver lo fría que era en su presencia cuando Ariel quería consuelo en sus últimos días. Pero entonces Quintana se agachó y le susurró a la chica moribunda al oído y él vio una expresión de pura alegría en el rostro de Ariel.
Froi notó los ojos de Tariq en él. Receloso, desconfiado.
—Estabas mirando fijamente —dijo Tariq—, tal vez a Ariel. Es hermosa, ¿no?
Froi asintió, pero Tariq no era tonto y él miraba a Quintana.
—La princesa fue la primera chica con la que estuve —dijo Tariq—. La maldición iba a romperse con nosotros porque nacimos en el mismo año. Es la única con la que me he acostado. Teníamos mucho miedo y no teníamos ni idea de cómo hacerlo. ¿Sabes a quién le tuvimos que preguntar?
—¿A Lirah? —preguntó Froi.
—No. Estaba encarcelada y no pude conocerla. —Tariq se inclinó hacia delante para susurrar—. ¿Llegaste a conocer a tía Mawfa?
—Sí —contestó Froi con tristeza—. Sí, la conocí.
—Creo que nuestra tía Mawfa era una fiera en su época —comentó Tariq y Froi se rio.
—¿Murió rápido? —preguntó en voz baja Tariq.
—Sí —mintió Froi, levantándose de pronto.
Le resultaba incómodo hablar de Lady Mawfa y de la primera vez que Tariq y Quintana habían estado juntos.
—Tengo que irme.
Tariq parecía consternado.
—¿Te he ofendido de algún modo?
Froi miró hacia donde Quintana seguía susurrando a Ariel. Al volverse hacia Tariq, la expresión del muchacho se había ensombrecido.
—Puedo cuidar de ella, ¿sabes? —dijo Tariq con frialdad. Luego su rostro se suavizó e hizo una mueca—. Ambos, Quintana y yo… acordamos que lo daríamos todo por Charyn. Estamos destinados a estar juntos. «Los que nacieron los últimos crearán al primero».
—Pero Charyn ha hecho muy poco por vosotros —dijo Froi duramente.
—Algunos de nosotros no nacimos para recibir recompensas, Froi. Nacimos para sacrificarnos.
—No me despediré —dijo Froi, marchándose—. Puede que sea mejor irme sin ninguna ceremonia.
—Le has salvado la vida —dijo Tariq mientras Froi se alejaba—. Puede que Charyn se olvide de eso, pero yo no.
Llegó hasta el túnel salpicado de luz.
—¡Froi! —oyó que gritaba la princesa.
Froi se dio la vuelta y vio que Tariq le agarraba la mano, pero ella se soltó.
—¿Adónde vas? —preguntó.
Llegó hasta la balsa atracada y comenzó a desatar la cuerda cuando ella le alcanzó.
—Por favor, Froi. Solo tú puedes cuidar de nosotros —lloró—. Solo tú.
Se aferró a él y Froi intentó quitársela de encima con suavidad, intentó subir a la balsa y la medio levantó del suelo para volverla a dejar en tierra.
—Por favor —suplicó—. Por favor, quédate para protegernos.
—Tienes a un ejército en camino, Quintana. Tariq no me necesita.
—Pero te necesitamos, Froi. Te necesitamos.
Froi suspiró y volvió a apartarla con cuidado.
—¡Tariq! —gritó.
Pero volvió a subirse a bordo y casi cayó al agua mientras lloraba.
—Déjanos ir contigo, Froi. Por favor.
Tariq los alcanzó y trató de apartarla de Froi, pero Quintana se agarraba con fuerza, sollozando, «Por favor, por favor» una y otra vez.
—Quintana, te harás daño —dijo Tariq cuando intentó subirse a la balsa por tercera vez—. No sobrevivirás ni un segundo en la capital.
—Él nos protegerá. Se asegurará de que no nos pase nada.
Consiguió aferrarse a Froi, envolviéndole con los brazos.
—¿Podemos hablar a solas un segundo, Su Alteza? —le preguntó Froi a Tariq.
El corazón le latía a toda velocidad por lo que estaba a punto de hacer. Tariq vaciló, pero se apartó.
Froi se soltó de Quintana y la cogió de los brazos para zarandearla con fuerza.
—Escuchadme, escuchadme bien, princesa —dijo con los dientes apretados—. Me enviaron para asesinarte. ¿Me oyes? Los lumateranos que te odian. Me mandaron partirte el cuello y sacar este reino de su desgracia.
La chica retrocedió y Froi supo que aquella expresión se la llevaría a la tumba.
Quintana bajó de la balsa y le flaquearon las piernas. Froi fue a cogerla, pero Tariq estaba allí para sostenerla en sus brazos.
—Vete —dijo Tariq—. Te doy mi palabra de que no le pasará nada. Vete.